Comenzaremos precisando qué entendemos por «globalización»; una palabra «que hoy manejamos todos sin saber exactamente a qué nos referimos»1. «Mundialización» y «globalización» son dos términos que muchos emplean como sinónimos. «Globalización» predomina en el mundo anglosajón (globalization) y «mundialización» entre los autores franceses (mondialisation). Entre nosotros se aprecia cierta tendencia a designar con el término «mundialización» la paulatina unificación del planeta Tierra -es decir, un fenómeno muy amplio que tiene dimensiones políticas, tecnológicas, culturales, etc.- y reservar el término «globalización» para los aspectos económicos de la mundialización.
Empecemos diciendo que -nos guste o no- «globalización» significa, en la práctica, «capitalismo global». Hoy no es posible ignorar, como hemos dicho ya varias veces, que existe un solo sistema económico en el mundo, dado que los últimos regímenes comunistas que todavía subsisten (China o Cuba), apenas conservan del marxismo otra cosa que la dictadura política; desde el punto de vista económico se hallan en plena transición al capitalismo, igual que ha ocurrido con los PECO (Países de Europa Central y Oriental).
Es difícil indicar con precisión cuándo nació el capitalismo global. ¿Fue en 1989, tras el hundimiento del imperio soviético? ¿Quizás hacia 1980 cuando Margaret Thatcher y Ronald Reagan llegaron al poder? ¿O antes todavía? Krugman considera que «es una presunción de finales del siglo XX pensar que hemos inventado la economía global precisamente ayer»2, y no faltan quienes se remontan al siglo XVI, con el inicio del colonialismo3…
1.1. Internacionalizadón del comercio
Cronológicamente, el primer paso hacia la globalización fue la internacionalización del comercio. Quedan muy lejos aquellos tiempos en que san Benito intentó que sus monasterios fueran económicamente autosuficientes, teniendo en su recinto desde huertas y granjas para alimentar a los monjes hasta talleres donde fabricar los vasos sagrados. En nuestros días no sólo los monasterios, sino incluso los mismos Estados nacionales, se han visto obligados a renunciar a los sueños de autarquía.
Desde luego, la economía occidental conoce hace mucho -por lo menos desde el siglo XVI- a esos vendedores que iban y venían de un país a otro. Los franceses los llamaban «pies polvorientos» (pieds poudreux). Eran unos buhoneros vagabundos que proporcionaban desde las especias más codiciadas hasta reliquias «garantizadas» de la mayor devoción4. Pero el comercio internacional hoy no está limitado, como entonces, a los artículos de lujo ni a episodios ocasionales de individuos aventureros. Incluso la aldea más aislada en los Picos de Europa recibe actualmente mercancías de todos los lugares del mundo.
La verdadera internacionalización del comercio comenzó hacia 1860-1870. Fue consecuencia, en primer lugar, de una bajada de los aranceles, que en Europa pasaron del 35 al 10 o 15%, en un tiempo en que además apenas existían barreras no arancelarias. Y, en segundo lugar -más importante todavía-, fue consecuencia de la aparición de los ferrocarriles y los barcos a vapor que hicieron posible transportar mercancías voluminosas a gran escala. Según datos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), «en el siglo XIX, el transporte por ferrocarril redujo los costes del comercio de mercancías entre el 85 y el 95%. Análogamente, los buques de vapor y las nuevas vías de navegación, como el canal de Panamá, redujeron los costes del transporte marítimo»5. El proceso de internacionalización del comercio había alcanzado una cierta madurez en 1914, cuando la I Guerra mundial lo interrumpió.
Una de las formas más sencillas de medir el grado de internacionalización del comercio es comparar el volumen que representan las importaciones y exportaciones con respecto al Producto Mundial Bruto. Si es correcta la reconstrucción realizada por Maddison6, las exportaciones mundiales, que en 1820 eran sólo el 1% del producto mundial, subieron al 5% en l870 y alcanzaron el 8,7% en 1913. Algunos países como Francia, Holanda o Gran Bretaña tenían hace cien años una tasa de apertura similar, cuando no superior, a la del final de nuestros años ochenta. Naturalmente, en términos absolutos hoy se producen más intercambios que entonces, porque los países tienen un PIB mucho más elevado; pero el porcentaje de PIB que intercambiaban entonces era igual o incluso superior al actual.
