Aportamos en este artículo algunas claves que quizá puedan coadyuvar a entender las modernas políticas de identidad, tan relevantes en el mundo académico y político norteamericano y -por contagio- en gran parte de Latinoamérica y, con distinta intensidad, en algunos países europeos.
Factores de identidad en la historia
Históricamente la identidad de las personas venía determinada a efectos sociales por su nombre y sexo, por su familia de origen, por la tribu o nacionalidad y (en caso de sociedades plurales en la materia) por su religión y raza. Por ejemplo, en EE.UU. a comienzos del siglo XX ser hombre o mujer, blanco o negro, protestante o católico, nacido en la Unión o inmigrante, determinaba una identidad socialmente reconocida y bastante determinante del personal estatus social, con todas las variantes, combinaciones y excepciones singulares que se quiera. Al igual que en la Roma clásica ser hombre o mujer, libre o esclavo, ciudadano romano o no, producía el mismo efecto; y en la Europa medieval, junto a todo lo anterior, ser cristiano, judío o musulmán o ser clérigo, noble o plebeyo; y en el mundo europeo decimonónico ser alemán, francés o ruso –junto con lo demás ya indicado- definía la posición social y la propia identidad.
Todas estas identidades, en el mundo occidental, estaban condicionadas y matizadas por la influencia cultural del cristianismo que afirmó desde su principio la radical igualdad de todos los humanos dada su condición de hijos de Dios, según las conocidas palabras de San Pablo sobre la no distinción entre hombre y mujer, libre y esclavo, griego y bárbaro… Es cierto que la tradición judía ya antes contaba con las mismas claves doctrinales para llegar a la misma conclusión dado el relato del libro del Génesis sobre la creación del hombre por Dios, pero no fue capaz de sacar las pertinentes conclusiones por su interpretación clásica y excluyente sobre el pueblo elegido. Y también es cierto que algunos autores clásicos griegos y romanos, sobre todo los estoicos, formularon tesis cosmopolitas, pero se limitaron a eso, a formularlas; pero sin convertirlas en un programa práctico de reconstrucción de la conciencia humana y la organización de la sociedad, como sí hizo el cristianismo en su proceso de expansión e inculturación del mundo greco romano.
La civilización cristiana avanzó en la conciencia de la común igualdad y dignidad de todos los seres humanos
Con todos los altibajos que se quiera y con todas las contradicciones y traiciones que la historia acredita, la civilización cristiana avanzó claramente en la conciencia de la común igualdad y dignidad de todos los seres humanos, en el descubrimiento y exploración de las consecuencias prácticas de la identidad común de todos los seres humanos y en la construcción de las categorías intelectuales y el marco institucional para hacer operativas esas convicciones.
La aportación en el origen de la modernidad de la Escuela de Salamanca ha sido determinante para la incorporación al proyecto político y jurídico moderno de esta tradicional perspectiva cristiana. La ilustración y la modernidad hicieron suyo y convirtieron en programa político este proceso de universalización de la dignidad humana, con la doctrina racionalista del derecho natural, las declaraciones de derechos del hombre y el ciudadano, la creación del estado de derecho y la institucionalización de la democracia. Pero lo hicieron desvinculando sus logros de la tradición intelectual que los había hecho posibles… Y esta quiebra intelectual ha hecho endebles estos principios, como el futuro demostró trágicamente en el siglo XX.
Rota la vinculación con la común idea cristiana de la radical igualdad de todos los hombres, en el siglo XX hemos conocido otras exaltaciones ideológicas de la identidad personal al servicio de causas políticas: ario/judío, proletario/burgués. La última y casi universal identidad ideológica fue la determinada por la mitología marxista sobre la lucha de clases que dividía a la humanidad en clases irreconciliables y en conflicto estructural, presuntamente convertidas, además, en la clave de las dinámicas históricas.
