LA GLOBALIZACION EN LA DSI

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S. E. Mñr. Giampaolo Crepaldi.

Secretario del Pontificio Consejo “Justicia y Paz ”

Antes de adentrarme en el tema propuesto, advierto la exigencia de plantear algunas premisas inútiles para esclarecer los términos y marco de la reflexión.

Considero necesario, pues, reclamar, sobre todo la cuestión epistemológica relacionada con la Doctrina Social de la Iglesia (=DSI). Ésta está constituida por un corpus de principios elaborados por el Magisterio de la Iglesia partiendo de la Sagrada Escritura y de la Tradición para valorar y juzgar la conformidad o disconformidad del Evangelio con las realidades sociales, intentando orientar la praxis de los cristianos en estas mismas realidades con el fin de hacerlas, en cuanto sea posible, más adecuadas a la dignidad trascendente de la persona humana.

La DSI es, pues, un corpus de principios ético-teológicos dirigidos a ayudar al discernimiento y a la orientación para alcanzar sus fines utiliza un método que, en síntesis, se puede resumir exponiendo los tres momentos fundamentales:

   el análisis de las realidades sociales con la ayuda de las ciencias humanas;

   el juicio de tales realidades a partir de las exigencias teológicas y ético-culturales presentes en el Evangelio;

la orientación de la praxis de acuerdo con las exigencias del Evangelio.

La Iglesia, que es ella misma una realidad inserta en la experiencia histórica del hombre, elabora desde su origen una doctrina social propia. Pero se puede afirmar correctamente que sólo a partir del siglo XIX, y precisamente con el famoso documento sobre la cuestión obrera, Rerum Novarum, del 15 de mayo de 1891, del Papa León XIII, progresivamente se ha ido estructurando un corpus orgánico de principios, de juicios, de orientaciones, constantemente enriquecido por importantes intervenciones magisteriales de los Papas y de los Obispos.

Una segunda premisa mira el tipo de aproximación que tiene la Iglesia ante las realidades sociales, económicas y políticas y, en nuestro caso, unir a la cuestión de la globalización. El magisterio de la Iglesia, al hacerse cargo de estos problemas, no se deja llevar por intereses específicamente sociales, económicos y políticos, aspecto para los cuales declara su incompetencia. Pero ya que también en tales cuestiones se trata sobre el bien del hombre y sobre el sentido de su vida y de la historia, el magisterio reivindica una competencia específica propia, que no es técnica, sino exclusivamente religiosa y ética. En definitiva, el Magisterio sostiene que sin una referencia ética a una visión elevada del hombre, sin referencia a los valores, las soluciones técnicas a la cuestiones sociales, económicas y políticas corren el peligro de volverse contra el hombre, en lugar de ser para el hombre. A este propósito es emblemático el largo y durísimo contencioso sostenido por la Iglesia con el sistema social, político y económico que tenía por jefe a la ideología marxista y al comunismo.

Después de estas consideraciones introductorias, que considero particularmente útiles en el plano hermenéutico, podíamos ceñirnos y enfrentarnos con el tema propuesto.

Es oportuno, sobre todo, plantear una pregunta preliminar: ¿qué debemos entender hoy cuando hablamos de globalización?

No se trata de un interrogante “ingenuo” desde el momento en el que la respuesta se presenta muy compleja. Hoy todos hablan de globalización, pero esto comporta el peligro de que ésta se transforme “en un slogan, en un mito, casi en una nueva fórmula o, peor todavía, en una nueva ideología, para entender este mundo que, además, cada vez es más complejo y no se deja encerrar en fórmulas simplificadoras”1.

