La participación de Rovirosa en las Conversaciones Católicas Internacionales de San Sebastián nos proporciona una expresiva muestra de la intensidad de su compromiso cuando se entregaba a una empresa digna de tal esfuerzo.
Desde que Carlos Santamaría organizó la primera de estas Conversaciones en 1947, contó con la entusiasta y asidua adhesión de Rovirosa, quien consideraba aquellos encuentros como ocasiones inmejorables para aportar el punto de vista del mundo de trabajo ante un prestigioso foro internacional a las que asistía lo más granado del pensamiento cristiano.
Con su profundo sentido de las realidades templaba las eruditas disquisiciones que a veces se hacían demasiado abstrusas y se convirtió allí en la «voz de la calle», como cariñosamente se le llamaba.
En la ponencia que aquí presentamos, correspondiente a una sesión desarrollada bajo el título de Posición de los seglares dentro de la Iglesia, Rovirosa plantea la cuestión de la distancia que va «entre la situación que los seglares deben ocupar en la Iglesia y la que realmente ocupan». Y Rovirosa llega a la siguiente conclusión en su actuar: esnecesario que los seglares, en grados diversificados y de acuerdo con sus vocaciones personales, sean puestos en disposición de asumir «todos los grados de órdenes sagradas que no son sacerdotales», desde el servicio del templo hasta las funciones propias del campo de lo social.
El tiempo le ha dado la razón en líneas generales y hoy, después del Concilio, vemos que los seglares están accediendo a una amplia gama de ministerios laicales en un avance ciertamente lento y experimental, pero esta prudencia no desagradaría a Rovirosa, quien, como en esta misma ponencia, se manifiesta poco amigo de la precipitación en materias de tal envergadura.
Posición de los seglares dentro de la Iglesia
Cuando Iñigo de Loyola «inventó» sus famosos “exercicios” (*mantemos el nombre en latín como aparece en el escrito de Rovirosa) espirituales no era más que un pobre seglar indocumentado, sin estudios académicos ni diploma alguno en Filosofía ni Teología.
Con su librito, el «peregrino» se dedicaba a “exercitar” a otros seglares. Con las peripecias que, por demasiado conocidas, es inútil recordar aquí.
Finalmente, el pequeño libro fue aprobado por las autoridades eclesiásticas, en unos tiempos en que la explosión de las herejías protestantes estaba arrasando el paisaje espiritual de Europa. Posteriormente, los “Exercicios espirituales” han recibido tantas aprobaciones, alabanzas y bendiciones de toda clase, que los sitúan en una posición destacadísima dentro de la Iglesia.
Por todo esto, y mucho más que se podría decir, no creo exagerado considerar el libro de los “Exercicios” como un verdadero tratado de espiritualidad seglar.
Los “Exercicios” forman dos partes bien destacadas: de un lado, la primera semana, en la que el ejercitante debe desprenderse de todo lastre pecaminoso; por otro lado, las semanas siguientes, en las que debe producirse la ascensión y la incorporación a Cristo.
En el orden cronológico, la máxima importancia radica en la primera semana, ya que ella constituye el cimiento del edificio que se va a construir. Pero como todo cimiento bien puesto y afirmado, pronto queda oculto y casi olvidado bajo la construcción que sobre el mismo se edifica. Por eso, la segunda parte adquiere una importancia y una extensión muy superiores a la primera.
Por estas razones estimo que la espiritualidad seglar ha de centrarse en dos partes bien diferenciadas, aunque coexistentes: una preparatoria (que muchos llaman purgativa), que consiste en odiar el pecado en todas sus formas, absteniéndose prácticamente de pecar, y otra positiva (unitiva) consistente en amar al Amor Encarnado de la manera que Él quiere ser amado según su Mandamiento Nuevo: amando a los hombres como Cristo me amó, con la práctica incesante de todas las virtudes cristianas que esta exigencia de amor lleva consigo.
Esto es lo que un seglar iluminado por carismas inefables propagó y extendió como regla de vida cristiana para todos los seglares. Esto, sin duda alguna, es la norma interna del Evangelio y de la Iglesia.
Rodaron los años y los Exerciciospara seglares se fueron confinando a reducidos núcleos de eclesiásticos, hasta tiempos relativamente recientes, en que la descristianización de la sociedad hizo ver en ellos una tabla de salvación.
