DECLARACIÓN DE LA COMISIÓN SOCIAL DEL EPISCOPADO (Francia)REHABILITAR LA POLÍTICA(17 de febrero de 1999)

DECLARACIÓN DE LA COMISIÓN SOCIAL DEL EPISCOPADO (Francia)

REHABILITAR LA POLÍTICA

(17 de febrero de 1999)

 

INTRODUCCIÓN

  1. La Comisión Social de Obispos de Francia desea presentar una visión política renovada y suscitar, en este sentido, nuevos comportamientos. Se propone ayudar a reconocer nuevas urgencias. En efecto, la llegada del euro y la construcción europea, la invasión de la mundialización económica, financiera y mediática, la amplitud de las innovaciones tecnológicas y las alteraciones que todo ello implica interpelan a la conciencia universal, a los responsables políticos ya cada ciudadano.
  2. Solidarios del género humano, los cristianos y las cristianas no pueden hacer caso omiso de las realidades de este mundo envuelto en una mutación rápida y sin precedentes en todos los ámbitos. Participan, con todos, en la construcción continua del futuro de su ciudad, su región, su nación, Europa, la comunidad de naciones y la humanidad al completo. En Francia, vivimos en una sociedad laica. Esta situación no implica en ningún caso que la dimensión religiosa y la dimensión ética se encuentren alejadas del espacio público. Los católicos participan, al igual que el resto de los ciudadanos, en los debates políticos. Resulta legítimo que tomen la palabra para defender sus propias convicciones cristianas, respetando las de los demás.
  3. La política es una obra colectiva, permanente, una gran aventura humana. Cada vez tiene dimensiones nuevas y más extensas. Concierne tanto a la vida cotidiana como al destino de la humanidad en todos los niveles. La imagen que tiene en nuestra sociedad ha de ser revalorizada. Se trata de una actividad noble y difícil. Los hombres y las mujeres que se comprometan a ello, así como todos aquellos y aquellas que deseen contribuir a lograr la “convivencia”, merecen todo nuestro apoyo.

CAPÍTULO I. UNA VISIÓN LÚCIDA ACERCA DE LA REALIDAD POLÍTICA

La política devaluada

  1. El sentido de lo político tiende a embotarse y a degradarse. Señalemos algunos síntomas de este mal.

Una impresión de impotencia

La opinión pública tiene la sensación de que los gobernantes sucesivos son incapaces de resolver los grandes problemas actuales y diseñar un futuro: se multiplican las medidas y las ayudas públicas, pero el desempleo no retrocede apenas y las pobrezas se acentúan. La criminalidad y la delincuencia aumentan en determinados barrios de numerosas ciudades. Engendran nuevos miedos.

Las desigualdades sociales se endurecen y provocan estallidos territoriales. De esta forma, el vínculo social y la cohesión social se ven amenazados. Además, los hombres y las mujeres comprometidos en política suelen mostrarse incapaces de llevar a cabo reformas profundas y necesarias, de prever el futuro. Sus decisiones se adoptan a corto plazo, a menudo bajo una perspectiva electoralista. Por su parte, un gran número de personas se queja de la superabundancia de leyes y reglas. Pero en cuanto ocurre un incidente o un imprevisto, reclaman que se legisle e intentan designar culpables. Es posible que esperen demasiado de la acción política y no perciban adecuadamente los límites. La gestión de los negocios urbanos es una labor cada vez más intrincada debido a la complejidad creciente de los problemas, de su interdependencia y de la rapidez con que se producen los cambios técnicos, lo que dificulta la marcha atrás y la reflexión necesarias.

Un alejamiento de los centros de decisión

  1. Los centros de decisión parecen alejarse y perderse en el anonimato, mientras que los márgenes de iniciativa van acortando. Los responsables políticos y socio-profesionales se enfrentan a la complejidad de los problemas, a la urgencia del momento, a la lógica despiadada de los mercados. A menudo se sienten tentados a acudir a expertos, a ceder ante los grupos de presión o la opinión de la calle. Una clase dirigente despojada de las preocupaciones cotidianas de la población no podría cumplir sus promesas. Aumenta el abismo entre la oferta institucional y la demanda ciudadana. Muchos de estos últimos renuncian a comprender lo que está ocurriendo, a intervenir en el destino colectivo. He ahí el porqué de la fuerte disminución de la militancia, la participación electoral irregular, el absentismo creciente y la disminución de los inscritos en las listas electorales, sobre todo entre las generaciones jóvenes.

