Si los gestos de solidaridad y amor desinteresado siempre fueron una especie de profecía, un signo poderoso de la posibilidad de otra historia, hoy su carga de propuesta es infinitamente mayor. Marcan una huella transitable en medio del pantano, una dirección justa en el instante de extravío. Contrariamente, la mentira y el robo (ingredientes principales de la corrupción) siempre son males que destruyen la comunidad.

Si prestamos nuestro asentimiento a la palabra del Evangelio, sabemos que aun lo que parece fracaso puede ser camino de salvación. Esto es lo que  puntualmente hace la diferencia entre un drama y una tragedia. Mientras que en la segunda el destino ineluctable arrastra la empresa humana al desastre sin contemplaciones y todo intento de enfrentarlo no hace más que empeorar el final irremisible; en el drama, en cambio, la vida y la muerte, el bien y el mal, el triunfo y la derrota se mantienen como alternativas posibles: nada más lejos de un optimismo estúpido, pero también del pesimismo trágico, porque en esa encrucijada quizás angustiante, podemos también intentar reconocer los signos ocultos de la presencia de Dios, aunque más no sea, como chance, como invitación al cambio y a la acción… y también como promesa.

La palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.

Unidos a Dios escuchamos un clamor.

De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad.

Fidelidad al Evangelio para no correr en vano.

El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. La llamada a la caridad del Evangelio tan clara, tan directa, tan simple y elocuente, que ninguna hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarla. Sin la opción preferencial por los más pobres, «el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día». La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria.

La caridad política.

La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar no solo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común.

Cuidar la fragilidad.

¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado?. Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Hay otros seres frágiles e indefensos, que muchas veces quedan a merced de los intereses económicos o de un uso indiscriminado. Me refiero al conjunto de la creación.

 

  • Cardenal Bergoglio. Mensajes a las Comunidades Educativas. Buenos Aires (1999-2008). Página web de la Archidiócesis de Buenos Aires.