“Que los cristianos se ensucien las manos en los temas de hoy”

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Francisco continúa el ciclo de catequesis sobre el celo apostólico y señala a los creyentes la figura del “médico de los pobres” venezolano José Gregorio Hernández Cisneros como ejemplo de cristiano comprometido con los más débiles: “Tantos hablan, chismorrean, dicen que todo está mal. Involúcrate y no pierdas el tiempo en la cháchara que es una plaga”. Un elogio a todas las madres: “Son ellas las que transmiten la fe en ese ‘dialecto’ que saben hablar a sus hijos”.

“Muchos hablan, muchos hablan mal, muchos critican y dicen que todo va mal”, pero luego, al final, pocos de éstos se comprometen en las “grandes cuestiones sociales, económicas y políticas de hoy”. El cristiano no, el cristiano está llamado en cambio a “ensuciarse las manos”, por lo tanto a rezar, en primer lugar, luego a “promover el bien, a construir la paz y la justicia en la verdad”, sin perder el tiempo “en la cháchara” porque “¡la cháchara es una plaga!”. El Papa continúa su serie de catequesis en la audiencia general sobre el celo apostólico, o más bien “el ardor interior para llevar a cabo el Evangelio”, y en la cita de este miércoles en la Plaza de San Pedro llama a los creyentes al compromiso concreto en la sociedad y en la política, siempre a favor de los más débiles y pobres.

El testimonio del Beato José Gregorio Hernández Cisneros

La figura ejemplar sobre la que Francisco construye su catequesis es el beato José Gregorio Hernández Cisneros, el llamado “médico de los pobres” venezolano, a quien el Pontífice ha señalado en varias ocasiones como modelo de virtudes cívicas y religiosas y a quien hace dos años declaró copatrono del Ciclo de Estudios en Ciencias de la Paz de la Pontificia Universidad Lateranense. El Papa ofrece a los fieles un retrato completo de este hombre al que ya en vida llamaban “santo del pueblo”, “apóstol de la caridad”, “misionero de la esperanza”. “Bonitos nombres, ¿eh?”, dice Francisco.

Las madres transmiten la fe

José Gregorio fue llamado así por su “celo”, expresado en un trabajo incesante en favor de los enfermos pobres. Trabajo que continuó hasta su muerte, cuando fue atropellado por un coche mientras iba por la carretera para llevar medicinas. Todo fue fruto de la fe, la fe que el propio beato dijo haber aprendido “desde la cuna” gracias a su madre. El Papa recuerda este detalle y añade:

Son las madres las que transmiten la fe. La fe se transmite “en dialecto”, es decir, con el lenguaje de las madres, ese dialecto que las madres saben hablar con sus hijos. Y vosotras, las madres, os preocupáis de transmitir la fe en ese dialecto materno.

La riqueza del Evangelio y no del dinero

La fe fue para José Gregorio “la estrella polar” que orientó su existencia. “Persona buena y solar, de carácter alegre”, dotado de “una marcada inteligencia”, profesor universitario y científico, fue ante todo “un médico cercano a los más débiles, hasta el punto de ser conocido en su patria como ‘el médico de los pobres”, subraya el Papa. “A la riqueza del dinero prefirió la del Evangelio, gastando su vida para ayudar a los necesitados”.

“En los pobres, los enfermos, los emigrantes, los que sufren, José Gregorio vio a Jesús. Y el éxito que nunca buscó en el mundo lo recibió, y lo sigue recibiendo, de la gente…”

Siguiendo los designios de Dios

“Humilde”, “amable”, “servicial”, al médico venezolano le movía un “fuego interior” y un “deseo de vivir al servicio de Dios y del prójimo”. Varias veces intentó hacerse religioso y sacerdote, pero diversos problemas de salud se lo impidieron. “La fragilidad física no le llevó, sin embargo, a encerrarse en sí mismo, sino a convertirse en un médico aún más sensible a las necesidades de los demás”, señala el Papa Francisco. El celo apostólico es precisamente esto: no seguir “las propias aspiraciones”, sino estar disponible “a los designios de Dios”.

Para Cisneros, estos designios eran el cuidado de los enfermos, ‘el alivio de los que sufren’, ‘la esperanza de los pobres, el testimonio de la fe no con palabras sino con el ejemplo’. “Llegó así -en este camino de interioridad- a aceptar la medicina como un sacerdocio: el sacerdocio del dolor humano.

El poder de la gracia y de la oración

La certeza básica del bienaventurado era “la gracia de Dios”. Primero “se sintió necesitado de la gracia”. Escribió: “Si hay buenos y malos en el mundo, los malos están ahí porque ellos mismos se han hecho malos: pero los buenos son tales con la ayuda de Dios”.

