Las organizaciones obreras, durante la mayor parte del siglo anterior, tuvieron necesariamente el carácter de clandestinas, por la sencilla razón de que los que mandaban las declararon ilegales y contrarias al orden público. Los que mandaban necesitaban las manos libres para implantar «su» orden (?) público.

De la clandestinidad se pasó a la legalidad, y para ello hizo falta (en lo que a la mentalidad burguesa católica se refiere) una campanada tan enorme como la Rerum Novarum de León XIII.

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En lo que se ha venido llamando «lucha de clases» son todavía muchos los que, solamente atentos a las apariencias y a la espectacularidad, están convencidos de que los «culpables» y los «agresores» de esta lucha somos únicamente los obreros.

Si los obreros estuviéramos quietos y resignados, este mundo sería una maravilla. Así piensan. Todo prosperaría. Los obreros se santificarían a base de resignación, y «los otros», viendo esta resignación, sentirían su corazón conmovido, y les darían de buen grado las migajas que Epulón negaba a Lázaro, con lo que después todos estarían juntos en el cielo. ¡Qué bonito! ¿Verdad?

En la lucha de clases, una vez más, los árboles no han dejado ver el bosque. Y el bosque —sobre todo para los cristianos— es que se implante toda justicia, el reino de Dios y su justicia.

Y si el mundo padece hoy de una injusta distribución de bienes, ¿quién la ha provocado y a quién beneficia? ¿Acaso a los obreros? ¿Quiénes han implantado y quiénes sostienen esta injusticia? ¿Acaso los obreros? ¿Somos los obreros los «agresores» y los culpables de la lucha de clases? ¿No conviene que piensen un poco en esto los que pretenden juntar un Cristianismo auténtico con una decidida (y «agresiva») defensa del «desorden establecido»?

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En la historia de las organizaciones obreras hay facetas para todos los gustos.

En el fondo se trataba —y se trata— de la unión de los oprimidos frente a los poderosos opresores.

Los poderosos resolvieron la papeleta —al principio negando legalidad a tales organizaciones—. Cuando esto ya no fue posible se utilizaron todos los medios para ponerlas al servicio de los poderosos.

El poder económico organizó agrupaciones obreras amarillas a su servicio, pero esto no ha tenido demasiada importancia, pues se les vio el plumero de lejos.

La política ya ha hecho más estragos. En la oposición, la política ha azuzado a las organizaciones obreras, para que le hagan el juego, y con pretexto de defender a los obreros, lo único que se defiende es el sectarismo, a expensas de los obreros, que casi siempre somos las víctimas.

Cuando los políticos alcanzan el poder (como ocurre en Rusia y en otros países), entonces, con la excusa de alcanzar pronto la «edad feliz», se oprime a los obreros con más ardor que nunca.

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De lo que se trata es que las organizaciones obreras no sean nunca genuinamente obreras.

¿Estamos conformes?

(Boletín, n.° 121)

https://solidaridad.net/rovirosa-militante-cristiano-pobre8693/

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