…“ningún espacio en el que el hombre actúa puede legítimamente pretender estar exento o permanecer impermeable a una ética basada en la libertad, la verdad, la justicia y la Solidaridad”…
Monseñor Jorge E. Lozano.
Siempre se dice que las crisis afectan de modo particular a los más pobres. Y en realidad es así. Incluso podemos afirmar que es de esa manera porque son los más vulnerables y más desprotegidos, ambas condiciones simultáneamente.
Los más vulnerables porque han tenido historias largas de carencias de generación en generación. Familias durante décadas viviendo en casillas con techos de chapa, con paredes de nylon o cartón, con pisos de tierra, sin agua potable, sin cloacas. O en ranchos de caña y barro, con techos de paja cargados de insectos, con letrina en tierra.
Los niños allí crecen a menudo sin alimentación adecuada, sin vacunas, sin zapatillas, sin estímulos que les ayuden a desplegar cualidades en el sistema educativo.
Entre los “con” y los “sin” hacen una vida desafortunada que acumula privaciones y frustraciones.
Una amiga periodista me decía “la gente es siempre lo mejor que Dios nos da”. Sin embargo, a muchos de ellos les parece que no nos importa su vida, su dolor.
Los más desprotegidos. En la película que nos narra el hundimiento del Titanic se mostraba que los botes y salvavidas estaban en primera clase, mientras que los pobres que viajaban en el mismo barco tenían poco o nada para sobreponerse al naufragio, apenas alguna madera sobrante de los destrozos. Esta es una imagen de lo que sucede en las crisis. Como decíamos, los más vulnerables son los más desprotegidos. Como en los días de lluvia, algunos tienen piloto o campera impermeable, paraguas y botas de goma, mientras otros se protegen con algún diario que pudieron manotear de un cesto de residuos.
La marginación deriva en exclusión, en quedar afuera de la sociedad sin poder entrar. Como leemos en el Documento Conclusivo de Aparecida: “Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son solamente ‘explotados’ sino ‘sobrantes’ y ‘desechables’” (DA 65).
Francisco no deja que los pobres sean invisibles. Quiere liberarnos de la anestesia y la indiferencia. “Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada”(Papa Francisco, I Jornada Mundial de los Pobres, 19-11 -2017).
Esta falta de equidad no es casual ni neutra. No se da por sorteo a la hora del nacimiento. Es exclusión desde el lugar de la cuna hasta el cajón de la sepultura, pasando por cada etapa de la vida. Para más de la mitad de los niños que nacen en la Argentina, comienza a proyectarse la película “Chau, igualdad de oportunidades”, salvo que suceda otra cosa, no por arte de magia, sino por decisiones vinculadas a modos distintos de entender la vida social, la economía, la antropología, la política.
Una mirada local
El Observatorio de la Deuda Social elaborado por la UCA vuelve a mostrarnos persistentes procesos de desigualdad en la Argentina que redundan en un arraigado deterioro en la calidad de vida.
De acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos para el tercer trimestre de 2019, las diferencias de ingresos aumentaron en el país en relación a períodos anteriores. En su Informe sobre la Evolución de la Distribución del Ingreso de acuerdo a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), dice que el coeficiente de Gini (un indicador utilizado universalmente para ponderar las diferencias de ingresos) fue del 0,449, lo que significa que el 10% más rico disponía de un ingreso familiar 23 veces mayor que el 10% más pobre de la población.
Para restaurar estas brechas, más duras e involuntarias que la llamada “grieta”, no basta promover mayor igualdad, sino equidad. En los barrios más pobres debieran estar las mejores escuelas, los mejores docentes, los mejores programas de desarrollo. Los mejores profesionales de la salud, las más avanzadas medicinas, y aun así, será muy difícil recuperar los espacios cedidos a la desnutrición. Llenarse no es lo mismo que alimentarse. Un vaso de jugo es distinto al de leche, un pan o un plato de fideos llenan, pero las proteínas de la carne son otra cosa.
