“Es importante tener en cuenta que la doctrina social de la Iglesia es corpus orgánico y que está estructurado en tres niveles de discurso”

LOS CONTENIDOS DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Los contenidos de la DSI  orientan el análisis de los problemas y la búsqueda de soluciones. En una primera mirada nos encontramos con que el magisterio social de la Iglesia es enorme, está disperso en muchos documentos, de distintas épocas, muchos de ellos dicen cosas en parte distintas. Sin embargo, quien se dedique a estudiarlo, verá que se trata de un corpus complejo pero orgánico y bien estructurado. Más de 100 años de experiencia de doctrina social y de reflexión sobre su evolución dan a esta disciplina una madurez particular, que de alguna manera queda reflejada en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado en el 2004 y que expone su contenido de forma sintética y razonada. El lector encuentra allí lo que enseña la Iglesia sobre los diversos temas sociales: la familia, el trabajo, la vida económica, la comunidad política, el orden internacional, el medio ambiente, etc.

Es importante, sin embargo, tener en cuenta que en este corpus orgánico y estructurado hay tres niveles de discurso (La indicación es de PABLO VI, Carta Octogésima adveniens, n. 4):

  1. Los principios de reflexión, que son los más importantes y siempre válidos: son aquellas grandes verdades de la razón y de la fe que están en la base de cualquier razonamiento sobre la estructura de la sociedad y su funcionamiento: la primacía de la persona (lo que queremos en último término es el bien de las personas, el respeto de sus derechos, también la promoción de su libertad y de sus responsabilidades. Una persona que es imagen y semejanza de Dios, con un valor infinito, cuya felicidad no consiste solo en hacer dinero o divertirse, sino en desarrollar las virtudes, amar a los demás y ayudar a los demás a ser felices y construir en esta vida la felicidad en la otra); el bien común (ese conjunto de condiciones de la vida social, política, económica, que hacen posible que las personas puedan desarrollarse, y al que todos debemos contribuir superando nuestro interés egoísta, y que tiene un contenido y una estructura de justicia institucional que hay que conocer); la solidaridad (por la cual somos conscientes de tener un destino común en el que todos somos responsables de todos: Dios nos ha confiado a los demás hombres para que los ayudemos desde nuestro lugar, según nuestras capacidades); el destino común de los bienes y la propiedad privada (Dios creó la tierra para todos y con recursos suficientes, pero nos confió la tarea de administrar los recursos del mundo para que todos puedan vivir bien, lo cual en general se hace a través del trabajo y la propiedad privada); la subsidiariedad (que un cuerpo de orden superior no haga lo que puede realizar el inferior, que respete sus competencias y le deje libertad de iniciativa). Además de estos principios fundamentales, se coloca aquí la reflexión sobre los principales conceptos sociales: el trabajo, el desarrollo, la empresa, el mercado, el Estado, etc. Existe una visión cristiana de estas realidades que no se opone a la visión humana, sino que le muestra toda su realidad.
  1. Los criterios de juicio, son las declinaciones generales de los principios según los distintos ámbitos de la vida social, que permiten juzgar la bondad/maldad de distintas situaciones, estructuras, acciones. Derivan de los principios pero dependen también de la realidad social concreta. Por ejemplo: en el sistema educativo se debe asegurar la libertad de los padres de elegir la escuela de los hijos. Es un criterio que proviene de la dignidad de la persona, del respeto de los derechos de la familia, de la subsidiariedad, etc. pero supone la existencia de muchas escuelas distintas y accesibles a una familia, e incluirá una teoría sobre la función educativa del Estado, sobre su obligación de hacer escuelas accesibles, su capacidad real de hacerlas, etc. Como se ve, los criterios de juicio y su aplicación en juicios concretos ya dependen un poco de la situación histórica y del caso concreto.
  1. Las directivas de acción son indicaciones sobre qué debería hacerse para mejorar una determinada situación. Van en la dirección de aplicar los principios generales, luego de haber juzgado una situación en función de los criterios de juicio. Las hay desde las más evidentes y generales (promover los derechos humanos, generar acceso al trabajo, evitar las guerras, etc.) hasta las más circunstanciadas y concretas (no apoyar esta ley de aborto, hacer sindicatos confesionalmente cristianos, tasar las transacciones financieras, dar la ciudadanía a los que nacen en un país, etc.). Obviamente aquí el grado de contingencia y de dependencia de la situación histórica concreta es mucho mayor y la directiva de acción casi nunca se deduce directamente de los principios y juicios, sino que está mediada por una concepción política o económica generalmente opinable y discutible en términos de esas ciencias.

Y aquí hay que ser muy cuidadosos, porque no podemos olvidar los tres principios del Concilio y pretender indicar en nombre de la fe soluciones económicas o políticas concretas que son opinables en el terreno de las ciencias sociales. Como señalaba sabiamente el Cardenal Caffarra, para llegar a una solución concreta, ordinariamente no bastan los principios de la fe, sino que es necesario agregar una cierta interpretación del sistema político o económico, por lo que la lógica dirá que la conclusión sigue la parte más débil del razonamiento, y por tanto la conclusión puede ser opinable[1]. Esto no quiere decir que todo lo que diga la Iglesia sobre cuestiones sociales sea opinable, ni que no tenga derecho de dar su juicio moral sobre algunas realidades[2]. Pero sí que tenemos que distinguir bien lo que es de fe con lo que es de ciencias sociales, teniendo siempre presente que el objetivo de la DSI no es solucionar los problemas del mundo, sino enseñar a pensar los problemas sociales a partir de unas verdades fundamentales que deberían estar presentes en los razonamientos de quienes analizan los problemas y proponen soluciones, pero muchas veces no lo están[3]. Por eso me gusta decir que, en general, los problemas sociales no son problemas de DSI: son económicos, políticos, educativos; y más que teólogos, necesitan buenos políticos, economistas, juristas, empresarios, etc. Eso sí: con la razón purificada de egoísmo gracias a la luz de la fe.

Y entonces uno podría pensar que la DSI sirve para poco… y en cierto sentido es verdad: los principios de la DSI nos dan cuantitativamente poco —no suelen dar la solución a los problemas, no nos ahorran el trabajo de analizarlos y de buscar la mejor solución— pero dan cualitativamente mucho, sobre todo en este mundo tan confuso y con pocos puntos de referencia, porque dan a ese trabajo de búsqueda la dirección adecuada y los conceptos adecuados. Por eso es tan importante conocerla, difundirla, aprender a pensar en sus términos, y después… tomarse en serio la propia «vocación de constructores responsables de la sociedad terrena»[4] y ver qué puede hacer cada uno desde su lugar.

[1] Cfr. C. CAFFARRA, Introduqione alia dottrina sodale delta Chiesa, disponible en http://www.caffarra.it/allcat96.php. También el Concilio se refiere a la legítima diversidad de opiniones entre los católicos, cfr. Gaudium etspes, n. 43.

[2]  Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. Gaudium etspes, n. 76.

[3] La idea es de J.L. ILLANES, La doctrina soCIal de la Iglesia como teología moral, «Scripta theologica» 24 (1993) 861: «Tal vez la mejor forma de definir la doc-‘ trina social de la Iglesia, y los documentos a través de los cuales se formula, sea hablar de estilo, escuela o modo de pensar. A lo que esa doctrina y esos documentos aspiran no es sólo a trasmitir unas verdades o principios, ni tampoco, al menos de forma predominante o exclusiva, a proponer soluciones para alguno o algunos problemas concretos -aunque, de hecho, realicen una y otra función-, sino a fomentar entre sus destinatarios -los cristianos y, con ellos, todo hombre o mujer de buena voluntad- la tendencia y la capacidad para analizar la propia coyuntura social a fin de captar sus dimensiones profundas y percibir las implicaciones o exigencias que de ahí derivan. Con este fin esos documentos recogen y trasmiten una doctrina -es decir, evocan la comprensión cristiana del hombre y de su destino-, pero lo hacen, digámoslo de nuevo, no de forma abstracta y desconectada de la realidad concreta, sino mostrando cómo esa doctrina ayuda a interpretar la realidad; en suma, proceden impulsando a pensar, enseñando a pensar de la única manera en que el pensar puede enseñarse, es decir, pensando».

[4] Pablo II, En. Sollicitudo reí socialis, n. 1.