La Enseñanza Política de la Iglesia ha dedicado algún espacio a delimitar el concepto de paz, pero, lógicamente, su mayor esfuerzo se orienta hacia la preparación de vías para la paz. Trataremos ahora ambos aspectos.

CONCEPTO DE PAZ

  • Desde la gran definición de San Agustín de la paz como tranquillitas ordinis (orden estable, situación donde cada cosa mantiene su puesto), no ha habido otra definición en términos positivos. Siempre se ha entendido paz como ausencia de guerra. Pero la conciencia universal ha intuido que la paz no es algo sólo negativo. Es una impresión que Juan Pablo II ha recogido en CA 18, al recordar que desde 1945 no ha habido guerra en Europa, pero tampoco ha habido paz.
  • Los últimos papas no han cesado de proclamar lo corta de significado y lo injusta que es esta definición negativa de la paz; y han insinuado descripciones de ella como:

— fruto de la justicia (Pío XII y Juan XXIII);

— construcción de un mundo querido por Dios (Pablo VI);

— fruto de la solidaridad, superación de las causas de la guerra y auténtica reconciliación entre los pueblos (Juan Pablo II).

VÍAS PARA LA PAZ

Las vías para la paz propuestas por la Iglesia, y que aparecen sin excepción en todos los documentos, van en tres direcciones:

— conciencia de la persona («desarme de las conciencias», PT 113),

—  condiciones sociales más justas y

—  consenso internacional para

–  resolver los problemas por vía pacífica,

–  cooperar en el desarrollo de los pueblos,

–  lograr un desarme gradual y acordado,

–  garantizar una autoridad pública universal, con medios eficaces. 

Son tres vías inseparables que se entrecruzan constantemente. Sólo en «laboratorio» se pueden aislar. Es lo que vamos a intentar siguiendo los documentos más importantes de la Iglesia.

  • Como tesis principal de PT, se mantiene que la paz es obra de la justicia. Y la justicia es simplemente el reconocimiento práctico de la verdad de las cosas (91-97). Para Juan XXIII, siguiendo el esquema propuesto, las bases de la convivencia discurren por:
    •  el respeto a la dignidad natural de la persona. Por tanto, respetar los derechos y deberes propios y ajenos (8-45);
    • eliminación de desigualdades injustas. Lucha por la justicia (91-97);
    • relaciones internacionales basadas en la verdad, justicia, solidaridad y libertad (ver el Cap. 30 acerca de La Comunidad Internacional).
  • Más explícito es el Concilio a la hora de proponer unos cauces de convivencia pacífica, señalando tareas al alcance de las personas concretas. En GS, según el esquema previsto, se pueden identificar las siguientes propuestas:

a) En la vía personal, debe tenerse en cuenta que la paz, ante todo es fruto del amor (78), y los cristianos tienen obligación grave de cooperar en su construcción (77). Exige:

— renuncia a la violencia,

— constante dominio de sí mismo,

— propósito firme de respetar a los demás hombres y pueblos (78),

—  ayuda y aliento a los gobernantes en este empeño,

— abrir el corazón al mundo entero y rezar por él,

— no dejarse engañar con falsas esperanzas: la paz no viene por sí sola (82),

—  lucha contra las pasiones: envidia, soberbia… egoísmo, en una palabra (83).

b) En el aspecto social son necesarias:

— una nueva mentalidad sobre la realidad de la guerra (81),

— una obra educativa que valore la paz (especial y gravísima obligación de educadores y medios de comunicación),

— una opinión pública crítica y constructiva (82),

— lucha sin tregua contra las injusticias y desigualdades (83).

c) En el terreno político es preciso que los gobernantes: vigilen constantemente en favor de la paz,

—  aseguren el bien de las personas y la comunicación de bienes (78),

—  recuerden que tendrán que dar cuenta a Dios de su celo por conservar la paz (80),

—  fomenten la confianza entre los pueblos en favor del desarme,

—  tengan en cuenta que luchar por la paz es signo de sumo amor a los hombres,

— amplíen sus mentes más allá de sus fronteras (82), 

— mejoren la cooperación y coordinación de las instituciones internacionales (83),

—  establezcan un nuevo orden internacional que acabe con la miseria intolerable de muchos pueblos (84).

