Fundamentos teológicos de la propuesta ecológica del Papa Francisco.

Visión de fe de la realidad

El Papa parte de una visión de fe de la realidad, desde una teología de la creación que aporta conceptos claves que fundamentan esta ecología integral: creador, creación, gracia, pecado, revelación, don, tarea, comunión, etc. Así, la ecología integral constituye una auténtica aportación cristiana con una cosmovisión, corvisión[1]y acción fruto de la Revelación, la Tradición y el Magisterio. Ya que “la riqueza de las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para un desarrollo plena de la humanidad”[2]lo mejor de sí que lleva a contemplar la realidad en su sentido más profundo.

Este punto de arranque de la ecología integral no disminuye ni desprecia en lo más mínimo la aportación de la ciencia. Por el contrario, Francisco plantea una síntesis superadora entre fe y ciencia que promueva una aproximación integral a la complejidad de la realidad. De tal forma que “conocer el universo, al menos en parte; conocer lo que sabemos y lo que no sabemos, y cómo podemos proceder para saber más: esta es la tarea del científico. Y luego hay otra mirada metafísica, que reconoce la Primera Causa de todo [Dios], oculta a los instrumentos de medición. Y todavía otra mirada, la de la fe, que acoge la Revelación. La armonía de estos diferentes niveles de conocimiento nos lleva a la comprensión; y la comprensión —esperemos— nos abre a la Sabiduría”[3].

Con esta visión de fe de la realidad con la que parte el Papa nos muestra la intrínseca relación que existe entre el cuidado de la Casa común y la fe de los cristianos: “quiero mostrar – dice Francisco – … cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles”[4]. Lo mismo era recordado por San Juan Pablo II en 1990 en el mensaje para la Jornada Mundial para la Paz: “los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe”. Ante esta propuesta cristiana de una ecología integral, surge como necesario “el esfuerzo de leer los signos de los tiempos para comprender lo que Dios nos pide en cada situación histórica es requerido también por la misma estructura de la fe cristiana. Me atrevo a decir que sin ese permanente ejercicio, nuestra vocación cristiana se resiente hasta perder su verdadero valor transformador. No es posible prestar oídos a la Palaba de salvación fuera del lugar donde ella nos sale al encuentro, es decir, en la concreta historia humana en la cual el Señor se encarnó y en la cual fundó a su Iglesia para que predicara el Evangelio <hasta el fin del mundo>”[5].

Ante una crisis tan compleja no podemos reducir las respuesta solo a un conjunto de datos, números, variantes, imágenes o noticias fugaces. Pues, “la verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental. Los medios actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal”[6]. Por eso, “invitando – dice Francisco- a maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia”[7].

Pecado y gracia en relación con la ecología

Desde la revelación bíblica Francisco afirma que el origen de la actual crisis ecológica es el pecado, con lo cual el hombre ha roto la armonía establecida por el Creador entre el hombre con Dios, el prójimo y la creación: “los relatos de la creación en el libro del Génesis… enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica. Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de <dominar> la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla y cuidarla> (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en un conflicto.”[8]. Esta herida causada por el pecado original, también tiene su expresión en la acción del hombre sobre la naturaleza, porque “la violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en lo seres vivientes”[9].

La gracia de Dios implica la justificación del hombre de la esclavitud del pecado obrada por el misterio pascual del Hijo de Dios, ya que “el hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que lo dirige y en la gracia que lo sostiene”[10]. Siendo la gracia participación en la vida divina, viene también a actualizar en el hombre su ser imago Deiy por ende la llamada a una vida y vocación sobrenatural en la lógica de la encarnación en la historia. Con ello, el hombre descubre que hay una ley inscrita en su ser: la ley natural. Santo Tomás definía la ley natural diciendo: “la ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar. Esta luz o esta ley, Dios la ha dado a la creación”[11]. En consecuencia, el hombre redimido, participando de la vida divina por la gracia y desarrollando la inteligencia de la razón por la ley natural puede reconocer que: “no somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada”[12], es un don que debemos cuidar y salvaguardar de cualquier pretensión de explotarla sin medida. Al mismo tiempo, que la gracia y la ley natural ponen en evidencia la desgracia a que se ve sometida la creación entera cuando la vida del hombre es guiada por el pecado: “Por egoísmo – dice el Papa Francisco – hemos fallado en nuestra responsabilidad como custodios y administradores de la tierra… La hemos contaminado, la hemos saqueado, poniendo en peligro nuestra misma vida […] Hemos fallado custodiando la Tierra, nuestra casa-jardín y custodiando a nuestros hermanos. Hemos pecado contra la Tierra, contra nuestro prójimo y, en definitiva, contra el Creador, el Padre bueno que provee a cada uno y quiere que vivamos juntos en comunión y prosperidad […] ¡Hemos sido nosotros los que hemos arruinado la obra del Señor!”[13].