Los “negocios”…

  1. Numerosos “negocios” en los que han participado personalidades y partidos han provocado acusaciones, sospechas, amalgamas y generalizaciones. Han salpicado al mundo político y en su conjunto, incluso aunque se hayan visto involucradas determinadas personas y aunque, probablemente, fueran igual de frecuentes en el pasado. Todos estos incidentes minan la confianza de los ciudadanos. ¿Podría reducirse la política a una mera gestión de expedientes complejos, a la solución de conflictos de intereses, la regulación de egoísmos corporativistas o locales, la sumisión a la lógica de aparato de los partidos? Un debilitamiento tal abriría el camino al renacimiento de ideologías extremistas que explotan los miedos y desarrollan temas demagógicos que conducen a exclusiones y al odio.

La finalidad de la política

  1. Ante este cuestionamiento, afirmamos que la política es esencial: una sociedad que la menosprecie se pone en peligro. Resulta urgente rehabilitarla y replantearse en todos los ámbitos (educación, familia, economía, ecología, cultura, sanidad, protección social, justicia…) una relación activa entre la política y la vida cotidiana de los ciudadanos.

Llevar a cabo la convivencia

  1. En efecto, la ambición de la política es la “convivencia” de personas y de grupos que, sin ella, permanecerían ajenos los unos a los otros. “Aquellos que sospechan que la política es infamia, a menudo no se hacen más que una idea limitada… La acción política se plantea un reto excepcional: tender hacia una sociedad en la que cada ser humano reconozca a su hermano en cualquier otro ser humano y lo trate como tal”.

Pretender alcanzar el bien común

  1. La organización política existe por y para el bien común, que es algo más que la suma de intereses particulares, individuales o colectivos, a menudo contradictorios entre sí. “Comprende el conjunto de condiciones de vida social que permite a los hombres, familias y agrupamientos sentirse realizados de forma más completa y sencilla.” Así, debe experimentar una búsqueda infinita de aquello que sea útil para la mayor cantidad de gente, lo que permita mejorar la situación de los menos favorecidos y de los más débiles. Ha de tener en cuenta no solamente el interés de las generaciones actuales, sino también, bajo la perspectiva de un desarrollo duradero, de las generaciones futuras.

Controlar la violencia

  1. La violencia se encuentra en el núcleo de la condición humana. Uno de los objetivos de la política consiste en controlarla allí donde se presente: delincuencia, criminalidad, toma de rehenes, injusticias flagrantes, conflictos de intereses, guerras en resurgimiento, amenazas a la paz interior o exterior… Con objeto de salir de la animalidad de la violencia brutal, se reserva al Estado el monopolio de la coacción física legítima y controlada. Se intenta sustituir esta violencia por el derecho y la palabra. Se instauran instituciones y procedimientos de mediación para preservar al hombre de sus propias desviaciones, en concreto, buscando un equilibrio justo entre poder judicial y poder político, con el fin de garantizar la libertad de cada ciudadano. De esta forma, y bajo la garantía de la seguridad, podrán vivir juntos y reconocerse como seres iguales y diferentes ciudadanos y ciudadanas de sexo, edad, clase social, origen, cultura, creencias, etc., distintos y, a menudo, opuestos. La política es en cierto modo el “mayor englobador” de los diferentes sectores de la vida en sociedad: economía, vida familiar, cultura, entorno. Se encuentra en todas partes, pero no lo es todo. Caeríamos rápidamente en el totalitarismo si el Estado pretendiera asumir la carga directa del conjunto de las actividades cotidianas.

Valorar la labor política

  1. Es imposible negar la nobleza del compromiso político. Los abusos existentes no deben constituir el árbol que oculte el bosque de todos aquellos que, animados por la preocupación de la justicia y de la solidaridad, se desviven por el bien común y conciben su actividad como un servicio y no como un medio de satisfacer su ambición personal. Denunciar la corrupción no equivale a condenar la política en su conjunto, ni justificar el escepticismo y el absentismo en relación con la acción política.