¿Cómo se suelen dar hoy los “Exercicios”?
1.- Con mentalidad clericalista,ya que casi siempre el director viene dominado por una mentalidad personal de «magister», por encima de la necesaria mentalidad de servidor inútil en la Obra de Dios para la santificación de los seglares.
2.- Con prisa.Pocos días de duración y el mayor número posible de seglares. De otra manera, no merece la pena que un director pierda su tiempo en ello. ¿Qué tiene que ver esto con la dignidad de la pe- sona humana?
3.- Al revés.O sea, dando todo el tiempo disponible a las consideraciones de la Primera Semana, y solamente de pasada y atropelladamente a la «gran tajada» de las semanas siguientes. Construir una fuerte cimentación para fabricar encima… una casita de perro.
La distancia que va entre los “Exercicios” que su iniciador seglar daba a otros seglares y los ejercicios que hoy suelen dar los eclesiásticos a los seglares, creo que marca un paralelo entre la distancia que va entre la situación que los seglares deben ocupar en la Iglesia y la que realmente ocupan.
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Todos los redimidos por la Sangre de Cristo estamos llamados a la santidad, aunque cada uno de diferente manera: cada santidad individual ha de ser un reflejo y una partícula de la infinita santidad de Dios.
Pero en la Iglesia hay dos grandes grupos perfectamente delimitados: los que han recibido el Sacramento del Orden y los que no lo hemos recibido. En términos generales, la santificación de los ordenados se fundamentará en la santificación de los seglares y la santificación de los no ordenados se centrará en la santificación de la sociedad.
La fórmula podrá resumirse así: para la construcción del Reino de Cristo se precisan sacerdotes santos que construyan seglares santos, y seglares santos que construyan la sociedad santa.
Así desaparecerían todos los peligros de clericalismo y de secularismo. Cada uno a lo suyo.
Este sentido de responsabilidad seglar en lo referente a las estructuras humanas es lo que parece primordial a lo largo de los Exercicios, y es lo que no aparece por ninguna parte en la mente de la generalidad de los católicos practicantes de hoy.
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Saliendo ya del terreno concreto de los “Exercicios” para entrar en el general de la vida cristiana de los seglares, no creo exagerar si afirmo que, como regla de vida, se ha abandonado totalmente el ideal imperado por Cristo, de ser perfectos como el Padre, y nos hemos acomodado al ideal mínimo de no cometer pecados graves y escandalosos en forma habitual, y asistir a los actos externos de culto. ¿Puede alguna persona normal sorprenderse de los efectos inevitables de esta inversión de valores?
La santidad seglar que, en libros, sermones, consejos, nos proponen los eclesiásticos consiste en un ochenta por ciento en la parte preparatoria de la Primera Semana de San Ignacio: no cometer pecados graves. Y vengan métodos y más métodos de examen general y particular, con modalidades, variantes, «trucos» y toda la gama imaginable para que cada uno vaya hurgando incensantemente en la propia suciedad; y en un veinte por ciento en la parte pasiva de asistir a los cultos externos y practicar las devociones que periódicamente se recomiendan. Una vez cumplido todo esto, el católico seglar ya está en regla, y puede y debe vivir como los demás.
¿Quién se atreverá a criticar que no se descuiden las tareas preparatorias y las pasivas, si ellas son el fundamento (cimiento) de la vida cristiana? Lo que aquí me atrevo a criticar es que se descuiden tan enciclopédicamente las tareas y responsabilidades positivas, derivadas del Mandamiento Nuevo de Cristo, que nos harían verdaderos cristianos, testigos de Cristo, colaboradores en la Redención, constructores del Reino, miembros vivos y operantes del Cuerpo Místico.
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Con el criterio imperante de santidad seglar, puramente preparatoria y pasiva, nada tiene de extraño que muchos espíritus fuertes yrecios se sientan defraudados en sus ansias de justicia y de fraternidad y que busquen fuera de la Iglesia lo que en ella no encuentran.
Los males que de todo este estado de cosas y de esta mentalidad se han derivado y se derivan, han sido y son tan graves, y van tan en aumento, que ya son muchos (aunque no tantos como sería menester) los que se plantean estos problemas y desean encontrar un camino para resolverlos, como es prueba palpable precisamente el tema asignado para este año a las Conversaciones Internacionales de San Sebastián.