Las dos guerras mundiales y la Gran Depresión de los años treinta provocaron una marcha atrás en el proceso de internacio-nalización del comercio; pero tras la II Guerra mundial fue relanzado nuevamente con fuerza gracias al establecimiento en Bretton Woods del Sistema Monetario Internacional que garantizó hasta 1971 la estabilidad de los cambios monetarios. Todos los países aceptaron utilizar la divisa norteamericana como medio de pago internacional. En justa correspondencia, el gobierno norteamericano se comprometió a mantener la convertibilidad del dólar en oro (35 dólares la onza de oro fino). Los demás países se comprometieron, a su vez, a mantener fijos los cambios de sus monedas con respecto al dólar -y por lo tanto entre sí-, con una fluctuación máxima de ± 2% controlada por el Fondo Monetario Internacional.
Los resultados fueron espectaculares. En 1950 las exportaciones representaban el 7% del Producto Mundial Bruto; en 1973 el 11,2% y en 1992 el 13,5%. Vemos, pues, que si después de la II Guerra mundial la producción mundial creció mucho, el comercio internacional creció más todavía, y por eso ha ido aumentando el porcentaje que representa.
Es verdad que la mayor parte del comercio mundial se desarrolla todavía dentro de espacios regionales. Por ejemplo, el 77% de lo que exportan los países de la Unión Europea es a otros países de la misma área, y ocurre igual con el 80% de las importaciones; en el caso de Japón los porcentajes son respectivamente del 91 y 82% y en el de Estados Unidos bastante más bajos: 63 y 58%. Esto no puede considerarse globalización en sentido estricto; sería más bien «regionalización». Pero nadie puede negar que hoy existen productos globales, marcas conocidas en todo el mundo que las encontramos en cualquier país adondequiera que viajemos (McDonald’s, Coca-Cola, Disney, Kodak, Sony, Gillette, Mercedes-Benz, Levi’s, Microsoft, Malboro…). Otras muchas marcas, aunque no puedan calificarse de «globales», se exportan a los más diversos lugares. La tan traída y llevada competitividad empuja a las empresas a expandirse por otros mercados para aumentar las ventas y así beneficiarse de las ventajas de las economías de escala.
Es seguro, por otra parte, que la progresiva eliminación de los aranceles aduaneros auspiciada por la Organización Mundial del Comercio aumentará la internacionalización del comercio mucho más todavía.
En definitiva, que prácticamente se han acabado ya los negocios propios, los mercados cautivos o los productos locales. Lo que hoy estamos fabricando y vendiendo en nuestra zona de influencia por cien, mañana puede traerlo aquí un competidor, de no se sabe dónde, a tan sólo diez.
1.2. Internacionalización de la producción
Tras la internacionalización del comercio vino la internacionalización de la producción. Ya no es sólo que los productos finales se vendan en un país distinto del que los produjo, sino que se ha internacionalizado el proceso mismo de fabricación.
El prototipo de las antiguas factorías podría ser la enorme fábrica de General Motors en Willow Run (Michigan), que empezó a producir en 1942: un edificio de alrededor de 1,5 kilómetros de largo por 400 metros de ancho; el acero y el cristal que entraban por un lado salían por el otro extremo convertidos en automóviles. Todo se hacía allí. Hoy cualquier producto que posea una complejidad mínima ya no se fabrica, como en el pasado, de principio a fin en un determinado país, sino que cada componente se produce allí donde es más conveniente y barato, y después se ensamblan en una determinada planta del grupo, dando así lugar a lo que se ha llamado la «gran fábrica mundial».
He dicho que basta para ello una complejidad «mínima». Pensemos, por ejemplo, en Barbie, la muñeca adolescente que ha hecho rica a la Mattel Corporation: el plástico se fabrica en Taiwan, aunque a partir de petróleo procedente de Arabia Saudí; los vestidos de algodón se fabrican en China; la maquinaria de inyección del molde y la pintura para decorarla salen de Estados Unidos; y, por fin, el ensamblaje se hace en el sur de China, en Indonesia o en Malasia (anticipando problemas que veremos más adelante, diremos que en Estados Unidos se queda el 80 % del valor).
