La recuperación de la idea tomista de la religión como virtud es crucial para la resistencia de la Iglesia frente a la disciplina del estado.
Las virtudes involucran a la persona entera, cuerpo y alma, en unas prácticas que conforman al cristiano para el servicio de Dios.
Más aún, las virtudes se adquieren en comunidad, dentro de las prácticas “públicas” de una comunidad eclesial que, por ser el Cuerpo de Cristo, testimonia la capacidad para discernir la virtud del vicio, o la paz de la violencia.
La “ética política” cristiana es, por tanto, inseparable de un relato de cómo virtudes como la religión y el trabajo por la paz se producen y se reproducen -o se deforman- en las prácticas habituales de la Iglesia.
Una presencia pública cristiana no puede consistir en la búsqueda de influencia sobre los poderes, sino más bien en el tipo de disciplinas comunitarias que necesitamos para producir unas gentes de paz capaces de hablar con verdad al poder.
(Del Libro Imaginacion Teo-política. William T. Cavanaug)