El cooperativismo surgió históricamente como respuesta solidaria de los pobres a sus necesidades relativas a la producción, distribución y consumo de bienes y servicios. La autora de este artículo, economista, analiza el origen y nacimiento del movimiento cooperativista en España y cómo este no puede comprenderse sin siglos de cultura cristiana. La historia de los pobres ha sido y sigue siendo silenciada en los planes de estudio, pero un pueblo que no tiene conciencia de su historia y de sus posibilidades de promoción es un pueblo fácilmente manipulable, que aceptará sin rechistar lo que el poder quiera hacer de con él. Que estas breves páginas despierten en los lectores el deseo de conocer la historia de los pobres.

 

Los orígenes cristianos del movimiento cooperativista en España

Ángela Elósegui

El espíritu cooperativista

Recogiendo el pensamiento de Julián Gómez del Castillo, podemos decir que «Desde su nacimiento, el espíritu cooperativista se manifiesta como la capacidad de reacción y creación del pueblo acosado. Otros sectores de la vida han podido asentar sus posibilidades en la fuerza de las armas –y ahí está la historia de la nobleza-, de la misma forma que la burguesía lo asentó sobre la capacidad de iniciativa individual- realizada históricamente sin escrúpulos-. Sin embargo, la ley histórica de los débiles ha sido siempre la solidaridad, la de la unión, la de la cooperación. Sólo fundamentándose en ella ha podido dar pasos positivos hacia su promoción, y los que ellos no dieron así, sirvieron –propios y extraños- para su retroceso. El entusiasmo para una batalla de paz no puede salir más que de los corazones que sufren la exclusión. Y la historia está ahí, y de forma especial la historia del movimiento cooperativo y las posibilidades del mismo».

Algunas de estas experiencias protagonizadas por los pobres, se dieron tanto en el campo del cooperativismo obrero, sacado adelante por militantes socialistas, como en el campo del cooperativismo católico agrario. Todas ellas no se pueden entender sin la cultura cristiana solidaria que se desarrolla a lo largo de los siglos en todo el occidente europeo.

Prolegómenos de la cooperación: los gremios

«La cuestión proletaria ha hecho surgir y casi irrumpir un gran impulso de solidaridad entre los hombres del trabajo y ante todo entre los trabajadores de la industria» (LE 8, San Juan Pablo II). Surge así el movimiento obrero a finales del siglo XVIII, como reacción a las condiciones de trabajo degradante y despersonalizado que  someten a los obreros y a sus familias a vivir en condiciones infrahumanas. Los obreros crearan sus propias asociaciones y también realizaciones cooperativas para dar respuesta a su situación.

Este asociacionismo que surge a finales del siglo XVIII, pero que alcanza su máxima realización a lo largo de todo el siglo XIX y que llegará a poner en jaque al capitalismo, no puede comprenderse sin la cultura cristiana en la que nace y sin una concepción del hombre como «ser en relación» y con profundos valores religiosos. A lo largo de la Edad media esta conciencia se va desarrollando y manifestando en los gremios, en las cofradías, concejos y toda una serie de células convivenciales que abarcan los distintos campos. Es una sociedad, claro está, fuertemente jerarquizada en torno a tres poderes –el feudal, el real y el eclesiástico– y que no concibe la realidad sin referencia a Dios. Es en los gremios y en las cofradías donde se encuentran los prolegómenos de la cooperación futura que se va a manifestar abiertamente en el siglo XIX.

La palabra gremio, que procede del latín y significa «seno», «regazo», se utilizará para designar la agrupación de trabajadores. Los artesanos defendían el derecho a vivir de su propio trabajo y negaban a los señores feudales el derecho a vivir del trabajo ajeno. La vida de los gremios era muy importante en la ciudad medieval: tenían su propio edificio de reunión; llegaron a tener hospitales (San Eloy de los Plateros en Córdoba); tenían iglesias y altares donde daban culto a su propio patrón, procesiones…Incluso tuvieron su propia caja, donde entraban los ingresos y se compraban bienes de primera necesidad o se realizaban préstamos.