De hecho, las grandes empresas -llamadas «multinacionales» o «transnacionales»- ya no están ubicadas en un solo país, sino que han creado una red de unidades de producción distribuidas por el mundo entero. Las preguntas clásicas que encontramos en cualquier manual de economía -qué producir, cómo hacerlo, con qué proveedores, para qué mercados- se formulan hoy a escala mundial y pensando en términos de estrategia global. Esto ha sido posible gracias a las nuevas tecnologías de transporte -trenes de más de 10.000 toneladas, barcos capaces de transportar 7.000 contenedores-, que convierten en irrelevante el costo del transporte por unidad de mercancía.
Hoy, que el proceso de producción se reparte por todo el mundo, las etiquetas nacionales y empresariales nos pueden inducir fácilmente a error. Es posible que el ingenuo consumidor, al ver el famoso «made in USA» piense que el producto en cuestión está fabricado allí. En realidad es el resultado de muchas fábricas y de muchos trabajadores de los más diversos países. Quizás sólo la marca, y poco más, sea norteamericana. Como decía José Sois, «ya no podemos escribir “Made in Japan”, sino un onírico “Made in Japan-USA-Spain-Dominic Republic-etc.”»7.
Esta internacionalización de la producción exige matizar lo dicho en el apartado anterior sobre la internacionalización del comercio. Muchas veces los intercambios son efectivamente internacionales (de un país a otro), pero intrafirma (se realizan en el seno de una misma empresa). Más de la mitad de los intercambios comerciales realizados a escala mundial son, en realidad, transacciones dentro de empresas. Se trata, por tanto, de una comercialización sui generis, que tiene lugar sin salir realmente al mercado. Más adelante veremos algunas consecuencias de esto.
Naturalmente, el número de empresas transnacionales depende de lo que entendamos por tales (¿lo serán ya, por ejemplo, las que únicamente tienen una sucursal en otro país?). Sutcliffe y Glyn dicen irónicamente que el número puede ir de cientos de miles a unas pocas docenas, según el criterio que se utilice para definirlas8. Pongamos que existen alrededor de 53.000 empresas multinacionales cuyas estrategias buscan alcanzar posiciones de verdadera globalización, las cuales, unidas a sus 415.000 empresas auxiliares, emplean sólo a unos 200 millones de trabajadores (el 6,6 % del total), pero generan el 30% del Producto Mundial Bruto y 2/3 del comercio internacional.
Este fenómeno ha dejado de ser algo exclusivo de Estados Unidos: ahora son empresas de todos los países avanzados, incluida España, las que diversifican sus inversiones por todo el mundo. Además son cada vez más empresas sin patria. La Nestlé actual, por ejemplo, se parece muy poco a la empresa suiza fundada por Henry Nestlé en 1867: de sus diez máximos directivos, sólo dos son suizos; los otros ocho pertenecen a cinco nacionalidades diferentes; el presidente es alemán; la empresa está establecida en 150 países y el volumen de negocio realizado en el país que la vio nacer representa una pequeñísima parte del conjunto (tiene fuera de Suiza el 87% de sus activos, el 98% de su producción y el 97% de su empleo).
1.3. Internacionalizadón de los capitales
Sin embargo, el rasgo más propio del sistema capitalista global no es ni la internacionalizadón del comercio ni la internacionaliza-ción de la producción, sino otro que vamos a ver a continuación: la internacionalizadón de los capitales.
Hasta hace poco tiempo, los movimientos de capitales de unos países a otros eran escasos. No sólo estaban sometidos a un estricto control de la autoridad política, sino que se limitaban a las exigencias de la economía real (es decir, el comercio, el turismo y las inversiones a largo plazo). Desde 1972, la desaparición del sistema de cambios fijos establecido treinta años antes en Bretton Woods y la eliminación de controles auspiciada por los neoliberales, han originado una enorme movilidad del capital financiero de tipo especulativo, responsable por cierto de una inestabilidad económica sin precedentes. Se estima que el volumen de las transacciones en los mercados financieros, que era de 15.000 millones de dólares diarios en 1973, sobrepasa ya el billón y medio de dólares. Se trata de una cantidad impresionante: ¡Cuatro veces más de lo que el mundo gasta cada año para comprar petróleo! Además, ha cambiado la naturaleza de dichas transacciones: si hace cuarenta años el 90% de los intercambios estaba ligado a la economía real, ahora los flujos especulativos a muy corto plazo (a menudo menos de un día) representan ese mismo porcentaje. El mundo entero se ha convertido en una especie de «casino global» en el que se generan inmensas fortunas. Desde luego, hoy se puede ganar más en el mercado financiero y monetario que invirtiendo en la producción de bienes y servicios. El grupo multinacional Siemens, por ejemplo, obtiene el 70% de sus beneficios en los mercados financieros, y sólo el 30% de la producción.