Acudimos con ello, a una concepción profunda de la revelación y su implicación en la ecología cristiana: el hombre llamado a la comunión plena con Dios, el prójimo y la creación, por el pecado “la naturaleza única fue rota en mil pedazos”[14], “Satanás nos ha dispersado”[15]. Pero con “la Redención, obra de restauración, nos parecerá por este mismo hecho como el restablecimiento de la unidad perdida. Restablecimiento de la unidad sobrenatural del hombre con Dios, pero también de los hombres entre sí [y con la creación]: <la misericordia divina ha recogido de todas partes los fragmentos, los ha fundido en el fuego de su caridad, y ha reconstituido su unidad rota… Así es como Dios ha rehecho lo que había hecho, ha reformado lo que había formado>. Así es como vuelve al elevar al hombre que estaba perdido, recogiendo sus miembros dispersos y restaurando en ellos su propia imagen…Cristo viene a reagrupar en torno suyo a la humanidad”[16]. En la restauración de esta triple comunión (Dios-hombres- creación) el hombre puede iniciar la reconstrucción de la Creación, explotada por las personas, una tierra que es de Dios y no de las personas. Así descubre su vocación en relación con todo lo creado, lo cual “implica que el ser humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo”[17].

Así la ecología entra en la lógica de la historia salvífica, en la cual el hombre desarrolla su vocación de custodio de la creación entera. Convirtiéndose el cuidado de la casa común en una actualización de la gracia de Dios que se encarna en la historia por parte del Pueblo de Dios, que recibiéndola especialmente por los sacramentos se expresan luego en el cristiano como gracias habituales, es decir, como aquellas mociones divinas o impulsos que provienen del Creador iluminando e inspirando el entendimiento y la voluntad para mover al hombre a obrar el bien y por los cuales se santifica[18]: “la responsabilidad humana en la construcción del mundo y su cooperación a la obra del Creador: si todo cuanto existe camina hacia Cristo (cf. Col 1,16), también hacia él ha de caminar la acción humana querida por Dios para llevar su obra a término”[19]. En definitiva, la lucha contra las causas generadoras de la degradación ecológica constituye la respuesta asociada del hombre a la misión que el Señor le ha confiado por mantener el orden en la creación ante el destrozo generado por el pecado, porque la gracia “es siempre misión, vocación o…llamamiento a la responsabilidad concreta”[20].

Error exegético

Francisco afirma que existe un expreso error exegético en el relato del libro del Génesis, con lo cual se ha planteado una antropología inadecuada y en consecuencia una errónea relación del hombre con la naturaleza: “se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo.

Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia”[21]. La especial dignidad que posee la persona por ser imagen de Diosy el consecutivo mandato de “dominar la tierra”, no constituye, de hecho nada puede justificar, un dominio absoluto sobre toda la creación: “hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un domino absoluto sobre las demás criaturas”[22]. En este sentido afirmó en su primera encíclica: “la fe, además, revelándonos el amor de Dios, nos hace respetar más la naturaleza, pues nos hace reconocer en ella una gramática escrita por él y una morada que nos ha confiado para cultivarla y salvaguardarla; nos invita a buscar modelos de desarrollo que no se basen sólo en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don del que todos somos deudores”[23]. Una correcta exégesis de los relatos del Génesis nos llevan a dos conclusiones en torno a nuestro tema:

PrimeroYahveh hace una invitación a “labrar y cuidar”: “Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase.” (Gn 2,15). Con lo cual, dice Francisco que “labrar” significa cultivar y trabajar; “cuidar” significa proteger, custodiar, preservar, guardar y vigilar[24]. Estableciéndose así una relación de reciprocidad entre el hombre y la creación: “la creación establece, sobre todo, una relación fundamental entre el ser humano y Dios, una alianza que Dios custodiará perennemente, y que el ser humano está llamado a asumir libremente durante los días de su vida. Y los hará expresando reconocimiento, al entregarse a su Señor en oblación perpetua. Lo hará también guardando como bien precioso la tierra y cuanto contiene, haciendo fructificar el suelo, pero también los talentos recibidos, con un trabajo fatigoso, aunque fructífero y beneficioso. Todo don es tal solo si se comparte y se transmite, si sirve para promover el bien de los demás”[25].