Para señalar los rasgos sobresalientes de este fenómeno, es de cierta utilidad describir algunos de sus elementos característicos, como:

   la formación de un mercado financiero global, iniciado en los años 80 y desde entonces cada vez más desarrollado. La estructura financiera de la empresa tiende a asumir un papel central en relación con la producción de bienes y servicios.

   el poder del conocimiento de las tecnologías y el aumento de la tasa de envejecimiento de las innovaciones tecnológicas. Estas últimas, hoy, no pasan solamente por los bienes y servicios que se intercambian, sino que se incorporan en las mentes de los individuos. Para sacar ventaja del conocimiento, en términos técnico-científicos, es preciso haber superado ya un umbral del saber, de manera que se pueda dialogar con él;

   una alta competitividad, o sea, la ley de la competitividad llevada a sus consecuencias extremas, ayudada por las palabras del tipo “liberalización”, “privatización”, “desregulación”;

–    un cuarto elemento, que algunos dicen que es lo esencial, está formado por la pérdida de importancia del Estado y del sistema nacional como punto de referencia fundamental. El poder de las autoridades nacionales se ha reducido mucho, especialmente en materia monetaria, financiera y fiscal. “Si bien es erróneo declarar la muerte del capitalismo nacional, es correcto afirmar que el capitalismo nacional ha cesado de ser la única forma coherente de organización del capital … La historia del capitalismo ha cesado de ser definida por y limitada a las fronteras nacionales”2

–    una característica última resulta, por otro lado, aunque todavía muy difusa, es la de la formación de una cultura también global, fruto de combinaciones diversas, en las que naturalmente el peso de las aportaciones individuales refleja la capacidad de influencia de las distintas naciones que la componen.

Los elementos característicos de la globalización, recordados ahora en una síntesis rapidísima, presentan aspectos técnicos de los cuales nacen cuestiones que son extrañas por muchos motivos, para la DSI, pero también aspectos propiamente humanos, y por tanto morales, sobre los que la DS está llamada a esta causa. Son estos aspectos, por tanto, el objeto de algunas líneas de reflexión que reclaman la atención de los más recientes y autorizados textos del Magisterio social.

Frente a los juicios dispares, si no contradictorios de optimismo o de pesimismo a ultranza, que no pocas veces se dan sobre la globalización, con la consiguiente mitificación o demonización, la DSI nos invita a leer el fenómeno como un signo de los tiempos, de amplias y profundas proporciones, típico de la historia de esta etapa de la humanidad, un dato del que no se puede prescindir, pero no un simple dato exterior y marginal del hombre, porque lleva impreso el sello: la globalización es un dato humano, en cuanto que ve implicado al hombre como destinatario y como sujeto activo y, por tanto, al hombre en su libertad, cuyo ejercicio conduce al bien o al mal.

La globalización se revela así como un fenómeno ambivalente, marcado por resultados positivos y por resultados negativos

En el ámbito económico, la eficiencia y el incremento de la producción y del desarrollo de las relaciones entre los diversos países pueden reforzar el proceso de unidad de los pueblos y hacer un óptimo servicio a la comunidad humana. Pero esto no sucede si a la economía se le asigna un valor absoluto, si hay paro, si disminuyen o se deterioran algunos servicios públicos, si se destruye el ambiente y la naturaleza, si aumentan las diferencias entre ricos y pobres, si una competencia injusta pone a las naciones pobres en una situación de inferioridad cada vez más marcada. El Santo Padre afirma que la Iglesia, incluso estimando los valores positivos, “mira con inquietud”3 los aspectos negativos gobernados por una globalización “regida por las solas leyes del mercado aplicadas según la conveniencia de los poderosos”4.

Los interrogantes puestos por el Papa nos permiten captar lo típico de la aproximación de la DSI al fenómeno de la globalización: aproximación específicamente moral. El dato humano de la globalización, precisamente porque es “humano”, se configura en la DS también como una tarea confiada al hombre. El hombre debe realizar un discernimiento, o sea, debe saber leer de manera crítica los aspectos positivos y negativos de hecho presentes en el fenómeno de la globalización. No se trata de una lectura crítica sin influencia, porque el discernimiento pide al hombre que sea verdaderamente libre y que asuma sus responsabilidades para gobernar la globalización, considerando como fin el verdadero bien del hombre mismo. De la reflexión sobre la DS surgen, por tanto, dos compromisos precisos: conocer el fenómeno y gobernarlo.