Hoy este marco conceptual de definición de las identidades sociales ha saltado por los aires con especial intensidad en lo que llamamos el mundo occidental: la religión pierde fuerza y ya no identifica socialmente a las personas; la pertenencia familiar se ha vuelto fluida y poco determinante por los divorcios, la maternidad sin vinculación al matrimonio, las parejas de hecho, las familias reconstituidas y las técnicas de reproducción asistida que disocian sexualidad y reproducción; la nación se diluye en un mundo globalizado en que la inmigración crece, las estructuras políticas transnacionales adquieren cada vez más peso y la economía se universaliza impulsada por la tecnología y la globalización económica; e incluso el sexo se vuelve fluido y difuso a impulsos de la denominada ideología de género y su inmenso peso en las leyes y en la cultura dominante.
El marxismo y la superestructura cultural
Estos fenómenos se dan, además, cuando el análisis de clase marxista se ha abandonado por su evidente fracaso político tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución del sistema soviético; siendo sustituido en el pensamiento dominante en la izquierda por nuevas categorías intelectuales que ponen el acento en la superestructura cultural como determinante de la evolución histórica, según los análisis de Gramsci y la escuela de Frankfurt que trasladó a la universidad norteamericana un marxismo remozado que ha acabado por ser la ideología imperante en el mundo anglosajón en el siglo XXI, como más abajo analizaremos con más detalle.
Todos estos fenómenos se producen cuando mayoritariamente se ha perdido el anclaje en el humus cultural de la cosmovisión cristiana que soportó y animó el compromiso histórico con la común identidad humana que ha caracterizado a nuestra civilización, al menos como tendencia de fondo. Por eso, hoy surgen las llamadas nuevas identidades, preñadas de planteamientos particularistas y de tensiones violentas y rupturistas con la mejor tradición humanista y universalista de Occidente.
Trasfondo filosófico de las nuevas políticas de identidad en el siglo XXI
A la par que las señas de identidad tradicionales de carácter teísta y comunitario se diluyen, nuevas ideas filosóficas coadyuvan a crear una nueva noción de identidad de carácter individualista y ajena a la concepción de los hombres como dotados de igual dignidad y de una naturaleza común que ayudaba a identificar un fin moral de la vida personal cohonestado con el bien común. Aparecen así las actuales políticas de identidad, definidas, condicionadas y promovidas por –entre otros- los siguientes fenómenos:
a) la deconstrucción intelectual del concepto de ser humanorealizada por la filosofía moderna, especialmente por el social-darwinismo, el existencialismo y el estructuralismo francés del periodo siguiente a la II Guerra Mundial, el pensamiento freudiano, el neo-marxismo de la escuela de Frankfurt y la filosofía analítica anglosajona que sustituye el análisis de la realidad por el del lenguaje como realidad performativa y creadora de la realidad. El resultado práctico de estas corrientes filosóficas es el abandono y destrucción del clásico concepto de naturaleza humana y su sustitución por la idea de un individuo autónomo que, carente de raíces, se construye a sí mismo de forma débil y fluida, no a partir de una realidad dada y permanente, sino como fruto de la autodeterminación individualista incondicionada.
b) los derechos humanos definidos originariamente a partir de la idea del hombre como miembro de una comunidad y dotado de una capacidad natural para realizar el bien asequible y deseable, son sustituidos por la idea del individuo autónomo sin más ley interna que su voluntad subjetiva. La libertad pasa, de ser concebida como capacidad para hacer el bien, también el bien común racionalmente asequible, a ser entendida como mera expresión de una autonomía ilimitada y sin criterio objetivo para regularla y dirigirla. Así los derechos humanos pasan de ser referencia ética compartida a meros ámbitos de expresión de una voluntad individual y autónoma sin regla o medida objetiva compartible.
c) la interpretación materialista de las ciencias contemporáneas que reduce la realidad a las fuerzas físicas y el hombre a biología evolutiva, genera en la conciencia colectiva la idea de un mundo sometido solo al azar ciego y sin sentido; y al hombre en una cosa más de ese mundo ajeno a todo sentido y valor. De esa cosmovisión, hoy ya superada por las propias ciencias empíricas pero muy presente en el imaginario popular (que siempre va muy por detrás de la propia ciencia), surge la visión del humano como un animal más, indistinguible del resto de las formas de vida y carente de toda identidad y valor específicos (ideologías animalistas, por ejemplo).
