El mundo del trabajo se encuentra en una encrucijada determinante para el futuro de la humanidad.

De los 3.300 millones de trabajadores que hay en el mundo, 2.000 millones son trabajadores de la economía informal, sin sistemas de protección social, con salarios de hambre, como los recicladores de desechos, los vendedores ambulantes, los mineros, pescadores, agricultores, trabajadores del transporte, del sector doméstico o del sector manufacturero. Con la pandemia, buscarse el pan de cada día es la guerra en un campo de minas.

Las medidas de paralización total o parcial provocadas por la pandemia han afectado a casi 2.700 millones de trabajadores, es decir, al 81 por ciento de la fuerza de trabajo mundial. La recuperación de la actividad productiva del sistema capitalista va a dejar a millones de trabajadores y familias en la periferia, descartados o en la precariedad.

Quienes deberán enfrentarse a una reducción drástica y arrolladora de recortes salariales, a mayores niveles de explotación o esclavitud o al simple despido son los 1.250 millones de trabajadores empleados en los servicios de alojamiento y comidas, las industrias manufactureras, el comercio, transportes, actividades inmobiliarias y actividades administrativas y comerciales, que representan casi el 40 por ciento de la fuerza de trabajo mundial.

Los números sólo son un reflejo del sufrimiento humano, de nuestra indiferencia, de nuestra conciencia o inconsciencia de las causas que condenan a millones de personas al paro, la explotación o la esclavitud.

No podemos plantear la gravedad de la situación únicamente en términos cuantitativos. Sumar uno, dos o tres centenares de millones más a la cifra de descartados no agrava la crueldad que encierran esos números. Los números sólo son un reflejo del sufrimiento humano, de nuestra indiferencia, de nuestra conciencia o inconsciencia de las causas que condenan a millones de personas al paro, la explotación o la esclavitud.

Los más débiles, los millones de niños esclavos humillados en las minas del infierno, los talleres con niños esclavizados a telares, los niños recolectores, los que viven en la calle, los que son vendidos como mercancía de placer…, son el último eslabón de la cadena, que debería haber azotado nuestra conciencia, pero no ha sido así. ¿Hasta cuándo consentiremos tanto horror?

La verdadera gravedad es la ausencia de decisiones que permitan cambiar el rumbo de la historia, la inmunidad del sistema de opresión ante el sufrimiento humano, la indiferencia globalizada ante la muerte de millones de personas en medio de este combate entre el bien y el mal.

Los enriquecidos, nosotros que vivimos en el interior de las murallas, también vamos a sufrir. A nosotros, que nos creíamos inmunes, también nos va a tocar. La imparable precarización del trabajo desde la crisis financiera del 2008 se acelera y multiplica con los efectos disruptivos de la pandemia.

En España, entre ERTEs, ceses de actividad de los autónomos y los que estaban desempleados antes de la pandemia, a mediados de abril ya sumaban 9 millones de trabajadores en el desempleo, es decir, el 40% de la población activa. Y en una situación como esta, en los países enriquecidos como España, la mirada -y la mano- se vuelve hacia el estado.

¿Cómo podrá el estado español financiar el ingreso de los 27 millones de españoles que dependen de él? En España, los 8,9 millones de pensionistas, los 3,19 millones de parados, los 4,6 millones de parados temporales y 2,6 millones de empleados públicos, dependen de los créditos que el estado español pueda colocar en el mercado financiero.

Lo siguiente, sin duda, es el riesgo de ‘impago’. Italia entró en esta crisis con el nivel de deuda pública más alto de los países de la eurozona, pero es solo uno de los muchos países europeos que corren riesgo de un colapso fiscal. El mundo está inundado de deuda, gubernamental y privada. Con un producto interior bruto total de 90 billones de dólares, la deuda pública y privada global suman hasta 260 billones de dólares. Las dos economías líderes en el mundo, Estados Unidos y China, tienen ratios de deuda con respecto al PIB del 210 y 310 por ciento respectivamente.

Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, pero la realidad que no queremos ver es que, todo nuestro sistema económico pivota sobre la deuda. Estamos encadenados de pies y manos. Hemos sido comprados y humillados por un plato de lentejas, a base de préstamos, subvenciones, subsidios y ayudas. Hemos preferido el subsidio al trabajo digno, la ayuda a la asociación militante.

