No hay verdadera opción por los pobres sin auténtica opción firme por la justicia y la solidaridad.

 

Monseñor Jorge E. Lozano

Vamos a plantearnos reflexiones acerca de una realidad que duele. No son ideas abstractas, sino vidas concretas que no nos son extrañas. Ellos, los pobres, no toman parte en los debates acerca de las estadísticas, pero sufren en carne propia y en sus hogares la escasez y la miseria.

Podemos preguntarnos ¿Qué relación tiene la pobreza con la fe? ¿Con la moral? ¿Con el culto? La fe se expresa en aquello que creemos, que vivimos, que celebramos

La Biblia

La Palabra de Dios nos revela acerca de la vida que el Creador quiere para nosotros, y el modo de vincularnos con él, con los demás, y con las cosas. Mencionaremos sólo algunos textos que iluminan nuestra mirada.

El Profeta Isaías nos enseña acerca del ayuno que agrada a Dios y, por lo tanto, del culto que le debemos: “Este es el ayuno que yo amo -oráculo del Señor-: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne” (Is 58, 6-7). Es muy importante la relación que se establece entre la oración y la justicia, la religiosidad y los pobres. Los profetas alertaron al pueblo elegido acerca del riesgo de una práctica de la fe vacía del amor al prójimo, y por tanto no agradable a Dios.

En la parábola del evangelio relatada en Lucas 10, 25, vemos las diversas actitudes ante el que está tirado al borde del camino. Se nos muestra indiferencia, miedo, desinterés, compromiso. Jesús es el Buen Samaritano y, a su vez, a él también lo podemos identificar con el hombre mal herido en el suelo. Se ponen en acción varios verbos: ver, conmoverse, inclinarse, sanar, consolar, cargar. Al doctor de la ley que le había preguntado “¿quién es mi prójimo?”, el Señor le contesta: “Ve y haz tú lo mismo”.

En Mc 12, 28-34 encontramos que “amar a Dios y al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”, advirtiéndonos también acerca de la tentación del ritualismo externo alejado del pobre.

En Mt 25, 31-55 Jesús se identifica con los pobres, los enfermos, los encarcelados, los hambrientos… San Juan Pablo II, al comentar esta parábola escribió: “Esta página no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (Nmi 49).

Otro de los escritos del Nuevo Testamento, la carta de Santiago, es muy clara acerca de la necesidad de la fe y las obras: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: ‘Vayan en paz, caliéntense y coman’, y no les da lo que necesitan para su cuerpo?” (Sant 2, 14-16). No es auténtica la fe que se desentiende de los pobres. Santiago muestra además a los ricos la necesidad de pagar el salario y no retenerlo, porque el clamor de esa injusticia llega al cielo (Sant 5, 1-6).

También es elocuente la carta de San Juan “Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano” (ljn 3,10). Unos renglones más adelante, la misma carta enseña: “El que dice: ‘Amo a Dios’, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1Jn 4, 20-21).

Hace pocos meses, en un programa de TV se analizaba “la fe de los argentinos”. Se compartían estadísticas acerca de asistencias a misa los domingos, porcentajes de bautismos… Teniendo en cuenta estos pasajes bíblicos, ¿no deberíamos también apreciar la fe de acuerdo a la justicia y la solidaridad?

Podemos decir que, si hay más injusticia e indiferencia, hay menos fe cristiana.

El mártir y santo san Oscar Romero decía: “una religión de misa dominical pero de semanas injustas, no gusta al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresía en el corazón no es cristiana” (Mons. Romero, 4/12/77).

El Magisterio

Veamos algunas enseñanzas del Magisterio acerca de los pobres. Comencemos con una referencia a san Juan Pablo II. Él nos desafió con exigencia: “Tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como ‘en casa’” (Nmi 50). A eso nos exhorta también el papa Francisco: “se toca con la mano carne de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la eucaristía” (Mensaje para la 1 Jornada Mundial de los pobres, 19 de noviembre 2017)

La opción por los pobres ha sido clave en la Iglesia en América Latina y El Caribe. En el Documento Conclusivo de la Vo Conferencia General del Episcopado del Continente, en Aparecida, se afirma: “Nuestra fe proclama que ‘Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”. Por eso “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (cf. Heb 2, 11-12)” (DA 392). Esta opción también se asume en el CDSI 182.

Debemos cuidarnos de la influencia que pueda tener sobre los hombres y mujeres de fe un cierto clima sociocultural hedonista, individualista, indiferente. “Nuestra opción por los pobres corre el riesgo de quedarse en un plano teórico o meramente emotivo” (…) “Se nos pide dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés, (…) y buscando, desde ellos, la transformación de su situación” (DA 397).

Por eso, “La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres” (DA 398).

Los Obispos de la Argentina en Navega Mar Adentro hemos expresado que uno de los cuatro desafíos a asumir en la tarea evangelizadora es “El escándalo de la pobreza y la exclusión social” (Nma 34-39).

Decíamos en ese documento del año 2003 que “Ante la grave situación actual, permanece el desafío de una justicia demasiado largamente esperada, y se hace necesario volver a reafirmar la opción preferencial por los pobres, débiles y sufrientes. La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza tienen sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto de las personas y de los pueblos” (Nma 34).

