De las múltiples definiciones de Iglesia que conozco, la que más me ha impresionado (y entusiasmado) es la que la presenta como la manifestación de la Santísima Trinidad en este mundo.

 

* Del libro “Terciarios”  de Guillermo Rovirosa (1963)

 

Es curioso observar que la simple pronunciación de esta palabra provoca la reprobación y la repulsa del que la oye. Esta palabra está en contradicción con todas las palabras con las que expresamos nuestra doctrina. Pero, ¿y los hechos?

Porque ahí está donde aparece la discordancia a que antes me referí.

Basta echar una mirada a cualquier anuario católico y otra mirada a lo que ocurre alrededor nuestro para darse cuenta de cómo anda la cosa. Yo no digo que la Iglesia esté dividida pero sí que está subdividida en innumerables agrupaciones. Aquí cabría preguntarse si es peor estar divididos o subdivididos, pero esto ahora lo dejo de lado.

Este hecho, que no está concorde con la teoría, cabría defenderlo si se pudiera demostrar que el resultado de esta subdivisión es el de mantener más unidos a los subdivididos. Dudo mucho que esto nadie llegue siquiera a intentarlo.

Yo apelo al testimonio personal del que lee estas líneas, y le pregunto.

—¿Es que cuando uno ingresa en una «cofradía» (de cualquier orden y dimensión que sea) siente que en su corazón aparecen sentimientos de mayor amor fraterno, de compenetración y de unión con otras cofradías similares, o los sentimientos que aparecen y se desarrollan son de otra índole?

Me basta con lo indicado, y no quiero insistir más.

Mi opinión es que tales subdivisiones han sido necesarias, y quizá indispensables durante los siglos que nos han precedido, caracterizados por una gran dificultad material en comunicarse unos pueblos con otros, con lo cual era casi automático el confundir la humanidad con el reducido número de personas que formaban el pequeño mundo de cada uno. Añádase a esto el individualismo innato, que sin darse cuenta reducía el problema religioso a la tarea de salvar su propia alma.

Estos dos aspectos no han sido los únicos que han conducido a la subdivisión, pero creo que han tenido una influencia considerable. También creo que su influjo ha sido benéfico para la Iglesia en aquellos tiempos y le ha permitido subsistir y mantener su doctrina incólume. No hay más que fijarnos en que muchos de los autores de tales subdivisiones los veneramos en los altares. Lo que sí creo que cabría preguntarse es si el Espíritu que animó en aquellos tiempos a los fundadores de subdivisiones, les impulsaría hoy a repetir lo que hicieron, o si les conduciría a resoluciones muy diferentes.

Yo tengo la convicción de que en este último medio siglo la humanidad en general ha iniciado un cambio radical (digo: iniciado) respecto a las dos condiciones de vida a que me referí antes. Quiero decir que hoy casi todos los seres humanos tienen una visión planetaria de la humanidad, y cada vez tiene menos importancia el pequeño mundo de cada uno. Esto lo ha llevado consigo la evolución técnica, ya que la prensa, el cine, la radio, la televisión… obligan al menos letrado y al menos aficionado al estudio y a la meditación, a percatarse de estos hechos, que antes sólo eran asequibles a algunas mentes privilegiadas.

Junto a esto, los intercambios de productos de unos países con otros, están minando el individualismo (que todavía es fortísimo) para hacer penetrar en la mente la idea de interdependencia, que poco a poco ha de conducir a la idea de solidaridad universal. Basta comparar los «temas» que preocupaban a los católicos en general a principios de este siglo con los que hoy están en honor, para darnos cuenta de que ya no se pone tanto el acento en salvar la propia alma, sino en cumplir la voluntad del Señor, y mediante esto, salvar su «ánima», que diría San Ignacio. Y como la voluntad del Señor es que seamos uno como las Divinas Personas…

* * *

Estoy convencido de que las «capillitas» han sido muy útiles a la Iglesia en los tiempos ferozmente individualistas, y para los individualistas actuales lo siguen siendo todavía. Pero también estoy convencido de que han sido motivo de que se haya atenuado en muchos su sentido de Iglesia. No en teoría, insisto, pues las palabras nunca han faltado, afortunadamente, sino en la práctica. Para los más fervorosos, para los adscritos a cualquier cofradía, desde las más importantes a las más locales, la Iglesia se miraba a través de la propia cofradía, y poca cosa más. Para los «simples» fieles, se aseguraba la salvación del alma mediante ciertas prácticas religiosas («lo que está mandado»), llevar una vida como la de los paganos decentes, que no matan ni roban ni cometen adulterio… y poderse confesar antes de morir. Ya sé que esto es una caricatura bastante exagerada, pero estoy seguro de que se parece mucho al original.

Esta idea mezquina de la Iglesia considerada como un «tinglado» para que los hombres salven su alma, unos dentro de ciertas cofradías (los perfectos) y otros fuera de ellas, no puede afirmarse que sea falsa, pero sí que es incompletísima.

De las múltiples definiciones de Iglesia que conozco, la que más me ha impresionado (y entusiasmado) es la que la presenta como la manifestación de la Santísima Trinidad en este mundo. La Iglesia fundada por Cristo es el recinto donde los pobres mortales podemos vivir la Vida Trinitaria de manera «incoada» según palabra de los teólogos, con todas las debilidades y flaquezas propias de nuestra naturaleza natural, y con todas las maravillas impensables propias de nuestra naturaleza sobrenatural.

Cuando la Iglesia de Cristo aparece en la mente del creyente con la claridad suficiente para darse cuenta de su maravilla fuera de todo lo imaginable, dudo que le pueda pasar por la mente la idea de agruparse con otros para «perfeccionar» su pertenencia a la Iglesia.

Su perfeccionamiento no puede buscarse en ser cada vez más y más cofradía, por excelsa que ésta sea, sino en ser más y más Iglesia, cada vez más universal, cada vez más trinitaria.

Si en el Cielo todos son uno, sin cofradías, ni subdivisiones, ni siquiera hombres ni mujeres, parece normal que la vida cristiana en este mundo tienda cada vez más a parecerse a aquélla que a diferenciarse. Estoy seguro de que el actual sentido ecuménico es un indicio de que se ha emprendido la marcha en este sentido, después de siglos en que las divisiones y las subdivisiones nos parecían ya una cosa normal e inevitable.