Con una estructura administrativa autónoma, en la que incluso podían administrar justicia en los casos de delito de trabajo, los gremios tenían también el control monopolista de la mano de obra y la contratación de aprendices y oficiales, así como de los mercados. Precisamente, lo que disminuye este grado de autogestión y hace que se corrompan, es que son organizaciones fuertemente jerarquizadas. Era muy difícil el paso de aprendiz y oficial a maestro, y estos llegaron a someter a los dos primeros a un estado de subordinación y dependencia total. Además, sus salarios fueron en continuo descenso. Todo esto llevará a la decadencia de los gremios.

Cooperativismo obrero

La revolución francesa marca la entrada en la historia de una nueva época contemporánea, con el triunfo del liberalismo. Irrumpe una nueva esclavitud en el mundo del trabajo, a pesar de las palabras tan bellas que suenan a nuevo: «fraternidad, libertad, igualdad». El liberalismo niega el derecho de asociación de la clase trabajadora y el gremio queda disuelto con la ley de 1791 (Chapelier).

Entre la desaparición de los gremios y la aparición de las primeras cooperativas median aproximadamente tres décadas. Surgen las cooperativas en el seno del proletariado industrial y los gremios pasan a ser considerados como organizaciones caducas.

La sociedad cooperativa podemos definirla como una asociación creada entre los débiles con objeto de llevar a cabo una empresa común conducida sin espíritu egoísta y en la que todos estén dispuestos a asumir sus deberes. Frente al materialismo salvaje que impone la sociedad burguesa, los trabajadores crean sus instrumentos para defender su precaria economía y escapar de la esclavitud del capital impuesto al trabajo. Perseguirán no solo la liberación material sino también la cultural, la moral y un cambio político.

La propagación de las ideas cooperativistas fue muy importante para la expansión del movimiento cooperativista. Las ideas de los pioneros del cooperativismo eran las siguientes: control democrático; interés limitado al capital; neutralidad política, religiosa y racial; tener como fin resolver los problemas económicos y sociales; reparto de excedentes y la educación como principio de oro de la cooperación.

Los primeros propagadores del movimiento cooperativo en España fueron socialistas que habían conocido a los llamados socialistas utópicos. Entre las primeras cooperativas están la «Asociación de cajistas de imprenta» (1838), la «Asociación Mutua de Tejedores» (1840) y la «Sociedad de Tejedores». Aunque estas dos últimas eran la misma organización, la primera se dedicaba a resolver problemas de enfermedad y de paro forzoso mientras que la segunda era el sindicato con fines reivindicativos. En su reglamento, uno de los objetivos era salvaguardar la dignidad del obrero y por ello se solicitaban escuelas de instrucción técnica. Tenían que cotizar seis cuartos, declararse en huelga cuando el empresario bajaba el sueldo y, si el obrero no cumplía, era expulsado de la sociedad. Se proporcionaba ayuda a quien estaba sin trabajo. En 1842 se prohíbe y decreta su disolución, aunque sobrevivió con dificultad algunos años más a través de la Compañía Fabril de Tejedores de Algodón.

La presencia religiosa en estas primeras asociaciones era indudable, como lo refleja el hecho de que cada aniversario de esta asociación se celebrase con un Tedeum en la parroquia de Santa María del Mar. Se percibe una nueva sensibilidad moral y religiosa. En los escritos de estas primeras cooperativas se evidencia la creencia en un Dios que está con el pobre y el oprimido; el Mandamiento Nuevo; una actitud permanente de acción de gracias; que la fe no es incompatible con la libertad, más bien al contrario, y lleva a la respuesta ineludible ante los problemas. También se refleja en los nombres de las cooperativas:  Comercial Amistosa, La Abnegación, La Honradez, Sociedad Cooperativa de la Verdad.

En 1876 había más de 600 cooperativas en España. Entre 1800-1875 se crearon más de 6.000 cooperativas. Sin embargo, el movimiento cooperativista sufre interferencias ideológicas y políticas y queda relegado, a pesar de que se seguirán poniendo en práctica. Valga como ejemplo la cooperativa Alfa.

La cooperativa Alfa, un ejemplo de experiencia asociativa y autogestionaria

Nace en 1920 por obreros que proceden de la militancia obrera socialista y que se plantean hacer frente a la situación de explotación y paro en que viven.

Se capitalizó porque los obreros cooperativistas renunciaron a una parte de su salario (el 25%) para la empresa, que pasó de ser una industria armera a producir máquinas de coser. Logró producir con calidad por la competencia profesional, cambiando la producción para hacer frente a las graves dificultades que atravesaba la industria armera. Fue gestionada por pobres y los gerentes y administradores eran también obreros. Tenían un alto concepto del trabajador y del trabajo bien hecho, no admitiendo la dejadez. La entrada a la cooperativa se hizo a través de la militancia obrera en las Casas del pueblo. Los salarios fueron superiores al del resto de la industria, donde las condiciones eran de pura explotación. Cuando la producción bajaba por la crisis mantuvieron los empleos con el reparto del trabajo.

Los problemas de financiación derivaban de que las máquinas eran bienes relativamente caros y tenían que recurrir a la venta a plazos. Lo solventaron pidiendo préstamos. No cobraron dividendo alguno hasta el año 1936. Durante 16 años los beneficios fueron otorgados a los trabajadores en forma de acciones, sin percibir ningún tipo de dinero por ello, aunque el reparto de títulos no era igualitario y hubo también socios que no eran trabajadores. La guerra hizo que desapareciera, por lo que no podemos saber qué hubiera pasado si hubiera continuado.

Cooperativismo agrícola católico

El cooperativismo católico se va a dar paralelamente al cooperativismo obrero, aplicando los principios cooperativistas. Este tipo de cooperativas fueron muy importantes en el campo agrícola –cooperativas de cereales, de aceite, de vino, de exportaciones de cítricos– cuando España era Tercer Mundo, y son un ejemplo de cómo la fuerza de los pobres es la asociación y la solidaridad y de las posibilidades que nos ofrece.

Vamos a detenernos en la mentalidad en que se basa para comprender su raíz, alcance y limitaciones. Hay que partir de la cultura cristiana solidaria de Occidente en la que nace este movimiento, como ya hemos expuesto. Una cultura desarrollada a lo largo de los siglos, donde existía una comprensión orgánica de la sociedad; donde cada estamento (nobleza, clero, campesinos…) tenía un papel asignado, lo que hacía a los unos responsables de los otros en diversa medida. Las principales instituciones era la familia rural extensa y el municipio, donde los individuos encontraban todo lo que necesitaban gracias a la solidaridad –educación, cuidado de enfermos y ancianos, limosna a los pobres…– y en buena medida compartían la gestión pública –concejos– y parte de los medios de producción –tierras y pastos comunales–.

Aunque por entonces no existía un concepto de «justicia social» como cambio social, si existía una vivencia de la honradez en la vida cotidiana, sostenido por el cultivo religioso en parroquias y cofradías, y de la justicia en las relaciones mutuas. Bastaba la palabra dada y un apretón de manos para cerrar un trato. La justicia la garantizaba el Rey, desde arriba, garantizando el orden establecido por Dios, y la convivencia en pequeñas comunidades aseguraba este comportamiento.

Los durísimos trabajos  agrícolas y domésticos educaban en una cultura del sacrificio y la gratuidad que hoy nos resultan vitalmente incomprensibles. El modelo de este estilo de vida son las madres cristianas pobres que, sin un aparente papel público, son sus verdaderas sostenedoras desde el silencio de la vida de la familia, parroquias, municipios y del compromiso público de los esposos.

Esta vivencia se desarrolla dentro de una mentalidad rural propia de la primera ola de la civilización agraria. Esta supone una visión del mundo estática: durante milenios no cambian las herramientas de producción, todo «es así para toda la vida». Esto hace que sean tradicionalistas y reivindiquen el pasado; que sean reformistas, llegando, como mucho, a la democracia cristiana en política. Por su concepto estamental de la sociedad, son paternalistas: a lo sumo, los ricos pueden dar limosna y dirigir, pero no creen en la capacidad de los pobres para dirigir sus vidas. Además eran muy localistas, lo que hace más difícil la asociación con otros pueblos o lugares.

La situación de miseria y la emigración del campo a la ciudad  ̶ que se agravan tras la crisis que atraviesa el campo español de 1880 a 1910 –junto con la presencia de organizaciones socialistas y de huelgas de jornaleros, despertaran la conciencia social de muchos católicos. Además, a todo esto se une la publicación de la Rerum Novarum de León XIII en 1891. Se lanza así un nuevo movimiento sindical que será el cooperativismo agrario.

Solo nos vamos a detener en una de estas experiencias, pero fueron miles la cooperativas que se lanzaron tanto de producción como de crédito. Así, en Mataporquera, Reinosa y Matamorosa, en la provincia de Santander, se crearon tres cooperativas de consumo que promocionó una persona y movilizaron a 3000 personas. No hicieron falta recibos, se basaban en la confianza. Lo que nos lleva a la conclusión de que lo importante es querer, pues muchas de estas cooperativas se pusieron en marcha porque al frente había sacerdotes y personas entusiastas del ideal cooperativista

La cooperativa lechera SAM (Sindicatos Agrícolas montañeses)

Parte de la situación de miseria de los ganaderos y se inicia al amparo de los Sindicatos agrícolas católicos, bajo la Federación Agrícola Montañesa. El primer sindicato agrícola nace en Ruiseñada (Santander) en 1905 con una cofradía de labradores y se llamó San Isidro Labrador. Crearon sus propias cajas rurales, en donde los campesinos ponían sus pequeños ahorros y se les daba un módico interés. Este dinero se prestaba luego para atender pequeñas necesidades de los que trabajaban en la montaña: aperos, piensos, etc., por lo que tenían que pagar un interés. Con este beneficio se financiaban las cajas, que no repartían beneficios a sus socios y sus administradores no cobraban;  se basaba en la confianza de unos con otros. Entre 1924 y 1933 se crearon 73 sindicatos.

Realizaron una intensa labor de propaganda, que duró quince años, para hacer llegar la necesidad de la cooperación y de la unión de los labradores y ganaderos. Sin esta intensa labor de concienciación no hubiera podido nacer la cooperativa, que consiguió asociar a ganaderos que tenían una mentalidad estática e individualista para un objetivo común.

Al frente estuvo un sacerdote con fama de santidad, don Lauro, que vivía pobremente junto con un grupo de personas que le apoyaron. Con el entusiasmo de unos pocos, su capacidad de sacrificio y su entrega a fondo perdido, recorrió numerosos pueblos para dar a conocer las  cooperativas y contagiar su ideal de cooperación.

La situación del campo era muy penosa. La leche se vendía a la Nestlé, que compraba los litros que quería. En el tránsito entre el invierno y la primavera, cuando se producía más leche, Nestlé se negaba a comprar este excedente por los costes que suponía su almacenamiento. De un día para otro, la cantidad que la multinacional compraba al ganadero podía pasar de  40-50 litros a solo 5. En algunos pueblos ni siquiera pasaba a recoger la leche.

La cooperativa proponía la unión de los ganaderos para crear una central de venta de leche sin intermediarios entre productores y consumidores, que además resolviera el problema de los excedentes. Para ello crearon la patente de un envase de papel con el que llevar la leche a Madrid, en lugar de las pesadas ollas con las que se recogía.

Para financiar la cooperativa se inició una intensa campaña de propaganda, visitando pueblos y a los miembros de la Federación que se hicieron socios de la cooperativa. Para comenzar tuvieron que solicitar un préstamo al Banco de España, avalado con los bienes que aportaron muchos de su socios y también sacerdotes: el patrimonio familiar, sus casas, vacas y aperos. Se respondía solidariamente y nunca se escondió el riesgo que corrían, pero el entusiasmo era grande. Además de los bienes, el capital social se constituyó con el compromiso de aportar los litros de leche equivalentes. Si uno iba a aportar 100 litros diarios de leche esto suponía 5.000 pesetas de capital social, que no se entregaban en efectivo, sino que se garantizaban con el trabajo. Así, el Banco de España les dio un préstamo de 1.600.000 pesetas con un interés muy alto. El número de socios fundadores fue de 2.937 y el capital social fue de 3.700.000 pesetas. Estas aportaciones se hicieron a través de los sindicatos que había en cada pueblo. En febrero de 1931 se colocó la primera piedra en Renedo.

Pasaron momentos de dificultades financieras por la falta de reservas, ya que los excedentes se dedicaban a la inversión en mejoras técnicas y a pagar los intereses del préstamo. Nestlé les pagó para que no produjeran durante un año leche condensada y con eso salieron del apuro. Sin embargo los problemas con la Nestlé surgieron pronto: despidió a todos los productores de leche que servían leche a la SAM. Se acordó que la SAM recogería esta leche a pesar del exceso y los problemas que suponía. Para resolver el problema de la financiación, los demás socios decidieron recibir 20 céntimos por litro y dejar 10 céntimos en depósito durante ocho meses. Se le llamó «el pacto de la perra gorda» y así consiguieron capitalizarse. No obstante, la SAM tuvo que pedir un préstamo al Banco de España que no logró cancelar hasta 1947, al pasar de recoger 978 mil kilos de leche en 1932 a 5,8 millones en 1933.

Vencieron a la Nestlé con entusiasmo y sacrificio. La SAM se especializó en gran cantidad de productos de calidad y con precio más económico: leche condensada, leche pasteurizada, batidos de cacao, mantequilla… Su leche no estaba aguada y era muy nutritiva. Se vendía por toda España. Creó también becas de estudio y diversas obras sociales, principalmente en el terreno educativo; también una revista y una radio.

Conclusiones:

  • El espíritu cooperativista se manifiesta en la capacidad de reacción y creación de un pueblo acosado. Cuando unas personas necesitaron trabajo montaron una fábrica, no se dedicaron a mendigar. Solo el trabajo genera riqueza. Cuando se cultiva el espíritu asociativo las posibilidades son enormes. Con la cooperación se produce un cambio de la «lucha por la existencia» por la «cooperación por la existencia».
  • Muchas experiencias fracasaron porque se pasó de un cooperativismo de cooperación a un cooperativismo de negocio. Un ejemplo clave fue la cooperativa Mondragón, creada por un sacerdote y un grupo de trabajadores, que hoy se ha convertido en una gran multinacional.
  • Cuando penetran las ideologías y la lucha por el poder se relega el espíritu cooperativista. Las cooperativas se corrompen cuando se sustituye la cooperación por el corporativismo y la búsqueda de intereses restringidos a un «grupito de trabajadores». Además deben tener una visión internacionalista. Se trata, como decía Guillermo Rovirosa, de ir implantando en el mundo ese espíritu de colaboración, como pequeñas luminarias.
  • La pieza clave del cooperativismo es el militante cooperativista, que debe tener una formación adecuada y una conciencia de cambio radical, confianza en la asociación, capacidad técnica, permanencia, moral.
  • Sin poner a los demás por delante de uno mismo no es posible la cooperación. Sin fe y sin el cultivo de las virtudes cristianas, sin Mandamiento Nuevo, no es posible la cooperación.

Fuente: Revista Id y Evangelizad nº 134

 

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