“No creo que exista una solidaridad mayor que la solidaridad obrera”

 Monseñor Alfred Ancel (Obispo auxiliar de Lyon 1898-1984)

No hablo todavía del movimiento obrero. Nunca hubiera podido existir sin la solidaridad obrera. El movimiento obrero ha desarrollad esta solidaridad, la ha reforzado, la ha manifestado bajo nuevos aspectos. Pero no la ha creado. Hablo de la solidaridad obrera. No hablo de la caridad. No les gusta a los obreros que les digan que son muy caritativos los unos para con los otros. No les gusta la palabra “caridad”. Es una pena, pero así es. Para ellos la caridad es limosna. Dar limosna a una persona es tenerlo como mendigo, es humillado. El obrero respeta a sus compañeros y no les da limosna.

Pero la solidaridad está muy bien. Están entre compañeros. Hay uno que está necesitado, los demás le ayudan. Hoy le toca a él; mañana le tocará a otro. Pero están entre iguales . Pero no ayudan al compañero para que el otro le ayude a su vez. La solidaridad es desinteresada. Está necesitado un compañero. Puedo ayudarle; por consiguiente le ayudo. Y se acabó el asunto. No hay que volver a pensar en ello.

La solidaridad no es algo calculado, es espontánea. No se manda, sino que viene del corazón.

Por supuesto que darán las gracias al compañero. Es un “tío estupendo”. Pero para él es lo natural. No espera las gracias, no trabaja para que se lo agradezcan.

Hay dos formas de solidaridad: la solidaridad de corazón y la solidaridad de acción.

El obrero no cree en la verdad del sentimiento, si no se hace algo en su ayuda. Si hay corazón, hay ayuda.

No conoce las palabras bonitas y las bellas declaraciones. Incluso le dan vergüenza sus sentimientos. Es hosco y brusco en su manera de ayudar…

Desgraciadamente no todos los obreros son «tíos estupendos». Los hay también egoístas. En el mundo obrero, el egoísmo es el gran pecado. Hay una palabra que designa al egoísta, al que no ayuda, al que no reparte. Ése perdonad la expresión por ser un poco bruta, pero expresa bien lo que quiere decir- ése es un «cerdo».

Entre los “tíos estupendos” y los “cerdos” están los tipos intermedios. Incluso un «tío estupendo» no siempre es tan estupendo».

Nos encontrarnos ahora en el centro de la conciencia moral obrera.

El obrero no es severo para con la borrachera, ni para con los pecados de la carne, pero condenará siempre el egoísmo, en él como en los demás.

Se han dado estos últimos años muchos casos de solidaridad obrera. Leedlos con gusto. Nos hacen mucho bien. Más de una vez sacuden nuestro egoísmo y hacen que nos preguntemos con angustia: ¿lo hubiera hecho yo?.

Os contaré dos anécdotas:

En un taller un hombre está enfermo. Todos lo notan. «Deberías ir al médico». «No puedo. Mi mujer está en casa. El seguro y la pensión no nos bastarían a nosotros y a nuestros hijos. Seguiré trabajando».

Entonces un peón propuso algo: «Haremos todos una hora suplementaria a !a semana y entregaremos el importe para que pueda quedarse en casa. Así podrá cuidarse». Todos estaban de acuerdo.

En una casa, justo debajo del techo, hay un cuarto. No hay cristal en la ventana. Mejor dicho, ni siquiera hay ventana, sólo el hueco. Antes no vivía allí nadie, serviría de granero. Ahora hay una familia.

Un niño va a nacer. En la misma casa una familia se hace cargo de la madre y del niño. Estaban prietos. Todo se arregla apretándose un poco más. El niño vive.

Algunos al leer estas líneas quizá piensen que caigo en el obrerismo y desprecio a las demás clases sociales. Nada menos cierto. Hago constar hechos. No creo que exista una solidaridad mayor que la solidaridad obrera, tal como la he explicado,

Se comprende por qué.

 

Fuente: extracto del libro: “Mentalidades Obrera y Burguesa” Monseñor Alfred Ancel (Obispo auxiliar de Lyon 1898-1984)