No hay mejor manera para entender una biografía, un fenómeno social, político, económico, cultural o una civilización entera que comprender su estructura teológica. Desde esta premisa, el presente artículo intenta abordar la teología que explica la vida de converso de Julián Gómez del Castillo; pero, también, las aportaciones que él hace a la teología. El autor es el padre Carlos Ruiz, misionero y teólogo.

P. Carlos Ruiz

Nuestros presupuestos

Partimos de dos hechos: (a) La teología, que es la racionalización (más o menos explícita, más o menos acertada) sobre Dios, es el metarrelato que más nos determina, tanto en lo trascendental de la vida como en lo trivial y hasta en lo que hacemos mecánicamente. Es lógico: nada hay más importante que la aceptación o no de Dios y la manera en la que le concebimos o le sustituimos; (b) Todos tenemos una determinada concepción teológica, aunque la mayoría simplemente se apunta al pensamiento teológico predominante, que es el que interesa a los que manejan el poder. Nuestra época también es profundamente teológica, como todas las edades de la humanidad; aunque predomina una teología radicalmente equivocada.

Consecuentemente con lo anterior, nos parece que no hay mejor manera para entender una biografía, un fenómeno social, político, económico, cultural o una civilización entera que comprender su estructura teológica. Desde esta premisa, el presente artículo intenta abordar la teología que nutre y explica a Julián Gómez del Castillo y las aportaciones que él hace a la teología, conscientes de que él nunca se especializó en esta ciencia madre del saber y que probablemente nunca imaginó ni pretendió que le tuvieran en cuenta en las aulas teológicas.

Antes de exponer las conclusiones a las que hemos llegado en nuestro estudio, les vamos a presentar algunos de los frutos apostólicos y espirituales de la vida y obra de Julián Gómez del Castillo, ya que a partir de ellos nos será más fácil avanzar en nuestro objetivo. Vamos a ir, por tanto, de los frutos a las raíces, aplicando aquello que decía H.U. von Balthasar: la espiritualidad es una ‘fenomenología teológica’.

 

Y el último presupuesto: Julián debe su visión teológica a su fidelidad a la Tradición, transmitida y encarnada principalmente por Guillermo Rovirosa (en primer lugar) y por Tomás Malagón, excelentes teólogos profesionales ambos. Gracias a Rovirosa, Julián tendrá acceso a lo mejor de la nouvelle theologie, una de las corrientes más influyentes en el Vaticano II. Además, Julián en varios aspectos fundamentales radicalizó y encarnó algunos de los planteamientos teológicos de estos autores, abriendo nuevos horizontes teológicos.

Los frutos apostólicos y espirituales de la vida y obra de Julián G. del Castillo

Nuestro autor es un referente para la Iglesia contemporánea por cómo planteó la evangelización. Lo hizo de una manera muy novedosa para su época, pero -al mismo tiempo- coherente con la tradición de la Iglesia católica. Yo le considero un tradicionalista revolucionario.  Julián fue revolucionario por los siguientes motivos: (a) Se adelanta a los postulados conciliares y a los del episcopado iberoamericano (Medellín, Puebla) que promueven el protagonismo de los pobres en la evangelización. Los empobrecidos, con toda la carga semántica y conceptual de este vocablo que era el preferido por Julián, no son objeto sino sujeto evangelizador. Pocos lo podían afirmar con su autoridad, ya que él es hijo de la explotación y de la lucha obrera solidaria hasta las últimas consecuencias; (b) Toda su vida y obra se encauzan al objetivo anterior, que es profundamente teológico. Su familia, la frustración de la vocación profesional, los amigos y -la base de todo- su asociación en la Iglesia son en razón del protagonismo evangelizador de los últimos. También en esto fue revolucionario tradicional ya que apostó por la organización laical en la que los pobres pudieran cultivar:

1.º Formación integral para pensar con cabeza propia y tradicional, sin depender de la mentalidad academicista-burguesa, que es la predominante en el cristianismo de los últimos tres siglos.

2.º Formas de vida y organización autogestionarias, huyendo del clericalismo y dirigentismo, así como de los líderes infantilizadores.

3.º Plataformas evangelizadoras propias, fuera de los mecanismos perversos del sistema materialista y de cualquier dependencia económica o politiquera.

4.º Todo ello desde la primacía real, efectiva, de lo sobrenatural, que no niega ni anula sino que respeta y realiza al máximo las potencialidades de lo natural.

5.º Por eso, Julián G. del Castillo no solo rechazó sino que combatió las falsas opciones que plantean los reformismos y los pseudo-revolucionarios ideologiazados: comunistas, socialdemócratas, populistas, democristianos, liberales, nacionalistas, ultras, nacionalcatólicos… por eso, parecía una rara avis, apreciado por su coherencia y solidaridad, pero evitado por los que consideraban que era un converso radical. Y, efectivamente, lo era.

6.º La propuesta de evangelización de los pobres de Julián no se parece en nada a las múltiples variantes del asistencialismo oenegé que nos ha invadido, ni a los partidos y sindicatos confesionales creados para domesticar a los pobres, ni a las asociaciones burguesas de corte intimista-espiritualista. Es más parecida a la militancia de la que habla S. Pablo (2 Tim 2, 3), a la espiritualidad martirial de los primeros siglos, al temple de los monjes o mendicantes de la Edad Media, al entusiasmo de los evangelizadores de América… Es indudable que en la época gris, uniformadora y castrante que nos ha tocado vivir, conocer la vida y obra de Julián es un desgarro en la conciencia y en el alma. Pero, no seamos adánicos; Julián no inventa nada que no estuviese en la Escritura y en la vida de la Iglesia, simplemente trata de encarnarlo en esta hora dramática de Gracia.

