Los pobres no son algo opcional para quien quiere ser cristiano. Nunca lo han sido y nunca lo serán, porque los pobres tienen un sitio preferente en la intimidad del corazón de Dios.
Y es así porque su mismo Hijo, Jesús de Nazaret, se hizo débil, «se hizo pobre» (2 Co 8, 9), se puso en el último lugar, de acuerdo con tradición judía (cf. CD SI 325). Toda la vida de Cristo, toda la obra salvífica que Él realizó por voluntad del Padre está marcada por la presencia de los pobres, desde los pastores que se reunieron en torno al pesebre (Lc 2 6-20) en el que Dios había bajado a la Tierra, hasta las mujeres y hombres que subieron al sepulcro donde había sido sepultado Jesús, que se sentían los más tristes del mundo porque habían perdido a su Señor (Mt 28, 1-10).
Al haber crecido en una casa de sencillos trabajadores, el Nazareno había trabajado con sus manos. A Jesús lo seguían multitud de personas, entre las que había no pocos desheredados, y predicaba la Buena Nueva para «llevar a los pobres la alegre noticia» (Lc 4, 18), in primis a ellos -y no a los ricos y poderosos-, a quienes no había excluido a priori de su compañía. Lo testimonia sobre todo la narración de los Hechos de los Apóstoles en la que se describe una comunidad formada también por personas acomodadas.
Y la tradición de los Padres de la Iglesia, desde Clemente Alejandrino a Basilio el Grande y Gregorio Magno, testimonia que quien guarda las riquezas solo para sí mismo no es inocente (CDSI 329). Esta era la invitación de Basilio a los ricos de la comunidad, quien deseaba que abriesen las puertas de sus almacenes: «Tú haz que la riqueza irrumpa en las casas de los pobres».
Jesús incluso llamó «bienaventurados» a los pobres: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6, 20). Había pedido a sus discípulos que lo fueran después de dárselo todo a los más necesitados: «Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme» (Mt 19, 21).
Por eso los pobres no son un accesorio en la vida de Jesús, sino que están siempre en el centro de su anuncio y de su misericordia; son incluso la llave para abrir el Cielo (cf. Mt 25, 35 s.).
Jesús tenía siempre a los pobres con él: como era pobre de espíritu, se encontraba muy a gusto en medio de ellos.
Para los cristianos, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica.
Por eso deseamos el crecimiento de una Iglesia pobre para los pobres, porque los pobres tienen mucho que enseñar a quienes no son pobres. Además de participar del sensus fidei -es decir, del sentir común de la comunidad unida en Jesús-, los pobres, con sus sufrimientos, conocen de un modo especial a Cristo sufriente.
Así pues, es necesario que todos se dejen evangelizar por los pobres. Por eso el compromiso de los cristianos no puede reducirse a acciones materiales, a programas de caridad y asistencia. El Espíritu, antes aún de provocar un exceso de activismo, lleva a prestar atención al otro, como decía santo Tomás, «considerándolo como una única cosa con uno mismo» (Summa Theologiae, II-II, q. 27, art. 2.).
Esa atención de amor es el comienzo de una preocupación concreta por la persona del pobre, porque encontramos efectivamente su bien. Lo cual requiere que apreciemos al pobre en su bondad, con su modo de ser, con su cultura y con su estilo de vivir la fe.
Además, la opción preferencial por los pobres recuerda a todos que Dios ha colocado la criatura humana en el centro y en el vértice de la creación -«Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó» (Gn 1, 27)-, llamándolo a la alianza con El y haciéndolo capaz de entrar en comunión con otras personas humanas (cf. CDSI 108).
Fuentes:
Mensaje para la 100ª jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado
Extracto del libro Poder y dinero . La justicia social según Bergoglio (Michele Zanzuchi)