Discurso inaugural del cardenal Omella en la Plenaria de la Conferencia Episcopal Española el día 19 Abril 2021
Queridos cardenales, arzobispos, obispos, administradores diocesanos, querido Sr. nuncio de Su Santidad en España, personal de la Casa de la Iglesia, periodistas, amigos y amigas que estáis escuchando o leyendo este mensaje.
Despedidas y bienvenidas:
Recordar y honrar a aquellos hermanos nuestros en el episcopado que han ido a la casa del Padre:
S.E.R. Mons. Damián Iguacen Borau, obispo emérito de Tenerife.
S.E.R. Mons. Alfonso Milián Sorribas, obispo emérito de Barbastro-Monzón.
S.E.R. Mons. Juan del Río Martín, arzobispo castrense.
S.E.R. Mons. Rafael Palmero Ramos, obispo emérito de Orihuela-Alicante.
Pedimos a Dios para ellos el premio reservado en el cielo a los buenos pastores que han apacentado con fidelidad y amor la Iglesia de Cristo.
Felicitamos a quienes se han incorporado durante los últimos meses a esta familia episcopal:
S.E.R. Mons. Francisco José Prieto Fernández, obispo auxiliar de Santiago de Compostela.
Obispos que han aceptado la responsabilidad de pastorear una nueva diócesis:
S.E.R. Mons. Antonio Gómez Cantero, obispo coadjutor de Almería.
S.E.R. Mons. José Ángel Sáiz Meneses, arzobispo electo de Sevilla.
Damos la bienvenida a los administradores diocesanos:
Ilmo. Sr. D. Vicente Robredo García, de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño.
Ilmo. Sr. D. Antonio Valín Valdés, de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol.
Ilmo. Sr. D. Alfonso Belenguer Celma, de la diócesis de Teruel y Albarracín.
Estamos en pleno año de San José, convocado por el papa Francisco con motivo del 150 aniversario de haber sido declarado san José patrono de la Iglesia universal. San José asumió en la tierra el puesto de Dios Padre en el cielo, y cuando el Señor confía una tarea da también las gracias necesarias para llevarla a cabo. A María le concedió un corazón inmaculado para poder ser la madre del Salvador y a José le dio un «corazón de Padre», la ternura, para cuidar a su hijo en el momento de mayor indefensión, cuando era niño, débil y pequeño. San José nos enseña que se puede amar sin poseer, sirviendo y respetando el misterio y el designio de Dios en cada persona. El Evangelio no ha conservado ninguna palabra de José. Su silencio es expresión de total disponibilidad, de escucha atenta y de obediencia a la voluntad de Dios. El papa Francisco lo presenta en su carta apostólica como «el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta» con el que todos nos podemos identificar… Paradójicamente, con frecuencia, el Señor se sirve de lo débil, de lo sencillo, de lo que no cuenta a los ojos de los hombres para hacernos ver que es Él quien actúa y dirige la historia.
La reunión de los obispos de esta semana tiene un perfil programático. Punto central de nuestra Asamblea Plenaria será la aprobación de las líneas de acción pastoral de la Conferencia Episcopal Española (CEE) para el quinquenio 2021-2025. Estudiaremos el documento titulado Fieles al envío misionero. Claves del contexto actual, marco eclesial y líneas de trabajo, que llevamos trabajando los últimos meses, y del que ya se presentó un borrador en la anterior Asamblea Plenaria, en noviembre del año pasado. Con este documento pretendemos responder al reto de la evangelización en la sociedad española actual y señalar las prioridades de la Conferencia Episcopal Española, de sus comisiones y servicios para los próximos cinco años.
Son tres los ejes principales que, en sintonía con el papa Francisco y con la Iglesia universal, vertebran y motivan estas líneas de acción: la conversión pastoral, el discernimiento y la sinodalidad. Nuestro objetivo es que la Iglesia en España, tanto en su presencia social como en su organización interna, en su misión y en su vida, se ponga en marcha hacia el Reino prometido, en salida misionera, en camino evangelizador.
