Cuando un periodista preguntaba al Cardenal Martini en el Vaticano sobre el mayor tesoro de la Iglesia, el Cardenal no dudó en contestarle que el mayor tesoro del Vaticano es la Doctrina Social de la Iglesia.

La Doctrina Social de la Iglesia, por desgracia muy desconocida por la mayoría de los cristianos laicos y, lo que es peor, por la mayoría de los sacerdotes y obispos, es el conjunto de documentos oficiales de la Iglesia, incluidas las Sagradas Escrituras, los escritos de los Santos Padres y los escritos apostólicos de los papas, encíclicas y exhortaciones pastorales, en los que se incluyen las orientaciones doctrinales sobre cómo las personas debemos estructurar, conforme a la justicia, la sociedad humana, particular y global, para que todas las personas puedan desarrollar su vida conforme a su vocación y su dignidad.

Este tesoro, además, contiene una invitación clarísima a que los cristianos y todas las personas de buena voluntad dediquemos lo mejor de nosotros mismos a hacer realidad esa Gran Revolución Social que soñaron los pobres de la Tierra en los siglos dieciocho y diecinueve. Curiosamente una Revolución Social promovida desde el ateísmo, a pesar de que su mejor fundamento son los Evangelios de Jesús.

En efecto, la CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES SOBRE LA IGLESIA EN EL MUNDO ACTUAL del Concilio Vaticano II comienza así:

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.”

Y continúa un poco más adelante con una invitación a los creyentes y no creyentes a realizar la Revolución Social tal como la hemos descrito en el apartado anterior:

“… se afianza la convicción de que el género humano puede y debe no sólo perfeccionar su dominio sobre las cosas creadas, sino que le corresponde además establecer un orden político, económico y social que esté más al servicio del hombre y permita a cada uno y a cada grupo afirmar y cultivar su propia dignidad.”

Todo ello después de haber denunciado el desorden y los desequilibrios de la sociedad actual (pirámide invertida):

“Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus.”

Son frases sacadas de las tres primeras páginas de esta Constitución Pastoral del Vaticano II aprobadas por todo un Concilio Universal y firmada por San Pablo VI al final del mismo. Frases que plantean la necesidad de esa Revolución Social.

El término “Doctrina Social de la Iglesia” se acuñó con ocasión de la publicación de la encíclica “Rerum Novarum” de León XIII en el año 1891. Fue una Encíclica en la que el Papa quiso mediar, con la sabiduría de la doctrina que emana de las sagradas escrituras y de la tradición de la Iglesia, en la cuestión más candente del siglo diecinueve en el mundo occidental, la cuestión obrera.

Las organizaciones obreras solidarias, gracias a su ideal revolucionario y a su intuición de la ventaja de luchar internacionalmente frente a los sistemas capitalistas, de carácter nacionalista, trajeron de cabeza a los estados europeos durante todo el siglo XIX. A ello se unían las ideologías comunistas y socialistas, basadas en el materialismo filosófico, que echaban más leña al fuego revolucionario en la confrontación de los obreros con los patronos, reivindicando la abolición de la propiedad privada y la lucha de clases como el método social de progreso revolucionario.

En medio de toda esa maraña social sonaron contundentemente y con autoridad las sabias palabras del Papa, poniendo las cosas en su sitio. León XIII denunció los abusos de los empresarios y las malas condiciones de vida a las que se veían reducidos los obreros y sus familias. También denunció y condenó el materialismo de las ideas comunistas y socialistas. Reivindicó la propiedad privada que proviene del trabajo de los obreros como medio de garantizar mejor la dignidad de vida de las familias trabajadoras, pero vinculándola también al carácter social que debe tener todo patrimonio humano.

Finalmente, animó tanto a las organizaciones obreras como a las de patronos a entrar en un proceso de colaboración y diálogo, como medio de progreso social mucho más positivo que la dinámica de la lucha de clases.