Y hoy, cuando el sistema nos deja tirados en la miseria, caemos en la cuenta y vemos la cara de los amos: toda nuestra vida pende de la “conciencia solidaria” de los fondos buitre. “Pan para hoy…” ha sido la política que ha gobernado nuestras vidas enriquecidas, y en gran medida, alienadas.

La demostración más clara de esta alienación es la consideración que una Renta Básica Universal (RBU) es la respuesta “social” al impacto en el mundo del trabajo de esta crisis. La RBU es un respirador, un simple  “by-pass” al sistema, un manguito de distribución, para que la riqueza siga llegando a unos pocos privilegiados, manteniendo la “paz social” en el jardín de los privilegios.

La renta básica universal (RBU) es la sopa boba para los derrotados de la globalización que viven en las regiones enriquecidas

El trabajo en la Doctrina Social de la Iglesia

La RBU es la sopa boba para los derrotados de la globalización que viven en las regiones enriquecidas. Es una canallada política. Una canallada al servicio de unos pocos, los privilegiados del sistema. Es otra forma de negar las posibilidades solidarias del hombre, una canallada generadora de dependencia, que perpetúa por tanto el sistema de explotación. Es una ruin concertación con el sistema.

La pandemia ha acelerado el fin de la civilización del trabajo que conocimos en el siglo XX a la vez que está reforzando las grandes tecnológicas, los verdaderos vencedores de esta crisis. El núcleo del sistema económico capitalista parece necesitar poco más del 20% de los trabajadores del mundo, que son los profesionales de la nanotecnología, biotecnología, tecnología de la Información, de la ciencia cognitiva vinculada a los gigantes tecnológicos. El 80% restante, engrosa las bolsas del precariado y de los descartados.

En la base de la devastación del mundo laboral, está el sistema político económico que impone la ley de bronce del capitalismo, la salvaje ley del más fuerte, a través de la transformación tecnológica.  Estamos en el umbral de una nueva era, ante una nueva división internacional del trabajo, donde sólo unos pocos millones de trabajadores van a disponer de un trabajo, de un trabajo digno.

Es prioritario tomar decisiones asociadas para cambiar la marcha de la historia de la humanidad, para que todos los trabajadores del mundo puedan trabajar en un sistema de cooperación social que garantice la reproducción de la vida. Hay riqueza, medios y tecnología para lograrlo. No es un problema de escasez. Necesitamos tomar conciencia que el problema del sistema económico y político no es cuestión de parches, sino de raíces. Necesitamos trabajar por la fraternidad, con conciencia de un horizonte común.

Cultivar el espíritu de fraternidad que todos llevamos dentro depende sólo de nosotros mismos, empujando hasta que la comunidad mundial de trabajadores haga oír su voz al servicio de los últimos, de los débiles y los descartados en las grandes decisiones políticas y económicas. Los trabajadores del mundo de hoy y de mañana nos necesitamos unos a otros. Un concreción de esta lucha podría ser un Acuerdo General sobre Salarios y Trabajo[1], para la protección y el protagonismo de los trabajadores, el fortalecimiento de la gran familia humana ante los grandes del capitalismo.

Con este horizonte, nuestras manos ya no pueden permanecer inertes. Nuestras vidas deben entretejerse en medio de la familia humana, en procesos de promoción humana, empezando por la creación de grupos de trabajo que entren en la línea de colaboración por la existencia, en los campos económico, social, político y cultural.

El rumbo de la historia no se comprende sin la vida de pequeños grupos que descubrieron sus posibilidades y se lanzaron de lleno a este ideal, que depositaron en la autogestión y la solidaridad los principios para la promoción integral y colectiva de los hombres que cambian el rumbo de la historia.

“Ante este ideal, caben todas las posturas. Si alguien dice que es imposible echar a andar por este camino, no tengo más remedio que gritar: ¡¡FALSO!!”[2]

ASOCIACIÓN O MUERTE

TODOS RESPONSABLES DE TODOS O TODOS ESCLAVOS

 

 

Fdo. Tejedores de Coopin (aprendices) 

 

[1] La dignidad del trabajo en un entorno laboral dramáticamente cambiante. Rocco Buttiglione.

[2] Guillermo Rovirosa. COOPIN  N.84

Fuente: https://solidaridad.net/1o-de-mayo-por-la-promocion-del-valor-del-trabajo/

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