Uno de los pasos más firmes dados por la Suprema Jerarquía eclesiástica en este sentido ha sido indudablemente la creación de la Acción Católica, como avanzada destinada a reavivar en la parte seglar de la Iglesia su sentido de responsabilidad en la implantación del Reino de Cristo; responsabilidad que estaba, y está, poco menos que atrofiada.
Es evidente que pasar de un estado agonizante por enfermedad crónica a la plena salud, no puede esperarse que se produzca de manera fulminante, ni siquiera rápida. El «desorden establecido» tiene todavía muchos partidarios activos, y muchísimos más, pasivos.
Tengan en cuenta los detractores de la Acción Católica (a la que acusan sobre todo de inutilidad en su proyección externa y de ñoño espíritu de cofradía) que al constituirse solamente ha podido echarse mano, tanto en eclesiásticos como en seglares, de «lo que había disponible». Cada uno solamente pudo dar lo Cjue tenía.Y lo que se tenía era únicamente este sentido de la santidad seglar minimalista y de vía estrecha a que antes me he referido.
Esto ha sido muy útil, como primer paso. Esto ya nos ha permitido ver con bastante claridad: cómo no hay que sery lo que no hay que hacer.
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La Iglesia militante es toda la congregación del pueblo fiel, desde el Papa en la cúspide hasta este cristiano que ahora mismo acaban de bautizar.
Es absurda toda mentalidad que quiera establecer categorías de responsables y de irresponsables. Claro está que no todos tienen la misma responsabilidad, pero no es menos claro que cada uno tiene la suya, toda la suya, sobre la que ha de construir su santificación, hasta las últimas consecuencias.
Esto trae consigo la idea de libertad, el don máximo que Dios ha hecho al hombre racional, y que justifica el cielo y el infierno. El abuso que de esta palabra han hecho los enemigos ha atrofiado su verdadero sentido en casi todos los católicos (con sotana o con chaqueta) y hoy la inmensa mayoría de los católicos hemos creado un ambiente en el que se siente repugnancia al concepto y a la misma palabra de libertad.
También es absurdo establecer categorías de activos y de pasivos. Precisamente, el elemento sobrenatural ha introducido la noción de actividad redentora intensísima en los enfermos y la actividad misionera de los contemplativos, con Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las Misiones.
Asimismo, la idea de dignidad. Todavía hay demasiada confusión entre dignidades externas y dignidad interna. La dignidad externa se regula por el grado en que se ostenta la representación de Cristo, y sobre ella se basa la ordenación social religiosa; pero siempre es algo añadido y externo a la persona que ostenta la dignidad que hoy tiene y que mañana puede no tener. La dignidad interna (santidad) se regula por el grado de proximidad del cristiano con su modelo: Jesús. Cuál sea este grado para cada cristiano solamente lo sabe Dios; de esto nadie sabe nada en concreto, y en esta ignorancia se fundamenta el profundo respeto que el cristiano siente ante cada persona viviente. ¡Quién hubiera soñado jamás que un ajusticiado por ladrón estrenaría el cielo canonizado por el mismo Cristo!
Es incuestionable, por tanto, que todos los integrantes de la Iglesia Militante, cualquiera que sea su situación, tenemos (en grado diferente cada uno, claro está): dignidad, libertad, responsabilidad y actividad.
Queda para otros más calificados y competentes el análisis profundo y detallado de estos conceptos; aquí me basta con destacarlos, para hacer algunas referencias a la Acción Católica.
Dignidad
Es un hecho, que no viene ni puede venir impuesto por ningún reglamento, pero que ha cristalizado en un ambiente real, que en todo el ámbito de la Acción Católica parece que no existe otra dignidad que la externa, que es la que tiene todas las prerrogativas en exclusiva.
Esto me parece que exige cierta revisión. No, de ninguna manera, en sentido de disminuir la dignidad externa de los elementos eclesiásticos (que nunca será bastante considerada), sino en el sentido exigente consigo mismo de valorizar la propia dignidad en ansias de santificación, de valorizar la dignidad de los otros seglares y de valorizar la dignidad de la Obra excelsa a que hemos sido llamados.
Creo que, en parte, puede conseguirse esto abandonando la deformación actual de los Exerciciospara volver a la fuente clara de San Ignacio.
