Algunos pasajes bíblicos sapienciales reflejan los límites del trabajo humano. Ben Sira hace ver que la fatiga y la incertidumbre afectan tanto al trabajo manual como al intelectual, si bien este tiene más facilidad para desarrollar otras dimensiones humanas. Job muestra que, por mucha ciencia y habilidades que consigan los hombres, la Sabiduría se adquiere solo en la relación con Dios. Por último, Qohélet anima con realismo a trabajar sin esperar condiciones ideales ni tener certeza del resultado.

 

Las palabras del biblista italiano Serafino Parisi resumen muy bien el quid de nuestra argumentación: «Por parte de los sabios de Israel, que contemplan la realidad del trabajo como una forma de expresión humana, el trabajo se encierra en una concepción de la vida humana indudablemente crítica e inaprehensible, pero relacionada con Dios. Mientras que, por un lado, el trabajo se ve en relación con la intervención imprevisible de Dios y sus planes misteriosos que escapan a la comprensión y al control del hombre (cf. Prov 16,1), por otro, se ve como una realidad humana, con todos sus beneficios y todas sus limitaciones».

Y es precisamente de este último aspecto del que queremos hablar, a saber, de los límites del trabajo. El trabajo humano no conduce necesariamente a resultados que puedan calcularse de antemano: siempre está sujeto a la ambigüedad y al posible fracaso. A la ambigüedad y el fracaso podemos añadir otros aspectos desfavorables que acompañan a cualquier actividad laboral, ya sea intelectual o manual, como, por ejemplo, fatiga, la incertidumbre, la imprevisibilidad, la conciencia del límite, la incapacidad para alcanzar el objetivo deseado… Además, pue ocurrir que el trabajo esté motivado por una elección equivocada o que llegue a ser perjudicial para los demás. Si siempre es bueno evitar la pereza, el exceso de trabajo también es peligroso. Es más, hay algunas profesiones que están desprestigiadas debido a la corrupción reinante en la sociedad.

Ben Sira dedica en su obra mucho espacio al trabajo y, sobre todo, a las distintas actividades profesionales. Estos temas habrían atraído sin duda la atención de los discípulos que frecuentaban su escuela, es decir, los jóvenes de las familias acomodadas de Jerusalén allá por el siglo II a.C

Nuestro objetivo es, pues, investigar los límites y debilidades del trabajo humano tal y como lo presentan los escritos sapienciales de la Biblia mediante una selección de textos especialmente significativos.

 

LA FATIGA INHERENTE A TODA ACTIVIDAD HUMANA (SIR 38,24-39,11)

El trabajo es siempre y en cualquier caso agotador. Sea cual sea el tipo de trabajo realizado, manual o intelectual, conlleva fatigas y sufrimientos, que forman parte de la condición humana. Uno de los textos sapienciales que mejor ilustra esta realidad se encuentra en el libro de Ben Sira, también conocido como Sirácida o Eclesiástico. Muy sensible a los problemas sociales, el sabio Ben Sira dedica en su obra mucho espacio al trabajo y, sobre todo, a las distintas actividades profesionales. Estos temas habrían atraído sin duda la atención de los discípulos que frecuentaban su escuela, es decir, los jóvenes de las familias acomodadas de Jerusalén allá por el siglo II a.C. El futuro estaba en sus manos, por lo que debían adquirir una buena educación para poder ocupar el día de mañana puestos de gobierno y responsabilidad.

