La Encíclica Laborem Exercens es la primera que introduce el término economicismo en la Doctrina Social de la Iglesia. Lo hace en concreto en su apartado 7 para referirse a una concepción del trabajo en la que se ignora su dimensión subjetiva porque considera que el único objetivo del trabajo es lograr los ingresos necesarios para llevar una vida digna.
El economicismo toma la parte por el todo y da importancia a la consecución de los ingresos por encima de las dimensiones objetivas y subjetivas del trabajo, por las que quienes lo realizamos colaboramos en la construcción de nuestra sociedad y en el perfeccionamiento personal de cada uno de nosotros.
La generalización de esta visión conlleva que la mayoría de las personas consideren el trabajo solo como un medio para lograr los ingresos necesarios para la vida. Nuestra ocupación deja de verse como una parte intrínseca de nuestro ser para convertirse, tan solo, en un instrumento que tenemos para lograr lo verdaderamente importante, que son los fondos, el dinero necesario para vivir.
Considerar que lo importante son tan solo los ingresos que tenemos pero no la manera de conseguirlos hace que, en primer lugar, se desprecien las dos clases de trabajos que no generan ingresos monetarios, es decir, el trabajo reproductivo (también denominado doméstico y de autosubsistencia) y el voluntario (que se desarrolla en organizaciones si ánimo de lucro).
Pero si esto ya es un problema grave en nuestras sociedades, la principal consecuencia de la visión economicista del trabajo es que este deja de ser considerado como algo valioso en sí mismo. Si alguien puede conseguir el dinero que es lo importante por unos medios diferentes al trabajo ¿Para qué trabajar?
Por ello Francisco, en sus discursos y sus escritos insiste tanto en este tema. En concreto, en la Encíclica Fratelli Tutti 162 afirma que: “«ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo». Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque «no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo».”
Caridad mal entendida
Ofrecer a aquellas personas que pasan necesidad una renta para que sobrevivan es una labor loable, pero debería de ir acompañada con el ofrecimiento de un trabajo que les permitiese colaborar con la mejora de la sociedad, no solo como medio para que se sintiesen útiles ante los demás, sino también como camino esencial para poder realizarse como personas y llevar una vida plena. Dar una paga es caridad mal entendida, una limosna para que dependan de nosotros. La política social más liberadora es proveerles de un trabajo.
Enrique Lluch Frechina. Doctor en Ciencias Económicas.
Fuente: htps://www.vidanuevadigital.com/blog/la-vision-economicista-del-trabajo-en-la-laborem-exercens-enrique-lluch/