Libertad
La libertad, como facultad autónoma de determinar la propia voluntad según la recta razón es una prerrogativa individual del hombre, cualesquiera que sean las circunstancias externas en que se desarrolla.
Se ha cultivado poco (o nada) el sentido de libertad en los seglares de la Acción Católica. En el terreno espiritual se nos enseña a hacer estricta y exclusivamente lo que mandan «los curas»; y en lo civil se nos enseña el más deprimente gregarismo: no desentonar ni singularizarse, ponerse en el rebaño de Fulano, de Mengano.
Así se ha ido apagado la «luz del mundo» y se ha hecho sosa del todo la «sal de la tierra». No solamente somos libres para pecar o no pecar, sino también para ser Cristos o no serlo. Y el Juicio Final parece evidente que se centrará sobre este último aspecto, que es, precisamente, el que en nuestro aburguesamiento hemos ido dejando completamente de lado. Nos hemos autosugestionado en una confusión entre Caridad y limosna, que hasta ahora nos ha permitido siestas muy tranquilas, pero no es menester ser profeta para poder vaticinar un despertar trágico a estas estúpidas siestas.
Aquí también el remedio está en las fuentes de los Exercicios,que no son otras que las del Evangelio y de la Iglesia Eterna. Pero para iniciar esta vuelta es condición previa la de cobrar conciencia de libertad.
Responsabilidad
Algo, y aun mucho, se nos habla de nuestra responsabilidad en cuanto se refiere a salvar la propia alma o condenarla. Y esto, ¿quién podrá criticarlo?
Pero casi nada se nos inculca de nuestra responsabilidad en la salvación o condenación del mundo: de que predomine el Reino de Cristo o el de Satanás. Todos gemimos y lloramos en lamentaciones de que el mundo está muy mal; pero todos estamos también seguros de que la culpa es de los otros:los malos.
La verdad es que la humanidad no es, ni puede ser otra cosa que la suma de todos los hombres, y nadie puede considerarse exento de culpa en los males que la aquejan. Unos será por acción y otros por omisión. Pero en la parábola del Buen Samaritano el Señor no tiene palabras duras para los ladrones que, cumpliendo su profesión, maltrataron al hombre y, sin embargo, el Señor execró al sacerdote y al levita que ningún mal hicieron al hombre, pero que traicionaron su propia vocación.
Si Cristo está ausente de la sociedad actual, la culpa no es de sus enemigos declarados o sin declarar, sino de los que, aburguesada- mente, solamente nos sentimos responsables de pasarlo bien por toda la eternidad con el mínimo gasto y esfuerzo, después de intentar por todos los medios pasarlo estupendamente en este mundo. Pero, ¿quién de nosotros se siente en verdad angustiosamente responsable de la Sangre de Cristo?
Cierto que yo no puedo ser responsable de todo el mundo, pero ciertísimo que yo soy responsable de mimundo. Claro está que, con la dignidad rebajada que arrastramos y nuestra repugnancia por la libertad, no puede esperarse otro sentido de responsabilidad más que el de la plena irresponsabilidad en que vivimos. ¿Soy yo acaso responsable de la sangre de mi hermano mayor…, Cristo? Parece ser el grito permanente de nuestra subconsciencia.
¿La solución? La sólita, que diría San Ignacio.
Actividad
En este ambiente de irresponsabilidad y de temor a la libertad por miedo de comprometerse y de comprometer a la Acción Católica, ya se comprende que nuestras actividades no pueden desbordar el cuadro de la liturgia en todas sus formas (en especial, las procesiones, novenas, triduos…) y toda la gama de la más o menos humillante limosna, a la que todos (sin justificarlo) llamamos caridad. Esta es toda la proyección externa; cuando alguien va un poco más allá… ¡cuidado con ese! Es un comprometedor.
Hasta aquí he hecho ligeramente la primera parte de la encuesta: Ver. Voy ahora más rápidamente todavía a la segunda: Juzgar, ¿por qué pasan (en general) las cosas así, si ello entraña contradicción con el Evangelio y con la doctrina eterna de la Iglesia?