En cambio, su “fuerza” era la oración, “la intimidad con Dios”. A partir de este contacto con Jesús, “se sintió llamado a ofrecer su vida por la paz”, minada en aquel momento por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Cuando un amigo le visitó el 29 de junio de 1919, le encontró muy contento: José Gregorio se había enterado de que se había firmado el tratado para poner fin a la guerra. Su oferta ha sido aceptada, y es como si presintiera que su tarea en la tierra ha terminado”.

Muerte por la calle

“Aquella mañana, como de costumbre, había estado en misa y ahora baja a la calle para llevar medicinas a un enfermo. Pero mientras cruzaba la calle, fue atropellado por un vehículo; llevado al hospital, murió pronunciando el nombre de la Virgen”, recuerda el Papa.

“Su viaje terrenal termina así, en una carretera mientras realizaba una obra de misericordia, y en un hospital, donde había hecho de su trabajo de médico una obra maestra”.

Ensuciarse las manos

El testimonio de este hombre interpela a todos los creyentes. “Preguntémonos”, exhorta el Obispo de Roma, “¿qué hago yo en el mundo, ante Dios presente en los pobres que están a mi lado? ¿Y qué hago yo con el ejemplo de José Gregorio? Él también nos estimula al compromiso ante las grandes cuestiones sociales, económicas y políticas de hoy”. Todo cristiano, por tanto, está llamado a “ensuciarse las manos”. “También esto -concluye el Papa- es celo apostólico, es anuncio del Evangelio, es bienaventuranza cristiana: bienaventurados los pacificadores”.

TEXTO COMPLETO

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 13 de septiembre de 2023

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Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente. 20. El Beato José Gregorio Hernández Cisneros, médico de los pobres y apóstol de paz

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

En nuestras catequesis, seguimos encontrando testigos apasionados del anuncio del Evangelio. Recordamos que esta es una serie de catequesis sobre el celo apostólico, sobre la voluntad y también el ardor interior para llevar adelante el Evangelio. Hoy vamos a América Latina, precisamente a Venezuela, para conocer la figura de un laico, el beato José Gregorio Hernández Cisneros. Nació en 1864 y aprendió la fe sobre todo de su madre, como contó: «Mi madre, que me amaba, desde la cuna, me enseñó la virtud, me crió en la ciencia de Dios y me puso por guía la santa caridad». Estemos atentos: son las madres las que transmiten la fe. La fe se transmite en dialecto, es decir con el lenguaje de las madres, ese dialecto que las madres saben hablar con los hijos. Y a vosotras madres: estad atentas en el transmitir la fe en ese dialecto materno.

Verdaderamente la caridad fue la estrella polar que orientó la existencia del beato José Gregorio: persona buena y solar, de carácter alegre, estaba dotado de una fuerte inteligencia; se hizo médico, profesor universitario y científico. Pero sobre todo fue un doctor cercano a los más débiles, tanto para ser conocido en la patria como “el médico de los pobres”. Cuidaba a los pobres, siempre. A la riqueza del dinero prefirió la del Evangelio, gastando su existencia para socorrer a los necesitados. En los pobres, en los enfermos, en los migrantes, en los que sufren, José Gregorio veía a Jesús. Y el éxito que nunca buscó en el mundo lo recibió, y sigue recibiéndolo, de la gente, que lo llama “santo del pueblo”, “apóstol de la caridad”, “misionero de la esperanza”. Bonitos nombres: “Santo del pueblo”, “apóstol de la cridad”, “misionero de la esperanza”.

José Gregorio era un hombre humilde, un hombre gentil y disponible. Y al mismo tiempo estaba movido por un fuego interior, por el deseo de vivir al servicio de Dios y del prójimo. Impulsado por este ardor, en varias ocasiones trató de hacerse religioso y sacerdote, pero varios problemas de salud se lo impidieron. Pero la fragilidad física no lo llevó a cerrarse en sí mismo, sino a convertirse en un médico aún más sensible a las necesidades de los demás; se aferró a la providencia y, fortalecido por el alma, fue más a lo esencial. Este es el celo apostólico: no sigue las propias aspiraciones, sino la disponibilidad a los diseños de Dios. Y así el beato comprendió que, a través del cuidado de los enfermos, pondría en práctica la voluntad de Dios, socorriendo a los que sufren, dando esperanza a los pobres, testimoniando la fe no de palabra sino con el ejemplo. Llegó así – por este camino interior – a acoger la medicina como un sacerdocio: «el sacerdocio del dolor humano» (M. Yaber, José Gregorio Hernández: Médico de los Pobres, Apóstol de la Justicia Social, Misionero de las Esperanzas, 2004, 107). Qué importante es no padecer pasivamente las cosas, sino, como dice la Escritura, hacer cada cosa con buen ánimo, para servir al Señor (cfr Col 3,23).