El Papa Benedicto XVI en el Discurso Inaugural de la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y El Caribe señaló que la opción por los pobres “está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”.

La situación socio económica es consecuencia de opciones que se toman a nivel mundial. El Documento de Aparecida ha señalado que “la globalización sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de pocos” (DA 62).

En estos pasajes del Magisterio local, continental y universal se hace un claro cuestionamiento al modelo económico imperante. El problema no es la honestidad personal de los actores económicos (solamente), sino la estructura misma que genera pobreza y exclusión. Aun cuando todos individualmente fueran “buenas personas”, el modelo seguiría sin ser justo y equitativo.

El destino universal de los bienes

Uno de los principios rectores de la Doctrina Social de la Iglesia es el destino universal de los bienes. “Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno” (CDSI 171).

Este principio arraiga en la convicción de que Dios creó el Universo para toda la familia humana. El Papa Benedicto XVI ha tomado esta idea en algunos de sus mensajes para la Jornada Mundial de oración por la paz.

Pero estas enseñanzas del Magisterio tienen su raíz en la Palabra de Dios, y tienen continuidad con la predicación y los escritos de los Padres de la Iglesia en los primeros siglos del cristianismo. Transcribimos algunas para que veamos su claridad:

“Te pareces a un hombre quien -llegando al teatro- quisiera impedir que los otros entraran y se imaginaría poder gozar solo de un espectáculo al cual todos tienen derecho. Así son los ricos: se adueñan de los bienes comunes que han acaparado, porque son los primeros que los ocuparon” (San Basilio).

“No digan: ‘Gasto lo que es mío, gozo lo que es mío’. No: no gozan lo que es suyo, sino de lo que pertenece a otro… Estos bienes no les pertenecen: les pertenecen en común con su semejante, tal como el cielo, la tierra y todo lo demás” (San Juan Crisóstomo).

“¿Por qué rechazan al que comparte su misma naturaleza, reivindicando su posesión? La tierra fue creada para todos en común, ricos y pobres. ¿Por qué, los ricos, nos arrogamos solos, el derecho de propiedad? La naturaleza desconoce a los ricos, ella que nos hace nacer pobres. No nacemos vestidos, no nos dan a luz con oro y plata” (san Ambrosio).

Los pobres en la Argentina

Vivimos en un tiempo en el cual el individualismo creciente lleva a “naturalizar” la pobreza e incluso a culpar de ella a los mismos pobres.

Recuerdo haber escuchado algunas veces esta apreciación: “en nuestra sociedad hay igualdad de oportunidades, el que no las aprovecha es un inepto. No sirve para un mundo competitivo”. ¿Vos qué pensás? ¿Cómo cae esta consideración en alguien que busca y busca trabajo, y sólo consigue changas? Por eso nos advierte Francisco que “destrozar la autoestima de alguien es una manera fácil de dominarlo. Detrás de estas tendencias que buscan homogeneizar el mundo, afloran intereses de poder que se benefician del bajo aprecio de sí, al tiempo que, a través de los medios y de las redes se intenta crear una nueva cultura al servicio de los más poderosos. Esto es aprovechado por el ventajismo de la especulación financiera y la expoliación, donde los pobres son los que siempre pierden” (FT 52).

No hemos sido devastados por inundaciones o sequías. No hemos sufrido una guerra. No hemos tenido lluvia de meteoritos que destruyeron ciudades, industrias, cosechas y animales.

Hemos sido saqueados por la avaricia de un sistema que concentra riquezas, concentra la propiedad de la tierra (y permite su extranjerización), concentra capitales, y distribuye migajas sobrantes.

Un informe elaborado por algunas organizaciones en Europa se titulaba “América Latina: Riqueza privada, pobreza pública” (CIDSE, Alianza de organizaciones católicas para el desarrollo); y es así.

Pecado social

El 10 de Marzo de 2008 la Penitenciaría Apostólica del Vaticano presentó una lista de pecados sociales o llamados nuevos pecados capitales. De estos 7 algunos tienen implicancias directas con estas reflexiones: “contaminar el medio ambiente, provocar injusticia social, causar pobreza, enriquecerse hasta límites obscenos a expensas del bien común”. Cuando hay niños desnutridos, ancianos abandonados a su suerte, jóvenes que se prostituyen para consumir sustancias, familias que cartonean para comer, los lujos son una burla y un insulto. A esto se le llama “enriquecerse hasta límites obscenos”.

El pecado tiene esta dimensión social. No queda encerrado en el corazón humano, sino que altera los vínculos interpersonales y daña la justicia. Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia desarrolló esta dimensión. “En este sentido es social el pecado contra el amor del prójimo, que viene a ser mucho más grave en la ley de Cristo porque está en juego el segundo mandamiento que es ‘semejante al primero’. (…) Es social todo pecado cometido contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, sin excluir la del que está por nacer, o contra la integridad física de alguno. (…) Es social todo pecado contra el bien común y sus exigencias, dentro del amplio panorama de los derechos y deberes de los ciudadanos” (RP 16).