Las propuestas transhumanistas coadyuvan a esta degradada visión de lo humano al presentar al homo sapiens como un producto defectuoso fruto de la evolución ciega y susceptible de mejora programada por la tecnología genética, la biotecnología, la asimilación a la inteligencia artificial y las aplicaciones de la nanotecnología.
Estas tendencias permiten constatar que hoy se difunde un cierto odio al hombre que, incluso, se convierte en proyecto ideológico, comercial, tecnológico y político
Estas tendencias de fondo de nuestra época permiten constatar que hoy se difunde un cierto odio al hombre que, incluso, se convierte en proyecto ideológico, comercial, tecnológico y político; y en propuesta de activismo político a través del marxismo americanizado de los intelectuales de la escuela de Frankfurt trasladados a la universidad americana desde la Alemania de los años treinta del siglo XX, cuyo principal y más emblemático representante ha sido Marcuse.
Según estos autores, el análisis de Marx es correcto en cuanto a que la historia se explica como lucha de clases y el poder y la explotación subyacen a todas las creencias e instituciones, como la actual sociedad democrática y capitalista que no es más que una estructura encubridora de esa explotación. La novedad respecto a Marx es que:
- Sustituyen el determinismo económico del marxismo por el determinismo cultural en la estela del pensamiento de Gramsci
- ya no conciben al proletariado como clase oprimida y revolucionaria y lo sustituyen por las minorías (raciales, sexuales, culturales, indígenas, etc) que pasan a ser el nuevo sujeto revolucionario a movilizar contra la sociedad capitalista.
- mutan el objeto de la lucha revolucionaria: en vez de lucha contra la explotación económica, lucha contra la exclusión social; en vez de toma del poder por el proletariado, asalto al poder por las minorías oprimidas en la sociedad capitalista.
- impugnan y deslegitiman las instituciones democráticas (las constituciones, los derechos humanos, el sistema parlamentario, etc) como meros resortes de conservación del poder por las minorías dominantes; y legitiman la violencia contra los poderosos y la exclusión de los derechos de éstos (como la libertad de expresión, por ejemplo) como necesarias para subvertir las actuales estructuras de poder.
- la lucha contra los efectos de la desigualdad de raza, sexo, etc, sustituye a la lucha contra las causas estructurales de la desigualdad económica.
- se impugna toda la cultura y la historia occidentales como una inmensa estructura de poder y explotación generadora de todo tipo de males como el imperialismo, la religión judeocristiana, la explotación de los indígenas y los pueblos colonizados, la represión de las minorías sexuales y raciales, etc.
Esta es la ideología en que se han educado en las últimas décadas los jóvenes universitarios americanos y que ha proporcionado el programa político a las hoy llamadas políticas de identidad que convulsionan a la sociedad norteamericana y, por extensión, al mundo influenciado por la cultura yanqui.
La expansiva fuerza del mercado
Otro factor determinante en el cambio cultural que estamos analizando es la imparable expansión desde los años 90 del siglo pasado de la lógica o ética del mercado. La desaparición de la tensión bipolar EE.UU./URSS ha hecho que el capitalismo haya perdido toda contención derivada del intento de lograr o mantener una legitimidad ética frente al enemigo colectivista. A la vez, la pérdida de vigencia de la tradición humanista de matriz cristiana y la potencia de mercado que las nuevas tecnologías posibilitan para que la oferta de servicios llegue hasta a la intimidad de las personas, ha facilitado que la lógica del mercado se haya introducido con fuerza en aspectos de la vida hasta ahora considerados como privados, identitarios y ajenos al mercado. En particular, este fenómeno ha sido especialmente intenso y brutal en lo que se refiere al cuerpo humano y a la sexualidad, territorio tradicionalmente dominado por la ética y la religión; fenómeno analizado con gran lucidez por Eva Illouz en su obra El fín del amor.