La DSI se enfrenta al fenómeno de la globalización en su aspecto más evidente, el económico-financiero, con una aplicación específica del problema general constituido por la relación entre economía y ética. Tal relación la describe con términos muy generales, pero no abstractos, del lenguaje evangélico: no es el hombre para la economía, sino la economía para el hombre. La economía, pues, se plantea en relación con el hombre, de cuya compleja actividad la economía constituye sólo una de las dimensiones. Esta relativización permite elegir a la vez el valor y el límite de la economía, que es ciertamente un valor, pero el valor máximo y único para la vida y para el destino del hombre, de cada persona y de los pueblos.

Cuando la producción y el consumo de las mercancías llega a ser central en la vida social, hasta constituir el único valor, sin subordinación a ningún otro y, en otros términos, se absolutiza la economía, se debe ser consciente que tal proceso depende no sólo ni tanto del sistema económico, cuanto del hecho de “que todo el sistema socio-cultural, al ignorar la dimensión ética y religiosa, se ha debilitado, limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios”5. La DSI exhorta insistentemente a no perder la conciencia de que la libertad económica es sólo un elemento de la libertad humana y que, por tanto, no se puede hacer autónoma la libertad económica sin hacerle perder su relación, que es necesaria con la persona humana. En definitiva, es imposible dejar de alienar al hombre, ni de oprimirle, cuando se le reduce a ser exclusivamente un productor o un consumidor de bienes.

La persona humana debe entenderse en la totalidad unificada de sus valores y de sus exigencias, de sus dimensiones y de sus aspectos; así entendido, el hombre se convierte en el sujeto, el fundamento y el fin de la actividad económica. Así debe ser.

Dentro de este horizonte general que mira a las relaciones entre ética y economía, en relación con la globalización económica, el Santo Padre ha subrayado muchas veces el principio moral según el cual las exigencias del mercado no deben suprimir el derecho fundamental de cualquier hombre a tener un trabajo que le permita vivir a él y a su familia6.

La Iglesia no condena la liberalización del mercado, pero pide que se realice respetando el primado de la persona humana, al que deben someterse los sistemas económicos. La caída de los regímenes comunistas, que conculcaron las libertades civiles y económicas en nombre de la planificación, no basta para acreditar modelos diametralmente opuestos de libertad incondicionada a la economía de mercado, a los que se le imputa el escándalo de graves desigualdades entre las diversas naciones y entre las personas y los grupos dentro de cada país.

Cuando se valoran las oportunidades ofrecidas por el mercado para producir riqueza y bienestar también en las regiones pobres, no se puede olvidar el precio humano por el salto económico de algunos países de reciente industrialización.

La economía de mercado, en la visión de la DSI, se debe promover en cuanto ésta se manifiesta capaz de “tener más ventajas posibles para las personas y para las sociedades”7 . Un mercado mundial, por tanto, debe organizarse con equilibrio y bien reglamentado, porque no debe perderse de vista el desarrollo de la cultura, de la democracia, de la solidaridad y de la paz. Está clara y seriamente motivada la condena de la Iglesia de un mercado salvaje, que prospera explotando a ultranza al hombre y al ambiente con el pretexto de la competitividad: “este tipo de mercado éticamente inaceptable sólo puede tener consecuencias desastrosas, por lo menos a largo plazo. Éste tiende a homologar, en general en sentido materialista, las culturas y las tradiciones vivas de los pueblos; desarraiga los valores éticos y culturales fundamentales y comunes; tiene el peligro de crear un gran vacío de valores humanos, ‘un vacío antropológico’, sin considerar que ello compromete de manera peligrosa el equilibrio ecológico. Entonces ¿cómo no temer una explosión de comportamientos desviantes y violentos, que generarían fuertes tensiones en el cuerpo social? La libertad misma se vería amenazada, y también el mercado que se había aprovechado de la ausencia de obstáculos”8.

Se comprende la urgencia de no aplazar la armonización entre las exigencias de la economía y las exigencias de la ética, si las potencialidades positivas y los aspectos preocupantes de la globalización se consideran conjuntamente.