Segundo“la tierra es del Señor” (Sal 24,1), la creatura sigue a su creador. El Dios creador dueño del universo, estructura la fe de los cristianos expresada en el Credo. Con lo cual, el hombre descubre que la iniciativa siempre ha sido divina en post de lo humano: “en la creación del mundo y del hombre, Dios ofreció el primero y universal testimonio de su amor todopoderoso y de su sabiduría, el primer anuncio de su ‘designio benevolente’ que encuentra su fin en la nueva creación en Cristo”[26].

En consecuencia, el hombre es administrador de un don recibido, que no le pertenece, ni puede hacer uso desproporcionado del mismo hasta sofocarlo por medio de la explotación. Así, la creación en el sentido más amplio de la palabra constituye el campo de ejercicio de la misión que Yahveh ha a su criatura. Francisco propone como superación de este error exegético y como respuesta para una lectura correcta de los relatos de la creación y para la ecología lo siguiente: “la mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses”[27].

También es necesario aclarara que un correcto planteamiento de la ecología desde la teología católica, no puede reducirse al termino “naturaleza”, por ser fiel al mensaje de la Revelación es necesario hacer énfasis en la palabra “creación”: porque “decir <creación> es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado. La naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre a todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal”[28].

La creación como revelación de Dios

Laudato Si’ expresa cómo la huella del creador permanece en la creación y cómo el hombre puede descubrir desde la maravilla del universo que “todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado carió hacia nosotros”[29]. San Francisco de Asís, al igual que muchos santos son testigo de esta especie de éxtasis que narran los salmos: “Los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal 19,1); “Señor, tus obras todas te darán gracias, y tus santos te bendecirán” (Sal 145,10) o incluso llega decir San Pablo: “porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables” (Rom 1, 20).

Aquí no estamos hablando de un naturalismo o una especie de panteísmo, nada más distante de la aportación de Francisco: ya que “esto no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad. Estas concepciones terminarían creando nuevos desequilibrios por escapar de la realidad que nos interpela”[30]; se trata de afirmar que la “contemplación de lo creado nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque <para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa>”[31]. A la vez en dicha contemplación y en el orden establecido en la creación constituye una inagotable fuente para conocer la riqueza de Dios en su relación con sus criaturas[32]; porque “el universo -dice Francisco- se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre […] no es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente divinas, sino porque el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres”[33].

Esta revelación que la creación hace de su creador es lo que lleva a San Francisco de Asís a expresar su cosmovisión en la oración que inspira el documento Laudato Si’: “Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas…

Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”[34]. Que incluso pone en boca del profeta Daniel su paradigmático Cántico de las criaturas:“Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos…” (Dn 3, 57-88-56)[35]. Con lo cual, la creación constituye una vía de acceso al conocimiento de Dios, sobre ella se basa Santo Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios por sus cinco vías: Movimiento, eficiencia, contingencia, grados de perfección y finalidad[36]. Como decía San Agustín: “interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo…interroga a todas esta realidades. Todas te responden: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión (‘confessio’). Esta bellezas sujetas a cambio, quién las ha hecho sino la Suma Belleza (‘Pulcher’), no sujeto a cambio”[37]. Por supuesto, que la creación no está al mismo nivel de revelación que lo estaría los lugares teológicos[38], pero “en la visión cristiana, la naturaleza es una realidad nueva, verdadera, dinámica, animada, dicen Los Padres, por una fuerza <luminosa> que Dios pone en ella como tensión hacia la trascendencia”[39].

