También se puede llamar ‘vocación bautismal’, ya que es la llamada común que se nos hace a todos los bautizados, incluso a todas las personas de buena voluntad, para que nos entreguemos a la construcción del Reino de Dios, es decir, a luchar por la Justicia.

Tal como la plantea Rovirosa, esta vocación apostólica la tenemos que realizar junto con otros hermanos, organizándonos para realizar el apostolado necesario en ese momento. No se trata de dedicar ‘unos ratos libres’ o dedicarse a ello como si fuese un entretenimiento, sino que es algo tan trascendental que antes de encauzar la vida por ella, hay que realizar unos Ejercicios Espirituales “para la determinación”, que es la misma terminología ignaciana con la que se llama a la elección de estado. Y el “rito” de la imposición de insignias, con el que se entra formalmente en la Organización apostólica, es como una consagración, con muchos elementos que recuerdan a la Ordenación Sacerdotal (imposición de manos incluida) o a los Votos religiosos. También la denomina vocación suprema de la criatura humana o vocación a la santidad. Y el frustrarla implica la máxima traición a Cristo.

La fidelidad a las otras dos —vocación de estado y profesional— puede favorecer (o entorpecer, en caso negativo) la vocación a la santidad, pero no puede forzarla ni impedirla, ya que el ser fíeles a nuestro bautismo es responsabilidad de cada uno, si bien tenemos que ejercitarla en relación a los problemas del mundo. En caso de frustración de la vocación profesional o de la de estado (lo cual se nos puede imponer desde fuera), esto sólo puede superarse mediante la fidelidad a la vocación suprema de construir el Reino de Dios, lo cual sí está en nuestras manos y es la única manera de integrar las otras dimensiones insatisfechas.

Nada hay tan grande en el mundo como descubrir esta vocación a la santidad en los más pequeños y ayudarles a cumplirla. Especial responsabilidad tienen los padres, por eso dice a los militantes:

 “¡Hermanos de la HOAC! ¡Nuestros hijos son de ‘madera de santos!. Nuestra santificación entre otros aspectos, nos exige que ayudemos a ser santos como Dios quiere a los prójimos más prójimos que tenemos, que son nuestros hijos. Estudiarlos, investigar, descubrir… guiados por el Espíritu Santo… Nada existe en el mundo más apasionante que ser prospector de minas… de santos. ”

Como vocación divina que es, hay que partir de que Dios es el único que llama; nosotros no podemos abrogamos la pretensión de “formar apóstoles”, a lo sumo podremos intentar “descubrir” vocaciones apostólicas y no estorbarlas, sabiendo que ante esta vocación existen cinco actitudes:

  • Los que anteponen la seguridad familiar al compromiso apostólico, que supone siempre riesgo, incomodidad y persecución.
  • Los que les aparta la codicia y no quieren la pobreza.
  • Los que siguen a Cristo cuando multiplica panes y escapan cuando hay que ser comido.
  • Los que le siguen sin acatar lo que no se comprende.
  • Los que dicen “¡Heme aquí, Señor, para que mandes a tu siervo, hijo de tu Sierva!”

 

Fuente: Libro “La Espiritualidad Trinitaria de Guillermo Rovirosa” (Carlos Ruiz de Cascos). Ed Voz de los sin Voz.