El texto en cuestión es Sir 38,24-39,11, conocido tradicionalmente como el «Elogio del escriba», aunque el elogio propiamente dicho se concentra en 38,24 y 39,1-11. En estos versículos, Ben Sira describe la profesión de escriba -¡que es la suya!- como la ocupación más excelsa a la que uno puede dedicarse en esta vida. Pero empecemos por el principio. Antes de hablar del escriba, toma en consideración los oficios manuales (Sir 38,25-34). Comienza con el del labrador, cuya actividad principal es arar los campos y conducir los bueyes. Pasa todas las horas del día arando surcos y por la noche, en lugar de descansar, se dedica a buscar forraje para las vaquillas. Lo mismo ocurre con el artesano grabador, que se dedica con gran paciencia y precisión a reproducir los más variados diseños. Ansioso por terminar la obra que tiene entre manos, trabaja incansablemente día y noche. A continuación, menciona el oficio del herrero, seguramente el más fatigoso de todos, porque se lleva a cabo al calor del fuego y con el ruido ensordecedor del martillo. Tampoco él duerme por la noche, porque quiere terminar su trabajo a la perfección. Por último, el sabio se fija en la actividad del alfarero, que moldea con sus manos la arcilla y con los pies hace girar el torno para trabajar la vasija. Durante el día se afana en producir más y más piezas de cerámica y por la noche se dedica a limpiar el horno. En resumen, todas estas profesiones implican muchas horas de trabajo manual, pocas horas de descanso y mucho cansancio físico, lo que dificulta a la persona para cualquier otro tipo de actividad. A pesar de todas estas dificultades, Ben Sira ofrece una valoración de los oficios manuales que merece la pena leer:

Todos estos [trabajadores] confían en sus manos, y cada uno es experto en su oficio.

Sin ellos no se podría construir una ciudad ni se podría habitar ni circular por ella.

Pero no se les busca para el consejo del pueblo ni ocupan puestos de honor en la asamblea.

No se sientan en el sitial del juez ni comprenden las disposiciones del derecho.

No son capaces de enseñar ni de juzgar, ni figuran entre los autores de proverbios.

Pero ellos aseguran el funcionamiento del mundo y su preocupación está en las tareas de su oficio (Sir 38,31-34].

Las palabras del sabio son muy equilibradas. Muy cuidadoso de no degradar el trabajo manual, comienza y concluye su juicio con palabras de aprecio hacia los artesanos y labradores. Reconoce sus competencias y la importante contribución que aportan a la sociedad, sin la cual esta no podría sostenerse ni progresar. En otras palabras, a través del trabajo manual, los que se dedican a las labores del campo o a la artesanía adquieren conocimientos de carácter práctico muy útiles, incluso indispensables para el progreso y el desarrollo de la sociedad. Sin embargo, la naturaleza de su trabajo no les permite, según Ben Sira, dedicar más tiempo a la lectura, la escritura y la reflexión, algo que, en cambio, sí puede hacer el escriba.

Llegados a este punto (Sir 39,1), emerge con fuerza la figura del escriba, un hombre dedicado por entero a la meditación de la Ley y al estudio de las profecías. Estudia, reflexiona, investiga el sentido oculto de las cosas, asiste a las reuniones de los grandes, viaja a otras naciones. Un verdadero sabio y maestro, constante en la oración y alabanza al Señor y comprometido en su misión de enseñar la sabiduría (cf. Sir 38,24) a los jóvenes para el bien de su pueblo. El texto habla por sí mismo:

[El escriba] se aplica de lleno

a meditar la Ley del Altísimo.

Indaga la sabiduría

de los antiguos y dedica su ocio a estudiar

las profecías.

Conserva los relatos

de los hombres célebres

Y penetra en las sutilezas

de las parábolas.

Busca el sentido oculto

de los proverbios

y se interesa por los enigmas

de las parábolas.

En medio de los poderosos

presta su servicio,

se presenta delante

de los príncipes;

viaja por tierras extranjeras

y conoce el bien y el mal

de los hombres.

De buena mañana,

con todo el corazón,

se dirige al Señor, su Creador;

reza delante del Altísimo,

abre su boca para suplicar

y pide perdón por sus pecados.

Si el Señor, el Grande, lo quiere,

se llenará de espíritu

de inteligencia;

derramará como lluvia

sabias palabras

y en la oración dará gracias

al Señor.

Enderezará sus planes

y su ciencia,

y meditará los misterios ocultos.

Mostrará la instrucción recibida

y se gloriará en la Ley

de la alianza del Señor.

Muchos elogiarán su inteligencia

y jamás será olvidada;

no desaparecerá su recuerdo

y su nombre vivirá por generaciones.