  • Sobre el camino de PT y PP, SRS 39-40 avanza: la paz es fruto del desarrollo, y el desarrollo es obra de la solidaridad, que es la «determinación firme y constante de empeñarse por el bien común». Esta solidaridad debe informar todas las relaciones personales, sociales e internacionales.
  • Tras los acontecimientos de 1989, se puede decir que ha comenzado la verdadera postguerra (CA 28). La nueva situación y los hechos que la han propiciado son buena ocasión para reflexionar sobre el valor de la paz. Juan Pablo II nos orienta en esta reflexión:

a) La historia reciente ha mostrado que:

la guerra no ha solucionado los problemas de Europa y del mundo (19);

—  los sistemas impuestos y mantenidos con violencia acaban mal (24);

—  el camino es la «no violencia activa», según el espíritu del Evangelio (22, 25).

b) Es hora de que Naciones Unidas establezca instrumentos eficaces para la solución de los conflictos internacionales como alternativa a la guerra, que es el problema más urgente que la comunidad internacional debe resolver (21).

c) En la situación actual, la paz es el gran valor cultural que ofrece la Iglesia al Mundo y que cada persona debe incorporar a su cultura, es decir, a su corazón. Una paz basada en la verdad sobre la Creación y la Redención y en la fraternidad de la familia humana (52).

  • Partiendo de la realidad española, VSO 1 expone algunas situaciones y mentalidades que es preciso desarraigar para abrir caminos a la paz:

a) En la persona, la indiferencia, cuando no la aprobación de la violencia-, la tendencia a radicalizar el juicio, en vez de esforzarse por comprender las situaciones; y la creciente disposición a responder violentamente.

b) En la sociedad, es preciso terminar con la proliferación de fenómenos violentos (delincuencia, drogas, secuestros, terrorismo…) y la violencia de «guante blanco»: corrupción, fraude…

c) En el terreno político es preciso superar la decepción y desánimo causado por la reciente democracia española y llegar a la convicción de que la construcción del mundo requiere paciencia.

  • También mirando la realidad española y consciente de que la lucha por la justicia es un compromiso ineludible, CPZ propone unos cauces de solución a la sensación y situación de violencia que se vive en España:

a) En lo personal propone, como norma general, la estrategia de la acción no violenta (122). 

b) Enumera algunas dificultades específicas de la situación social española que es preciso superar en orden a la paz. Para ello proponen:

— el diálogo entre los diversos grupos sociales en orden al bien común (93);

— superación del radicalismo y la intolerancia (77);

—  perdón y olvido de las ofensas cometidas en la Guerra Civil (78-80);

—  lucha por la justicia social, en especial contra el paro y la incultura (85-87);

— repudio del terrorismo, como «inhumano y cruel» (95-98).

c) En la política es preciso:

—   superar ideologías agresivas y totalitarias de ciertos grupos, y

—   lograr un acuerdo entre autonomías y bien común nacional (94).

EL EJEMPLO DE JESÚS, NORMA PARA UN CREYENTE

  • El ejemplo de Jesús es la norma de actuación en la vida de un cristiano. Y Jesús apostó con toda su fuerza por la no violencia activa. Dicho de otra forma: se opuso con firmeza al mal y a la injusticia, pero renunciando a utilizar medios injustos para defender lo justo.
  • Todos conocemos que el mandamiento del amor es básico para un cristiano en su doble formulación:

—  Ama al prójimo como a ti mismo. O dicho de otra manera: Todo lo que queráis que hagan los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos.

— Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como Yo os he amado.