La DSI, en su aproximación a la globalización, hace que emerja otra exigencia ética: la propiamente política.

Semejante exigencia se evidencia de manera especial por una serie de motivos, entre los cuales aparecen, por un lado, el escándalo persistente de las graves desigualdades entre las diversas naciones y entre las personas y los grupos dentro de cada país y, por otro, el hecho que se está creando un espacio de poder económico, sobre todo financiero, desgajado de los estados, o sea, de los sujetos ordinarios de derecho y de vigilancia, espacio, pues fuera de los ámbitos que hasta ahora por definición se le proponían al bien común, a la distribución de cargas y de ventajas. La transferencia de recursos y de sistemas de producción realizada a escala mundial, o global, siguiendo únicamente el criterio del máximo beneficio, en un clima de competitividad desenfrenada, aunque también aumenta las posibilidades de trabajar y del bienestar de algunas regiones, también excluye a otras regiones menos favorecidas y agrava la desocupación en los países de antigua tradición industrial. La imposibilidad de acceso a la opulenta riqueza de la minoría por parte de la mayoría de la población mundial, es un dato inquietante también para las conciencias políticas más adormecidas.

La DSI postula la existencia de un espacio “político” en sentido propio, según el antiguo refrán, “ubi societas, ibi ius”, convencida de que en el sector social y económico nacional e internacional, la decisión última corresponde al poder político, como ha sostenido fuertemente Pablo VI en la Carta Apostólica Octogésima Adveniens (46).

Frente a una organización globalizada del trabajo que se aprovecha de la extrema indigencia de las poblaciones en vía de desarrollo y que produce graves situaciones de explotación, ofendiendo las exigencias fundamentales de la dignidad humana, “es esencial -continúa insistiendo con firmeza Juan Pablo II- que la acción política asegure un equilibrio de mercado en su forma clásica, mediante la aplicación de los principios de subsidiariedad y de solidaridad según el modelo del estado social”9. El Santo Padre señala al estado social que evita los excesos del asistencialismo como “manifestación de civilización auténtica, un instrumento indispensable para la defensa de las clases sociales más desfavorecidas, con frecuencia alejadas del poder exorbitante del ‘mercado global’”10.

Debemos reconocer que la reglamentación ética y jurídica del mercado es objetivamente más difícil en el ámbito de una economía “mundializada”. Las iniciativas internas de los diversos países no bastan: es necesario que a una comunidad económica internacional corresponda una sociedad civil internacional, capaz de expresar formas de subjetividad económica y política inspiradas en la solidaridad y en la búsqueda del bien común de todo el mundo. La concertación entre los grandes países debe llevar, según la DSI, a la consolidación de un gran orden democrático planetario, con instituciones en las que “estén igualmente representados los intereses de toda la gran familia humana”11. Existen instituciones importantes, regionales y mundiales, como la Organización de las Naciones Unidas y sus diversas agencias con vocación social, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio. Hacia ellas la Iglesia siempre ha mirado con confianza, pero las invita a hacerse cargo de la urgencia de consolidar “en el terreno de la libertad. una cultura de las ‘reglas’ que no se limite a la promoción del simple funcionamiento comercial, sino que se ocupe, gracias a instrumentos jurídicos seguros, de la tutela de los derechos humanos en cualquier parte del mundo”12.

No es difícil, en este punto, entender que el nivel que interesa y trata la doctrina social sobre el fenómeno complejo y articulado de la globalización es el específicamente antropológico. En la misma dirección está la invitación de R. Dahrendorf a “cuadrar el círculo”, que expresa la exigencia de dar vida a una armonía de alguna manera estructural, a una sinergia entre bienestar económico, cohesión social y libertad política.

El Cardenal Martini va más allá, afirmando que

“el problema no es sólo de cuadrar el circulo, sino de encontrar el centro del círculo. Y en centro es el hombre, el centro es la sociedad civil, el centro es una ciudadanía animada por un fuerte movimiento ideal”13.