Mis palabras en esta mañana no pueden sino recoger estas inquietudes para hacer partícipe de ellas al Pueblo de Dios y caminar juntos. Quisiera hacerlo siguiendo la respuesta que el Señor dio un día a aquel doctor de la ley que se le acercó para preguntarle: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (Lc 10, 25). Las palabras del Señor nos invitan a ser una Iglesia samaritana que esté atenta a las necesidades de los demás. En esa tarea podremos constatar la presencia de Dios, establecer una relación con Él capaz de llenar de sentido y de vida nuestra existencia, y dar testimonio de ello a los demás. Son tres los pasos que el Señor nos pide:
- Ver y compartir el sufrimiento de la humanidad [«Al verlo se compadeció y acercándose le vendó las heridas» (Lc 10, 33-34)]. Los obispos queremos ver nuestra realidad, la realidad de la Iglesia en la sociedad española y compartir sus alegrías y sus tristezas. No podemos cerrar los ojos ni los oídos a sus reclamos. La conversión pastoral nos invita a escuchar los desafíos antropológicos y culturales que nos plantea el hombre de hoy y a acogerlos con misericordia.
- Comprender que somos prójimos unos de otros [«¿Cuál de estos tres te parece que ha sido el prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» (Lc 10, 36)]. Interpretar y leer la realidad desde la fe no consiste en elaborar una estrategia para tener éxito, y menos aún un plan de laboratorio. Se trata, más bien, de descubrir el proyecto de Dios, su voluntad salvadora para todos los hombres, que se sigue realizando a pesar de nuestras divisiones y pecados. Discernir consiste en integrarnos en los designios siempre más grandes de Dios, liberándonos de las miras humanas y de los criterios mundanos.
- Reflejar el amor de Dios [«Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10, 37)]. El mejor testimonio y la mejor aportación que la Iglesia puede hacer al mundo de hoy como fermento, signo e instrumento de una nueva humanidad, es ser ella misma reflejo de la Trinidad. En el documento La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia de la Comisión Teológica Internacional queda dicho que la sinodalidad es «la forma específica de vivir y obrar de la Iglesia como Pueblo de Dios» (n. 6), su «modus vivendi et operandi (…) en la participación responsable y ordenada de todos sus miembros en el discernimiento y puesta en práctica de los caminos de su misión» (n. 43). Este es «el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio» (n. 1).
- «Al verlo se compadeció y acercándose le vendó las heridas» (Lc 10, 33-34). Ver y compartir el sufrimiento de la humanidad: la conversión pastoral
En la mirada a nuestra realidad lo primero que vemos es que ya llevamos más de un año de pandemia. La COVID-19, que suma cada vez más muertes y sigue constituyendo una amenaza para la salud de todos, nos ha obligado a vivir bajo el régimen del temor, de la incertidumbre, de la desconfianza, de la sospecha, que ha socavado el tejido vivo de la sociedad a todos los niveles. Ha alterado muchas costumbres y formas de vivir, ha afectado los hábitos de relacionarse las familias y los amigos e incluso ha modificado prácticas consolidadas de organizar el trabajo… Gracias a Dios, vemos ya en el horizonte signos de esperanza para salir de esta situación con las vacunas que se van distribuyendo cada vez a mayor parte de la población. Así como el virus no ha hecho diferencias y ha afectado a toda la humanidad, es de desear que también la vacuna sea un bien común que se distribuya a todos por igual y no sea una propiedad privada de unos pocos, sin hacer diferencias entre países ricos y países pobres.
El virus no lo podemos combatir aisladamente. Quizás sea la gran lección de esta situación. Logramos contener momentáneamente la transmisión del virus, con distancias personales, familiares, locales, autonómicas, nacionales… Pero solo si vamos todos a una, aceptando el diálogo y no el monólogo como vía para encontrar soluciones, podremos avanzar y salir de este bache.
Muchos creen que todo volverá a ser lo mismo cuando pase la pandemia. Y lo cierto es que no va a ser lo mismo, vamos a encontrar un mundo herido, afectado muy desigualmente por la pandemia y, sobre todo, por la crisis económica que ha provocado. Lamentablemente, la pandemia ha acentuado los efectos de la crisis económica del 2008 y ha sacado a la luz pública muchas de las heridas que no habían cicatrizado.
