FRENTE a los ilusos izquierdistas de su época, Pier Paolo Pasolini tuvo la perspicacia de advertir que la única fuerza auténticamente revolucionaria -devastadoramente revolucionaria- era el capitalismo; y profetizó que esa fuerza utilizaría las reivindicaciones de los ilusos izquierdistas como motor de su triunfo. «El capitalismo -escribió el genial cineasta y escritor italiano- es hoy el protagonista de una gran revolución interna: se está convirtiendo, revolucionariamente, en neocapitalismo. La revolución neocapitalista se presenta taimadamente como opositora, en compañía de las fuerzas del mundo que van hacia la izquierda.
En cierto modo, él mismo va hacia la izquierda. Y yendo (a su modo) hacia la izquierda tiende a englobar todo lo que marcha hacia la izquierda». Esta gran intuición de Pasolini lo llevaría a afirmar, allá por 1972, que la llamada «libertad sexual» no era, en realidad, sino una vil argucia capitalista que, concediendo «una tan amplia como falsa tolerancia», somete aún más y de una manera más vil a los seres humanos, lucrándose con lo que disfraza de transgresión sexual.
Tras advertir que el neocapitalismo estaba asimilando e instrumentalizando las ideas que los ilusos izquierdistas seguían jaleando, Pasolini realizó la brutal y estremecedora que no es solamente -como sus comentaristas más lerdos pretenden- una condena del fascismo, sino sobre todo una crítica del capitalismo que se lucra con el discurso de la libertad sexual.
El marxista Pasolini fue entonces tildado de «reaccionario» por los ilusos marxistas que seguían predicando la libertad sexual, sin percatarse de que era el nuevo instrumento alienante utilizado por el neocapitalismo revolucionario. Y hoy el homosexual Pasolini habría sido tildado con idéntica virulencia de «homófobo» por los orgullosos promotores del homosexualismo.
Que el homosexualismo se ha convertido en el instrumento más eficaz de la gran revolución neocapitalista es una evidencia clamorosa. Si hay una batalla que el neocapitalismo libre con denuedo es la batalla antinatalista. La automatización de los procesos de producción favorecida por el desarrollo tecnológico necesita disminuir de forma drástica la mano de obra.
Y la revolución neocapitalista sabe bien que sólo podrá llevar a cabo sus designios suministrando derechos de bragueta a granel; pues una sociedad infecunda, aparte de favorecer la disminución de mano de obra, es una sociedad ensimismada en el consumo. O sea, la sociedad soñada por la revolución neocapitalista.
Pretender presentar la fiesta del Orgullo Gay como una fiesta «reivindicativa» es graciosísimo. ¿Alguien ha oído hablar de algún acto auténticamente subversivo que sea celebrado lo mismo por las izquierdas que por las derechas, lo mismo por las grandes corporaciones que por la prensa sistémica?
¿Alguien concibe un acto de auténtica rebeldía social que sea sufragado igualmente por empresas privadas y poderes públicos? ¿Alguien puede imaginar una fiesta auténticamente contestataria en la que desfilen carrozas patrocinadas por marcas comerciales? ¿Se imaginan una manifestación de refugiados o de trabajadores en paro con carrozas patrocinadas?
El Orgullo Gay es la orgía exultante y avasalladora de un neocapitalismo que celebra su éxito arrollador; pues, a la vez que ha conseguido instaurar su modelo social anhelado, ha logrado hacerlo presentándose taimadamente como fuerza opositora. El Orgullo Gay nos confirma que aquella revolución neocapitalista avizorada por Pasolini se ha consumado.
Confundir el Orgullo Gay con un acto reivindicativo es tan surrealista, en fin, como confundir Wonder Woman con una película de Pasolini.
Juan Manuel de Prada
Periódico ABC, 26 de junio de 2017
“Tras el derrumbamiento del edificio ideológico del marxismo-leninismo en los antiguos países comunistas, no se detecta tan sólo una pérdida de la orientación, sino también un apego ampliamente extendido al individualismo y al egoísmo que caracterizaban y siguen caracterizando a Occidente. Semejantes actitudes no pueden transmitir al hombre un sentido de la vida y darle esperanza. Todo lo más, pueden satisfacerlo temporalmente con lo que él interpreta como realización individual. En un mundo en el que ya no existe nada verdaderamente importante, en el que puede hacerse lo que se quiera, existe el riesgo de que principios, verdades y valores trabajosamente adquiridos en el curso de los siglos queden frustrados por un liberalismo que no deja de extenderse cada vez más”
(Juan Pablo II, Discurso a los obispos alemanes de las provincias eclesiásticas bávaras en visita “ad limina” 4-12-92).