En relación con la crisis ecológica, Francisco hace un llamado urgente diciendo: “también debemos volver a escuchar la tierra, que las Escrituras indican como adamah, el lugar del que fue formado el hombre, Adán. Hoy la voz de la creación nos urge, alarmada, a regresar al lugar correcto en el orden natural, a recordar que somos parte, no dueños, de la red interconectada de la vida. La desintegración de la biodiversidad, el vertiginoso incremento de los desastres climáticos, el impacto desigual de la pandemia en curso sobre los más pobres y frágiles son señales de alarma ante la codicia desenfrenada del consumo”[40]. Esto es, otra razón más para tomarse en serio el cuidado de la casa común y la misión de salvaguardar la creación, porque “las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente”[41].

La Trinidad y la ecología

Francisco plantea la relación entre el Dios Unitrino y la ecología aportando dos principios.

Primero,lanza a todo el mundo “el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria”[42]. Reconociendo que el mundo fue creado por las tres divinas personas. Una vez más en una invitación a la contemplación de la creación, con una mirada desde la gracia y no desde el egoísmo del pecado. Porque desde San Buenaventura afirma Francisco que “toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria”[43], es decir, la huella del creador en su obra. En este sentido, Mark Ferraren[44]estudiando la teología de la creación de San Agustín y su posible actualización en la ecología llega a la conclusión que para el santo la creación siendo obra de la Trinidad; también, por ella mismo Creador en la historia bíblica interpela al hombre sobre su relación con las otras criaturas, con lo cual la creación está orientada hacia la plenitud de la paz y la perfección que Dios ha dispuesto para la eternidad.

En consecuencia, el mundo creado para este Padre de la Iglesia es un libro abierto que narra la historia de la belleza y la grandeza de Dios, un libro que todos pueden leer porque no fue escrito con papel y tinta, sino con seres vivos, tangibles que proclaman y alaban sin cesar la grandeza de su creador. Es por ello, que “en este perfectivo agustiniano, el cuidado de la naturaleza no solo tiene un propósito práctico y material de satisfacer la necesidad del hombre en el presente y en el futuro, sino también sobre todo porque todo el universo tiene un valor sagrado, es una forma de sacramento que significa la presencia de Dios y nos invita a levantar los ojos y el corazón a la verdad trascendente para no quedarnos encerrados en los bienes materiales de esta tierra”[45].

Concluye M. Ferraren que San Agustín desarrolla desde Sabiduría 11, 20 una concepción de respecto a las criaturas por su valor intrínseco por su participación, a su modo, de la realidad divina porque Dios ha dispuesto en su proyecto de creación una medida, número y peso, ante la cual el hombre debe salvaguardarla sin hacer un uso desproporcionado de lo creado que conlleve a instaurar un desorden en el orden de la creación querida por Dios: “así, toda criatura, independientemente de su utilidad, tamaño y perfección, no es superflua y es digna de respeto y cuidado, ya que tiene su origen en Dios, de alguna manera lleva el reflejo y los vestigios del creador, y es continuamente deseada y sostenida por Dios”[46].

Segundoplantea una ecología que tenga como modelo la comunión trinitaria, que se expresa en la relación: “las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones…en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no solo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misa para vivir en comunión con dios, con los demás y con todas las criaturas”[47]. Esta dinámica trinitaria de la creación va a constituir la base para afirmar otro de los principios de la ecología del Papa argentino: todo está conectado,ya que “siendo creados -dice el Sucesor de Pedro- por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde”[48].

El Papa Francisco entresaca estas aportaciones de la vida de Jesús, quien afirma la paternidad de Dios en la creación, cuando lleno del Espíritu Santo proclama a su Padre como “Señor de cielo y tierra” (Cf. Le 10,21). El Hijo de Dios, vivía en armonía con la creación, esto lo supo comprender claramente las primeras comunidades cristianas llegando a afirmar: “Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él” (Col 1, 15-16). Incluso en la pedagogía de las parábolas y en su actuar Jesús se vale de la creación para enseñar el mensaje de salvación: la semilla de mostaza, el trigo y la cizaña, el agua y el vino, multiplicación de panes y peces, usa el barro para curar, es bautizado con agua, pan y vino en la última cena, la parábola del árbol y sus frutos, la parábola del sembrador, la oveja perdida, etc.