Dejo de lado las razones de orden histórico, que muchos hacen arrancar de las herejías protestantes y que yo creo anteriores. Creo firmemente que fueron los escolásticos los que crearon la mentalidad (que aún perdura y de ello es ejemplo la formación que se da en nuestros Seminarios) de la primacía y preponderancia del cultivo del entendimiento sobre el cultivo de la voluntad; el valorizar, a todos los efectos, muchísimo más alto que la santidad de vida la sabiduría, que en muchos casos no pasa de pedantería.
Siendo ello así, si solamente puede ser tomada en consideración la sabiduría teológica de tipo intelectual y declamatorio, ¿quién podrá extrañarse de que a los seglares más o menos incultos se nos haya minimizado, hasta parecer que solamente los seglares ricos o poderosos tienen derecho de ciudadanía en la Iglesia? ¿Ni quién se extrañará tampoco de que por este camino haya apostatado la masa por una parte y por otra los ricos se han creído que podían comprar la religión y los poderosos que podían dominarla?
Prevaleciendo de una manera desconsiderada el aspecto intelectual de la religión, sus actividades principales (aparte el culto y los sacramentos) han quedado reducidas a sermones y libros y al reparto de limosnas.
¿Qué participación podían tener los seglares en este tinglado? En el culto y sacramento sólo como sujetos pasivos, receptores exclusivamente. En sermones y libros también únicamente como receptores. En cuanto a la limosna (a lo que ha quedado reducida la Caridad en esta fase decadente) unos seglares pudientes daban cantidad de dinero (o bienes) al clero, y otros recibían limosna (comida, ropa, enseñanza…) del clero; pero tanto los que daban como los que recibían limosna eran sujetos pasivos de la misma.
Ya sé que este esquema es demasiado simplista y que hay que tener presentes tantos casos y tantas ocasiones en que el camino no se ha desviado. Pero no creo equivocarme al afirmar que el ambiente general entre los católicos de los doscientos últimos años es el que he señalado.
La pobre genteque estaba integralmente de limosna en la Iglesia, al no tener en ella dignidad ni libertad ni responsabilidad ni cometido activo, se ha marchado y me atrevo a decir que con razón.
La gente poderosa ha continuado oficialmente en la Iglesia porque les ha parecido que ésta podía ser una buena auxiliar de sus maquinaciones.
Ambos aspectos ya han llegado hace más de medio siglo a la abominación de la desolación. Y hoy el clamor es general para buscar remedio a tantos males.
Para juzgar esta situación, en la que el elemento eclesiástico tiene toda la actividad y el elemento seglar toda la pasividad, creo que es útil compararla a los tiempos apostólicos. Leemos: «Por aquellos días, habiendo crecido el número de los discípulos, se produjo una murmuración de los helenistas contra los hebreos, porque las viudas de aquéllos eran mal atendidas en el servicio cotidiano. Los doce, convocando a la muchedumbre, dijeron: No es razonable que nosotros abandonemos el misterio de la palabra de Dios para servir a las mesas. Elegid, hermanos, de entre vosotros, a siete varones estimados de todos, llenos de espíritu de sabiduría, a los que constituyamos sobre este ministerio, pues nosotros debemos atender a la oración y al ministerio de la palabra. Fue bien recibida la propuesta por toda la muchedumbre y eligieron a Esteban, lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito antioqueno, los cuales fueron presentados a los apóstoles, quienes orando les impusieron las manos. Y la palabra de Dios fructificaba y se multiplicaba grandemente el número de discípulos en Jerusalén, y numerosa muchedumbre de sacerdotes se sometía a la fe.»
Intentaré traducir esto al lenguaje y la situación recientes:
Por aquellos días, Pío XI, habiendo disminuido el número de los discípulos, se produjo una doble murmuración: unos decían que la Iglesia era ineficaz, y otros afirmaban que invadía terrenos que no le competían. El Papa, inspirado por el Espíritu Santo, en la noche de Pentecostés, dijo: «No es razonable que los sacerdotes abandonemos el ministerio de la palabra de Dios para repartir limosnas, organizar niños exploradores, erigir campos de fútbol, cines parroquiales ni escuelas de aprendices y catcquesis. Venid, seglares, los que os sintáis llamados por el Espíritu Santo para que os constituyáis sobre este ministerio en la Acción Católica, ya que los sacerdotes debemos atender a la santificación de las personas.»