Las naciones hablarán de su sabiduría,

y la asamblea proclamará su alabanza.

 

 

 

 

En vida tendrá renombre

entre millares,

y cuando muera esto le bastará

(Sir 39,1-11).

Ni que decir tiene que la actividad del escriba también conlleva mucho esfuerzo y fatiga. Dedicarse al estudio y meditación de los textos antiguos no solo requiere tiempo y dedicación, sino también mucha disciplina y oración diaria. Si a esto le añadimos el tiempo dedicado a enseñar sabiduría, a dar consejos a los gobernantes y a emprender viajes -con todo lo que suponía viajar en aquella época-, queda claro que el trabajo del escriba, aunque muy distinto de los oficios manuales, tampoco está exento de dificultades.

 

EL SER HUMANO Y LA INACCESIBILIDAD DE LA SABIDURÍA (JOB 28)

Nuestro segundo texto, tomado del libro de Job, es considerado generalmente como un añadido al no encajar ni con la forma ni con el contenido del resto de la obra. Se trata de Job 28, un poema sobre la Sabiduría que algunos ponen en boca del mismo Job y otros en boca del autor, de un portavoz anónimo o de un coro. Pero dejemos estas cuestiones para los expertos y tratemos de entender el mensaje de esta «pausa artística», como la llama Paul Dhorme en su comentario.

La composición poética se caracteriza por un estribillo a base de preguntas, repetido con ligeras variantes en los w. 12 y 20: «Pero ¿dónde se encuentra la Sabiduría?, ¿cuál es el lugar de la Inteligencia?» Estas preguntas encuentran su respuesta en el último versículo del poema: «Temer al Señor es Sabiduría, apartarse del mal es Inteligencia». Ahora bien, antes de llegar a la solución final, hay que recorrer un largo y extenuante camino. Lo recorreremos en tres etapas que coinciden con las tres estrofas del poema.

En la primera estrofa (vv. 1-12), el protagonista es el homo faber y el símbolo central es la mina, imagen fascinante de lo que representa excavar en las regiones profundas dominadas por la oscuridad y el misterio. El homo faber está bien capacitado, pues conoce dónde se hallan los minerales preciosos y domina la técnica para poder extraerlos de las profundidades de la tierra. Sin embargo, a pesar de su ciencia y habilidad, hay algo que se le escapa, algo que no consigue encontrar, y ese algo es fundamental. Comenta Víctor Moría: «Parece que los humanos han dado con lugares que pueden proporcionarles progreso y seguridad económica y que han sabido estrujar las entrañas de la tierra para que les entreguen su oculta mercancía. Pero la existencia humana se siente turbada cuando tiene que preguntarse por el lugar donde mora la Sabiduría». Por mucho que se esfuerce, es incapaz de dar con la Sabiduría, pues no sabe dónde encontrarla. Ese es el problema. Entonces, ¿de qué le sirve al ser humano sumergirse en el abismo de la tierra y saciarse de bienes materiales?

Existen minas de plata,

lugares donde el oro se refina.

El hierro se extrae de la tierra;

el bronce, de la roca fundida.

Allí, en el límite de las tinieblas,

el hombre rastrea ¡o más hondo,

entre rocas oscuras y siniestras.

Abre galerías lejos

de los transeúntes,

olvidado, en lugares

nunca pisados;

suspendido, lejos de los hombres.

La tierra que produce alimentos

se trastorna con fuego

subterráneo;

sus piedras ocultan zafiros,

sus terrones tienen oro en polvo.

El ave rapaz desconoce

su sendero,

el ojo del halcón no lo divisa,

no lo huelan las fieras

arrogantes,

ni siquiera lo pisan los leones.

El hombre echa mano

al pedernal,

descuaja las montañas de raíz;

en la roca excava galerías,

vislumbra objetos preciosos;

ataja los hontanares de los ríos

y saca lo oculto a la luz.

Pero ¿dónde se encuentra la Sabiduría?,

¿cuál es el lugar de la Inteligencia? (Job 28,1-12).