La luz de la fe cristiana

  1. La fe cristiana es uno de los principales componentes de la historia y la cultura europeas. Para participar en la grande y bella tarea de “convivir”, nuestra fe cristiana no nos ofrece ni instrumentos originales de análisis y estrategia, ni modelos institucionales que aplicar. Sin embargo, nos incita a contribuir a la búsqueda común junto a todos los hombres de buena voluntad. Nos ofrece determinadas referencias éticas y espirituales que podemos compartir con muchos de nuestros contemporáneos que no tienen nuestra fe.

La fe cristiana ofrece… un sentido

  1. Nuestra fe cristiana nos propone un sentido capaz de orientar toda la existencia personal y colectiva. El hombre, creado libre y responsable a la imagen de Dios, debe continuar la obra del Creador, cuyo objetivo consiste en reunir toda la humanidad en el Cuerpo de Cristo resucitado. En él seremos todos uno, seremos una comunidad en la que cada uno será plenamente reconocido como hijo de Dios. Al esforzarnos por lograr la “convivencia” de todos, para convertir la tierra en un lugar habitable para todos, anticipamos al corazón del mundo, “tanto en el cielo como en la tierra”, esta comunión de personas, labor que debemos llevar a cabo sin cesar a pesar de que su realización es siempre imperfecta.

… referencias

  1. Nuestra fe cristiana nos ofrece igualmente referencias que iluminan nuestra reflexión e inspiran nuestra acción.
  • 1 – La primacía de la dignidad de la persona. Todas las instituciones y todas las sociedades están al servicio de la promoción del hombre, que ha de tomar la palabra y participar. “El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27).
  • 2 – La atención particular prestada al pobre, al débil, al oprimido, vivas imágenes del Cristo encarnado: “Lo que hacéis con uno de estos pequeños, lo hacéis conmigo” (Mt 25, 40). La grandeza de la política consiste en reconocer, integrar y promover a los menos favorecidos, los excluidos, y erradicar las condiciones deshumanizantes de la existencia.
  • 3 – El poder concebido como un servicio, no como una dominación: “Sea que el dirige como el que sirve” (Lc 22,26).
  • 4 – El respeto al adversario: él también tiene su parte de razón. El Evangelio nos invita incluso a ir más allá: “Amad a vuestros enemigos, orad por los que os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos” (Mt 5, 44-45).
  • 5 – La apertura al universalismo, especialmente rebasando todo nacionalismo y racismo. “Dios no hace distinciones entre los hombres; pero sea cual sea su raza, acoge a los hombres que le adoran y que hacen lo justo” (Ac 10, 34-35).
  • 6 – El reparto y el destino universal de los bienes. “Si alguien que disfruta de las riquezas del mundo ve a su hermano en la necesidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo conservará en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17). ¿No ha “destinado Dios la tierra y todo lo que encierra al uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de forma que los bienes de la creación afluyan equitativamente entre las manos de todos, según las reglas de la justicia, inseparables de la caridad”?

… una esperanza

  1. Por último, la fe cristiana nos arraiga en la esperanza del don de Dios que nos llama a comulgar plenamente con nuestra vida para siempre. Esta esperanza, fundada en la resurrección de Cristo, llena de peso nuestras tareas terrestres por las cuales nos esforzamos por humanizar nuestro mundo. Es toda una certeza fundada en Dios que no se perderá nada de lo que hagamos por amor, ni siquiera la ofrenda de un simple vaso de agua fresca (Mt 11, 42). “Estos valores de dignidad, de comunión fraternal y de libertad que propaguemos en esta tierra los encontraremos más tarde, aunque purificados de toda mancha… Misteriosamente, el Reino está ya presente en esta tierra, alcanzará su perfección cuando el Señor vuelva.”

 

CAPÍTULO II. VIVIR JUNTOS LA DEMOCRACIA

  1. A lo largo de las épocas y en las distintas civilizaciones, las sociedades humanas han experimentado múltiples tipos de organización política. En la actualidad, intentamos lograr la “convivencia” en el marco de la democracia. Este sistema no colma totalmente las expectativas de los hombres pero, en su formato occidental, fundado sobre el equilibrio de poderes y la soberanía de un pueblo de ciudadanos iguales en derecho, se presenta como el modelo más humanizante, incluso aunque sea necesario regenerarlo constantemente.