Existe un gran riesgo: querer pasar página lo antes posible y volver a la vida de antes como si no hubiera pasado nada. Es cierto que una parte importante de la población podrá volver a la situación de antes de la pandemia como si aparentemente no hubiera pasado nada. Pero no es menos cierto que una parte muy significativa de la población saldrá de esta crisis en una situación económica y social muy crítica.
En España, el paro ha aumentado y afecta a casi cuatro millones, además de los abultados ERTE, de incierto futuro. Pero los primeros en sufrir el parón de la economía han sido los 8,5 millones de personas que ya se encontraban en exclusión social antes de la pandemia; según el VIII Informe FOESSA, estas personas han visto agravada su situación. Como siempre, quienes sufren más las crisis son los más desfavorecidos, los que tienen menos oportunidades para acceder a los servicios básicos. Entre ellos, sobre todo, los refugiados, los migrantes en situación irregular, las víctimas de la trata de personas, que la pandemia ha invisibilizado.
En España existe un creciente y grave problema que se llama «desigualdad social». Este es un reto que tenemos que abordar para asegurar la dignidad de todos y la necesaria justicia social que es siempre garantía de paz social. No es momento para disputas inertes entre partidos políticos, no es tiempo para soluciones fáciles y populistas a problemas graves, no es el momento de defender intereses particulares. Ahora es el momento para la verdadera política, que sume a todas las partes y que trabaje para el bien común de toda la sociedad y el fortalecimiento y credibilidad de las instituciones en las que se asienta nuestro sistema democrático. Para ello serán necesarias reformas estructurales que superen el vaivén de intereses electorales cortoplacistas. La política existe para servir y ahora está llamada a servir más que nunca y a olvidarse de la consecución de intereses partidistas o su imposición ideológica aprovechando la crisis humanitaria y social que padecemos.
Por esto mismo la Iglesia va a orar intensamente por nuestros gobernantes y va a hacer todo lo que esté a su alcance para promover las reformas necesarias que, como bien sabemos, empiezan por cada uno de nosotros: no hay cambio social sin una previa conversión y transformación personal.
La Iglesia y cada uno de los católicos somos llamados a ejercer un liderazgo ético en el mundo de la economía, de la política y de nuestras relaciones particulares. Meditar Gaudete et exsultate puede ayudarnos a redescubrir la llamada a la santidad que hemos recibido todos los bautizados, un camino bellísimo de amor capaz de transformar el mundo.
La Iglesia, a través de Cáritas y de la amplia red capilar de instituciones y comunidades cristianas, está atenta a todas estas necesidades y está respondiendo, dentro de sus posibilidades, de la mejor forma posible. Como no puede ser de otra manera, está llevado a cabo un trabajo en red, en colaboración con otros grupos eclesiales, con entidades civiles y de la administración pública, incluso con organismos internacionales. Principalmente ha tratado de responder a las necesidades primarias, como la alimentación y medicación de muchas personas que se han quedado sin ingresos económicos, el pago de alquileres, recibos de la luz y del agua. Sin embargo, somos conscientes de que no nos podemos quedar en el asistencialismo de emergencia; la deuda social con los más desfavorecidos incluye su promoción como personas.
Para la Iglesia es acuciante también la denuncia que hace el mismo papa Francisco: «La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual» (Evangelii gaudium, n. 200). Todos necesitamos a Dios y no podemos dejar de ofrecerlo en esta situación de prueba y de dificultad. Dios no está lejos de los que sufren y de los que fallecen. Y la Iglesia tiene la misión de llevar esta presencia del Señor, que vino a cargar con nuestros dolores, a morir con nosotros para que nosotros resucitemos con Él.