Esta llamada del Papa fue recibida con sumisión, pero sin entusiasmo, y los sacerdotes siguieron siendo los únicos elementos activos y los seglares no pasaron de seguir siendo elementos pasivos, con una insignia más en la solapa. Y la palabra de Dios casi no fructificaba ni se multiplicaba en manera alguna el número de miembros de la Acción Católica que habían accedido por compromiso y gran número de sacerdotes se desengañaba de la Acción Católica.
En la primera parte de estas versiones vemos que los investidos por la función apostólica se hallan desbordados porque todorecaía sobre ellos. En el primer caso es por un fenómeno normal de crecimiento y en el segundo por un fenómeno normal de concentración y absorción.
En la segunda parte vemos identidad en las resoluciones tomadas, que pueden expresarse así: Hay que separar las funciones apostólicas de las funciones diaconales. Las primeras pertenecen a los sacerdotes y las segundas a los seglares llamados a ello.
En la tercera parte, la diferencia es manifiesta. Entonces las circunstancias vitales del desarrollo de la Iglesia exigían esto, y el terreno estaba bien preparado y abonado para que la semilla se desarrollara rápida y frondosamente. Actualmente, la mala hierba de rutinas, desganas, clericalismo, secularismo, intereses creados, pereza, aburguesamiento… infectan de tal manera el terreno que la semilla no ha podido germinar todavía y solamente hay una estaca con una etiqueta en el lugar donde aquella se plantó: las plantas y los frutos que se recogen con el nombre de Acción Católica siguen siendo los mismos que antes de poner este letrero.
El ritmo, por tanto, ha de ser mucho más lento hoy que entonces. Hay que limpiar el terreno de hierbas de confusión que han arraigado profundamente y esto, que exige tiempo y sacrificios perseverantes, no tuvo que hacerse en la etapa apostólica. La gran esperanza, sin embargo, descansa en la realidad de que cada vez es mayor el número de los que están disconformes con la marcha actual y están decididos a entrar por el camino de la incomodidad.
En la primitiva Iglesia vemos, pues, a los seglares constituidos en dos grupos: los «testigos de Cristo» en su vivir habitual, sin otra responsabilidad que la de dar testimonio permanente (veinticuatro horas al día) de su fe, bajo la enseñanza y guía de los Apóstoles; y el grupo reducido de los diáconos, encargados taxativamente de la acción temporal más o menos organizada, bajo su propia responsabilidad y como ministerio.
Por encima de todos ellos, los Apóstoles transmitiéndoles la palabra y el espíritu sobrenatural para que todos pudieran formar un solo corazón y una sola alma con el Corazón y el Alma de Cristo. Así la Iglesia pudo vivir la etapa más maravillosa de su historia, que es la de sus tres primeros siglos de existencia. Claro está que en su senose produjeron cobardías, defecciones y traiciones, como siempre, pero también está claro que la nota dominante no fue la de la cobardía, ni la de la traición, ni la del aburguesamiento, sino todo lo contrario.
Los seglares no solamente eran elementos activos de la Iglesia en su vida particular y en su ambiente, sino también en su participación en los misterios litúrgicos y, sobre todo, en las asambleas de los fieles. Los seglares diáconos constituían un elemento intermedio entre el simple seglar y el sacerdote.
Vemos así que la ordenación de los seglares en simples fieles y diáconos fue anterior a la ordenación de los eclesiásticos en obispos y presbíteros. (Aquí la palabra «ordenación» no puede referirse al Sacramento del Orden, sino a la diversificación.)
Con el correr de los siglos esto fue evolucionando hasta la Edad Media (la Escolástica) en que los seglares quedaron reducidos a rebaño amorfo, sin ordenación jurídica ni misiones ni ministerios especiales para ellos, quizá con la única excepción de las Órdenes Militares, pero yo creo que más fueron una desviación que un volver al buen camino. Desde entonces, el seglar solamente tiene la misión de no cometer pecados graves y de decir aménal final de lo que digan los sacerdotes. Y ésta sigue siendo la situación actual. Ya sé que los claroscuros están exagerados, pero lo hago deliberadamente: el matizar lo dejaremos para otra ocasión.