Una democracia amenazada de anemia

  1. Desde hace medio siglo, el espíritu de la democracia se ha ido ganando cada vez más Estados y territorios en detrimento de los regímenes totalitaristas. La democracia triunfa en los espíritus y ya no se discute apenas, salvo por parte de las ideologías anticuadas o reaccionarias que no aceptan realmente la igualdad de los hombres ni su vocación de libertad y fraternidad social. No obstante, la democracia engendra demasiado a menudo el desencanto y la morosidad de los que la heredan. Parece estar envejeciendo y sufrir anemia; revela algunos de sus límites y de sus fragilidades. Muchos ciudadanos se convierten en consumidores que cada vez reclaman más derechos garantizados, aceptando siempre menos deberes compartidos. Y es que la democracia no es una circunstancia surgida de forma espontánea ni un logro definitivo, sino el resultado de combates de generaciones sucesivas, que cada generación debe retomar y llevar a cabo por su cuenta.
  2. La causa principal de la fragilidad de nuestras democracias reside en esta invasión del individualismo extremo, del “para uno para sí mismo”, fruto de un liberalismo que rechaza cualquier coacción y de la permisividad generalizada que permite que cada uno haga lo que le plazca. Viviendo en un imaginario social en el que dominen el miedo al futuro y la ausencia de un proyecto global, los franceses, prisioneros del instante y de la emoción, se aferran a sus ventajas, piden al Estado-providencia que les tranquilice y que les aporte resultados inmediatos. Otra de las causas reside en la exacerbación de las diferencias, en los reflejos de identidad o étnicos de grupos que, sintiéndose amenazados o ignorados, recurren a la violencia, desean acallar y excluir a los otros.

Una política de apertura y animación transformaría estas diversidades en modos de integración social y de mezcla cultural para evitar estos problemas.

Las exigencias de la democracia

  1. La democracia necesita virtud, tanto para los dirigentes como para los propios ciudadanos. Precisa una ética que descanse en un sistema de valores esenciales: libertad, justicia, igualdad de dignidad de las personas, lo que denominamos el respeto de los derechos del hombre. Es necesario imponer una vigilancia ante determinados tipos de funcionamiento democrático que parecen minar progresivamente estas virtudes que incluso la democracia precisa: ello se da concretamente cuando se considera que una decisión es válida simplemente porque es el fruto del voto mayoritario. Resulta igualmente urgente comprender que los derechos de cada uno constituyen los deberes de todos. La noción de ciudadanía, tantas veces discutida en la actualidad, no se reduce al mero control, a intervalos regulares, de los responsables políticos escogidos en las elecciones sucesivas. Cada uno porta su propia fecundidad social que hay que valorar. Pasar del estado de ciudadano-consumidor al de ciudadano-actor es un objetivo fundamental. La política es obra de todos. Resulta vano esperar de la clase política, de los dueños de las empresas, de la policía, de los magistrados y de los detentores del poder un civismo que no sea el del conjunto de la población.

Comportamientos e instituciones democráticas

  1. No existe una verdadera democracia sin comportamientos democráticos: aprender a conocer y a reconocer al otro; fomentar el debate en vez de la lucha; desarrollar el diálogo y el sentido del compromiso; hacer prevalecer la razón sobre la pasión; prohibir el uso de la violencia y de la mentira. La democracia implica, antes de realizar cualquier elección, la reflexión y el debate, la información y el análisis, reglas del juego controladas. La labor indispensable de los partidos políticos consiste en alimentar el debate público. Los sindicatos, las asociaciones diversas y una prensa libre deben contribuir a ello. Resulta deseable que las propias Iglesias tomen la palabra en este ágora. La democracia de representación necesita ser renovada con urgencia, en especial mediante un mayor acceso de las mujeres a las funciones públicas y mediante una clarificación de los niveles de decisión territorial. Requiere una democracia participativa. El ámbito de la participación ciudadana en las decisiones más cercanas como respuesta a sus necesidades es muy amplio: la escuela, la vivienda, la sanidad, los transportes, el urbanismo, la planificación del tipo de vida, la lucha contra la delincuencia, la inserción, la formación continua, las iniciativas creadoras de empleo, animación social y cultura.