Hemos de reconocer que la situación que estamos viviendo durante esta pandemia ha afectado significativamente a la pastoral habitual de la Iglesia en todos los sentidos, tanto en el ámbito parroquial como diocesano. Las restricciones han afectado la atención de las personas, que han visto reducidas —cuando no suprimidas— sus actividades de formación, de catequesis, sus encuentros… Sentimos la urgencia, más que nunca, de estar atentos a las necesidades de las personas y de las comunidades, para elaborar propuestas de vida cristiana que permitan anunciar el Evangelio y vivir la fe en estas circunstancias tan especiales. Queremos agradecer las muchas iniciativas y los esfuerzos de los ministros ordenados, de los miembros de la vida consagrada y de los laicos por llegar a los hogares, a las habitaciones de residencias y hospitales de muchas personas que tienen limitada la movilidad o son personas de riesgo.
La Iglesia no es una empresa, ni un partido político, ni un grupo de presión social, ni un lobby de poder, ni se identifica con ninguna ideología de este mundo. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II en Gaudium et spes (GS), n. 3:
No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Solo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37), para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (Mt 20, 28).
En efecto, como nos recuerda el papa Francisco en Fratelli tutti, n. 276:
La Iglesia no pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como un hogar entre los hogares, abierto (…) para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. (…) La Iglesia es una casa con las puertas abiertas porque es madre. Y como María, la madre de Jesús, queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad (…) para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación.
Ante la tentación de algunos, que querrían apartar a la Iglesia del diálogo social, cultural y político, encuentro muy oportunas las palabras del Concilio Vaticano II (GS, n. 76):
La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas.
En este sentido, como señala el papa Francisco, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de santa Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra (EG n. 183).
- «¿Cuál te parece que ha sido el prójimo del que cayó en manos de los bandidos»? (Lc 10, 36). Comprender que somos prójimos y corresponsables unos de otros (la fraternidad universal): el discernimiento
La crisis del coronavirus es claramente un signo de nuestros tiempos que nos ha sobrepasado. Es necesario tratar de discernir esta situación, interpretarla a la luz del Evangelio, que nos revela su verdad más profunda. Discernir quiere decir poner la realidad bajo la mirada de Dios, que guía la historia y los destinos del mundo. Solo así esta amenaza global podrá convertirse, paradójicamente, en camino de salvación, en ocasión para construir una humanidad más fraterna y para repensar nuestra forma de vivir, purificarla y seguir caminando con mayor coraje.
El magisterio del papa Francisco nos ofrecealgunas claves para que esta crisis pueda contribuir al nacimiento de una humanidad renovada.
El inicio de su pontificado supuso una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría e indicó nuevos caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años (cf. EG, n. 1). Posteriormente el papa ha ido explicitando en qué consiste esta nueva etapa mediante dos encíclicas de carácter social: Laudato si’ y Fratelli tutti, que presentan toda la creación como nuestra casa común y a todos los que la habitamos como hermanos. Estamos en la misma aldea, y esto requiere un mínimo de «conciencia universal y preocupación por el cuidado mutuo» (FT, n. 117).
Este llamamiento a la fraternidad universal se ha vuelto más perentorio en esta crisis global que estamos atravesando. En la celebración de la primera Jornada de la fraternidad humana, el pasado 4 de febrero, el papa planteó una acuciante disyuntiva a la humanidad que definió como «el desafío de nuestro siglo», «el desafío de nuestros tiempos»: «O somos hermanos, o nos destruimos mutuamente (…). O somos hermanos o se viene todo abajo».
Ante este futuro incierto y este mundo dividido, los católicos somos llamados a ejercer un liderazgo global y local en la cohesión social del mundo y de cada una de sus sociedades. La Iglesia, a diferencia de los países o de las grandes multinacionales no tiene otro interés que promover el bien común, la fraternidad universal y anunciar el Evangelio de Jesucristo. En efecto, como ya decía el Concilio Vaticano II, la Iglesia ofrece al género humano su sincera colaboración para lograr la fraternidad universal (cf. GS, n. 3). Los católicos podemos ser ese engranaje que sea capaz de decir no a los intereses particulares de unos pocos con el fin de caminar hacia una nueva época que respete la dignidad del ser humano, promueva el bien común, potencie la conciencia de fraternidad universal y desarrolle una ecología integral que respete la creación, empezando por el ser humano. Tal vez no todos seamos expertos en economía, pero sí que después de 2.000 años de historia y con la ayuda del Espíritu Santo somos expertos en trabajar por crear comunión y forjar comunidad. «Pon amor donde no hay amor y hallarás amor» (S. Juan de la Cruz).