Así no debe extrañarnos que, en unas condiciones caracterizadas por su fuerte opacidad, verdaderas avalanchas de capital de imprecisable nacionalidad entren o salgan de los países continuamente. Las innovaciones tecnológicas en las telecomunicaciones y en la informática permiten hacer operaciones financieras en tiempo real durante las veinticuatro horas del día. En este momento, por ejemplo, puede haber veinte mil millones de dólares en Hong Kong; dando una orden a través del ordenador, un minuto después se encuentran en Nueva York y, pulsando otra techa, al minuto siguiente se han cambiado por marcos en Frankfurt (a veces ni siquiera es necesario pulsar la tecla; los programas informáticos ejecutan automáticamente las órdenes cuando la diferencia entre el valor técnico y el de mercado de un activo alcanza determinado nivel). Son los llamados «capitales golondrina», que vuelan continuamente de unos países a otros. Unas palabras escritas por Pío XI en 1931 tienen hoy todavía más actualidad que entonces: para el capital, «la patria está donde se está bien»9.
La suma de capital controlada por los inversores institucionales (gestores de fondos de inversión, fondos de pensiones, seguros, etc.) es superior al PIB de todos los países industrializados. No hace falta decir que esas cantidades inmensas, cuando entran y salen de un país en muy breve tiempo, pueden modificar drásticamente su coyuntura económica.
Más adelante hablaremos de la valoración ética de ese continuo ir y venir de los capitales de un país a otro. De momento diremos que ni siquiera es fácil valorarlo desde el punto de vista económico: ¿es un signo de euforia o más bien un indicio de las dificultades de rentabilizarlo en inversiones productivas a largo plazo?
1.4. Internacionalización de la mano de obra
Según las Naciones Unidas, en la actualidad existen más de 200 millones de inmigrantes internacionales, y debemos dar por supuesto que, a lo largo del siglo actual el fenómeno irá en aumento. Según las previsiones de las Naciones Unidas, la población mundial seguirá aumentando hasta quedar estabilizada en 10.200 millones de personas dentro de cien años; y el 98% de dicho crecimiento demográfico tendrá lugar en los países pobres. Estas cifras, evidentemente, no pueden tener mucho rigor matemático, pero dan idea del problema que se avecina. Como dijo el Dr. Mahbub ul Haq, al presentar el Informe sobre Desarrollo Humano de 1992, es inevitable que la gente vaya hacia las oportunidades si las oportunidades no van hacia ellos10. Por ejemplo, una encuesta realizada en Marruecos puso de manifiesto que el 72% de nuestros vecinos del sur desea emigrar y entre los jóvenes de 21 a 29 años el porcentaje llega hasta el 89%n.
Pero llegados aquí debemos llamar la atención sobre un detalle sumamente significativo. Esos discos verdes que, como vimos, permiten la libre circulación de mercancías y capitales por todo el mundo, se convierten en semáforos rojos cuando se trata de los seres humanos. Dicho claramente: El programa liberalizador llega sólo hasta donde beneficia a los ricos, y se detiene justamente donde podría empezar a beneficiar a los pobres.
«Los apóstoles del neo-liberalismo palidecen ante la pura posibilidad de liberalizar el mercado mundial de la mano de obra»11.
Sin embargo, ninguna ley de extranjería, por muy represiva que sea, podrá frenar las migraciones. Brahim -uno de los pocos supervivientes del naufragio de una patera ocurrido el 16 de septiembre de 1998-, en nombre de todas las pateras del mundo, decía: «Nadie puede poner fronteras a nuestra hambre». Y Brahim, sin duda, lo intentó nuevamente. De hecho, hoy las pateras ofrecen ya bonos para tres intentos.
