La vulgarísima vulgarización mas vulgarizada

 

Guillermo Rovirosa 

(Boletín, n.° 170)

Antes se llamaba «vulgo» a lo que ahora se llama «masa». Y así como hoy aparecen hombres-masa en todos los estamentos de la sociedad, así también el hombre vulgar existe en todas las latitudes.

El primer deber del hombre-masa es dejar de serlo, para convertirse en persona; y, por ello, su primer derecho ante la sociedad es el derecho a la educación, que es lo mismo que decir que lo primero que hay que hacer con el hombre vulgar es hacerle salir de su vulgaridad.

La vulgaridad es la antítesis de lo personal.

Posiblemente el animal más vulgar en todo el reino animal es el borrego. Las mismas cabras ya ofrecen rasgos particulares, que acusan cierta personalidad, si es que puede hablarse así.

Cada borrego es como todos, hace lo que todos, va donde todos, come lo que todos…, piensa como todos.

Y no parece sino que los conductores de la humanidad actual se han propuesto todos, tanto los de Levante como los de Poniente, convertir a la especie humana en un inmenso rebaño al estilo del de los borregos.

Cuando Cristo dice que Él es el Buen Pastor, y que los fieles cristianos son sus ovejas, no hay duda de que ello tiene un sentido opuesto de lo que acaba de decirse de lo que se va a decir. Quizá por aquello de que los extremos se tocan.

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¿Qué es la «vulgarización»?. Es la consagración de lo mediocre.

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El hombre necesita bienes materiales, bienes de cultura y bienes sobrenaturales.

La vulgarización de los bienes materiales conduce a todos los engaños, imitaciones, «ersatz», cartón en vez de cuero, casitas de papel, biscúter, flan sin huevo… Y éste es uno de los capítulos más notables del progreso material.

Pero esto tiene menos importancia.

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La vulgarización de la cultura.

Leer y escribir.

Las estadísticas, ese mentidero que sirve para encubrir toda clase de fraudes y para deslumbrar a los espíritus apocados, nos acusa un creciente progreso en la formación y educación de los individuos y una disminución general en el número de analfabetos. Lo que no nos dicen las estadísticas es que esta nueva formación va consiguiendo aumentar el nivel general de vida y disminuir la depravación y la perversión humana. No nos lo dicen porque bien saben que ello no es cierto.

Lo que es cierto es que los que sólo saben leer y escribir sienten espontáneamente una desmedida afición a la literatura «vulgar» y anodina, y ello también se da como indicio del aumento de la cultura humana. ¡Pobre humanidad, que cifra en tan débiles argumentos su solidez formativa!

Es innegable que trabajadores y no trabajadores se «atracan» de novelismo tipo F. B. I. y «El Coyote».

Todo ello conduce a un analfabetismo intelectual. El caso es que el lector lo sepa todo sin esfuerzo alguno. Lo que a cualquier profesional le cuesta años de esfuerzo, sale el vulgarizador, y en un momento lo pone al alcance de los más obtusos.

— Si ello es así, ¿quién optará por un esfuerzo serio, continuado y metódico? ¡Viva la vulgarización!

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La vulgarización de la religión.

Aquí es lo más trágico.

Porque las verdades nuestras son de tal naturaleza que Dios las manifiesta a los sencillos y las oculta a los encumbrados… si hemos de creer la palabra de Cristo.

¿Qué ha pasado?

Pues que en vez de darlas en toda su sencillez, tal como salieron de los labios del Salvador (Mandamiento Nuevo, Bienaventuranzas…), se han complicado primero y después se han vulgarizado. El resultado está a la vista. Los cristianos, en vez de ser la levadura, la sal de la tierra, la luz del mundo, somos tan vulgares, estamos tan vulgarizados, como el resto de la vulgaridad.

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Lo propio del hombre es crecer, progresar. Pero ello no puede hacerse sin esfuerzo.

El ideal es dejar de ser rebaño, para convertirse en pueblo. Pero los conductores de hombres parece que temen esto. Y hacen lo que pueden por mantener el rebaño.

Los quieren a todos muy dóciles, pensando igual (con los lavados de cerebro que hagan falta). Todos vulgarizados hasta el paroxismo. El vulgarizado siempre está indefenso ante el vulgarizador.

Al que no se deja vulgarizar se le llama rebelde. O demagogo. O filocomunista, aquí; cochino burgués, allí. Es igual.

Sin embargo, la esperanza está en los que no se dejan vulgarizar. En los que piensan con su cabeza, a pesar de lo que cuesta esto.

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Llegará un momento (la HOAC es prueba de que este momento ya ha llegado) en que la meta no estará en vulgarizarlo todo, sino en desvulgarizarlos a todos. 

La vida del hombre-persona es una aventura maravillosa, espléndida…, divina. Que se ahoga en flor, y se frustra eternamente a causa de la vulgarización.

¡Maldita sea!

Amén.

 

Para saber más sobre la vida de Guillermo Rovirosa:

https://solidaridad.net/rovirosa-militante-cristiano-pobre8693/

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