A continuación, partiendo del magisterio del papa y de los sínodos de los obispos que ha convocado durante su pontificado, queremos ahora poner el foco de nuestra atención en las personas, particularmente en aquellas que se quedan al borde del camino a causa de esta pandemia: las familias necesitadas, los jóvenes, los ancianos, los migrantes… Queremos discernir los retos pastorales que tiene la Iglesia en España, porque no se puede anunciar el Evangelio sin ponerlo en práctica en el amor al prójimo, no se puede dar culto a Dios sin cuidar de las personas, como nos enseña la parábola del Buen Samaritano.
- La propuesta de una «fraternidad universal» comienza a vivirse en concreto desde la «fraternidad familiar». La primera gran iniciativa pastoral del papa Francisco fueron los dos Sínodos sobre la familia de 2014 y 2015 para «comprender la importancia de la institución de la familia y del matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la vida humana». Ambos sínodos concluyeron con la exhortación postsinodal Amoris laetitia. A los 5 años de su publicación, el papa Francisco nos ha propuesto celebrar un año especial «Familia Amoris laetitia», que comenzó el pasado 19 de marzo y concluirá el 26 de junio de 2022 con el X Encuentro mundial de las familias en Roma. En este tiempo también nosotros queremos redescubrir la riqueza de esta exhortación apostólica y dar protagonismo a las familias en la acción pastoral de la Iglesia. Durante la pandemia hemos podido comprobar una vez más su importancia por la ayuda mutua entre sus miembros y también como «Iglesia doméstica», donde se alimenta y celebra la fe cuando no se puede ir a la parroquia y participar en las celebraciones.
- El papa Francisco ha instituido la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, que celebraremos por primera vez en 2021, el cuarto domingo de julio, cerca de la memoria litúrgica de los santos Joaquín y Ana, abuelos de Jesús. Desde el principio de su ministerio petrino, el papa ha manifestado una especial preocupación por los ancianos y ha denunciado muchas veces su exclusión de la sociedad: «Un pueblo que no custodia a los abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria».
La Pontificia Academia para la Vida acaba de publicar el documento: La vejez: nuestro futuro. La condición de los ancianos después de la pandemia (2 de febrero de 2021). Esta institución propone un nuevo paradigma para la atención a los mayores basado en un continuum socio-sanitario entre el propio hogar y los servicios externos que puedan ir necesitando.
En este contexto, no deja de sorprender la ley de regulación de la eutanasia, recientemente aprobada en España. Ha supuesto un fuerte contraste con la sensibilidad social por el cuidado de las personas mayores y enfermas. Ante el sufrimiento que derriba a las personas, desde la Conferencia Episcopal Española apostamos por una cura integral de las personas que trabaje todas sus dimensiones: corporal, espiritual, relacional y psicológica. No dejaremos nunca de repetir que no hay enfermos «incuidables» aunque sean incurables.
Los gobernantes deben destinar los recursos necesarios para asegurar unos dignos cuidados paliativos que garanticen el control adecuado del dolor a todos los que los necesiten. Asimismo, estos recursos deberían permitir a todas las personas dependientes acceder a las ayudas económicas que les corresponden. En estos momentos, esto sí es una prioridad.
- A los jóvenes el papa Francisco les dedicó un Sínodo (2018) y una exhortación apostólica (Christus vivit, 2019). El papa ha invitado a los jóvenes a que no se dejen robar la esperanza, que se sientan parte de la Creación, que reconozcan el regalo de la vida y que tengan el coraje de elegir lo que Dios ha soñado para ellos desde la eternidad. Sin embargo, no se puede negar que los jóvenes no lo tienen fácil. Están sufriendo más duramente los efectos de la pandemia con un índice de paro juvenil que ronda el 40% en nuestro país, con cursos académicos en circunstancias especiales que seguramente influirán desigualmente en su aprovechamiento. Por otra parte, los confinamientos se hacen más insoportables para ellos. Los jóvenes necesitan espacios para el encuentro, para salir, hacer deporte… La amistad, el amor y el compañerismo, que para todos son importantes, para ellos son primordiales. Si los jóvenes ya eran un auténtico reto pastoral para la Iglesia, en estas circunstancias tenemos que hacer un esfuerzo de mayor creatividad y cercanía para acompañarlos humana y espiritualmente.