En cambio, en el terreno sacerdotal la diversificación de funciones proliferó y sigue proliferando frondosamente. Las Órdenes Menores, así como el subdiaconado y el diaconado, que se crearon para seglares, ya hace muchos años que solamente se confieren a los seglares que aspiran al sacerdocio y en función de ello. Luego existen los párrocos con sus coadjutores, los arciprestes, los canónigos de gran variedad de cometidos, los vicarios, etc., en cuanto al clero secular. Las órdenes y las congregaciones religiosas han introducido y siguen introduciendo nuevas e interesantes diversificaciones. (Es interesante observar cómo órdenes que se iniciaron por seglares y para seglares principalmente, como los benedictinos y franciscanos, cuyos fundadores fueron seglares, se transformaron en organismos específicamente sacerdotales, en los que los elementos seglares se aceptan solamente en segunda o tercera zona.) Al referirme a esto no puedo criticarlo sino alabarlo, ya que es prueba evidente de la fecundidad próvida de la Madre Iglesia. Lo que hago solamente es señalar el contraste entre las zonas seglar y eclesiástica de la Iglesia, que empezaron ambas con sólo dos grados de diversificación, y actualmente una de ellas es amorfa y la otra está tan diversificada que tal diversificación ya forma materia suficiente como tema de estudio de sabios y eruditos.
Yo no puedo plantear aquí el tema de la diversificación eclesiástica, primero por mi incompetencia y después porque se saldría del cuadro señalado este año a estas Conversaciones.
* * *
Y llegamos a la tercera parte de mi encuesta: actuar.
La idea central de una actuación coherente creo que ha de orientarse a conseguir que los seglares salgamos de la etapa preparatoria y pasiva en que nos encontramos para entrar en una fase activa. Para ello, el primer paso no puede ser otro que el de adquirir conciencia clara de nuestra dignidad, de nuestra libertad y de nuestra responsabilidad, y entonces la actividad de signo sobrenatural aparecerá como una exigencia dramática de nuestra propia vida, comprometida en la instauración del Reino de Cristo, que si bien no es de este mundo, está en este mundo.
Sería absurda toda solución que pretendiera resolver este problema de verdadera «maduración» de una manera fulminante y universal. Como toda maduración y todo crecimiento vital, éste tiene que desenvolverse necesariamente dentro de su propio ciclo y por grados casi insensibles. La labor habrá de consistir en preparar y adecuar el terreno, la humedad y la temperatura; cuando estos elementos sean adecuados y haya un germen vital, el desarrollo lo impulsará, como siempre, la acción invisible de Dios.
Creo que una gran parte de la solución estriba en ir introduciendo en la vida religiosa de los seglares la diversificación de funciones que tan buenos resultados ha dado y da en la vida religiosa de los eclesiásticos. En este sentido, la Acción Católica ya ha sido como un balbuceo y un primer paso, pero nada más que esto. Su experiencia, sin embargo, ya me permite fundamentar sobre hechos reales presentes, además de la experiencia histórica, mi proyecto de plan de acción.
Rehúso, en primer lugar, entrar por el camino de las novedades, que hay que rehuir en la Iglesia siempre que no vengan impuestas por realidades contundentes derivadas de la misma evolución vital de los tiempos y que éstas exijan con carácter imperativo.
Por eso, el primer paso (que se mantiene estrictamente dentro de la línea tradicional) creo que debería consistir en devolver a los seglares todos los grados de órdenes sagradas que no son sacerdotales: ostiarios, lectores, exorcistas, acólitos, subdiáconos y diáconos. Adaptando los nombres y los cometidos a la situación presente, de la misma manera que se adoptaron los nombres y los cometidos cuando paulatinamente se fueron reservando su exclusividad a los seglares que se preparaban al sacerdocio.
En segundo lugar, habría que volver a las fuentes, en el sentido de que cada uno de estos grados representara una vocación, y no solamente un paso para grados superiores. Así ocurrió al principio con los diáconos, muchos de los cuales fueron promovidos obispos, pero no todos los diáconos fueron promovidos obispos. Como pasa en el campo de la producción, en que los encargados se extraen de los oficiales de primera, pero no todos los oficiales de primera llegan a encargados, ni todos los trabajadores llegan a oficiales de primera.