Pero a muchos les podrá parecer demasiado poco hacer referencia al hombre para afrontar el gravísimo problema actual de la globalización. Pero para la DS la referencia al hombre -también para la globalización- es absolutamente ineludible y la única capaz de despertar en todos -en las personas y en las instituciones- el sentido de la responsabilidad, o sea, de una libertad que se realiza de modo auténticamente humano sólo en la verdad (cfr. Jo 8,32): “la verdad os hará libres”). Y la primera verdad -en cierto sentido la única- es aquella del hombre como imagen de Dios. En esta imago Dei consiste cada hombre, en su unicidad e irrepetibilidad, que son los signos de su intocable dignidad personal, y en esta imago Dei consiste toda la humanidad en su complejidad. De aquí la exigencia irrenunciable, para una globalización verdaderamente humana, de que se realice con el respeto a la totalidad de los valores y de las exigencias-las materiales, pero también las morales y espirituales- del hombre, de cada hombre, cualquier que sea, y en el respeto a la solidaridad.

El Papa sintetiza con eficacia esta visión:

“a medida que el mercado se hace ‘global’, más debe equilibrarse con una cultura ‘global’ de la solidaridad atenta a las necesidades de los más débiles”14.

Pero la percepción del significado mismo del hombre está amenazada por un relativismo ético y cultural muy difuso y, desafortunadamente, la reaparición de egoísmos nacionales o de grupo comprometen, a pesar de las grandes declaraciones de principios, la referencia a los valores. Se presenta, por tanto, como un verdadero y auténtico desafío, también en este comienzo del milenio, el objetivo de la construcción de una sociedad que respete plenamente la dignidad del hombre, “que tiene que ser considerado como un objeto o una mercancía, en cuanto que lleve en sí la imagen de Dios”15. “En definitiva, el desafío consiste en asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin marginación” ha escrito Juan Pablo II en su Mensaje para la Jornada de la Paz de 1998 (n. 3).

En conclusión, deseo ofrece a la reflexión común una parte de una entrevista que el Papa ha concedido el 20 de agosto de 1997 al diario francés La Croix, en la que encuentran expresión, con la potente eficacia de la síntesis periodística, las más profundas certezas y aspiraciones de toda la Iglesia, que no son extrañas al corazón de todos aquellos que sinceramente buscan el bien: “el término mismo de mundialización no me satisface plenamente. Antes que todo existen el mundo, las personas, la familia humana, la familia de los pueblos. Esta realidad es preexistente a las técnicas de comunicación que permiten dar una dimensión mundial a una parte, pero sólo a una parte, de la vida económica y de la cultura. De lo mundial existe principalmente un patrimonio común: diría que el hombre con su naturaleza específica de imagen de Dios y diría que la humanidad entera con su sed de libertad y de dignidad. Me parece que es aquí donde se debe hablar sobre todo de un movimiento de mundialización aunque esto sea menos visible y también con frecuencia obstaculizado”.

15 marzo 2002


1G. P. SALVINI, La globalizzacione: minaccia o mito?, in “Civilta Católica” I (1998), 112.

2Grupo de Lisbona, I limiti della competitivita, p. 52.

3JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Ecclesia in America, n. 20.

4Ibíd.

5JUAN PABLO II, Centesimus annus, n. 39..

6Cfr. Discurso a los miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, 22 de marzo de 1996, n. 3. Discurso… cit, 25 abril 1997, n. 3.

7JUAN PABLO II, Discursocit., 25 abril 1997, n. 3.

8Ibíd, n. 5.

9Ibíd, n. 4.

10Ibíd.

11JUAN PABLO II, Centesimus annus, n. 58..

12JUAN PABLO II, Discursocit, 25 abril 1997, n. 6.

13C. M. MARTINI, Diagnosi e terapia per un’Europa dello Spirito, in L’ amico importuno, p. 47 de la relación al Forum, Palazzo Imbardi, Milán, 14 marzo 1997.

14JUAN PABLO II, Discursocit, 25 abril 1997, n. 6.

15Ibíd, n. 4.