También el Papa recuerda que Jesús lleva hasta las últimas consecuencias el trabajo, pues “Jesús trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por Dios para darle forma con su habilidad de artesano. Llama la atención que la mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea”[49]. Con ello, la concepción del trabajo no se estanca en una mera búsqueda de beneficios para subsistir, sino que, recuerda Francisco en su última Carta Apostólica, “el trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia”[50]. La relación de la Segunda Persona de la Trinidad con la creación es muy estrecha porque “desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afecta su autonomía”[51].

Con respecto al Espíritu Santo, Francisco nos dice que “Él está presente en lo más íntimo de cada cosa sin condicionar la autonomía de su criatura. Esa presencia divina, que el salmista explica diciendo: “envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (104,30), “asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser, <es la continuación de la acción creadora>”[52]. Por ello, pensamos que no es casualidad los símbolos con los que se representa al Espíritu Santo en la biblia y que reúne el Catecismo (n° 694-701): agua, unción, fuego, nube, luz, mano, dedo, paloma. Corroboración de esta relación estrecha entre Dios y su creación en la historia hasta su consumación: “es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo… A Él se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo”[53].

Eugene R. Schlesinger, estudiandoLaudato Si’, aporta dos principios para un correcto desarrollo en la relación entre ecología y teología: primero, “Una vez más nos llama la atención la importancia de desarrollar una ecología teológica, en lugar de una teología ecológica. Solo así podremos evitar el cautiverio ideológico de la doctrina cristiana al atender esta urgente realidad”[54]. Segundo, estudiando a Santo Tomás de Aquino y a Bernard Lonergan, enfatiza la importancia de las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo en su relación con la misión de la Iglesia que lleva como centro el anuncio de la redención obrada por Dios para la transformación de la humanidad, para una nueva forma de relacionarse las personas con la creación; con lo cual una auténtica ecología teológica debe colocar las misiones redentoras de toda la Trinidad para con la creación, comprendiendo que es imposible un antropocentrismo sin que repercuta en detrimento de la centralidad de Dios: “Primero, la humanidad está descentrada, lo que significa que debemos mirar no solo a nuestros propios deseos y maquinaciones en términos de nuestras prioridades. En cambio, la agenda del Creador es el centro de nuestras preocupaciones, y este Creador no ha hecho una humanidad aislada, sino que nos ha colocado dentro de un vasto todo, todo lo que valora […] el antropocentrismo de perspectiva y el antropomonismo de interés han causado estragos en la tierra […] Lo último que necesitamos es un acercamiento pelagiano al medio ambiente o un complejo salvador para la humanidad. En cambio, reconocemos que todo nuestro bien se deriva y depende de la gracia y la acción divinas”[55].

Ecología y misión de la Iglesia

La ecología relacionada con la misión eclesial constituye un apartado del llamado que hizo en su momento Francisco sobre la necesidad de la conversión pastoral[56].Una Iglesia en salida hacia las periferias geográficas y existenciales que busque primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar[57]. En este sentido, el cuidado de la Casa común adquiere carta de presentación en la missio Ecclesiae como actualización del mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Me 16,15). Así lo recordaba el Sumo Pontífice a los pueblos de la Amazonia y su lucha de denuncia social: “ustedes con su vida son un grito a la conciencia de un estilo de vida que no logra dimensionar los costes del mismo. Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común”[58].

Schlesinger desarrolla esta relación que guarda ecología y misión de la Iglesia diciendo: “Francisco señala que la ‘ecojusticia’ está ligada a la justicia humana. La crisis ambiental afecta de manera desproporcionada a los pobres y vulnerables del mundo. En la medida en que la Iglesia tiene la tarea de trabajar por un desarrollo humano integral, también se debe cuidar el medio natural. De hecho, la tierra es el hogar común de la humanidad, lo que significa que, para que las personas humanas prosperen, también depende del ecosistema o ecosistemas de los que somos parte integral. Sin embargo, Francisco llega tan lejos como para señalar que la tierra misma es víctima de la injusticia. Entre los pobres y vulnerables en cuyo nombre la Iglesia ejerce una opción preferencial, debe incluirse la tierra, nuestra madre y hermana común[59].

