La Doctrina Social de la Iglesia (DSI)

El término Doctrina Social de la Iglesia (DSI) fue acuñado por Pió XII, aunque la primera encíclica «social», por así decir, fue publicada por León XIII en 1891, la encíclica Rerum novarum (RN). La última ha sido publicada por el papa Francisco el 3 de octubre de 2020 con el nombre de Fratelli tutti (FT).Que el Papa Francisco presenta así: «Las siguientes páginas no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos. Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en palabras (…) que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad» (Fratelli tutti, 6)

La DSI es un «instrumento de evangelización» (Centesimus annus, 54; Sollicitudo rei socialis, 41; Caritas in veritate, 15) basado en el Evangelio de Jesús. Interpreta la realidad social, siempre cambiante, a la luz de la Revelación, la Tradición de la Iglesia y recogiendo el sentir del pueblo cristiano. Invita a todas las personas a asumir y desarrollar valores, proyectos y tareas, para transformar la sociedad y construir otra más justa y fraterna. No propone un «modelo» a seguir, sino que actúa como un «fermento» (Mt. 5,13).

La Iglesia está comprometida con el desarrollo humano, integral y solidario que concreta el amor preferencial por los pobres y transforma de modo radical las relaciones humanas. El amor cristiano impulsa la denuncia, la propuesta, el compromiso.

«La DSI busca proponer un humanismo a la altura del designio de amor de Dios sobre la historia, un humanismo integral y solidario, que pueda animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana que actúa en la paz, la justicia y la solidaridad» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 19).

Por tanto, tiene una dimensión sobre todo de anuncio y también de denuncia. Predicar la DSI es una función profética que corresponde específicamente a los obispos que han de «ser profetas de justicia» (Cardenal Jorge M. Bergoglio en el «Sínodo» El obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo (2001)).

 

Principios y valores de la DSI 

Siguiendo al profesor Lluch Frechina, los grandes principios de la DSI se pueden sintetizar en estos siete, que están siempre presentes como constituyendo el «sustrato» del que nacen las grandes orientaciones de la Iglesia a la hora de abordar una gran pluralidad de temas de la realidad social siempre tan cambiante. Para presentarlos me referiré especialmente a la encíclica Fratelli tutti del papa Francisco, por ser la última y porque resume las cuestiones más importantes del mundo actual, recogiendo el gran desarrollo que ha tenido la DSI en los 130 años de su existencia.

La persona es el centro de la DSI

Es imagen de Dios. Colabora en la creación y su cuidado. La persona es un ser social (Gaudium et spes, 12-24). El trato a las personas nos juzga (Mt. 25, 40). Y el pecado nos deshumaniza y en la sociedad se convierte en estructural. Todos somos iguales y singulares (GS, 29), sociales por naturaleza, pero esta sociabilidad no garantiza la comunión que exige esfuerzo y capacidad de renuncia (FT, 12).

«Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad». (Fratelli tutti, 8).

Toda persona es sujeto de derechos y deberes que son universales, inviolables e irrenunciables. Tradicionalmente esto se ha expresado en Cartas y Declaraciones de derechos, pero no son una «construcción cultural» o «formal», son esenciales y vinculados a la dignidad de las personas (Pacem in terris, 9-34).

Cuando partes de la humanidad parecen «sacrificables» y «descartabas», ven su dignidad despreciada y sus derechos ignorados o violados, nacen nuevas pobrezas (Caritas in veritate, 22), se aleja el bien común y el proyecto de fraternidad (FT, 18-22).

«Entre las convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión y la ley suprema del amor fraterno» (FT, 39).

Solidaridad

Es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común de todos (Sollicitudo rei socialis, 38). Todas las personas somos responsables de todas. La solidaridad comporta compasión, empatia, igualdad, unidad e interdependencia…voluntad de diálogo. Esta solidaridad tiene un horizonte utópico —utopía del bien, de un orden social más justo— frente a la distopía en que se ha convertido nuestro mundo. La solidaridad completa la justicia.

«La solidaridad se expresa concretamente en el servicio (…). Este es en gran parte cuidar la fragilidad (…). Nunca el servicio es ideológico (…) Se sirve a personas» (FT, 115).

El bien común

«Ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que “la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro” (FT, 66).

El bien común no es un «bien agregado», como insiste el neoliberalismo, que entiende la sociedad como la suma de individuos. Bien común es «el conjunto de condiciones de vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección» (GS, 26). No lo definen los dirigentes, ni admite «subalternidades» o «daños colaterales». Tampoco «descartes». El logro es el desarrollo integral, que todos alcancen una vida digna en una convivencia armónica. Esto exige cambios en la organización social y que sean los más desfavorecidos los que den la medida del valor de ésta.