- Los migrantes han sido una preocupación constante del papa Francisco. El mismo papa se puso inicialmente al frente de la Sección de Migrantes y Refugiados del nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que se ocupa de esta dura realidad en nuestros días. Es una labor delicada que requiere la cooperación entre los Estados y trabajar en origen para identificar y atajar las causas que provocan las migraciones forzadas. En los países de Europa la Iglesia se ha comprometido, con los medios a su alcance, a acoger, a proteger y a integrar a las personas migrantes, refugiadas y desplazadas. Para ello, está en contacto y en colaboración con las diócesis de los países de origen de los migrantes, con las del Norte de África y del Oriente Medio. Nuestro país, en la frontera sur de Europa, vive especialmente esta situación, y últimamente los obispos de Canarias, ante el abandono de los migrantes que llegan sin cesar al archipiélago, han llamado la atención de la sociedad para que no vivamos anestesiados ante el dolor ajeno y tomemos conciencia de la situación de vulnerabilidad que viven estas personas, y, en la medida de lo posible, nos comprometamos para que reciban la atención que merecen.
- El papa nos urge a promover una ecología integral al servicio del bien común y de las personas. El ser humano no se puede colocar en el centro como dueño absoluto de todas las cosas y explotar el mundo a su antojo mediante la ciencia y la técnica. La «Economía de Francisco», un movimiento de jóvenes economistas, aplicando los principios propuestos por el papa Francisco, trabaja para lograr una gestión de la aldea global más justa, inclusiva y sostenible, para dar alma a la economía del mañana. En este sentido ha surgido Inclusive capitalism, otra iniciativa del papa Francisco que promueve un capitalismo al servicio de las personas, al que ya se han sumado algunas grandes multinacionales que agrupan a más de 200 millones de trabajadores, con presencia en más de 163 países.
La creatividad en el ámbito de la ecología integral y de la promoción de una economía más humana podrían ayudar a hacer frente a la despoblación rural, al envejecimiento de la población, la dispersión y la emigración a la ciudad que afecta al medio rural. En España casi la mitad de las parroquias son rurales, lo cual demuestra la presencia histórica de la Iglesia en toda la geografía española y el rico patrimonio cultural que ha generado. Sin embargo, paradójicamente, actualmente es un reto importante mantener esas parroquias vivas y activas, y organizar la atención pastoral.
- «Ve y haz tú lo mismo» (Lc 10, 37). Reflejar el amor de Dios: una Iglesia sinodal
Finalmente, lo que vemos y discernimos, nos compromete. ¿Qué puede hacer la Iglesia? ¿Cómo tiene que organizarse ante esta crisis global, también religiosa, que ha acentuado el coronavirus y cuya solución requiere un plus de fraternidad universal y de amistad social? La Iglesia siempre se renueva convirtiéndose en lo que es, en lo que está llamada a ser desde el principio. La vocación de la Iglesia es ser sacramento de la unidad del género humano en camino hacia Dios (cf. LG, n. 1), para lo cual tiene como origen y como fin la propia comunión divina de la Trinidad.
Por eso, el papa dice que la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio. Sinodalidad significa comunión en todas las direcciones: de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, poniendo en movimiento a todo el Pueblo de Dios, sobre todo a los laicos.
La sinodalidad nos habla de la comunión de las Iglesias entre sí y de la comunión dentro de las Iglesias, de la escucha mutua de pastores y fieles cristianos, todos partícipes del Espíritu. La sinodalidad no es un acto puntual, sino un modo de hacer dentro de la Iglesia, atenta a la voz del Espíritu. La efusión del Espíritu hace que el Pueblo de Dios no se equivoque cuando en comunidad cree y discierne la voluntad de Dios.