El aprendizaje de la democracia

  1. La democracia se aprende mediante su práctica a lo largo de toda la vida. Una sociedad de asistencia puede desembocar en la irresponsabilidad, así como en la degradación, incluso a la muerte de la democracia. Esta educación permanente afecta a la comprensión de los grandes movimientos de nuestras sociedades y de las instituciones que se esfuerzan por conducirlos, a la formación con conciencia crítica y sobre todo a la toma de responsabilidades.
  • 1 – La vida familiar constituye el primer lugar de la socialización del niño, del aprendizaje de las reglas de la vida en sociedad, del despertar de la conciencia moral, de la educación en el sentido del bien y del mal.
  • 2 – Por su parte, la escuela desempeña una función primordial, en concreto a través del reconocimiento y respeto del prójimo, la apertura a un mundo por construir, el aprendizaje del trabajo en equipo y la difusión de una cultura de la responsabilidad.
  • 3 – La etapa de la juventud podría privilegiarse gracias a la toma de conciencia de la importancia de la labor política abierta a escala de la humanidad. Los jóvenes suelen estar a favor, en su mayoría, a los derechos del hombre, preocupados por los progresos de la paz y de la solidaridad, pero pocos de ellos entienden la importancia de la política que, sin embargo, es la principal forma de encarnación de estos valores. “Os pido, jóvenes del año 2000, decía el Papa Juan Pablo II el 8 de mayo de 1995, que estéis atentos a la cultura del odio y de la muerte que se manifiesta. Rechazad las ideologías intolerantes y violentas, rechazad cualquier forma de nacionalismo exacerbado e intolerante: es ahí donde se insinúan de forma insensible la tentación de la violencia y de la guerra. Se os confía la misión de abrir nuevas vías para la fraternidad entre los pueblos, para construir una familia humana única”.
  • 4 – Atención especial merecen las múltiples cadenas de la vida asociativa, las iniciativas de desarrollo local y solidario, las instancias de concertación y programación en las que los hombres y mujeres expresan sus aspiraciones y definen sus prioridades. En estos escalones de proximidad, existe una serie de actores que adoptan responsabilidades precisas. Los nuevos medios de comunicación (Internet) y de intercambio (periodos de prácticas, viajes) crean vínculos directos entre grupos: se comparten las experiencias, que concilian el arraigamiento en un compromiso concreto y la apertura progresiva a lo universal.
  • 5 – Conocemos la enorme influencia ejercida por los medios de comunicación (especialmente los audiovisuales), que modelan comportamientos y valores. Permiten informar rápidamente y descubrir lo que ocurre en cualquier lugar del mundo. Pero simplificar las cosas, jugar a la “política espectáculo”, otorgar la primacía a la emoción en vez de a la razón y, a veces, arrojar la sospecha sobre los actores políticos son tentaciones a las que a veces resulta difícil resistirse. ¿No podrían los medios tener una visión crítica de sus propias prácticas, ejercer una autorregulación y respetar un código deontológico que limitase los riesgos de desviación? También sería deseable que cada uno aprendiera a servirse mejor de estos poderosos medios de comunicación.

La enseñanza de la Iglesia sobre la democracia

  1. La Biblia no podía tratar el régimen democrático. No obstante, existe una convergencia real entre los valores de la democracia y las fuentes de inspiración de la fe cristiana. Se desprenden tres puntos esenciales de las enseñanzas constantes de la Iglesia, que constituyen la fuerza renovadora de la verdadera democracia.
  • 1 – Destaca la importancia de los cuerpos intermedios (partidos, sindicatos, asociaciones, colectividades, Iglesias…) que ayuden a la responsabilidad de todos y frenen los riesgos de abuso de poder de los de arriba.
  • 2- Desde hace largo tiempo, pone énfasis en el principio de subsidiariedad, según el cual, por una parte, hay que dejar al escalón organizativo más cercano lo que éste pueda tratar. Por otra parte, invita a remitir al escalón inmediatamente superior y así sucesivamente de forma ascendente, aquello de lo que las instituciones más ligeras no puedan hacerse cargo. § 3 – Por último, fundamenta el reconocimiento del pluralismo. Éste no consiste en la neutralidad ni en la indiferencia, sino que manifiesta la relatividad de los pensamientos y de los programas políticos, que jamás pueden pretender encarnar toda la verdad.

 

CAPÍTULO III. EUROPA Y LA MUNDIALIZACIÓN, NUEVAS DIMENSIONES

  1. La democracia no puede limitarse a los problemas locales, regionales o nacionales. Europa se construye, el mundo se unifica, exigiendo nuevas regulaciones a la altura de los retos que hay que superar. Estas nuevas dimensiones, a menudo consideradas una fatalidad, merecen ser consideradas ocasiones para crear proyectos de movilización.