El mercado y su lógica (…) afecta profundamente a la identidad personal, especialmente cuando esa lógica de mercado se extiende a nuestro propio cuerpo y afectividad
El mercado y su lógica; es decir, la elección y el cambio continuo del objeto de nuestras elecciones, afecta profundamente a la identidad personal, especialmente cuando esa lógica de mercado se extiende a nuestro propio cuerpo y afectividad, a nuestro propio ser sexuado y afectivo y a nuestra identidad familiar, sujetos a la volatilidad del amor convertido en un producto más de un mercado de servicios que se contratan –incluso- en la red, y se hacen y deshacen al impulso de opciones emocionales tan volátiles como cualesquiera otras decisiones de consumo. Pornografía online, páginas de contactos, disolución jurídica del matrimonio a través del divorcio sin causa y la supresión de su heterosexualidad conceptual, legislación de género que sustituye la identidad corporal por una opción cultural fluida y cambiante, reproducción como servicio tecnológico de mercado, niños a la carta incluso con selección previa a gusto del consumidor,… son fenómenos en expansión que convierten progresivamente las relaciones y pertenencias interpersonales en objeto de consumo y no de identidad.
Avanza así de forma aparentemente imparable la mercantilización de todo lo humano, llevando a pasar del mercado a la economía de mercado y -ahora ya- a la sociedad de mercado que abarca todos los aspectos de lo humano, incluyendo los tradicionalmente reservados a la identidad personal y su proyección familiar.
Otros factores coadyuvantes: la conciencia de crisis
Si hoy ingentes cantidades de personas buscan una identidad – las “masas enfurecidas”, según Douglas Murray– es porque hay una percepción general de crisis en el ambiente cultural de nuestra época que responde a los factores indicados y en la que influyen también hechos como:
- Las crisis sistémicas que se suceden: sanitarias (COVID-19), económicas y ambientales.
- La revolución tecnológica que está transformando el entorno vital y las relaciones interpersonales.
- La globalización económica que destruye los marcos económicos y laborales de seguridad tradicionales.
- La pérdida de vigencia de los grandes relatos tradicionales determinantes de la comprensión personal, religiosa, familiar y nacional.
- La ausencia de intelectuales y autoridades morales de referencia y de general aceptación.
- La red con su carácter voluble y cambiante en la configuración del relato de hechos y la construcción o destrucción de la propia cosmovisión.
- El declive de las religiones cristianas, con la consiguiente crisis de la cosmovisión de matriz judeocristiana, tan determinante en la tradición cultural occidental.
- La inseguridad colectiva generada por la percepción de un cambio climático crítico para la supervivencia del planeta, la inestabilidad de los paradigmas geoestratégicos definitorios de la paz mundial conocidos en el reciente pasado y hoy ya no vigentes; y la reaparición de la guerra en nuestro entorno más inmediato.
- La crisis del estado nacional que ha determinado el marco de referencia político desde, al menos, la paz de Westfalia de 1648.
El factor humano: el sufrimiento
Como ha resaltado acertadamente Mary Eberstadt en su ensayo Gritos primigenios, las masas movilizadas, incluso violentamente, en defensa de las políticas de identidad están constituidas por gente que sufre de verdad pues se les ha privado de la identidad que proporcionaban la familia, la religión y la patria y se les ha educado en el odio a toda la tradición cultural de la que son hijos.
Si a eso se añade la inestabilidad económica, laboral y climática, la degradación del ser humano a fenómeno biológico defectuoso fruto del azar y su percepción inducida de que todas las instituciones sociales encubren relaciones de poder y opresión, se entiende que esas masas enfurecidas -como las define Murray- sean una potencia revolucionaria que no admite límite ético alguno en su lucha por su identidad expropiada.
Autor: Benigno Blanco
Fuente: htps://www.nuevarevista.net/claves-para-comprender-las-nuevas-politicas-de-identidad/