Como el capital sí goza de la movilidad que se niega a la mano de obra, las restricciones a la migración no le impiden acceder a la fuerza de trabajo mundial, pero desplazándose él. Esto le resulta mucho más ventajoso. Si la mano de obra se desplazara al Norte tendría que percibir los salarios propios del Norte; si es el capital el que se desplaza al Sur, paga los salarios propios del Sur.
Algunos piensan que, a medida que la globalización desplace la producción industrial hacia los países del Sur, se reducirán los desplazamientos de la mano de obra hacia el Norte. Pero esto no es del todo cierto. El Tratado de Libre Comercio del Atlántico Norte intensificó las inversiones de empresas estadounidenses en México, pero eso no ha frenado la emigración de los mexicanos hacia el norte debido principalmente a las diferencias salariales existentes entre ambos países.
No debe extrañarnos. La diferencia de las rentas medias reales entre los países del Norte y los menos desarrollados del Sur es de 25 a 1. Guillermo de la Dehesa considera que sólo cuando las diferencias salariales entre una economía avanzada y un país pobre se reducen a menos de 4 a 1, empiezan a disminuir las migraciones entre ambos países12.
1.5. Una economía sin fronteras
Vemos, pues, que el escenario económico por excelencia a todos los efectos ya no es el espacio nacional, sino el espacio mundial. Lo que llamamos globalización es, en definitiva, esa compleja red de intercambios y vínculos económicos que, sobrevolando por encima de las fronteras nacionales, hacen que los individuos que viven en un determinado punto del Planeta padezcan las consecuencias de unas decisiones tomadas muy lejos de ellos. Si hubiera que resumir en pocas palabras lo que supone la globalización, me quedaría con la siguiente proposición: «El porvenir de cada uno de nosotros se fabrica a escala del mundo»13.
El 24 de agosto de 1999 muchos medios de comunicación abrían su información con la significativa expresión de «todos pendientes de Greenspan». ¿Por qué? Porque entraba dentro de lo posible que el entonces presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos decidiera subir los tipos de interés un 0,25%, y ese detalle -aparentemente nimio- tendría repercusiones en todo el mundo. En nuestros días, el poder adquisitivo del salario que gana un jornalero en cualquier aldea española está condicionado por lo que ocurre en la Bolsa de Nueva York o en la de Tokio (un refrán muy conocido en el mundo de la economía dice que «cuando Wall Street se resfría, el resto del mundo contrae una neumonía»); el precio de la gasolina que nos proporciona la estación de servicio que hay junto a nuestra casa depende de que Arabia Saudí aumente o no su producción de petróleo; una declaración imprudente de un ministro tarda unos pocos minutos (10 ó 20 como mucho) en tener repercusiones en todos los mercados del mundo que estén abiertos en ese momento; etc.
Vivimos en un mundo interdependiente. Pero asimétricamente interdependiente: Si las declaraciones imprudentes proceden de un ministro de Sierra Leona, no pasa nada.
1.6. Globalización de la cultura
Hasta aquí hemos hablado sólo de la globalización económica, pero debemos hacer notar que ésta es inseparable de una cierta globalización cultural. Las empresas multinacionales no podrían conquistar empresarialmente el mundo si no consiguieran generalizar en todas partes unos hábitos de consumo más o menos semejantes. Lo observaba ya en 1998 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: «El último decenio, al acelerarse la globalización y con la integración del mercado mundial de consumidores, ha traído cambios rápidos de las pautas de consumo, desde los dentífricos hasta los refrigeradores»14.
La secuencia necesidad objetiva —► demanda económica —►producción —► consumo no se ha dado nunca en la realidad -aunque sí en el discurso teórico del sistema capitalista-; pero ahora menos que nunca. Ya en los años setenta Galbraith defendió una «secuencia revisada»: producción —► creación de la necesidad y de la demanda económica —► consumo15. Para ello se ha realizado un ingente esfuerzo publicitario (el gasto mundial en publicidad -estimado en torno al billón de dólares- se ha multiplicado por siete desde 1950: un tercio más que la producción). Citando de nuevo a las Naciones Unidas, hoy una aldea china está tan vinculada al cine de Hollywood y a la publicidad de la televisión por satélite como a otra aldea china separada por unos pocos kilómetros16.