Se trataría de reavivar estas reliquias sagradas que nos han legado nuestros antepasados en la fe, y que actualmente son casi sólo formas vacías de contenido vital cristiano. Por ejemplo, el acolitado es puro formulismo, ya que en realidad el servicio del altar (tal como actualmente se suele realizar en la práctica) ha perdido las notas de grandísima dignidad y responsabilidad que recalca el prelado cuando procede a esta ordenación. ¿Quién se atreverá a afirmar que los acólitos de hoy son, en términos generales, un exponente de dignidad y de responsabilidad religiosa, ni siquiera humana? La experiencia señala que, si bien algunos antiguos acólitos perseveran en la fe y aun por este camino han llegado al sacerdocio, un número muy grande cae en el escepticismo y aun pasan a la acera de enfrente,consecuencia lógica de haber manejado externamente las cosas más santas, cuyo sentido interno lógicamente hubo de escaparles, y sin el cual las exterioridades no solamente no son razonables, sino que son totalmente absurdas.
Téngase en cuenta que hoy estas órdenes no sacerdotales se confieren casi en función exclusiva del servicio del templo y, sin embargo, fueron creadas en la aurora del cristianismo en que los templos no existían. Se trata, por tanto, de volver a las fuentes dando a estos «oficios» el profundo sentido social-religioso que exigió su creación.
Creo fuera de mi competencia el entrar en el detalle de cómo habría que realizar esto, y sería ridículo que me lo propusiera. En este caso sí que hay que sacar con toda justicia la frase: Doctores tiene la Iglesia…Lo que yo puedo hacer, y creo que es lo que hago, es razonar una proposición, basándome en principios y, sobre todo, en hechos.
Con las funciones de los seglares diversificadas en función de «vocaciones», creo que sería incongruente que se llegara siquiera a plantear como tema de una reunión internacional de católicos el de la Posición de los seglares dentro de la Iglesia.
Creo, además, que las perspectivas actualmente nebulosas e imprecisas de la Acción Católica (en la que he pensando a lo largo de esta exposición) vendrían ampliamente clarificadas. El ejército pacífico de la Iglesia de Cristo dejaría de presentar el actual aspecto de unos brillantísimos y bien equipados Estados Mayores por una parte, y una multitud inmensa de soldados rasos por otra (lo cual explica que con los mejores planes posibles cosechemos las más espléndidas derrotas), si se introdujeran las clases de tropa y los oficiales subalternos indispensables para convertir esta especie de horda inoperante en un verdadero ejército.
Esto contribuiría, además, a centrar el verdadero papel que en el Ejército pacífico de la Iglesia han de jugar los jóvenes y los adultos, los hombres y las mujeres: que en la Acción Católica actual aparecen grandemente confusos, y en muchos casos en contradicción aparente con las tradiciones más respetadas de la Iglesia.
Finalmente (y con todo el respeto y la delicadeza con que un seglar ha de referirse siempre a los eclesiásticos) me atrevo a expresar mi convencimiento del gran bien que haría en el clero el hecho de que la función diaconal de servir a las mesascayera fuera de su competencia y pudieran dedicarse plenamente a su altísima función apostólica.
Pues sería excesivo querer limitar el sentido de la expresión de San Lucas: «servir a las mesas» al solo hecho de recoger y repartir limosnas. Me parece que su sentido es mucho más amplio y que, en términos generales, engloba lo que hoy designamos como «lo social», que ha ido cayendo en manos inadecuadas por ausencia de diáconos entre los fieles, que es a quienes compete (desde todos los puestos) en la sociedad cristiana. Con la agravante de que en todos los casos en que (…) los eclesiásticos (…) han actuado como diáconos, los resultados positivos no se han visto por ninguna parte (…).
CONCLUSIÓN
En la Casa del Padre hay muchas moradas.¿Pero no es en cierta manera la Casa del Padre la Iglesia militante? ¿No será meternos en un callejón sin salida buscar un sentido cualquiera a la muchedumbre informe e insípida? ¿Podemos acaso los hombres llegar a tener algún concepto válido de un todo sin precisar el significado de las partes y viceversa?
Creo que estamos en una situación en la que hay que empezar de nuevo. Yo propongo que, con pasos lentos y seguros, se empiece, pues, a dar misiones sagradas concretas a los seglares, cada uno según su vocación. Entonces la realidad, como expresión de la Voluntad de Dios, se cuidará de señalar poco a poco, con toda claridad, la posición de los seglares dentro de la Iglesia de Cristo.
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