No podrán robarnos la Navidad

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Es triste regresar a Venezuela y encontrar a tu país convertido en un gran caos. Mi pueblo está sufriendo y está perdiendo la esperanza. Parece una Nación en tiempo de guerra.

No hay carne, ni medicinas, largas colas para poder poner gasolina, sin gas, cocinando en leña, con apagones casi todos los días, calles oscuras donde antes hubo luces multicolores, y lo peor hambre en las casas, niños desnutridos, la añoranza de una hayaca que no podrán comerse, la desilusión de los pequeños que no podrán tener su niño Jesús.

La inflación ha convertido en un absurdo la economía del país. El sueldo mensual se agota en un solo día para medio comer.

No hay efectivo y aunque parezca una locura hay que “comprar el dinero” hasta al 80% de interés”. El internet no funciona y con el los puntos de venta. No hay cómo comprar así tengas alguito de dinero.

La deserción en escuelas y universidades ha alcanzado cifras alarmantes, ¿dónde están esos niños y jóvenes que abandonaron la escuela, qué están haciendo en vez de estudiar?.

La gran mayoría de los jóvenes están desesperados por irse del país. En cada familia ya por lo menos uno se fue y está pasando penurias en tierras extrañas. En cualquier parte del mundo me encuentro a un joven Venezolano vendiendo arepas con el sueño de poder enviar “algo para la familia”, durmiendo en las plazas y en los terminales. Son tantos los que se han ido que tristemente en muchos países se nos ve como una “plaga” y están arreciando los controles migratorios. El tema de las remesas comienza a tener peso en nuestra maltrecha economía, como en los países más pobres de Centroamérica. Las madres lloran a los hijos que se fueron, los hijos de la diáspora lloran por el país que tuvieron y que los expulsó a fuerza de hambre y falta de oportunidades.

El empobrecimiento engendra violencia e inseguridad, cada día la prensa da cuenta de crímenes atroces especialmente contra niños y mujeres. Tenemos miedo de andar en la calle, la inseguridad se desbordó.

Ni siquiera hay urnas para enterrar a nuestros muertos. Desde que llegué al barrio una familia tiene dos días esperando conseguir un ataúd para enterrar a su abuelo. En el cementerio profanan las tumbas para robarse las urnas y revenderlas.

Más allá de ideologías y partidos esta es una realidad innegable. Hay que ser muy ciego para no ver, muy mezquino para negar que algo de lo que he dicho no es verdad o estar enchufado y tener miedo a perder privilegios, desde una caja de Clap o un jugoso contrato en la corrupta y quebrada PDVSA para no reconocer esta tragedia nacional. Por cierto ya hasta Cuba nos quitó un activo de PDVSA por no pagar deudas y los acreedores de la deuda nacional presionan cada vez más. La amenaza del default sigue latente prueba de la ineficiencia en el manejo de las finanzas.

El bozal de arepa ha funcionado hasta en quienes durante años fueron ejemplo de auténtica lucha revolucionaria. Esos, muchos de ellos viejos amigos de las luchas en favor de los pobres, hoy me dan vergüenza y me llenan de tristeza. Ahora son solo tarifados con discursos de izquierda que aplauden como focas a los boliburgueses que se han hecho multimillonarios con negocios muy poco lícitos, se la pasan de compras en Miami (los que aun pueden entrar) y tienen a sus hijos revolucionarios y patriotas estudiando en costosas universidades del mundo.

Esos que con discursos de soberanía nacional y compromiso ecológico le están entregando el país a Rusos y Chinos y son cómplices del gran ecocidio que es el arco minero.

Por su parte, la oposición está dividida por sus ansias de poder, entretenidos en candidaturas y pactos que solo buscan sus intereses económicos. El descontento hacia ellos quedó claro con los niveles de abstención, que junto al arbitro descaradamente parcializado, le dieron el “triunfo” al gobierno en las elecciones regionales y municipales, tiñendo nuevamente de rojo rojito el país.

Será difícil recuperar la credibilidad en el voto como salida democrática y pacífica a nuestra CRISIS HUMANITARIA, que aunque no ha querido ser reconocida por el Gobierno, está allí instalada en las casas de nuestra gente, que sigue pasando hambre y muriendo por falta de medicinas.

Y en nuestra iglesia muchos se han hecho sordos al llamado del Papa Francisco a ser una Iglesia en salida. Siguen encerrados en los templos, preocupados solo por la oración y el culto, descuidando el mandamiento del amor y la opción por los pobres. Pastores que no huelen a oveja si no a incienso, laicos clelicalizados, ratones de sacristía que creen ganarse el cielo con solo decorar el templo y organizar procesiones y novenas. Los fariseos de hoy que no entienden o no quieren entender la centralidad del Evangelio descrita en la parábola del Juicio final.

Sin embargo, yo creo en Jesús de Nazaret, creo que el Verbo de Dios se encarnó en su Pueblo para darnos Vida en abundancia, creo que en Venezuela se cumplirá la promesa de un cielo nuevo y una nueva, tierra donde ya no habrá llanto, ni dolor, ni muerte, porque todo lo anterior ha pasado.

Cada niño que a pesar de la miseria sigue sonriendo y eleva bolantines multicolores, cada arepa compartida entre vecinos desde la escasez, para que aunque sea un poquito alcance para todos, cada sancocho comunitario que nace de la solidaridad es razón para la esperanza.

Creo en la justicia divina. Los corruptos, asesinos y hambreadores del pueblo recibirán la severa sentencia que ningún tribunal se ha atrevido a dictar.

También ceo que Venezuela es grande y sabrá encontrar el camino a la paz y el desarrollo para todos y todas, en equilibrio con la Madre Tierra. Confieso que en este momento no sé cuál es la salida, pero creo firmemente que Dios no abandona a su Pueblo, que su tiempo es perfecto y que también a nosotros nos acompañará a cruzar el mar rojo en la conquista de la libertad, de la tierra que mana leche y miel.

Mientras tanto en Buena Nueva pondremos nuestro humilde grano de arena para que a pesar de todo lo que nos han robado, no puedan robarnos la NAVIDAD.

Seguiremos al galope del burrito sabanero, cantando parrandas y aguinaldos por las calles de nuestros barrios, animando espacios para compartir el pan con los que menos tienen, ayudando a la gente a no perder la esperanza, celebrando las misas de aguinaldo incullturando el Evangelio, avivando la voz profética que denuncia la injusticia y llama a la conversión, experimentando la alegría que nace de un corazón que se convierte en pesebre donde pueda nacer el Enmanuel, el Dios con nosotros, el Dios de los Pobres.

Hoy con más fuerza grito VEN SEÑOR NO TARDES

Elvy Monzant – Secretario ejecutivo del Departamento de Justicia y Solidaridad de la CELAM