a) El desarrollo de vínculos humanos de afecto y ternura es un remedio al desarraigo. Es hacer Pueblo

b) La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace como forma de achicar el abismo de la discontinuidad. Sabemos que en todo acto de comunicación hay un mensaje explícito, algo que se enuncia, pero que ese mensaje puede ser bloqueado, matizado, desfigurado y hasta desmentido por la actitud con que se transmite. Hay todo un aspecto de la comunicación, “no explícita” y “no verbal”, que tiene que ver con los gestos, la relación que se instaura y el despliegue de las diversas dimensiones humanas en general. Todo lo que hacemos comunica. En la medida en que evitemos los dobles mensajes, en la medida en que creamos y tratemos de vivir con todo nuestro ser lo que estamos transmitiendo, en esa medida habremos contribuido a devolver la credibilidad en la comunicación humana.

c) El esfuerzo por generar algunas certezas básicas en el mar de lo relativo y lo fragmentario. Quizá esto sea extremadamente difícil. Sabemos que la verdad por la fuerza es contraria a la fuerza de la verdad. Sabemos también que no podemos adoptar los métodos compulsivos de la publicidad, que desplaza necesidades reales a satisfacciones ilusorias. ¿Y entonces? Hay un “camino estrecho” que transita por la búsqueda de la sabiduría; siempre convencidos de su capacidad de conmover y enamorar. Consiste en aprender a descubrir las preguntas del otro, a contemplarlas, a intuirlas (porque difícilmente los niños y jóvenes podrán expresarnos sus necesidades e interrogantes con claridad). Aunque el cansancio y la rutina a veces nos convierten en una especie de “parlante” que emite sonidos que a nadie le interesan, sabemos bien que sólo “llegan” y “quedan” las enseñanzas que respondan a una pregunta, a una admiración. Compartir las preguntas (¡aunque no tengamos las respuestas!) es ya ponernos todos en un camino de búsqueda, de contemplatividad, de esperanza.

d) Algunas propuestas para ayudar a recrear el vínculo social

1) La fe cristiana como fuerza de libertad

La primera propuesta apunta a reconocer una vez más la inmensa capacidad de renovación de la cultura que posee el Evangelio.

2) “Todas las voces, todas”

La reconstrucción de un lazo social verdaderamente inclusivo y democrático nos exige una práctica renovada de escucha, apertura y diálogo, e incluso de convivencia con otras tendencias sin por ello dejar de priorizar el amor universal y concreto que debe ser siempre el distintivo de nuestras comunidades. Reconocer, aceptar y convivir con todas las formas de pensar y de ser no implica renunciar a las propias creencias.

3) Revalorizar nuestras producciones culturales

El momento de pluralidad, de diversidad, no agota la dinámica del vínculo social: justamente, va de la mano con la fuerza “centrífuga” de unidad de los “muchos y distintos”. Pero como nuestra propia historia nos enseña la esterilidad de toda “unificación compulsiva”, tendremos que apostar a la “vía larga” la vía del testimonio de la propia identidad a través también de la fuerza convocante del arte y las producciones históricas.

4) Prestar atención a la dimensión institucional del amor

Quiero insistir en la importancia de las formas instituidas de participar en la vida común.

5) Celebrar juntos el amor de Dios

Es verdad que en la cultura de lo útil y del pragmatismo, la gratuidad y aparente inutilidad del culto no pareciera atractivo; sin embargo, es interesante que toda esa sensibilidad hacia el encuentro amistoso, unida al gusto por la música y otras manifestaciones artísticas que ellos poseen, sean un modo de acercarse al desarrollo de una cultura, abierta a Dios y con capacidad de honda empatia con lo humano.

Vemos así con mayor claridad el enorme proceso de conversión que exige la recreación del lazo social. Esto es tarea de todos: de gobernantes y gobernados, de fuertes y débiles, de los que tienen y pueden y los que poco tienen y menos pueden. De todos: no sólo pasivamente, cumpliendo con lo mínimo y esperando todo de los demás. De todos: animándonos a crear situaciones , posibilidades, estrategias concretas para volver a vincularnos y a ser un pueblo. Hemos vivido una situación, que “no estar metido en nada” pasó a ser sinónimo de seriedad y virtud. Quizás haya llegado (¡todavía no es definitivamente tarde!) el momento de dejar atrás esa mentalidad, para recuperar el deseo de ser protagonistas comprometidos con los valores y las causas más nobles. Dejar atrás esa mentalidad de la cual quede del todo descartado un diálogo final como éste:

“Señor, ¿cuándo fue que no te di de comer, de beber, etc. ?”

“Cuando te sumaste al “no te metás” mientras yo me moría de hambre, de sed, de frío, estaba tirado en la calle, desescolarizado, envenenado con drogas o con rencor, despreciado, enfermo sin recursos, abandonado en una sociedad donde cada uno se preocupaba sólo por sus cosas y por su seguridad”.

 

Cardenal Bergoglio. Mensajes a las Comunidades Educativas. Buenos Aires (1999-2008). Página web de la Archidiócesis de Buenos Aires.