Pero preguntémonos: ¿de dónde le venía a José Gregorio todo este entusiasmo, todo este celo? Venía de una certeza y de una fuerza. La certeza era la gracia de Dios. Él escribió que «si en el mundo hay buenos y malos, los malos lo son porque ellos mismos se han hecho malos: pero los buenos no lo son sino con la ayuda de Dios» (27 de mayo 1914). Y él era el primero en sentir la necesidad de gracia, que mendigaba en las calles y tenía necesidad extrema del amor. Y esta es la fuerza a la que recurría: la intimidad con Dios. Era un hombre de oración – está la gracia de Dios y la intimidad con el Señor – era un hombre de oración que participaba en la misa.

Y en contacto con Jesús, que se ofrece en el altar por todos, José Gregorio se sentía llamado a ofrecer su vida por la paz. El primer conflicto mundial estaba ocurriendo. Llegamos así al 29 de junio de 1919: un amigo le visita y le encuentra muy feliz. José Gregorio se había enterado de que se había firmado el tratado que pone fin a la guerra. Su ofrenda de paz ha sido acogida, y es como si él presagia que su tarea en la tierra se ha terminado. Esa mañana, como era habitual, había ido a misa y entonces baja por la calle para llevar una medicina a un enfermo. Pero mientras atraviesa la calle, es atropellado por un vehículo; llevado al hospital, muere pronunciando el nombre de la Virgen. Su camino terreno concluye así, en una calle mientras realiza una obra de misericordia, y en un hospital, donde había hecho de su trabajo una obra maestra como médico.

Hermanos, hermanas, ante este testigo preguntémonos: yo, delante de Dios presente en los pobres cerca de mí, frente a quien en el mundo sufre más, ¿cómo reacciono? ¿Y el ejemplo de José Gregorio cómo me toca? Él nos estimula en el compromiso delante de las grandes cuestiones sociales, económicas y políticas de hoy. Muchos hablan, muchos hablan mal, muchos critican y dicen que todo va mal. Pero el cristiano no está llamado a esto, sino a ocuparse, a ensuciarse las manos: sobre todo, como nos ha dicho san Pablo, a rezar (cfr 1 Tm 2,1-4), y después a comprometerse no en chismorreos – el chismorreo es una peste – sino a promover el bien y a construir la paz y la justicia en la verdad. También esto es celo apostólico, es anuncio del Evangelio, y esto es bienaventuranza cristiana: «bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). Vamos adelante en el camino del beato Gregorio: un laico, un médico, un hombre de trabajo cotidiano que el celo apostólico ha impulsado a vivir haciendo la caridad durante toda la vida.

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Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor, por intercesión del beato José Gregorio Hernández, que nos ayude a ser apóstoles de la caridad y misioneros de la esperanza, especialmente atentos y compasivos con los hermanos que sufren. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

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LLAMAMIENTO

Mi pensamiento va a la población de Libia, durante golpeada por violentas lluvias, que han provocado inundaciones, causando numerosos muertos y heridos, como también grandes daños. Os invito a uniros a mi oración por los que han perdido la vida, por sus familiares y por los desplazados. Que no falte nuestra solidaridad hacia estos hermanos y hermanas, probados por tantas calamidades devastadoras. Y mi pensamiento va de nuevo al noble pueblo marroquí que ha sufrido estos temblores de la tierra, estos terremotos. Rezamos por Marruecos, rezamos por sus habitantes. Que el Señor les dé la fuerza para reponerse después de este terrible “emboscada” que ha pasado sobre su tierra.

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Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En nuestro ciclo de catequesis sobre el celo apostólico, hoy nos acercamos a la figura de un laico latinoamericano, el beato José Gregorio Hernández Cisneros. Nació en Venezuela en el año 1864. Habiendo estudiado medicina, atendía y ayudaba gratuitamente a los más necesitados. El secreto de su fuerza y dedicación era la intimidad con Jesús, que lo llevó a gastar su vida por los demás y a ofrecerse por la paz en el mundo. Murió realizando una obra de misericordia: ir a visitar a un enfermo.

El beato José Gregorio supo dar testimonio de la fe con su ejemplo: curando a los enfermos, socorriendo a los que sufren, dando esperanza a los pobres; en todos ellos veía a Jesús. Este humilde servidor, que nunca buscó el éxito, nunca buscó los aplausos del mundo, hoy recibe el reconocimiento de la gente, que lo llama con afecto “el médico de los pobres”. Fue un apasionado testigo del Evangelio y, como tal, no siguió sus propias aspiraciones, sino que estuvo siempre abierto y siempre disponible a la voluntad de Dios.