Como afirma el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, el Covid 19 no sólo nos enfrenta a una emergencia sanitaria, sino también ante una nueva ola de pobreza estructural que golpea especialmente la vida cotidiana de los sectores socialmente más frágiles en la Argentina. Y agrega: los condicionamientos que impone la enfermedad, además de nuevos pobres, provocará que la pobreza estructural se consolide, los pobres crónicos sean más pobres y aumenten las desigualdades estructurales que afectan a más de un tercio de población.
Una mirada regional
Nuestro continente, América Latina, es la región del mundo que registra mayor desigualdad de ingresos. El 10% más rico concentra una porción de los ingresos mayor que en cualquier otra región (37%), mientras que el 40% más pobre recibe la menor parte (13%), según datos de 2019.
Sin embargo, estos números son más acuciantes a causa de la pandemia del Covid 19. Las principales previsiones, en este sentido, de la CEPAL para el 2020 son las siguientes:
- La pobreza aumentaría 7,1 puntos porcentuales (45,4 millones de personas más que en 2019) y el número total de personas que viven en la pobreza llegará a 230,9 millones (37,3% de la población de la región).
- La pobreza extrema aumentaría 4,5 puntos porcentuales (28,5 millones de personas adicionales), afectando un total de 96,2 millones (el 15,5% de la población), quienes no podrán cubrir sus necesidades básicas alimentarias. Esto significa un retroceso de 14 años.
- La desigualdad aumentará 4,7% y la informalidad se ubicará en 54% donde las mujeres serán las más afectadas representando un 60%.
Latinoamérica se transformó en uno de los principales focos de contagio del Coronavirus. El alto grado de urbanización potencia los contagios.
Más de un tercio de la población vive en metrópolis de un millón o más habitantes con altos índices de hacinamiento, producto del rápido cambio desde sociedades rurales que ocurrió en el último medio siglo de forma desordenada. En muchas zonas de expansión de las ciudades el Estado está ausente en la prestación de servicios básicos como educación o salud.
Estas desigualdades se expresan también en crecientes tensiones sociales.
La mayoría de las personas que se encuentran entre los más ricos como entre los más pobres, son hombres y mujeres de fe religiosa. De allí se deduce que no hemos logrado permear nuestras convicciones en una sociedad más equitativa.
Una mirada global
En el 2018 se dio a conocer un documento elaborado en forma conjunta por dos organismos del Vaticano: la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Aborda“Las cuestiones económicas y financieras”. Es
el primer documento que realizan entre ambos organismos. El trabajo abordado de este modo se explica porque el documento abarca cuestiones morales propias del primero de los organismos, así como consideraciones de fondo y puntualizaciones económicas cercanas al segundo. Que el Papa haya indicado su publicación es señal de la importancia que Francisco le asigna al tema.
Es conveniente leer el texto completo, del cual transcribimos unos pocos párrafos. Allí se nos dice que los más fuertes dominan la escena humana debido a la ausencia de reglas claras y equitativas. Esto nos recuerda una clara afirmación del Papa: “¡El dinero debe servir, no gobernar!” (EG 58).
El documento no pretende intervenir en las legítimas discusiones entre las teorías y escuelas de pensamiento económico; pero recuerda que no hay recetas económicas válidas universalmente y para siempre (n°7).
La era industrial y la tecnología han incrementado notablemente la riqueza global, pero también la acumulación del capital mundial y nacional. Esto ha provocado grandes diferencias entre los países, incluso dentro de ellos. Por eso insiste Francisco en que “partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites” (FT 18). “Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que ‘nacen nuevas pobrezas’. Cuando dicen que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual” (FT 21).