En ese sentido decía san Juan Pablo II que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto e intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada» (LS, 93). La DSI siempre consideró «el derecho de propiedad como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados» (FT, 120).

Subsidiariedad

Que todo aquello que puede realizar una asociación menor no lo haga una institución superior. Es, de alguna manera, expresión de sociabilidad y de autoorganización, de asunción de responsabilidades, de voluntad de desarrollar el tejido social y las asociaciones intermedias, que garantizan pluralidad y construyen confianza (RN 57, QA 79). «El principio de subsidiariedad [es] inseparable del principio de solidaridad» (FT 187).

Participación

«Es necesario estimular en todos la voluntad de participar en los esfuerzos comunes (…) y hacerlo con verdadera libertad en la vida pública» (GS, 31).

Esto debería llevar a otra consideración de la empresa (Rovirosa, G.: ¿De quién es la empresa? 1963) y de la propiedad de la empresa; a una «democracia económica», construida sobre la confianza y la participación.

«Los movimientos populares que aglutinan a desocupados, trabajadores precarios e informales y a tantos otros que no entran fácilmente en los cauces ya establecidos (…) gestan variadas formas de economía popular y de producción comunitaria. Hace falta pensar en la participación social, política y económica (…) que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común y a su vez es bueno promover que “estos movimientos, estas experiencias de solidaridad que crecen desde abajo (…) confluyan”.

“Son sembradores de cambio (…), poetas sociales”. “Sin ellos la democracia se atrofia (…) pierde representatividad, se va desencarnando porque deja fuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino”» (FT, 169).

Caridad y libertad

Son valores esenciales de la DSI, junto con la justicia a la que completan. «El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse disfrutándolo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos» (FT, 11). «La caridad debe basarse en la fraternidad, en la lógica del don» (Lluch, E).

«El amor al otro por ser quien es nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posible la amistad social y la fraternidad abierta a todos» (FT, 94).

«El amor al prójimo es realista y no desperdicia nada que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a los últimos» (FT, 165).

«Esta caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los últimos, que está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor» (FT, 187).

Rehabilitar la política es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común.

Y si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos (FT, 235).

Justicia

La justicia exige reconocer los mutuos derechos y el cumplimiento de los respectivos deberes, tiene que ver con la igualdad (PT, 21). El concepto de Justicia Social engloba los otros tres: la justicia conmutativa, distributiva y legal; porque se puede entender como el conjunto de condiciones que hace que se complementen y refuercen. Busca una organización social que extienda la igualdad, una sociedad justa. La injusticia que sufren muchos hermanos nuestros nos reclaman a todos (FT, 11).

«Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías» (…). «Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política» (Pió XI, citado en Fratelli tutti, 180).

Podríamos incluir un último principio, completamente relacionado con el primero, el de la dignidad:

El trabajo

(Laborem exercens, 1): La persona está llamada al trabajo, que distingue al hombre llenando su existencia sobre la tierra. «No existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo» (FT, 162).

Como decía el Concilio Vaticano II (GS, 67): Todo hombre tiene el deber de trabajar y el derecho al trabajo. Es deber de la sociedad ayudar a los ciudadanos y el Estado tiene obligación de ayudar a la creación de empleo y facilitar el acceso a él.

No se trata de una consideración filosófica y antropológica alejada de la realidad cotidiana. Quienes no tienen trabajo ven sus vidas frustradas de muy diversas formas. «Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano» (CV, 63). «Cualquier forma de trabajo tiene detrás una idea sobre la relación que el ser humano puede o debe establecer con lo otro de sí» (LS, 125). Afecta a la realización personal y al reconocimiento social.

Son malos tiempos para el trabajo: no sirve para vivir una buena vida. Quienes no tienen trabajo digno la ven frustrada por la precariedad vital asociada a la precariedad laboral (Cfr. Zubero, I). Esto afecta a la dimensión subjetiva del trabajo, pero tampoco la dimensión objetiva sale mejor parada: sin trabajo no transformamos, ni mejoramos adecuadamente nuestro mundo… Sino que explotamos, o sufrimos la explotación, para la riqueza de unos pocos (LS, 128): «El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida (…); camino de (…) desarrollo humano y realización personal». Debería ser una experiencia liberadora.

Se debe ante todo recordar un principio enseñado siempre por la Iglesia. Es el principio se la prioridad del «trabajo» frente al «capital».

Este principio se refiere directamente al proceso mismo de producción, respecto al cual el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es solo un instrumento o la «causa instrumental» (LE, 12).

 

Fuente: La Doctrina Social de la Iglesia y la Solidaridad de las personas trabajadoras (Joan Sifre Martínez) – extracto-