Es posible que, todavía, muchos obreros no vean muy clara la tendencia burguesa de nuestra clase.
¿Es que, acaso, nosotros, que tantas calamidades pasamos, no podemos permitirnos lujos, diversiones…? ¿Es que, acaso, no podemos imitar (a veces, como payasos grotescos que sólo causan el desprecio) todas las maneras de la «gente bien», sus vicios, sus costumbres, etc. . .? ¿Qué tienen «ellos» más que nosotros?
No vamos ahora a discutir nuestras ansias de imitar los gustos de aquellos que pueden satisfacerlos, sino que vamos a considerar un aspecto, quizá inadvertido, que ha llegado, o puede llegar, a crear un grave problema.
Se trata del clasismo dentro de la clase obrera. (Entendemos aquí por clasismo la acepción de clases.)
Existe, en la misma entraña de la clase trabajadora, una pléyade inmensa de hombres sin especialidad, peones, subalternos, que tenemos poca (o ninguna) consideración para con los obreros especializados. Lo que ha dado origen a la creación de dos sectores dentro de la misma clase.
Podemos, claramente, distinguir una clase obrera formada por los cualificados, por aquellos que se sienten quizá un poco más seguros de su porvenir al poseer un oficio, y «otra clase», «mayor», casi infinita, de hombres que ni siquiera esto poseen.
Estas «dos clases» viven y trabajan juntas; una gobernada y manejada directamente por la otra, de tal manera, que no se pueden concebir separadas.
Pero el amor, ese amor que tenía que achicharrar al mundo, está ausente en estas relaciones.
La clase obrera «alta» se sirve de la clase obrera «baja», como del prójimo más lejano, más difuso, menos digno de comprensión.
¿Y quién puede dudar que esto no sea una trágica concesión al aburguesamiento?
Sin embargo, los mejores militantes de Cristo, los que habrán de cambiar la faz de la tierra, saldrán de la clase «baja», porque padecen «más» hambre, y «más» miseria, y, están tan lejos de sentirse amados que sólo hay frío y tinieblas en sus vidas e insatisfacción en su horizonte.
¡Sería tan fácil hacer algo para producir el acercamiento! ¡Para llevarles un rayo de esperanza, de luz, de alegría… !
Declarando, desde luego, odio a muerte al patemalismo… y al mendiguismo. ¿Qué pensamos los de la HOAC de todo esto?
(Boletín 165.)