Europa, una aventura que llevar a cabo

Un bello logro

Desde hace casi cincuenta años, y gracias a la tenacidad de los políticos, Europa se ha ido construyendo a través de los pueblos y las instituciones que en ella se han ido creando. El objetivo fijado fue lograr la paz, la reconciliación y la solidaridad de los países duramente enfrentados en el transcurso de las dos guerras mundiales. Los progresos económicos, sociales y culturales han sido considerables, pero queda un largo camino por recorrer.

  1. El Consejo de Europa, cuyo 50 aniversario se celebra este año, reagrupa en la actualidad, desde la caída del muro de Berlín, 40 Estados miembros y cuatro Estados asociados. No podemos por más que alegrarnos de los objetivos logrados en el ámbito del fortalecimiento de la democracia pluralista mediante la preeminencia del derecho, la promoción de la cohesión social y cultural y todos los mecanismos puestos en funcionamiento para proteger los derechos del hombre y los derechos sociales. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que recientemente adquirió carácter permanente, así como el mecanismo de control de los derechos garantizados por la Carta Social, son dos ejemplos convincentes de ello.
  2. Por su parte, la Unión Europea, creada hace 50 años por el Tratado de Roma, ha pasado de seis a quince Estados. Su objetivo fundamental consiste en establecer una unión cada vez más estrecha entre los pueblos. Ha logrado crear una moneda única, que debería constituir un factor importante de estabilidad monetaria. Ha comenzado las negociaciones para su ampliación a una decena de países de Europa Central y del Este. A pesar de su lentitud, sus pesadeces y, a veces, sus desencantos, la Unión Europea ha sido la encargada por una comunidad de Estados para velar por un futuro común respetando las diversidades. Se trata de una invitación a cambiar de escala y a liberarse de las visiones demasiado nacionales y dependientes del pasado. ¿No es necesario que cada uno profundice en su conocimiento de Europa y de sus instituciones y participe en las decisiones que comprometan su futuro? ¿No tienen los candidatos y las formaciones políticas el deber de poner a disposición de todo el mundo toda la información necesaria, hacer comprender lo que está en juego para que cada uno decida con conocimiento de causa?

Definir los objetivos del mañana

  1. Cuanto más aumenta la Unión Europea, más necesario resulta el proyecto común y la definición de sus finalidades. No se trata sólo de un gran mercado. Manifiesta que la política no puede reducirse a la economía. Reclama tener una dimensión social, cultural, humana y espiritual. La Unión Europea incita a sobrepasar las fronteras, a evaluar de nuevo el sentido de la nación, el ámbito de competencias de los Estados, la vocación de las regiones, equilibrar claramente los poderes. Fomenta la búsqueda de un bien común superior al de los Estados nacionales. Se trata de una etapa hacia la universalidad. Para ello, debe salvar las distancias entre sus instituciones y las opiniones públicas, fomentar la emergencia de un poder político europeo, lograr un acuerdo en torno a sus finalidades y suscitar la participación activa de todos los ciudadanos, en concreto, de los jóvenes, y, por este motivo, conferirse una mayor legitimidad democrática. Las instituciones no construirán Europa por sí solas. Son los hombres quienes deberán hacerlo.

Construir la paz en el mundo

  1. Sin abandonar la exigencia de una fuerza de intervención al servicio de la paz en el mundo, la Europa unida marca también la voluntad de renunciar para siempre a la guerra y establecer definitivamente la paz entre las naciones que desencadenaron dos conflictos mundiales a lo largo de este siglo. Nos invita a extraer una lección de las formas de mesianismos que dotan de carácter absoluto a las razas, naciones o clases, y que hacen y han hecho tanto daño. Los recientes o actuales conflictos manifiestan la urgente necesidad de crear una cultura de la paz.

Vivir una cierta idea del hombre

  1. La Europa unida es también una cierta concepción de la persona, fruto, al mismo tiempo, de la filosofía antigua y del mensaje cristiano. Ello conlleva la imperiosa obligación de la Unión Europea y de las naciones que la componen de promover, proclamar con fuerza y practicar escrupulosamente los derechos del hombre en su universalidad e indivisibilidad. Una de sus funciones es sentirse responsable de este mensaje con humildad y sin voluntad de hegemonía.