Es importante señalar que “ningún espacio en el que el hombre actúa puede legítimamente pretender estar exento o permanecer impermeable a una ética basada en la libertad, la verdad, la justicia y la Solidaridad” (Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero – 2018, Santa Sede, Congregación para la Doctrina de la Fe y Dicasterio al Servicio del Desarrollo Humano Integral). Sin embargo, se escuchan voces que pretenden disculpar a algunas profesiones, como si estuvieran más allá del bien y del mal. Y ante las diversas crisis y la situación de los pobres “no ha habido ninguna reacción que haya llevado a repensar los criterios obsoletos que continúan gobernando el mundo. Por el contrario, a veces parece volver a estar en auge un egoísmo miope y limitado a corto plazo, el cual, prescindiendo del bien común, excluye de su horizonte la preocupación no sólo de crear, sino también de difundir riqueza y eliminar las desigualdades, hoy tan pronunciadas. Está en juego el verdadero bienestar de la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro planeta, que corren el riesgo de verse confinados cada vez más a los márgenes, cuando no de ser ‘excluidos y descartad del progreso y el bienestar real, mientras algunas minorías explotan y reservan en su propio beneficio vastos recursos y riquezas, permaneciendo indiferentes a la condición de la mayoría”.
El Documento también señala que “es necesario emprender una reflexión ética sobre ciertos aspectos de la intermediación financiera, cuyo funcionamiento, habiéndose desvinculado de fundamentos antropológicos y morales apropiados, no sólo ha producido abusos e injusticias evidentes, sino que se ha demostrado también capaz de crear crisis sistémicas en todo el mundo”.
El problema es que quienes dominan las cuestiones económicas mundiales pareciera que no tienen ninguna intención de restaurar la justicia y la equidad. Por eso el Documento destaca que “nuestra época se ha revelado de cortas miras acerca del hombre entendido individualmente, prevalentemente consumidor, cuyo beneficio consistiría más que nada en optimizar sus ganancias pecuniarias”. Se ha dejado de lado la dimensión relacional de las personas entre sí.
“Este carácter original de comunión, al mismo tiempo que evidencia en cada persona humana un rastro de afinidad con el Dios que lo ha creado y lo llama a una relación de comunión con él, es también aquello que lo orienta naturalmente a la vida comunitaria, lugar fundamental de su completa realización”. Se prefiere mirarnos como competidores y no como posibles hermanos en orden a construir una familia humana.
Para nosotros como creyentes es muy importante señalar, que “ningún beneficio es legítimo, en efecto, cuando se pierde el horizonte de la promoción integral de la persona humana, el destino universal de los bienes y la opción preferencial por los pobres. Estos tres principios se implican y exigen necesariamente el uno al otro en la perspectiva de la construcción de un mundo más justo y solidario”.
Uno de los vicios que percibimos es aquel que acostumbra falazmente a identificar progreso con crecimiento económico. Por ello el texto aclara: “Así, todo progreso del sistema económico no puede considerarse tal si se mide solo con parámetros de cantidad y eficacia en la obtención de beneficios, sino que tiene que ser evaluado también en base a la calidad de vida que produce y a la extensión social del bienestar que difunde, un bienestar que no puede limitarse a sus aspectos materiales”.
No podemos dejar de mencionar un aspecto crucial en el mundo. “Lo que había sido tristemente vaticinado hace más de un siglo, por desgracia, ahora se ha hecho realidad: el rendimiento del capital acecha de cerca y amenaza con suplantar la renta del trabajo, confinado a menudo al margen de los principales intereses del sistema económico. En consecuencia, el trabajo mismo, con su dignidad, no sólo se convierte en una realidad cada vez más en peligro, sino que pierde también su condición de ‘bien’ para el hombre, convirtiéndose en un simple medio de intercambio dentro de relaciones sociales asimétricas”[1]. Lo que en algún momento se escuchó y resuena nuevamente, el sin sentido de “poner a trabajar la plata”.
“Precisamente en esa inversión de orden entre medios y fines, en virtud del cual el trabajo, de bien, se convierte en ‘instrumento’ y el dinero, de medio, se convierte en ‘fin’, encuentra terreno fértil esa ‘cultura del descarte’, temeraria y amoral, que ha marginado a grandes masas de población, privándoles de trabajo decente y convirtiéndolos en sujetos ‘sin horizontes, sin salida’”.
“Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad”.
Es urgente la creación de nuevos paradigmas en las relaciones económicas, sociales y políticas.
Fuente: Libro: “Clamor de los pobres, gemido de la tierra). 2021