La tarea de la doctrina social de la Iglesia [DSI] es traducir en términos racionales, comprensibles y comparables por todos (cristianos, no cristianos o no creyentes) la luz que la fe cristiana arroja sobre la antropología. En efecto, en el evangelio se encuentra la respuesta a los interrogantes que se hace toda persona. La revelación cristiana nos hace conocer no solo quién es Dios, sino también quién es el ser humano, cuáles son el fin de la historia y el sentido de la vida (¿por qué vivimos, por qué morimos? ¿Cuáles son los criterios para distinguir el bien del mal? ¿Cuáles son los derechos fundamentales de la persona? ¿Sobre qué principios fundamentales se funda la convivencia social?). La fe, de hecho, no se contrapone a la razón, sino que la purifica y ayuda a entender mejor el ser humano y sus problemas.
La razón de fondo que legitima la intervención de la Iglesia en el campo social es que la salvación cristiana es un mensaje, es más, un acontecimiento intrínsecamente «histórico». El Verbo de Dios, encamándose en la historia de la humanidad, la asume y la recapitula en sí (Gaudium et spes 38) . Por tanto, la economía de la salvación es historia, historia que sigue en el presente. No hay «dos» historias (una sagrada y otra profana), sino solo una historia, en la que interviene Dios. Así se explica por qué el poder de la resurrección de Cristo actúa en la historia de la humanidad, que, pese a los límites, los errores y los pecados, las recaídas en la barbarie y sus largas desviaciones del camino de la salvación, se acerca lentamente, aunque sin darse cuenta, a su Creador (Populorum progressio 79). Existe una gran mano que guía a la humanidad y la historia.
La DSI contiene, por tanto, principios de reflexión; criterios de juicio, y orientaciones de acción, que el magisterio de la Iglesia ha elaborado a la luz del evangelio y de la razón humana para ayudar no solo a los creyentes, sino a todos los hombres de buena voluntad, a interpretar los «signos de los tiempos» y realizar las elecciones necesarias, en las cambiantes situaciones históricas, culturales, y morales. Al tratarse de principios, criterios y orientaciones para aplicar a casos históricos concretos, están sometidos a cambios y ulteriores profundizaciones, y deben aplicarse, en cada caso, según las diferentes circunstancias.
Puede decirse que la Iglesia ha acompañado con su doctrina social, paso a paso, el crecimiento de la sociedad moderna, ayudándola a afrontar los difíciles desafíos que han ido surgiendo de las profundas transformaciones, en particular durante el último siglo.
Ciertamente, la Iglesia solo puede ofrecer, no imponer, su enseñanza social. A menudo no será comprendida e incluso será rechazada. Sin embargo, la Iglesia no puede faltar al deber de iluminar las conciencias y los sucesos cambiantes de la historia con la luz del evangelio, y lo hace ofreciendo -no solo a los cristianos, sino a todos los hombres de buena voluntad- precisamente los principios de reflexión, los criterios de juicio y las orientaciones de acción que constituyen su «doctrina social».
La existencia de una DSI se justifica, por consiguiente, por el hecho de que el mensaje evangélico «vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de solo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» (Gaudium et spes 22).