Conservar la apertura al mundo

  1. La Europa unida no puede encerrarse en sí misma. Está abierta al mundo, tal como lo ha manifestado a lo largo de su historia, a través de su entusiasmo misionero, a través de sus vínculos con todos los pueblos del planeta. La superación de las fronteras y de los conflictos puede ser una referencia para el resto de los continentes y un factor de equilibrio para un mundo desorientado. Habrá que aprender a compartir con los otros pueblos del sur y del este, a dar más importancia al tipo que al nivel de vida, a la calidad de las relaciones de reciprocidad más que a la acumulación de bienes. Con Europa, podemos, si así lo queremos, pasar de una búsqueda desenfrenada del crecimiento a preocuparnos por un desarrollo duradero y solidario.

La mundialización, un desafío para la democracia

Una fatalidad aparente

  1. En la actualidad, casi todo se decide a escala mundial: la moneda, el medioambiente, la paz y la guerra, la lucha contra la droga, la seguridad colectiva e incluso la justicia. Ya en 1967, el Papa Pablo VI declaró en su encíclica Populorum progressio: “La cuestión social ha adquirido carácter mundial” y “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. En la actualidad, la mundialización da miedo. Se muestra menos como una nueva dimensión de las actividades humanas que como una especie de fatalidad que se nos impondrá a todos nosotros. En efecto, la mundialización económica, financiera y mediática que barre fronteras y culturas, se presenta como un desafío terrible para la democracia y el futuro de la humanidad. Se trata de una realidad evidente que subyace a los cambios y a las percepciones. Para algunas personas, se trata de una etapa obligada para llegar al bienestar de la humanidad. El Papa Juan Pablo II declaró recientemente lo siguiente en su Exhortación Apostólica “Ecclesia in America” a propósito de las Iglesias del continente americano, aunque este mensaje es aplicable a todo el mundo occidental: “Si la mundialización se rige exclusivamente de conformidad con las leyes de mercado aplicadas en beneficio de los más poderosos, las consecuencias sólo pueden ser negativas. Entre ellas, destacan la atribución de un valor absoluto a la economía, el desempleo, la disminución y el deterioro de determinados servicios públicos, la destrucción del medioambiente y de la naturaleza, el aumento de las diferencias entre los ricos y los pobres, la competencia injusta que sitúa a los países pobres en una situación de inferioridad siempre muy marcada. Aunque la Iglesia tiene en cuenta los valores positivos que conlleva la mundialización, también considera con inquietud los aspectos negativos”.

… que apela a un control colectivo

  1. La mundialización no tiene la fatalidad ni la omnipresencia que algunos le atribuyen: será lo que los grupos humanos y sus representantes hagan de ella. En lugar de dotarla de un carácter diabólico, mejor sería intentar humanizarla reforzando la solidaridad entre los pueblos y entre los grupos, moralizando el mercado y reconociendo la dignidad inalienable de todas las personas. “A través de su doctrina social, la Iglesia ofrece una aportación válida a la problemática de la actual economía mundial. Su posición moral en este sentido se apoya en tres piedras angulares fundamentales de la dignidad humana, la solidaridad y la subsidiaridad. Es preciso analizar la economía mundializada a la vista de los principios de la justicia social, respetando la opción preferente de los pobres, que deben llegar a ser capaces de defenderse en una economía mundializada, y de acuerdo con las exigencias del bien común internacional…”

Desafíos a la altura de la humanidad

La mundialización se presenta como un inmenso desafío que hay que tener en cuenta para lograr la dignidad de cada persona en su singularidad, de cada pueblo en su particularidad histórica y cultural, y de la humanidad en su unidad y universalidad.

  1. Desafío político– La sociedad precisa una orientación ética y política que tienda a subordinar la economía a la política. En efecto, ésta deberá reencontrar sus derechos de forma que la humanidad pueda coger las riendas de su destino en este nivel y sentirse ciudadana del mundo. Recordemos las palabras de Juan XXIII en “Pacem in Terris” a este respecto: “En la actualidad, el bien común universal plantea problemas de dimensiones mundiales que sólo puede resolver una autoridad pública cuyo poder, organización y forma de acción tenga también una dimensión mundial, y que pueda ejercer su acción en toda la extensión de la tierra”.

Los acuerdos multilaterales formalizados entre Estados, entre los conjuntos continentales organizados (como la Unión Europea), las intervenciones laboriosas de la ONU y organismos dependientes, marcan una primera etapa en este sentido. Estamos presenciando por doquier la militancia de las Organizaciones No Gubernamentales atentas a esta dimensión mundial, organizaciones que demuestran los principios de una sociedad civil internacional y se convierten en los interlocutores escuchados por los Estados y las instancias internacionales, especialmente en el ámbito de un desarrollo duradero, de la paz, del respeto de los derechos del hombre y de la justicia.

  1. Desafío cultural– En el ámbito de la cultura, la mundialización puede propagar el progreso de las ciencias, de la sanidad y de la educación. Debe favorecer los intercambios, los encuentros, aumentar las opciones, tener en cuenta las culturas particulares para transmitir las innovaciones beneficiosas. Se ha hablado en ocasiones con tono catastrofista de los choques culturales y de los conflictos de civilización. ¿Qué tipo de aberración llevaría a los pueblos a destrozarse mutuamente en nombre de sus respectivas culturas? ¿Acaso no es cada cultura el fruto y la semilla de una evolución propia que se alimenta del diálogo con otras culturas y de su resistencia a la universalidad?
  2. Desafío moral– Ahora que acabamos de celebrar el 50 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, es un buen momento para recordar la bella expresión que figura al principio de la misma y profundizar en ella: “la dignidad intrínseca de todos los miembros de la familia humana”. Gracias a su dimensión universal, a su arraigamiento en la diversidad de las culturas y dado su largo compañerismo a lo largo de la historia, la Iglesia ejerce una labor y puede enviar un mensaje excepcional para que cada hombre, cada mujer y todos juntos puedan convertirse en los actores de su propia evolución y en los edificadores de un mundo más libre y más humano.

Llamamiento

  1. La Iglesia no se aleja mucho de su misión cuando toma la palabra en el terreno político: concierne al hombre y a la humanidad. Cómo dejar de recordar el interrogante planteado en las primeras páginas de la Biblia” ¿Qué has hecho de tu hermano?” (Gn 4,9). ¿Acaso no es el terreno de la política, según la célebre frase del Papa Pío XI, “el terreno de la mayor caridad, la caridad política”? Actuando en pro del bien común, al servicio de todos y sin ambiciones de poder, los cristianos se sienten a gusto en una sociedad democrática y laica. Aportan su contribución sin aceptar que su fe quede relegada al “ámbito de lo privado”. Esta fe tiene una dimensión humana y social. Para permanecer viva, la democracia ha de tener en cuenta sus referencias religiosas y filosóficas en el debate político.
  2. Los cristianos saben que la política no lo es todo en la vida de las personas, puesto que, para ellos, el hombre sólo se realiza plenamente en Dios. No obstante, saben también que participan en los designios de Dios sobre la humanidad al obrar a favor de la unidad de la familia humana y de la dignidad de cada uno de sus componentes. De esta forma, trabajan en pro de la instauración del Reino de Dios en la tierra, incluso aunque este Reino no llegue a alcanzar nunca su plenitud en este mundo.
  3. La Iglesia no tiene ni competencia técnica propia ni poder institucional a efectos políticos, pero posee la vocación para estimular las energías espirituales, para recordar la labor fundamentadora de los valores de trascendencia y espiritualidad para construir un mundo más digno de los hombres, hijos de Dios. Invita a los cristianos a buscar, en sus propios grupos y movimientos respectivos, a discernir, a actuar con los demás creyentes y con los hombres de buena voluntad. Por este motivo, y de acuerdo con el documento de los obispos de Francia Pour une practique chrétienne de la politique de 1972 y de su Lettre aux Catholiques de France de 1996, repetimos el llamamiento para constituir espacios de reencuentro, de reparto y de confrontación entre personas comprometidas de diversas formas con la política para lograr una mayor coherencia entre el compromiso personal y la llamada del Evangelio.

 

17 de febrero de 1999

Los obispos de la Comisión Social: Olivier de BERRANGER, obispo de Saint-Denis, presidente de la Comisión Social Louis DUFAUX, obispo de Grenoble, Comité episcopal socio-caritativo Bellino GHIRARD, obispo de Rodez, Comité episcopal de la Salud André LACRAMPE, obispo de Ajaccio, Comité episcopal socio-económico y político Jacques NOYER, obispo de Amiens, Comité episcopal de Turismo y Ocio Michel POLLIEN, obispo auxiliar de París, Comité episcopal de Justicia y sociedad