La encíclica escandalizó a algunos sectores reaccionarios de la Iglesia y molestó a sectores más progresistas por la condena, según ellos, más clara del comunismo y del socialismo que la condena del capitalismo. Muchos dijeron también que no era un escrito propio de un Papa de la Iglesia Católica, que debía hablar de Dios y no de la cuestión obrera. Pero la verdad es que León XIII inauguró con esta encíclica una nueva era en la historia de la Iglesia como demuestran la gran cantidad de encíclicas sociales proclamadas por los papas que le sucedieron, muchas de ellas publicadas con ocasión de un aniversario de la Rerum Novarum.

Muy clarificadoras en materia social fueron también las palabras de la Quadragesimo Anno publicada por Pio XI en el año 1931 (40 aniversario de la Rerum Novarum), la Exortación Apostólica Octogesima Adveniens publicada por San Pablo VI en 1971 con ocasión del octogésimo aniversario y la Centesimus Annus proclamada por San Juan Pablo II para celebrar el centésimo aniversario del sabio y providencial escrito social de León XIII.

Este inicio del pronunciamiento explícito de la Doctrina Social de la Iglesia realizado por la Rerum Novarum, inaugura una época histórica de la Iglesia Católica, muy luminosa a nivel doctrinal, tomando, en cierto sentido, el relevo al Movimiento Obrero Solidario en la defensa de la necesidad de la Revolución Social, precisamente en un momento histórico de decaimiento del carácter revolucionario del Movimiento Obrero, por la creciente burocratización de las organizaciones de los trabajadores desde principios del siglo XX hasta nuestros días.

Es de resaltar que el recorrido doctrinal de la Doctrina Social de la Iglesia a lo largo de estos 128 años desde la Rerum Novarum, ha mantenido una coherencia doctrinal admirable entre todos los documentos publicados, en sintonía con todas las Escrituras, desde el Génesis al Nuevo Testamento, y con toda la Tradición de las Santos Padres. Al mismo tiempo, se ha desarrollado iluminando cada época histórica de la humanidad, e incluso, especialmente desde el Vaticano II, adelantándose a las condiciones cambiantes de la sociedad.

Esta coherencia y profundidad doctrinal de la Iglesia Católica es reconocida por la intelectualidad no sectaria de todo el mundo, especialmente en los últimos cincuenta años e incluso envidiada por las otras Iglesias Cristianas. Una muestra de este reconocimiento fue la acogida tan favorable que tuvo la conferencia que dio Benedicto XVI en la Universidad de la Sorbona de Paris a la que asistió lo más preclaro de la intelectualidad europea.

Es significativo también en el sentido de la invitación a todos para construir la Revolución Social, el comentario de Felipe González, siendo secretario general del Partido Socialista Español, ante la publicación de la encíclica Sollicitudo Rei Socialis: “Hay que reconocer que Juan Pablo II está a la izquierda del PSOE”.

La verdad es que desde la Rerum Novarum todos los Papas posteriores han enriquecido la Doctrina Social de la Iglesia con un elenco de encíclicas y escritos pontificios de una riqueza doctrinal y social muy certera y adecuada para la construcción fraternal y no violenta de una verdadera Revolución Social humana y, al mismo tiempo divina.

Con mucho acierto San Juan Pablo II encargó al Pontificio Consejo “Justicia y Paz” la elaboración de un Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado, después de varios años de trabajo, diálogo y debates, el 29 de junio de 2004. Se trata de un documento muy clarificador y sintetizador de lo que representa la Doctrina Social de la Iglesia y, sobre todo, lo que debería ser el núcleo fundamental del proyecto de vida de todo cristiano, en especial de los laicos y de toda persona de buena voluntad.

Este compendio no representa un cuerpo doctrinal cerrado y completo, sino que representa una doctrina viva que, de hecho, se ha seguido enriqueciendo con los escritos posteriores del propio San Juan Pablo II, las preciosas aportaciones de Benedicto XVI en las tres encíclicas de Deus caritas est, Spe Salvi y Charitas in Veritate y las de nuestro actual Papa Francisco, en especial la Laudato Si.

 

Extracto del libro “La revolucion social en la Doctrina Social de la Iglesia” (Alfonso Gago- militante cristiano)