Por otra parte, en la misión de la Iglesia por la construcción del Reino de Dios el Magisterio advierte que se deben evitar un error: el reducir el cuidado de la casa común a un “ecocentrismo” y a un “biocentrismo” desplazando u ocultando la primacía de la persona humana o reduciéndola a una parte más, incluso equiparándola al común panorama ecológico: porque esta concepción errónea de la ecología “<se propone eliminar la diferencia ontológica y axiológica entre el hombre y los demás seres vivos, considerando la biosfera como una unidad biótica de valor indiferenciado. Así se elimina la responsabilidad superior del hombre en favor de una consideración igualitaria de la “dignidad” de todos los seres vivos>”[60].

Una correcta concepción del medio ambiente lleva por una parte el no reducir la creación a un mero objeto de explotación y por otra parte tampoco puede llevarnos a absolutizarla, colocando su dignidad por encima de la persona humana. Este error conlleva a divinizar la naturaleza, tal como se observa hoy en diversos movimientos ecologistas, así lo denuncia Francisco: “es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente”[61]. Esto constituye parte integral de la fe del cristiano: “la defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada… Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo”[62].

En mayo de 2020 el teólogo de la Sociedad para las Misiones Africanas Donald Zagore enviaba una carta a la Agenzia Fides, explicando que “es imposible pensar en la actividad misionera de la Iglesia fuera de la esfera ecológica. El objetivo de esta orientación misionera es hacer que las personas sean conscientes de que el compromiso con los pobres y marginados, la piedra angular de la acción misionera en los últimos años, bajo los auspicios de ‘Vox victimarum vox Dei’, no debe hacerse sin un decisivo y profético compromiso por la tierra, que hoy es la más pobre de los pobres, la más marginada de los marginados”[63]. Con lo cual, a los principios misioneros que exhortan la búsqueda de la justicia, liberación, inculturación, se suma el tema del cuidado de la creación como parte importante de la actividad misionera del siglo XXI: “el principio de la misión como compromiso con la protección de la Creación es fundamentalmente transmitir sobre todo nuestra dinámica política, económica, cultural, social, eclesial, el grito de la tierra, nuestra casa común, que es un grito de sufrimiento y agonía”. En dicha actividad misionera, siempre se debe tener presente el vínculo entre el compromiso en las estructuras seculares y la escatología cristiana para evitar un reduccionismo socio-ecológico. Termina el teólogo africano recordando, que el tema del cuidado de la casa común es una de las principales contribuciones del pontificado de Francisco para la actividad misionera de la Iglesia.

 

Fuente: “LA PROPUESTA ECOLÓGICA DEL PAPA FRANCISCO”  por OSMIN SERRANO GRILLET.  Puedes adquirir el libro en la Editorial Voz de los sin Voz Nº 811.  

 

NOTAS

[1]     Referida al corazón, en sentido bíblico, como el lugar donde se toman las grandes decisiones de la vida y como el amor sobre la realidad en su doble y complementaria versión de encarnación del amor y esperanza de liberación.

[2]     LS’62

[3]     Discurso del Papa francisco a los participantes en la escuela de verano del Observatorio Astronómico Vaticano,14 de Junio de 2018; En España en los años 60 el Consiliario de la HOAC D. Tomás Malagón expresaba esta realidad con estas palabras: “la teología es la física más profunda del universo, con la que han de coordinarse todas las demás ciencias y actividades humanas”, obtenido de: https://antigua.solidaridad.net/noticia/1526/d-tomas-malag-o-n-almodovar-sacerdote-promotor-de-militantes-cristianos

[4]     LS’,64

[5]      L. Argüello, Visión de fe de la realidad. Aportación elaborada desde los Mensajes del Cardenal Bergoglio a las Comunidades Educativas. Buenos Aires (1999-2008),Madrid 2019, 3

[6]      LS\ 47

[7]      LF, 34

[8]      LS’,66

principios de interdependencia y en la ruptura de las redes de solidaridad entre las criaturas”, Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en el Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Derecho Penal,15 de noviembre de 2019

[10]    CAT, 1949

[11]    CAT, 1955; Por su parte, el Papa León XIII afirmaba: “la ley natural, escrita y grabada en el corazón de cada hombre, por ser la misma razón humana que manda al hombre obrar el bien y prohíbe al hombre hacer el mal […] Pero este precepto de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuera órgano e intérprete de otra razón más alta, a la que deben estar sometidos nuestro entendimiento y nuestra libertad”, Encíclica, Libertas praestantissimun,6

