Se arrodilló llorando ante los policías y les rogó que se detuvieran.

“En nombre de Dios, perdonen esas jóvenes vidas. Tomen la mía”, les gritó la hermana Ann Un Thanwng.

 

La hermana Ann, religiosa de la Orden de San Francisco Javier -una congregación de derecho diocesano en la diócesis de Myitkyina, en el norte de Myanmar- había permanecido hasta ahora entre los muros de su convento, apoyando con el silencio, la oración y el aliento espiritual a los jóvenes que desfilaban apasionadamente por las calles, exigiendo libertad y democracia. Sin embargo, este 28 de febrero, abandonándose a la voluntad de Dios, transformó ese apoyo moral en una acción valiente que resultó decisiva para evitar una masacre.

La valentía de la hermana Ann -informa L’Osservatore Romano- permitió que al menos un centenar de manifestantes se pudiesen refugiar en el cercano convento, mientras que más de 40 heridos fueron trasladados a la clínica contigua, donde recibieron los primeros auxilios. La violencia cesó y el enfrentamiento, que podría haberse convertido en una tragedia, no continuó. La mediación espontánea de la hermana Ann tuvo un éxito inesperado. Patricia Yadanar Myat Ko, una de las niñas que encontró refugio en el monasterio, relató: “Nos salvamos gracias a la intervención milagrosa de la monja. Es una verdadera heroína. Le debemos la vida”. “Sólo con su sentida apelación, la hermana Ann pudo contener a los militares que acosaban a los jóvenes. Es un modelo para la Iglesia en todo Myanmar. Y, tras calmar los ánimos, corrió a atender a los heridos”, añade Joseph Myat Soe Lat, otro de los testigos presenciales.

Así lo ha confirmado también  el cardenal Charles Bo, arzobispo de Yangon.