Guillermo Rovirosa  (1953).

 

En uno de los párrafos del Radiomensaje de nuestro Santísimo Padre, en la última Navidad (Radiomensaje del año 1953), se hace referencia a los avances de la técnica moderna, que al desarrollar los medios de comunicación de una manera casi milagrosa, ha ido empequeñeciendo al mundo, hasta el punto de que los adoradores de la diosa Técnica no solamente no han podido satisfacer sus ansias de infinito, sino que se encuentran encerrados en una pequeña prisión. Que aún será más pequeña cuando lleguen a Marte (si llegan).

El Papa se refiere principalmente a la técnica de la Materia, que en sí misma no es buena ni mala. Es buena (excelente) si entra en el «Plan de Dios»; y es nefasta cuando se esfuerza en negar a Dios.

Pero hay otras técnicas, además de las que se refieren a la materia. Precisamente, en los primeros años de la HOAC no se daba ningún Cursillo en que no figurara un temario sobre la «Técnica del Apostolado». Hoy, gracias a Dios, ya estamos un poco de vuelta.

La técnica de la materia permite en todo momento conseguir unos efectos determinados si se siguen exactamente las condiciones previas que ella ha fijado. Una reacción química lo mismo se produce en el África negra que en Escandinavia.

Pero cuando en la técnica interviene la vida, aun la más elemental, que es la de los vegetales, hay que contar siempre con un elemento de indeterminación. Aquí la técnica ya no es categórica, sino probable. Esto se acusa más en la técnica de la vida animal, en que los elementos de sorpresa son mayores (aun moviéndose todos los animales dentro de la rígida ley del instinto de su especie).

Cuando la técnica toma como «sujeto» al hombre, viene el caos. ¿Quién conoció nunca una técnica para «elaborar» hombres en un sentido determinado? Algunos quizá hayan podido ilusionarse con apariencias, como Hitler, o actualmente Rusia y otros países. Pero los síntomas son demasiado claros para asegurarnos que ni Rusia ni los otros serán una excepción en la Historia.

La técnica se basa en un determinismo total; por eso su verdadero reino es la pura materia; esta es su esencia. En cambio, la esencia del hombre es la libertad.

La síntesis entre determinismo y libertad no puede hacerla más que Dios…, porque Dios es Amor.

Esta es, en definitiva, la técnica de nuestro apostolado: el Amor.

Todos los determinismos que queramos establecer con una técnica depurada de normas, reglas, fórmulas, reglamentos, previsiones y provisiones, etc., no tienen absolutamente ningún valor en sí mismos si pretenden reglamentar y encauzar la Vida del Espíritu Santo en las almas. Su eficacia está no en sí mismos, sino en la medida que se dejen traer y llevar por el Espíritu Santo, que es un espíritu de Amor.

Realmente, hay que repetir sin cesar la regla de oro: Ama, y haz lo que quieras.

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Volvamos al principio. Una técnica (!) apostólica depurada, en la que el Espíritu Santo ya tenga señalados todos sus movimientos, y los apóstoles sus gestos, sería una verdadera prisión para el Espíritu Santo y para los hombres.

La técnica al servicio del Amor. Esta es la verdad en lo físico y en lo metafísico. A fuerza de palos (¡benditos sean!) ya hemos ido aprendiendo algo de esto.

(Boletín, n.° 112)