La segunda estrofa (vv. 13-20) empieza insistiendo una vez más en la incapacidad del ser humano para encontrar la Sabiduría, pues ni siquiera conoce el camino para llegar hasta ella. Lo mismo les ocurre a los animales (lo hemos leído en los vv. 7-8) y a las criaturas del universo (cf. vv. 13-14). Todos se topan con el mismo obstáculo, y es que la Sabiduría «no se encuentra en la tierra de los vivos» (v. 13).

¿Dónde, pues, hay que buscarla?, ¿adónde hay que ir para poder encontrarla?, ¿qué camino hay que tomar? Los versículos siguientes (vv. 15-19) no dan ninguna respuesta directa, pero dejan entrever el estatus especial de la Sabiduría. Ella es tan especial que no se puede comprar ni siquiera con los preciados bienes que los humanos extraen del subsuelo. El autor pondera su valor incalculable: la Sabiduría es más preciosa que el oro, las piedras preciosas y todas las riquezas del mundo. Es, pues, preciosa e inasequible; ante ella, el ser humano se siente impotente. Escribe Moría: «Las cualidades de la Sabiduría forman un tejido tan tupido que se hurta a los afanes materiales y a las actividades mercantilistas del ser humano». Y este sigue sin saber dónde buscarla, dónde encontrarla (v. 20). Leamos ahora el texto:

 

El ser humano desconoce

su camino,

no se encuentra en la tierra

de los vivos.

Dice el Océano: «No está en mí»;

responde el Mar: «No está conmigo».

No puede adquirirse con oro

ni comprarse a peso de plata;

no se paga con oro de Ofir,

con ónices preciosos o zafiros;

no la igualan el oro ni el vidrio

ni se paga con vasos de oro fino,

no cuentan el cristal

ni los corales,

la Sabiduría vale más

que las perlas;

no la iguala el topacio de Etiopía

ni se cambia por el oro más puro.

¿De dónde viene la Sabiduría,

dónde se encuentra

la Inteligencia? (Job 28,13-20).

 

En la tercera estrofa (vv. 21-28) se revela el misterio de la inaccesibilidad de la Sabiduría: «Solo Dios encontró su camino, él llegó a descubrir su morada» (v. 23). ¿Y cuál es ese camino?, ¿es posible recorrerlo?, ¿cuál es su morada?, ¿es posible encontrarla? El ser humano lo ha intentado todo. Ha puesto todo de su parte. Ha utilizado todos sus recursos, pero una barrera infranqueable le impide el acceso a la Sabiduría, es decir, a lo absoluto, a lo trascendente. Y es que más allá del límite solo está Dios. A partir del v. 24 queda claro que lo que el ser humano no ha podido conseguir lo consigue Dios. Para explicar esta hazaña, el autor, inspirándose en Prov 8,22-30, se remonta a la creación del universo. Cuando el Señor ponía orden entre sus criaturas, «la vio, la calculó, la estableció y examinó a fondo» (v. 27). Así pues, resulta que la Sabiduría estaba con él, en las alturas, oculta e inaccesible para los mortales. Todo esto para resaltar la estrecha relación entre el Creador y la Sabiduría.

Qohélet nos ofrece una reflexión sobre el trabajo y la actividad humana poniendo el acento en sus límites. La repetición del verbo «no sabes» es la clave de interpretación del texto

Se oculta a los ojos de las fieras

y se esconde de las aves del cielo.

Muerte y Abismo confiesan:

«De oídas conocemos su fama».

Solo Dios encontró su camino,

él llegó a descubrir su morada,

pues contempla los límites del orbe

y ve cuanto hay bajo el cielo.

Cuando señaló su peso al viento

y definió la medida de las aguas,

cuando impuso su ley a la lluvia

y su ruta al relámpago y al trueno,

entonces la vio y la calculó,

la estableció y examinó afondo.

Entonces dijo al ser humano:

«Temer al Señor es Sabiduría

apartarse del mal es

Inteligencia» (Job 28,21-28).

