Doctrina Social de la Iglesia

Si la política no es capaz de romper esa lógica perversa, sino que permanece encerrada en discursos vacíos, hablándose solo a sí misma, seguiremos sin saber afrontar los grandes problemas de la humanidad.

 

Papa Francisco, Laudato si’,196-197.

Entonces, ¿cuál es lugar de la política?. Hay que recordar el principio de subsidiaridad, que confiere libertad para que cada uno desarrolle sus capacidades a todos los niveles, pero al mismo tiempo exige más responsabilidad hacia el bien común por parte de quienes detentan una mayor dosis de poder.

En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesiaese principio se define así en el n. 186: «Según este principio, todas las sociedades de orden superior han de ponerse en actitud de ayuda (subsidium) -es decir, de apoyo, promoción y desarrollo- respecto a las menores. De ese modo, los cuerpos sociales intermedios pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen sin tenerlas que ceder injustamente a otras entidades sociales de nivel superior, por las cuales acabarían siendo absorbidos y sustituidos y podría verse negada, al final, su dignidad propia y su espacio vital. A la subsidiaridad entendida en sentido positivo como ayuda económica, institucionaly legislativa ofrecida a las entidades sociales más pequeñas, le corresponde una serie de implicaciones en negativo, que imponen al Estado abstenerse de todo lo que restringiría, de hecho, el espacio vital de las células menores y esenciales de la sociedad».

Además, el principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de los diversos poderes y, al contrario, les reclama apoyo y solidaridad para los más necesitados CDSI 187). La subsidiaridad es necesaria para evitar que una obra de solidaridad degenere en asistencialismo (CDSI 351: «La solidaridad sin subsidiaridad puede degenerar fácilmente en asistencialismo, mientras que la subsidiaridad sin solidaridad puede alimentar formas de localismo egoísta»).

Es verdad que actualmente hay sectores económicos que ejercen más poder que Estados enteros, pero no por ello se puede justificar una abdicación de la política. Una economía sin política no es aceptable, porque la economía sin la política sería incapaz de promover una lógica de gobierno que englobe toda la crisis actual. Una lógica que no deja espacio a una sincera preocupación por el entorno natural es la misma lógica que no se preocupa por integrar a los más débiles. Porque «en el vigente modelo de éxito y privatista parece que no tiene sentido invertir para que los que se quedan atrás, los débiles o los menos dotados puedan abrirse camino en la vida» (EG 209), como dice la Evangelii gaudium.

Se necesita asimismo una política que piense con una visión amplia y que adopte un enfoque integral de los problemas, incluyendo a expertos y agentes en un diálogo interdisciplinar (CDSI 76-78) para tener en cuenta los diversos aspectos de la crisis, que son cada vez más complejos y que, por tanto, necesitan enfoques complejos y respuestas necesariamente articuladas.

Además, muchas veces la política es responsable de su propio descrédito a causa de la corrupción y de la falta de buenas políticas públicas. Si el Estado no desempeña su función en una región determinada, algunos grupos económicos más o menos legales pueden aparecer como benefactores y detentar el poder real, y sentirse autorizados a no observar las normas de la vida común, lo que lleva incluso a crear auténticas formas de criminalidad organizada, como la trata de personas, el narcotráfico y la violencia para controlar el territorio, que son tipos de delincuencia muy difícil de erradicar.

Si la política no es capaz de romper esa lógica perversa, sino que permanece encerrada en discursos vacíos, hablándose solo a sí misma, seguiremos sin saber afrontar los grandes problemas de la humanidad. Por eso una estrategia de cambio real exige un replanteamiento de la totalidad de los procesos políticos y económicos globales, ya que no basta con hacer consideraciones parciales y superficiales sin cuestionar la lógica de la cultura del descarte y del consumo. Una política sana debería ser capaz de asumir este reto.

Actualmente la política y la economía tienden a culparse recíprocamente de la falta de solución a los enormes problemas de la pobreza y de la degradación del entorno. Pues bien, esperamos que reconozcan sus errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común.

Mientras unos se afanan solo por el beneficio económico y los otros están obsesionados por conservar o aumentar su poder, lo que nos queda son guerras o acuerdos ambiguos donde lo que menos interesa por ambas partes es preservar el entorno y atender a los más débiles. También aquí vale el principio de que «la unidad es superior al conflicto» (EG 228). En este sentido, la Iglesia puede y debe ayudar al progreso de la humanidad haciendo ella misma política, pero «gran política»: «La que consiste en llevar a la gente hacia una propuesta evangélica» (Papa Francisco – política, cit., p. 150).