Hoy el mundo está en guerra

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Sobre el comercio de armas (Papa Francisco)

«Se necesitan medidas apropiadas para el control de la producción, venta, importación y exportación de armas ligeras e individuales, que facilitan muchas manifestaciones de violencia. La venta y el tráfico de dichas armas constituye una seria amenaza para la paz, pues son las que más matan y se usan mayormente en los conflictos no internacionales; su disponibilidad acrecienta el riesgo de nuevos conflictos y la intensidad de los que ya existen», Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 511.

El comercio de armas es un mercado delictivo de muerte. Quien trata de justificarlo diciendo que las industrias bélicas dan trabajo a la gente es hipócrita, porque en realidad la producción de armas aparta de otras actividades económicas más humanas. Y cuando se usan, las armas destruyen otras actividades laborales, además de matar directamente a los trabajadores: el macabro saldo entre trabajo creado y trabajo destruido es ciertamente negativo, si no nos fijamos en los detalles y miramos los balances globales de las guerras, de todas las guerras.

Sería ingenuo y engañoso pensar que hoy las diversas guerras regionales nacen solo por motivos locales, sin el incentivo de la venta internacional de armas, auspiciada sobre todo por quienes no están implicado directamente en una guerra. Dan ganas de decir, retomando un dicho popular transnacional, que «la guerra es esa cosa en la que muchas personas que no se conocen se matan en beneficio de unas pocas personas que se conocen y no se matan entre ellas».

Sin querer hacer propias las teorías del complot que tanto espacio ocupan en las redes sociales, es evidente que hay demasiados mercaderes de la muerte con grandes intereses en vender armas, lo que desencadena guerras por encima de cualquier ideología política, solo por razones de lucro. Políticos e intelectuales se oponen justamente a las teorías del complot, pero esta lícita oposición a menudo sirve de pretexto para abortar todo intento de hablar del poder de los lobbysy de la gestión del dominio financiero sobre el comercio de las armas, porque inmediatamente lo acusan a uno de ser complotista.

El comercio de armas es un mercado delictivo de muerte. Quien trata de justificarlo diciendo que las industrias bélicas dan trabajo a la gente es hipócrita, porque en realidad la producción de armas aparta de otras actividades económicas más humanas.Así pues, no existen complots mundiales para aumentar la producción de armas, pero existen grandes poderes que tienen interés en suscitar pequeñas o grandes guerras para mantener en pie una industria que reporta entradas conspicuas a muchos países. Eso se ha de denunciar con la máxima fuerza, sin vacilaciones. Ciertamente, fabricar armas, sanea a veces los balances de las economías que sacrifican al hombre a los pies del ídolo-dinero. Pero hay que acallar continuamente la conciencia para poder exaltar esos buenos resultados sin querer mirar las imágenes de campos de refugiados, de desplazados forzosos, de pueblos destruidos, de vidas rotas de niños y jóvenes. «La guerra es un flagelo», denunciaba León XIII. «Una matanza inútil», según Benedicto XV. Y Juan Pablo II denunciaba la guerra como «una aventura sin retorno». Escribía Giordani: «¡Qué inutilidad, la guerra!». ¡Qué gran verdad! ¡Cuánto sufrimiento, cuánto dolor! Hay que aplaudir y apoyar a los que siguen repitiendo, hasta el aburrimiento o la afonía, el grito de paz de Gandhi, de Martin Luther King, de Juan Pablo II: «¡Nunca más la guerra!»… «¡Nunca más el comercio de armas!».

Por último, no hay que olvidar que existe una razón sencillísima de la proliferación de las guerras: si se financia a grandes ejércitos, si los gastos militares crecen continuamente, inevitablemente se declararán y se librarán guerras. Es una cosa antigua: el oficio de los generales es hacer la guerra. Si se organizan ejércitos poderosos, es para hacer la guerra o al menos poderla hacer. Lo cual no significa que un militar no pueda trabajar honradamente por la defensa de su país y por la paz, evitando conflictos. Todos los ejércitos deberían hacerlo en el siglo XXI. Hay que implorar a Dios que convierta los corazones de los políticos y militares para transformar los ejércitos de guerra en ejércitos de paz.

Del comercio ilícito de armas alguien tendrá que rendir cuentas. Hoy en el mundo hay demasiado derramamiento de sangre, hoy el mundo está en guerra: muchos hermanos y hermanas mueren, también inocentes, porque los grandes y los poderosos quieren una porción más de tierra, quieren un poco más de poder o quieren ganar un poco más con el tráfico de las artillerías mortíferas. Pero la palabra del Señor es clara: «De vuestra sangre, de vuestra vida, yo pediré cuentas; pediré cuentas a todo ser vivo, y pediré cuentas de la vida del hombre al hombre, a cada uno, de su hermano» (Gn9, 5).