  • Es también claro que Jesús invita a amar no sólo al que se porta bien conmigo, sino también al que me persigue y calumnia y me hace daño: «Al que te dé una bofetada, preséntale la otra mejilla». El propio Jesús da la razón de este comportamiento: «Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt. 5, 39-45).
  • En las Bienaventuranzas, el ideal de los cristianos, llama felices a los no violentos y a los que trabajan por la paz.
  • Jesús llevó a la práctica lo que había enseñado. Por eso, cuando en el huerto de Getsemaní van a prenderle y Pedro quiere defenderle con la espada, pese a que se daban las condiciones requeridas para el uso de la fuerza —causa justa, último medio, males menores que la injusticia que se quiere remediar—, Jesús elige el camino de la no violencia activa que le lleva a la muerte.
  • El episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo no se opone a lo dicho. No se trata de un momento en el que Jesús emplea la violencia. El látigo que tanto ha impresionado a los pintores que han plasmado esta escena en sus lienzos aparece sólo en el Evangelio de San Juan y ni en él se utiliza contra nadie. Es un símbolo de autoridad moral que señala a Jesús como el Mesías. Y el episodio es un gesto profético en el que, sin violencia física, Jesús hace ver que el templo desfigura la imagen de Dios: No es la casa de mi Padre.
  • Pero, aunque no sea aún ejemplo de violencia física, este episodio nos ayuda a precisar la actitud de Jesús. Se puede concretar en dos afirmaciones:

— Si utilizamos la distinción entre los diferentes grados de violencia, es claro que Jesús empleó las dos primeras formas: la denuncia y la coacción. Llamó hipócritas a los fariseos (denuncia). Y su gesto en el Templo es un ejemplo de coacción moral. Pero se opuso al empleo de la violencia física: huerto de Getsemaní.

— Jesús luchó contra la violencia y la injusticia con las armas de la paz. Hemos aludido antes a la invitación de Jesús: poner la otra mejilla ante una ofensa. Se trata de una invitación no literal, sino de una actitud. Cuando a Jesús le dan una bofetada (Jn 18, 22-23), no responde con otra o con un insulto, ni pone literalmente la otra mejilla. Hace algo mejor, Pregunta a quién le ha agredido: Si he hablado mal, dime en qué. Y si bien, ¿por qué me pegas? Es decir, no deja que la injusticia y el mal venzan. Se opone a ello pacíficamente.

  • La enseñanza de Jesús, su ejemplo y la reflexión sobre la historia nos hacen ver los valores de la no violencia activa que permite mantener dos valores que no son incompatibles y deben ser defendidos a la vez: la Justicia y el Amor. Es fácil vivir uno sólo de ellos. Pero estamos llamados a vivir ambos a la vez. Todo lo anterior no niega el derecho a la legítima defensa. Pero nos muestra un camino moralmente mejor.

 

UTOPÍA Y REALIDAD

  • La Iglesia nunca vio la guerra con buenos ojos. Es verdad que proclamó cruzadas y guerras santas; pero la fidelidad a la historia obliga a reconocer que no es menos verdad también que puso condiciones a la barbarie:

— propiciando treguas santas y tratados,

— instituyendo el derecho de asilo,

—  predicando la misericordia con los vencidos,

— racionalizando las guerras.

  • La historia reciente nos presenta una Iglesia defensora de la paz, muchas veces en solitario. Recuérdense los esfuerzos de San Pío X y Benedicto XV por evitar la I Guerra Mundial, afrontando incluso la incomprensión de los católicos franceses, alemanes y austriacos. Lo mismo se puede afirmar de Pío XI y Pío XII respecto de la II Guerra Mundial. La bondad de Juan XXIII, puesta al servicio de la paz internacional, es reconocida por todos; su encíclica Pacem in Terris fue un aldabonazo en la conciencia mundial. Pablo VI instituye las Jornadas de la Paz, que la Iglesia celebra todos los años el 1 de Enero, desde 1967. Su alocución en la ONU (Au moment de prendre, 4/10/1965) llevaba el significativo título de Mensaje de Paz a la Organización de las Naciones Unidas. La actitud de Juan Pablo II ante los diversos conflictos ocurridos durante su Pontificado (las crisis del Golfo Pérsico, Yugoslavia, etc.) es bien conocida. Igualmente su discurso ante la ONU (octubre, 1979) lleva el título: Construir un futuro mejor, basado en la justicia y la paz. El Mensaje de Benedicto XVI en la Jomada de la Paz de 2006 hace prever que la Iglesia va a seguir en este mismo camino.
  • El meollo de la cuestión parece estar en la proporción entre los fines y los medios. La Iglesia sigue defendiendo el derecho de legítima defensa. Pero actualmente, con los adelantos tecnológicos y el poder destructivo de las armas, en el caso de la guerra, los medios han superado cualquier fin, cualquier causa justa. ¿Hay algún valor cuya defensa merezca la destrucción del mundo? La guerra una vez comenzada es imprevisible, es «un camino sin retomo».
  • La enseñanza de la Iglesia también alaba y canoniza a personas que han puesto la otra mejilla, sin renunciar a la vez a colaborar para que el mundo sea más justo. Porque el mensaje del Evangelio no se limita a sufrir las injusticias y no responder a ellas con violencia: implica también un compromiso para erradicar esas injusticias de forma no violenta. Es preciso saber distinguir entre los:

—  derechos propios, a cuyo ejercicio puedo renunciar;

— derechos del colectivo al que pertenezco, a los que no puedo renunciar por propia cuenta;

— derechos del prójimo, al que debo defender como cristiano.

  • Las últimas reflexiones de los teólogos y creyentes, más que teorizar sobre la adecuación de medios y fines, quieren resolver el dilema entre la lucha por la justicia y las Bienaventuranzas por la vía de la resistencia pasiva o no-violencia activa. Inspirada en el espíritu del Evangelio y en la conducta y mensaje de Jesús, la no violencia activa

— atiende simultáneamente al Amor y a la Justicia, dos valores irrenunciables para un cristiano;

— se ha mostrado como medio eficaz para lograr una mayor justicia en el mundo (CA, Cap. III).

 

RESUMEN

  1. La guerra es el mayor mal de la humanidad, consecuencia del olvido de Dios y de su Ley natural (pecado). Es, pues, un hecho digno de total condena.
  2. Pero, dadas las circunstancias actuales, no se puede descartar moralmente la guerra como medio de legítima defensa de los pueblos.
  3. En ningún caso es aceptable moralmente

— la guerra sin normas,

— la guerra nuclear, bacteriológica o química,

— la guerra de agresión,

— la guerra sucia del terrorismo.

  1. La primera obligación de la comunidad internacional es establecer una autoridad universal con medios eficaces como alternativa a la guerra.
  2. Es un deber de toda persona y gobierno trabajar por la justicia y la solidaridad para construir un mundo en paz.

El papa Francisco y la paz

El Papa Francisco propone tres caminos hacia la paz: dialogo, educación y trabajo

El 21 de diciembre de 2021 fue dado a conocer el Mensaje del Santo Padre para la celebración de la 55 Jornada Mundial de la Paz, en el que propone tres caminos para construir una paz duradera: el diálogo entre las generaciones; la educación, como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo; y el trabajo para una plena realización de la dignidad humana.

 

El clamor de los pobres y de la tierra imploran justicia y paz

En su Mensaje, el papa señala que, “todavía hoy el camino de la paz, que san Pablo VI denominó con el nuevo nombre de desarrollo integral, permanece desafortunadamente alejado de la vida real de muchos hombres y mujeres y, por tanto, de la familia humana, que está totalmente interconectada”. A pesar de los numerosos esfuerzos encaminados a un diálogo constructivo entre las naciones, señala el Papa, el ruido ensordecedor de las guerras y los conflictos se amplifica, mientras se propagan enfermedades de proporciones pandémicas, se agravan los efectos del cambio climático y de la degradación del medioambiente, empeora la tragedia del hambre y la sed, y sigue dominando un modelo económico que se basa más en el individualismo que en el compartir solidario.

 

Tres caminos para construir una paz duradera

El Papa Francisco indica que, en cada época, la paz es tanto un don de lo alto como el fruto de un compromiso compartido. Existe, en efecto, una “arquitectura” de la paz, en la que intervienen las distintas instituciones de la sociedad, y existe un “artesanado” de la paz que nos involucra a cada uno de nosotros personalmente.

Por ello, propone tres caminos para construir una paz duradera.

    • En primer lugar, el diálogo entre las generaciones, como base para la realización de proyectos compartidos.
    • En segundo lugar, la educación, como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo.
    •  Y, por último, el trabajo para una plena realización de la dignidad humana. Estos tres elementos son esenciales para «la gestación de un pacto social», sin el cual todo proyecto de paz es insustancial.