[12]     LS\ 67

[13]    Audiencia General, 22 de abril 2020

[14]    San Máximo el Confesor, Quaestiones ad Thalassium,q.2 (P.G. 90, 256)

[15]    Dice San Cirilo de Alejandría explicando el pecado original y la necesidad de la redención en: In Jo., 1.7(P.G. 74,69)

[16]     H. De Lubac, Catolicismo. Aspectos sociales del dogma,Madrid 2019, 33-34

[17]     LS’, 68

[18]   Cf. G. Müller, Dogmática. Teoría y práctica de la teología, Barcelona 2009,828; L. Ott, Manual de teología dogmática,Barcelona 2009, 345

[19]    L Ladaria, Teología del pecado original y de la gracia,Madrid 2007, 280

[20]    K. Menke, Teología de la gracia. El criterio del ser cristiano,Salamanca 2006, 270

[21]     LS\ 67

[22]     Ibíd.

[23]     LF, 55

[24]     LS\ 67

[25]    Pontificia Comisión Bíblica, « ¿Qué es el hombre?» un itinerario de antropología bíblica,2020, N2 149.

[26]    CAT, 315

[27]     LS\ 75

[28]     LS\ 76

[29]     LS\ 84

[30]     LS\ 90

[31]     LS\ 85

[32]    Cf. LS\ 86

[33]     LS\ 233-234

[34]     Con tico de lo crio tu ros

[35]     “El himno describe una especie de procesión cósmica, en el que todas las criaturas bendicen al Señor” San Juan Pablo II 10-VII-2002

[36]    Summo Theologico,I, 2,3

[37]    Serm.241, 2

[38]    I. Mejía Correa llega a la conclusión de que la ecología es un lugar teológico, como un signo de los tiempos para nuestra actualidad: “Indiscutiblemente, la ecología se convierte en lugar teológico, porque sus realidades afectan al hombre. Pero también develan la crisis ética y la pérdida del sentido del Absoluto. En últimas, los fenómenos como el cambio climático y la deforestación, expresan el rompimiento del hombre con Dios y, como consecuencia nefasta, con la Creación”, en: “‘Laudato si’: un nuevo paradigma ecológico”. Revisto Albertus Mognus 7/1(2016), 153. Las páginas 148-150 desarrollan dicha conclusión.

[39]     O. Clément, Sobre el hombre,Madrid SF, 83

[40]    Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada de oración por el cuidado de la creación, 1 de septiembre de 2020

[41]    CAT, 339

[42]     LS\ 239

[43]    LS\ 239

[44]    Cf. “Contemporary ecology and augustine on creation”, Estudios Eclesiásticos94/369 (2019) 363-402

[45]    M. Ferraren, “Contemporary ecology and augustine ,398

[46]     M. Ferraren, “Contemporary ecology and augustine,398

[47]     LS’, 240

[48]     LS’, 89

[49]     LS\ 98

[50]     PC, 6

[51]     LS\ 99

[52]     LS\ 80

[53]     Liturgia bizantina, Tropario de maitines,domingos del segundo modo

[54]    “A Trinitarian Basis for a ‘Theological Ecology’ in Light of Laudato Si'”, Theological Studies 79/2 (2018) 346

[55]     E. Schlesinger, “A Trinitarian Basis…”, 345, Cf. Especialmente p. 346-355

[56]    EG, 25-33: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”EG, 27

[57]     EG, 24

[58]    Viaje apostólico de su Santidad Francisco a Chile y Perú, Encuentro con los pueblos de la Amazonia, Puerto Maldonado, viernes 19 de enero 2019

[59]    “A Trinitarian Basis…”, 343: Cf. F. Arellano hace una interesante síntesis respondiendo a la pregunta ¿Qué aporta la Iglesia a la conservación y salvaguarda del ambiente? Desde una reflexión sobre la ecología de Francisco en: “La encíclica Laudato Si’ y el papel de la Iglesia para proteger la naturaleza”, Isidorionum27/54 (2018) 296-304

[60]    CDSI, 463

[61]    LS\ 91

[62]     GE, 101

[63]    Obtenido de: http://www.fides.org/es/news/67971-AFRICA_Semana_Laudato_Si_mision_en_la_sociedad_en_la_economia_en_el_cuidado_de_la_Casa_comun