Una Iglesia sinodal es aquella en la que la configuración eclesial, las estructuras y las responsabilidades están en función de la tarea misionera. Soñamos con «una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación» (EG, n. 27).
Tenemos en el horizonte la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebrará en octubre de 2022 con el tema «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión», y que ya nos disponemos a preparar no solo con reflexiones y estudios teóricos, sino también con su puesta en práctica.
En España, el camino hacia una Iglesia más sinodal y evangelizadora pasa, entre otras, por las medidas y acciones siguientes:
- Renovación de las estructuras de la Conferencia Episcopal Española. Después de 50 años desde su puesta en marcha, la Conferencia ha culminado la renovación de sus Estatutos en 2019, que en muchos aspectos están aún ad experimentum. En estos próximos cinco años tendremos que ir revisando y haciendo los ajustes necesarios para poner en marcha esta nueva estructura. Algunos de los criterios para esta reforma estatutaria han sido: la promoción de una mayor representación territorial, el aumento de la agilidad y de la eficacia, la reducción del número de comisiones y una mayor colaboración entre los diversos organismos de la Conferencia Episcopal Española.
- Promoción de la participación de los laicos. En el mes de febrero de 2020 tuvo lugar el Congreso de Laicos, «Pueblo de Dios en salida», con el objetivo de generar y dinamizar procesos de edificación de una iglesia sinodal y para impulsar el compromiso de los laicos, de los movimientos y de las asociaciones. La pandemia ha dificultado el ritmo de implementación del poscongreso. Sin embargo, esta es una línea irrenunciable de futuro en los planes de la Conferencia Episcopal Española que vamos a seguir desarrollando en los próximos años. Todos, ministros ordenados, vida consagrada y laicos, por haber recibido los sacramentos de la iniciación cristiana, somos discípulos misioneros, en comunión y corresponsabilidad. Caminamos juntos impulsados por el Espíritu y entre todos construimos el reino de Dios.
- Hace doce años que los diferentes movimientos de la Acción Católica (Junior, Jóvenes y Adultos) se unificaron en una única Acción Católica General (ACG). Se inició así un proceso de elaboración y de estructuración de esa nueva propuesta para todos los laicos de parroquias que no están asociados. Este nuevo impulso de la Acción Católica General responde a la necesidad de formación y de creación de pequeñas comunidades que sigan un itinerario de vida en la fe. El proyecto pastoral de la Acción Católica General para este año 2021 lleva por lema «Ven y verás», y acentúa, sobre todo, el encuentro personal con Jesús en la vida cotidiana para transformar el mundo según el mensaje del Evangelio.
- En el pasado mes de junio de 2020 se presentó el nuevo Directorio para la catequesis, elaborado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Esta tercera edición del Directorio para la catequesis solicitado por el Concilio Vaticano II responde a los desafíos y a los cambios del nuevo milenio. Ya no vivimos en una cultura inspirada en la fe, lo cual hace que a veces el lenguaje del Evangelio quede distante y no sea fácil de comprender. Por otra parte, sin una experiencia del misterio ni una aceptación de la fe, los valores, ideales y normas morales quedan en el aire y se vuelven simples obligaciones difíciles de aceptar y de cumplir. Por eso, el Directorio pretende insertar la actividad catequística dentro del proceso de nueva evangelización, como profundización y explicitación del primer anuncio, teniendo muy en cuenta la realidad juvenil, la cultura digital, las personas con discapacidad, la piedad popular… Su puesta en práctica será un reto importante para los próximos cinco años que exigirá ser muy creativos en los medios y en las modalidades.