 

Diálogo entre generaciones para construir la paz

Explicando el primer camino para conseguir la paz, el Santo Padre afirma que, en un mundo todavía atenazado por las garras de la pandemia, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones. Y recuerda que, todo diálogo sincero, aunque no esté exento de una dialéctica justa y positiva, requiere siempre una confianza básica entre los interlocutores. Por eso, debemos recuperar esta confianza mutua. Además, el Pontífice recuerda que, dialogar significa escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y caminar juntos. Fomentar todo esto entre las generaciones significa labrar la dura y estéril tierra del conflicto y la exclusión para cultivar allí las semillas de una paz duradera y compartida.

Los grandes retos sociales y los procesos de construcción de la paz no pueden prescindir del diálogo entre los depositarios de la memoria ―los mayores― y los continuadores de la historia ―los jóvenes―; tampoco pueden prescindir de la voluntad de cada uno de nosotros de dar cabida al otro, de no pretender ocupar todo el escenario persiguiendo los propios intereses inmediatos como si no hubiera pasado ni futuro. Si sabemos practicar este diálogo intergeneracional en medio de las dificultades, «podremos estar bien arraigados en el presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado, para aprender de la historia y para sanar las heridas que a veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas.

 

La instrucción y la educación como motores de la paz

Asimismo, el Santo Padre señala que, el segundo camino hacia la paz es la instrucción y la educación. “Estas constituyen los principales vectores de un desarrollo humano integral: hacen a la persona más libre y responsable, y son indispensables para la defensa y la promoción de la paz. En otras palabras, la instrucción y la educación son las bases de una sociedad cohesionada, civil, capaz de generar esperanza, riqueza y progreso”. Por tanto, es oportuno y urgente que cuantos tienen responsabilidades de gobierno elaboren políticas económicas que prevean un cambio en la relación entre las inversiones públicas destinadas a la educación y los fondos reservados a los armamentos.

Por otra parte, afirma el Papa Francisco la búsqueda de un proceso real de desarme internacional no puede sino causar grandes beneficios al desarrollo de pueblos y naciones, liberando recursos financieros que se empleen de manera más apropiada para la salud, la escuela, las infraestructuras y el cuidado del territorio, entre otros. Invertir en la instrucción y en la educación de las jóvenes generaciones es el camino principal que las conduce, por medio de una preparación específica, a ocupar de manera provechosa un lugar adecuado en el mundo del trabajo.

 

Promover y asegurar el trabajo construye la paz

El tercer camino indicado por el Santo Padre es promover y asegurar el trabajo. Ya que el trabajo es un factor indispensable para construir y mantener la paz; es expresión de uno mismo y de los propios dones, pero también es compromiso, esfuerzo, colaboración con otros, porque se trabaja siempre con o por alguien. En esta perspectiva marcadamente social, el trabajo es el lugar donde aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más habitable y hermoso. Pero, la situación del mundo del trabajo, que ya estaba afrontando múltiples desafíos, se ha visto agravada por la pandemia de Covid-19. Millones de actividades económicas y productivas han quebrado; los trabajadores precarios son cada vez más vulnerables; muchos de aquellos que desarrollan servicios esenciales permanecen aún más ocultos a la conciencia pública y política; la instrucción a distancia ha provocado en muchos casos una regresión en el aprendizaje y en los programas educativos.

El trabajo, en efecto, es la base sobre la cual se construyen en toda comunidad la justicia y la solidaridad. Por eso, «no debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal». Es más urgente que nunca que se promuevan en todo el mundo condiciones laborales decentes y dignas, orientadas al bien común y al cuidado de la creación. Es necesario asegurar y sostener la libertad de las iniciativas empresariales y, al mismo tiempo, impulsar una responsabilidad social renovada, para que el beneficio no sea el único principio rector.

 

Avancemos con valentía y creatividad por estos tres caminos

Finalmente invita a unir los esfuerzos para salir de la pandemia, y renueva su gratitud a cuantos se han comprometido y continúan dedicándose con generosidad y responsabilidad a garantizar la instrucción, la seguridad y la tutela de los derechos, para ofrecer la atención médica, para facilitar el encuentro entre familiares y enfermos, para brindar ayuda económica a las personas indigentes o que han perdido el trabajo. “A los gobernantes y a cuantos tienen responsabilidades políticas y sociales, a los pastores y a los animadores de las comunidades eclesiales, como también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, hago un llamamiento para que sigamos avanzando juntos con valentía y creatividad por estos tres caminos: el diálogo entre las generaciones, la educación y el trabajo”.