Es innegable que, entre los sectores que tienen alguna capacidad adquisitiva de los más diversos países, se van generalizando poco a poco determinados elementos locales de la cultura occidental o, más concretamente, de la cultura «popular» norteamericana. Para describir ese fenómeno, algunos han acuñado el término «McDonaldización»17. Pero conviene no olvidar que, debido a los límites impuestos por la ecología, es imposible universalizar verdaderamente las pautas de consumo reinantes en Estados Unidos.
Por otra parte, quizás esta homogeneización cultural que hoy necesita el capitalismo global sea menos necesaria en el futuro. Todo hace pensar que las nuevas tecnologías harán posible cada vez más atender a mercados segmentados sin merma de la productividad.
Luis González-Carvajal Santabárbara
Notas al pie
1Rodríguez Carrasco, José María, La cumbre de Davos o el alumbramiento de una nueva era: elposneoüberaltsmo: Cuadernos de Información Económica 143 (1999) 124.
2Krugman, Paul, El internacionalismo «moderno». La economía internacional y las mentiras de la competitividad\ Crítica, Barcelona, 1997, p. 148.
3Cfr. Robertson, Robbie, Tres olas de globalización: Historia de una conciencia global, Alianza, Madrid, 2005.
4En la Edad media hubo por toda Europa un impresionante comercio de reliquias, con sus expertos y sus coleccionistas (como sucede hoy con las obras de arte) y con sus golpes de efecto espectaculares: robos, saqueos, ocultamientos, etc. La conjunción de una elevada demanda con una credulidad no menos elevada fomentó la picaresca. Existen miles y miles de «muelas de santa Apolonia», montones de trozos de la cruz de Cristo, etc. Muchas reliquias eran completamente inverosímiles (como el prepucio, el cordón umbilical y un diente de leche de Jesús, guardados en muchos monasterios franceses e incluso en San Juan de Letrán; o la leche de María, como la que se conserva en la Cámara Santa de Oviedo…); otras reliquias eran auténticos disparates (como el huevo de la paloma del Espíritu Santo venerado en la Catedral de Colonia o la pluma de una de las alas del arcángel san Miguel que existe en Liria, Valencia). Al fin y al cabo, «fabricar» reliquias requería una inversión mínima y generaba unos beneficios muy grandes (cfr. Maldonado, Luis, Génesis del catolicismo popular. El inconsciente colectivo de un proceso histórico, Cristiandad, Madrid, 1979, pp. 78-84).
5 Organización Mundial del Comercio, Informe 1998, p. 42.
6Maddisson, Angus, La economía mundial 1820-1992. Análisis y estadísticas, OCDE, 1997, p. 325; cfr. Maddison, Angus, Historia del desarrollo capitalista. Sus fuerzas dinámicas, Ariel, Barcelona, 1994.
7Sols Lucia, José, Sociedades plurales en un mundo global (Varios Autores, Algunas reflexiones del curso 1999-2000, Cristianisme i Justicia, Barcelona, 2001, p. 12).
8Sutcliffe, Bob, y Glyn, Andrew, Still underwhelmed: indicators of globalization and their misinterpretation: Review of Radical Political Economics 31 (1/1999) 126.
9Pío XI, Quadragesimo anno, 109 (Once grandes mensajes, BAC, Madrid, 14a ed., 1992, p. 102).
10Ul Haq, Mahbub, Un nuevo orden mundial humano: El País (30 de abril de 1992) «Temas de nuestra época» p. 3.
11García Roca, Joaquín, Contextos socio-culturales de fin de siglo: Iglesia Viva 192 (1997) 61.
12Dehesa, Guillermo de la, Comprender la globalización, Alianza, Madrid, 2000, p. 87.
13Chaves, Jorge Arturo, Globalización, ética y cultura: ¿nuevos cimientos para la economía? (Varios Autores, Transformación cultural, economía y evangelio, San Esteban, Salamanca, 1999, p. 84).
14PNUD, Informe sobre Desarrollo Humano 1998, Mundi-Prensa, Madrid, 1998, p. 46.
15Galbraith, John Kenneth, El nuevo Estado industrial Sarpe, Madrid, 1985, p. 324.
16PNUD, Informe sobre Desarrollo Humano 1998, Mundi-Prensa, Madrid, p. 63.
17Cfr. Ritzer, George, The McDonaldization of Society. An investigation into the changing character of contemporary sociallife, Píne Forge Press, California, 1993.