¿Cuál es la teología que explica esta novedad desde la Tradición?

Ahora, sí. Una vez descrita -muy someramente- la aportación de Julián a la evangelización y a la espiritualidad, es el momento de entender la corriente teológica que explica esos frutos.  Julián, desde el punto de vista teológico, fue integralista. Usamos esta denominación -proveniente de la teología anglosajona- a sabiendas de que él nunca la utilizó.

El calificativo integralista no siempre tiene una buena recepción en el ámbito hispano, ya que algunos se empeñan en asimilarla con integrismo. Y nada más lejos de la realidad porque el integralismo es la negación, por superación, del integrismo.

La corriente integralista es tan importante que el Concilio Vaticano II solo se comprende correctamente desde esta perspectiva, ya que propone retomar la teología tradicional de la Iglesia para superar el dualismo que separa lo natural de lo sobrenatural, que es el sesgo predominante de la teología desde el siglo XVII. Efectivamente, los teólogos más destacados que preconizan y orientan los diálogos y resoluciones conciliares, como Henri De Lubac, Karl Rahner o Ratzinger, rechazan la interpretación neoescolástica de “los dos pisos” en la relación de la gracia y la naturaleza, ya que con ella se pierde de vista la idea patrística y medieval del desiderium naturale visionis beatificae y se presenta el añadido sobrenatural de la gracia como “extrínsecamente” referida a una naturaleza humana autosuficiente y plenamente completa en sí misma. Dado que la gracia no está conectada con la naturaleza humana y creatural en general, el acceso a ella es voluntarista, es decir, moralista o/y gnóstico. Esta falsa teología es la que sigue predominando en nuestros días, también en el catolicismo burgués. Frente a esto, De Lubac y Rovirosa denuncian que la teología neoescolástica se inventó la existencia de dos sistemas paralelos de orientación a Dios: uno natural y otro sobrenatural.

Integralismo, por tanto, es unir en comunión dramática, tensa -sin confundir ni mezclar- lo natural y lo sobrenatural; lo histórico y lo metahistórico; la razón y la fe; la política y lo divino; la cultura y la religión; la libertad y la gracia…

Esta integración de los dos planos que constituyen toda la realidad, puede hacerse de dos maneras: o integrando lo sobrenatural en lo natural o integrando lo natural en lo sobrenatural. Ambas vías se hacen presentes en el pre y en el postconcilio. La primera tiene como representante fundamental a Karl Rhaner y la segunda a Henri de Lubac. Esta segunda es la correcta y es la que exudan los textos del Vaticano II; pero es la primera la que, lamentablemente, va a imponerse en la aplicación del gran Concilio hasta nuestros días.

Julián bebe del venero integralista gracias a Guillermo Rovirosa (especialista en Henri de Lubac); pero, también gracias a su pertenencia desde niño al movimiento obrero no ideologizado, al que le debe su pasión por el bien, la verdad y la justicia. Aquí tenemos lo que es, probablemente, la aportación esencial de Julián: una mirada de fe, teológica, a su propia clase, la de los empobrecidos, que le permite integrar (con radicalidad y entusiasmo) sus luchas legítimas y aspiraciones de liberación integral en el plan divino de salvación, en el “misterio de Dios, que es Cristo, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 2-3). Este integralismo que sobrenaturaliza lo natural, o -mejor- que lleva a sus máximas consecuencias lo que está llamado a ser lo natural, hizo que Julián se enfrentase con los que pretendían naturalizar lo sobrenatural en el llamado sociologismo cristiano, que convierte la fe en ideología o voluntarismo. Por eso, sale (o le sacan) de la HOAC cuando esta renuncia a la herencia rovirosiana para convertirse en extensión eclesial de determinados partidos y sindicatos; pero también, por esto mismo, identificó con rapidez los errores de la teología de la liberación incluso antes del pronunciamiento magisterial. Lo hizo precisamente para defender a los empobrecidos y sus combates históricos, ya que no hay mayor traición a su causa que convertirla en una mera proclama ideológica o en proyecto moralista, ignorando sus fundamentos teológicos sobrenaturales. Julián (siguiendo, de nuevo, a Rovirosa) hace verdadera y profunda teología de la historia, antes que doctrina social de la Iglesia, que siempre tiene que venir después, como fruto maduro.

La otra gran aportación de Julián es encarnar este integralismo teológico en experiencias apostólicas coherentes con el mismo, como la Editorial ZYX o, posteriormente, el Movimiento Cultural Cristiano, que hace gala en su propio nombre de la integración de la que estamos hablando y que pretende ser un camino eclesial en el que los empobrecidos protagonicen su liberación integral desde la primacía absoluta de lo trascendental, de la comunión eclesial y de la solidaridad que es compartir hasta lo necesario para vivir.

Y aquí llegamos a lo que la teología le debe a Julián Gómez del Castillo: en él, en su obra, tenemos una encarnación de lo que supone la teología integralista para nuestros días sin caer en el monofisismo espiritualista ni en el nestorianismo secularista. Julián, con todas sus limitaciones, nos ayuda a llegar hasta una cima muy alta de la teología necesaria para nuestra época. A los demás nos toca seguir ascendiendo, agradecidos por los caminos que nos abrió.

Fuente: Revista Id y Evangelizad n 140