El poema concluye con un tema sapiencial por excelencia, el temor del Señor, es decir, esa actitud religiosa de respeto y veneración hacia Dios que se sitúa en el ámbito de la fe y que nada tiene que ver con el miedo, como alguien pudiera creer. El autor recuerda que a la Sabiduría solo se puede acceder a través de la fe. En palabras de Luis Alonso Schökel: «Lo que el homo faber y el homo oeconomicus no pueden alcanzar, lo alcanza el homo religiosus. Respetando a Dios y evitando el mal, el hombre alcanza su estatura de homo sapiens«.

 

EXHORTACIÓN A LA ACCIÓN Y SENTIDO DEL LÍMITE (QO 11.1-6)

Los textos sapienciales estudiados

concuerdan en algo fundamental:

el trabajo es una dimensión del ser humano

y en cuanto tal no está exento de límites

Nos adentramos ahora en un libro desconcertante que se distingue por su carácter especulativo y polémico. Nos referimos al libro sapiencial conocido como Qohélet o Eclesiastés, obra de un sabio jerosolimitano que, a inicios del siglo III a.C, se pregunta por el sentido de la vida y el misterio de Dios. Qohélet plantea preguntas a los hombres de todos los tiempos, comunicándoles el deseo de búsqueda y la conciencia de sus propias limitaciones, para que comprendan que el designio divino respecto al mundo y la humanidad es insondable.

El texto seleccionado para esta sección es Qo 11,1-6. Para algunos, estos versículos ilustran el determinismo del sabio; para otros, son simplemente una serie de consejos prácticos que revelan un cauto optimismo. En nuestra opinión, no son ni lo uno ni lo otro. En realidad, Qohélet nos ofrece una reflexión sobre el trabajo y la actividad humana poniendo el acento en sus límites. La repetición del verbo «no sabes» es la clave de interpretación del texto: el sabio está preocupado por la ignorancia o desconocimiento del momento oportuno y la desproporción entre esfuerzo y resultado. Y, a pesar de todo, aconseja arriesgarse y decidirse a actuar, a trabajar. Así se expresa Qohélet:

Envía tu grano por el mar

y después de cierto tiempo

podrás recuperarlo.

Divide lo que tienes en siete u ocho partes,

pues no sabes la desgracia

que puede sobrevenir en la tierra.

Si las nubes están cargadas de lluvia,

la descargarán sobre la tierra;

si un árbol cae hacia el norte o hacia el sur,

allí se queda. Quien anda observando

los vientos nunca sembrará;

quien se preocupa de las nubes

jamás cosechará.

 

Así como no sabes

por dónde entra el espíritu de vida

en los miembros de una mujer encinta,

tampoco sabes cuál es la obra de Dios,

que todo lo hace.

Esparce tu semilla bien temprano,

Y por la tarde no des reposo a tus manos,

pues no sabes qué semilla germinará,

si esta o aquella, o si ¡as dos serán fecundas (Qo 11,1-6).

Aun cuando el significado de los vv. 1-2 es oscuro y las distintas traducciones lo ratifican (echa tu grano a navegar, arroja tu pan a la superficie de las aguas, siembra tu grano junto al agua…), sabemos que van juntos, pues contienen dos exhortaciones del sabio que invitan a la acción, independientemente de los resultados. El ser humano ignora cuáles serán los resultados, ignora si serán buenos o malos, ignora si ha acertado en la determinación correcta, porque, en definitiva, conocer el futuro no está en sus manos.

Los siguientes versículos (vv. 3-4) son proverbios de origen agrícola que reflexionan sobre fenómenos naturales a la luz de la experiencia que el ser humano tiene de ellos. Por un lado, los humanos conocen estos fenómenos, saben cuándo las nubes amenazan lluvia o que un árbol caído, ya sea por el paso del tiempo o un fuerte vendaval, no puede levantarse. Por otro lado, en cambio, no pueden intervenir en las leyes de la naturaleza ni conocer su sentido más profundo. ¿Qué hacer entonces? ¿Permanecer inactivos, esperando las condiciones ideales, o lanzarse inmediatamente a la acción? En otras palabras, ¿qué es mejor, esperar o arriesgarse? Para Qohélet, la respuesta es clara: hay que actuar, aunque no se esté completamente seguro del éxito de la acción emprendida.