- A lo largo del curso anterior (el 28 de noviembre de 2019) recibimos la aprobación de la Ratio nationalis Formar pastores misioneros, para adecuar la formación en nuestros seminarios a las directrices que marcó la Congregación para el Clero con la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis. El don de la vocación presbiteral (2016). Algunas novedades e insistencias de esta Ratio nationalis son: la necesidad de una pastoral vocacional capilar; la implantación del curso propedéutico con carácter general; la integralidad y unidad de la formación en un único camino discipular y misionero que incluya todas las dimensiones de la persona y las etapas de la vida; y la formación permanente. En este cambio de época, es necesario que el sacerdote sea profundamente humano y experto en humanidad para poder ser un fiel servidor de Cristo en los hermanos y prevenir en la formación todo tipo de clericalismo y de futuros abusos ya sean sexuales, de conciencia o de poder. El compromiso de la Iglesia en este punto es incuestionable con las nuevas normas de imputabilidad y la progresiva creación de Oficinas para la Protección de menores en todas las diócesis. Para el desarrollo de la pastoral vocacional, uno de los proyectos de estos años será la creación de un Centro nacional de Vocaciones, como prevé la misma Ratio nationalis.
- La sinodalidad de la Iglesia es un llamamiento a entrar en diálogo con todos, un diálogo que renueva constantemente la Iglesia. Por eso, sin renunciar a su identidad y a sus convicciones religiosas, el Pueblo de Dios que peregrina por este mundo se une a todos los hombres de buena voluntad para lograr un modelo de sociedad justa e inclusiva, atenta al grito de los más vulnerables. Este vínculo es más cercano aún si cabe con los creyentes de otras religiones que, en la medida en que reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres, son servidores de la fraternidad en el mundo. El anhelo de Dios sigue latiendo en lo más hondo de la persona humana y sigue despertando los mejores sentimientos y propósitos. El culto sincero a Dios lleva al respeto de la vida y de la dignidad de la persona, y conduce a la renuncia a todo tipo de violencia que atente contra su libertad (cf. Fratelli tutti, nn. 271ss). Sin duda, la unidad de todos los bautizados en Cristo es una responsabilidad directa de los obispos, que no podemos posponer (Vademécum ecuménico, El obispo y la unidad de los cristianos, 2020). Por eso, uno de los objetivos para estos años es, sin duda, continuar promoviendo la reconstrucción de la unidad entre todos los cristianos, así como cultivar la relación con las religiones no cristianas, desde el respeto a la libertad religiosa como derecho fundado en la dignidad misma de la persona humana. La Iglesia cree en «la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio» [Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero de 2019)].
- El diálogo también es el espacio de la misión, donde encontrar a los que no conocen el Evangelio o no han oído hablar de Jesús. En el fondo de cada persona «se esconde un sentido profundo de la existencia que suele entrañar también un hondo sentido religioso» (EG, n. 72). Para que la Palabra siga siendo germen de vida nueva, sal y luz del mundo, se requiere que en las comunidades cristianas se adopte una decidida opción misionera, para hacernos encontradizos y entrar en diálogo con todos, tal como lo hizo Jesús con la Samaritana (cf. Jn 4, 1-45). A pesar de la situación en que nos encontramos es necesario, por tanto, que la parroquia sea un «lugar» que favorezca el «estar juntos» y el crecimiento de relaciones personales duraderas, que permitan a cada uno percibir el sentido de pertenencia y ser amado (Congregación para el Clero, La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora, 20 de junio de 2020).
Durante su vida oculta Jesús estuvo bajo la autoridad de José. Por eso, la piedad cristiana insiste en su valiosa intercesión y confía en que quien le obedeció en la tierra no dejará de escucharle en el cielo. Santa Teresa de Jesús decía: «No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer» (Libro de su vida VI, 6). El papa Francisco nos propone a san José en la carta apostólica Patris corde como «un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad». Confiando en que su poder es tan grande como la bondad de su «corazón de Padre», a él, que es el abogado de la buena muerte, patrono de los obreros, modelo de paternidad, le pedimos, en estos momentos de tristeza y aflicción, por el fin de la pandemia y por los que se ven afectados más directamente por ella: por los fallecidos y sus familiares, los enfermos, los sanitarios, los que han perdido el trabajo, los padres que sufren por llevar adelante a sus familias… También ponemos al amparo de la intercesión de san José, que es custodio y protector de la Iglesia, nuestros proyectos para estos próximos años, especialmente los seminarios, para que tengamos muchos y santos sacerdotes.
Juan José Omella Omella
Cardenal Arzobispo de Barcelona
Presidente de la Conferencia Episcopal Española