La deuda social

En el Documento Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad 2010 – 2016se recoge un párrafo de otra declaración del Episcopado de noviembre del 2000: “La gran deuda de los argentinos es la deuda social. Podemos preguntarnos si estamos dispuestos a cambiar y a comprometernos para saldarla. ¿No deberíamos acordar entre todos que esa deuda social, que no admite postergación, sea la prioridad fundamental de nuestro quehacer?” (CEA, “Afrontar con grandeza nuestra situación actual”, 11/XI/2000). Y luego continúa la reflexión: “No se trata solamente de un problema económico o estadístico. Es, primariamente, un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial y requiere que nos decidamos a un mayor compromiso ciudadano. Pero sólo habrá logros estables por el camino del diálogo y del consenso a favor del bien común, si tenemos particularmente en cuenta a nuestros hermanos más pobres y excluidos” (HB 5).

La pobreza extrema y sus manifestaciones diversas expresan la inmoralidad e irracionalidad de la situación. En la Argentina que haya niños desnutridos, familias en la calle, es inmoral (en contra del bien), irracional (en contra de la verdad), e insolidario.

Es bueno volver a citar el Compendio de la DSI que se refiere al componente moral de la representación política: “Quienes tienen responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de la representación, que consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar soluciones a los problemas sociales” (CDS1 410).

Esto significa que a los dirigentes no les puede ir mejor que los dirigidos. Ni en aumento de ingresos, ni en mejora de la calidad de vida, ni en incremento del patrimonio en propiedades o dineros.

La cuestión de las estructuras

Al reflexionar acerca de la pobreza, la inequidad, la injusticia, no debemos pasar por alto una mención directa a las estructuras injustas que generan pobreza y exclusión.

Es un tema que nos cuesta mucho en la Iglesia en la Argentina; es poco trabajado desde la comunidad cristiana y no bien mirado desde el ámbito de la política.

Desde la comunidad cristiana solemos hacer colectas de ropa o alimentos para inundados, por poner un ejemplo. Hay también algunas iniciativas de capacitación laboral o promoción de pequeños emprendimientos comunitarios de trabajo. Están además quienes se organizan para un comedor en algún barrio, o dar algo caliente a quienes están en situación de calle. Pero muy pocos responden al llamado de compromiso en la actividad política o sindical, propio de la vocación laical.

El Documento Conclusivo de Aparecida lo ha expresado con gran claridad: “El amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia, requiere que socorramos las necesidades urgentes, al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas en los ámbitos nacionales e internacionales. Urge crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos. Igualmente, se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los necesarios consensos sociales” (DA 384). Es insistente este párrafo en marcarnos el rumbo.

Y en el número siguiente también: “La misericordia siempre será necesaria, pero no debe contribuir a crear círculos viciosos que sean funcionales a un sistema económico inicuo. Se requiere que las obras de misericordia estén acompañas por la búsqueda de una verdadera justicia social, que vaya elevando el nivel de vida de los ciudadanos, promoviéndolos como sujetos de su propio desarrollo” (DA 385).

En este sentido Francisco señala que el compromiso de los cristianos “implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos” (EG 187).

Una cuestión a señalar es que la comunidad política es reacia a un mayor compromiso de los cristianos en lo público. Alientan -y a veces soportan- tareas de asistencia a los pobres (adictos, enfermos, comedores…) pero rechazan los cuestionamientos al modelo neoliberal imperante. Como dijo Dom Helder Cámara, obispo de Brasil comprometido con los pobres: “Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista”.

Por eso es importante asumir la totalidad de la propuesta para “erradicar la pobreza y promover el desarrollo integral”.

Es llamativo que lo tengamos tan claro para otras situaciones y no en esta dimensión. Cuando un día de lluvia vemos que hay goteras en casa, buscamos un balde para recoger el agua. Pero no nos aprontamos sólo a comprar más baldes o trapos para la próxima tormenta, sino que buscamos reparar el techo; cuando se forma un bache en la calle no nos entrenamos para esquivarlo, sino que buscamos que lo arreglen; cuando nos preocupan los accidentes de tránsito, no pensamos que la solución es comprar más ambulancias, sino que promovemos también mejor educación vial. Del mismo modo, deberíamos ocuparnos de cambiar las estructuras que expulsan a los chicos de las escuelas, a las familias de las casas, a los pueblos originarios de sus tierras, a los pobres de la sociedad. Excluir a alguien es decirle: “estás afuera”, “no existís”, “fuiste”.

Aparecida varias veces señala que en las graves situaciones de pobreza “tiene una enorme responsabilidad el actual modelo económico que privilegia el desmedido afán por la riqueza, por encima de la vida de las personas y los pueblos y del respeto racional de la naturaleza” (DA 473). Por eso propone que se hace necesario “buscar un modelo de desarrollo alternativo, integral y solidario” (DA 474).

Por eso “no es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede ‘a un costado de la vida’”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad” (FT68).

No hay verdadera opción por los pobres sin auténtica opción firme por la justicia y la solidaridad.

* Extracto del libro “Clamor de los pobres gemido de la tierra (2021)