El v. 5 sorprende al lector, pues, después de hablar de los fenómenos naturales, impredecibles y aleatorios, introduce dos temas trascendentales: la intervención de Dios («el espíritu/aliento de vida») en la formación de un nuevo ser en el seno materno y el misterio de la obra de Dios, «que todo lo hace». El ser humano «no conoce» ni el uno ni el otro. Ambos escapan a su comprensión y establecen un límite infranqueable en su conocimiento, a saber, el misterio escondido de Dios y lo inabarcable de su acción.

El tono cambia de nuevo en el v. 6, y el sabio vuelve a hablar de la vida cotidiana del labrador, que aquí representa -como bien observa José Vílchez- al hombre en general, a todo hombre. Hace una nueva llamada a la acción y al trabajo que recuerda aquella con la que ha iniciado su reflexión (vv. 1-2). Se trata de sembrar y no dar reposo a las manos. Ahora bien, el sentido del texto no se limita a las labores agrícolas, sino que abarca toda la existencia humana. El mensaje del sabio podría expresarse así: lleva a cabo tu trabajo sin pensar en el resultado, pues eso es algo que «ignoras», no depende de ti y, por consiguiente, no lo puedes ni controlar ni asegurar. De todos modos, el texto concluye con un atisbo de esperanza, ya que el resultado del trabajo no tiene por qué ser necesariamente negativo: incluso puede suceder que los frutos obtenidos superen en mucho nuestras expectativas.

 

CONCLUSIÓN

En un mundo en constante evolución, como el nuestro, la cuestión laboral está en el centro del debate en la sociedad, en los medios de comunicación y en todos los hogares. Afecta a todas las personas, y de manera especial a los más jóvenes y vulnerables, para quienes obtener un empleo a menudo se convierte en un auténtico desafío.

Desde la primera página, nuestro deseo ha sido ofrecer una visión de los límites del trabajo humano a partir de los textos bíblicos sapienciales. Esperamos haberlo conseguido. El texto del Sirácida (Sir 38,24-39,11) ha mostrado como toda actividad humana, ya sea manual, ya sea intelectual, conlleva una fatiga que es inevitable (entiéndase esta como cansancio, esfuerzo, dedicación, concentración, riesgo, frustración). El poema dedicado a la Sabiduría (Job 28) ha puesto de manifiesto que ciertos valores no se obtienen con el trabajo, la ciencia, la técnica o el dinero. Son valores superiores, trascendentales, que pertenecen al ámbito divino y que el ser humano solo puede alcanzar por medio de la relación con Dios. Por último, la reflexión de Qohélet (Qo 11,1-6) deja bien claro que, ante la imposibilidad de conocer los misterios de la vida y del quehacer divino, el ser humano debe empeñarse en el trabajo cotidiano con actitud esperanzada, ya que trabajar, aun cuando los resultados sean inciertos e imprevisibles, le podrá proporcionar más de una satisfacción en la vida. Tres textos sapienciales bien diferentes que, sin embargo, concuerdan en algo fundamental: el trabajo es una dimensión del ser humano y en cuanto tal no está exento de límites.

 

BIBLIOGRAFÍA

CALDUCH-BENACES, «Il lavoro in Proverbi e Siracide», en Parola, Spirito e Vita 52 (2005) 21-37.

MAZZINCHI, Illavoro umano tra illusione e realtà nel libro del Qohelet», en Parola, Spirito e Vita 52 (2005) 39-55.

PARISI, «Lavoro», en R. PENNA/C. PERECO/C. RAVASI (eds.) Temi teologici della Bibbia, San Paolo, Cinisello Balsamo, MI, 2010, pp. 710-717.

VILCHEZ, Eclesiastés o Qohélet, Verbo Divino, Estella 1994.

 

FUENTE: