Desarrollando algunas de las potentes imágenes del papa Francisco –la cultura del encuentro, la Iglesia como hospital de campaña y la Iglesia en salida–, Mons. Luis Argüello, obispo de Valladolid y secretario de la Conferencia Episcopal Española, considera imprescindible constatar la existencia de una guerra cultural y reivindicar la necesidad de la militancia.

No se trata de una guerra por el poder –de una añoranza de la Cristiandad–, aclara, sino de un combate espiritual contra las estructuras de pecado que implanta el sistema capitalista de la globalización. Esta guerra requiere verdad, justicia y perdón, armas forjadas en la misericordia de Dios y en la vida en común en el seno de la Iglesia.

Ofrecemos un extracto de su intervención en el diálogo mantenido en junio de 2022 con Massimo Borghesi, en la presentación de su libro «El desafío de Francisco».  

El vértigo del cambio de época y la tentación de la alianza con el poder.

En Gaudium et Spes se nos habla de que estamos viviendo una época de cambios vertiginosos que piden nuevos análisis y nuevas síntesis. ¿Qué está cambiando? ¿Qué queremos decir con eso que el Concilio decía y ahora el papa Francisco afirma como «un cambio de época»?

Está produciéndose un nuevo paso en la relación entre naturaleza y gracia. Relación que se vive de una determinada manera en la Carta a los Romanos, que se vive de una determinada manera en otro giro histórico en tiempos de Agustín de Hipona, que se escribe de otra determinada manera en una época –el siglo XIII– en que Francisco y Domingo hacen su propia aportación; un nuevo giro en el siglo XVI con Lutero… Ahora aparece una nueva relación naturaleza y gracia que en nuestra época es sobre todo una nueva manera de leer libertad y gracia. ¿Es algo separado? ¿Es algo que se fusiona? ¿O la gracia tiene la posibilidad de transformar la naturaleza, de liberar la libertad, de hacer posible que se encarne una novedad?

Otro gran cambio es la manera de entender la relación entre la Iglesia y la sociedad en la que esta se inserta. La Iglesia en la Cristiandad, en Occidente, ha llegado a determinados pactos con el poder (para bien y para mal –porque hablamos de un periodo de muchos siglos–). De alguna manera, hemos confiado más en el poder (poderes económicos, políticos, culturales, mediáticos) que en la gracia. Ahora hay que dialogar nuevamente esta relación y eso produce vértigo. El surgimiento del progresismo cultural (1968), la caída del muro de Berlín (1989), las Torres Gemelas (2011)… Una transición –que, además, nos hace experimentar una gran sensación de fragilidad eclesial–, que produce diversas reacciones. Una de ellas es querer volver a una alianza con el poder, que el poder sea el katejon que nos defienda. Es una cuestión que se vive hoy en el debate de la Unión Europea y sus raíces cristianas, en la forma de organizarse Polonia, Hungría y los países de Visegrado, en el surgimiento en nuestra propia patria de realidades políticas nuevas que reivindican ser defensoras de los «valores innegociables». Nuestro momento es un momento de incertidumbre y de miedo y es cierto que la incertidumbre y el miedo provocan reacciones conservadoras.

La cultura del encuentro requiere del combate

Tengo la impresión de que una de las lagunas de la Iglesia de los últimos cincuenta años ha sido el dejar de predicar la vida eterna. Con lo que tiene la vida eterna de capacidad de innovar la vida histórica, de ayudarnos a situarla con esperanza, para ser militantes. Una de las cosas que voy a reivindicar en este diálogo –pues parece que la contraposición es entre las guerras culturales y la cultura del encuentro–, es que haríamos muy mal a la cultura del encuentro, si la cultura del encuentro supusiera que desapareciera la vida militante, como espiritualidad propia de los que peregrinamos en el tiempo.

Me parece que este es el gran desafío: superar la forma mentis de la modernidad que está marcada por la dialéctica de los contrarios y avanzar y descubrir en lo que pudiera ser un pensamiento trinitario. Me gusta llamar un pensamiento trinitario a lo que descubro en el Papa Francisco cuando habla de un pensamiento de encuentro de las polarizaciones; o lo que diría Alberto Metol Ferré:  «descubrir en el enemigo lo que hay de amigo»; descubrir en el enemigo lo que está aportando que, de alguna forma, despierta un punto de encuentro.

No podemos leer el anuncio del kerygma y la fe y propuesta ética con la forma mentis de la dialéctica de los contrarios. Porque, entre otras cosas, en el capítulo IV de Evangelii gaudium (EG) Francisco desarrolla lo que llama la dimensión social del kerygma. No se refiere solo a la distinción entre moral personal y moral social, que es una distinción por superar. El kerygma para Francisco es trinitario. No solo anuncia que Jesucristo es el vencedor del pecado y de la muerte, sino que anuncia que Dios, que es Creador y Padre, te ama y derrama sobre ti la fuerza del Espíritu Santo para que puedas vivir una vida nueva.

Desde mi punto de vista, Evangelii gaudium Gaudete et exsultate(GE) son el eje del pontificado. En GE lo que presenta es la vida en el Espíritu, la vida de la santidad; al mismo tiempo plantea una vida a contracorriente desde dos referencias que son lo que él llama el  «gran protocolo»de la vida a contracorriente –que son las bienaventuranzas y Mateo 25– que hablan, en definitiva, del compromiso.

Estoy completamente de acuerdo en la prioridad del anuncio del Kerygma. Por eso el papa Francisco dice que el kerygma no solo es anuncio primero, sino que es primordial y, por eso, atraviesa toda la vida de la Iglesia. Pero ese Kerygma –que es trinitario– tiene inevitablemente, si se acoge, consecuencias de vida buena. Por eso, en el desarrollo que hace el Papa del capítulo 4 de EG escribe Laudato si(LS) y escribe Fratelli Tutti (FT). Y en el propio capítulo 4 hace referencia al aborto y a la cuestión antropológica. Es decir que, en lo que él llama la dimensión social del Kerygma, están la comprensión de la persona, la comprensión de la familia, la comprensión de la economía y de la política y la comprensión de la tierra vivida como un hogar.

En ese sentido, en GE se apunta algo que el papa Francisco plantea siempre y que me hace defender mi condición «guerrera»o militante, y es que la vida es un combate espiritual; y en ese combate espiritual hay un enemigo, que es el demonio, que toma formas corporativas en las estructuras de pecado de este mundo.

El problema de los teocon es que plantean la guerra cultural solo como una guerra ideológica y neognóstica. Pero el planteamiento de nuestra guerra cultural, de nuestra vida militante, es que reconocemos el combate espiritual del que habla la carta a los Efesios en el capítulo 6 y reconocemos que es necesario un combate para cambiar el sistema capitalista de la globalización que, además, es el que genera la antropología que luego los neocon quieren combatir, haciendo algo que a uno le deja perplejo. Novak (uno de los teóricos del mundo teocon) dice que el capitalismo necesita el egoísmo para funcionar –¡y es un católico– y produce unas «consecuencias no queridas». Pero hay una mano invisible (diría Adam Smith)  que hace que la lucha de los negativos (de los egoísmos) produzca un positivo de bien común. No cae en la cuenta de las otras consecuencias no queridas del capitalismo, que es la economía del descarte, que es la exclusión y que es la antropología individualista que el capitalismo, desde el siglo XVII, desde los escritos de John Locke, ya plantea. Plantea John Locke que para que el mercantilismo –que era lo propio de la época–, pudiera ponerse en marcha y funcionar hacía falta quitar las barreras morales que la familia tradicional suponía.

Por tanto, creo que lucha de transformación o contra el capitalismo, lucha en favor de una comprensión de la familia mal llamada tradicional y lucha por la comprensión de la persona no reducida a individuo son convergentes. Moral personal y moral social no se pueden separar. Pero es evidente que esta propuesta moral o de vida nueva solo sucede si anuncias a Jesucristo, porque en Jesucristo como dice el número 22 de GE, es donde se muestra al hombre lo que significa ser hombre y sin antropología no hay propuesta moral, porque la propuesta moral, tanto la moral personal como la moral social, tienen un fundamento: que es la verdad de lo humano.

Si hay hospital de campaña es porque hay campaña

Hospital de campaña es una imagen que presupone que hay campaña, es decir que hay una situación donde se producen heridos, presupone decir que hay guerra. En este momento en el mundo hay 86 conflictos abiertos. Esta es una dimensión de la guerra. Otra tiene que ver con el combate espiritual del que hemos hablado. Y hay otra dimensión de la guerra. Chantal Delsol habla en su último libro del fin de la Cristiandad. Plantea que en este gran cambio dos cosas producen mucha incertidumbre:  una inversión normativa –o el cambio de sentido moral común– y, además, una transformación de la ontología, de la comprensión de la realidad. Traduzco esto, volviendo a las guerras culturales, no como guerras gnósticas, sino como combate espiritual y como guerras contra las estructuras de pecado. 

Las guerras te las hacen. No solamente desde la Iglesia se plantea –como una forma de estar– una alternativa cultural que pueda ser leída como una guerra, sino que la mayor parte de las veces experimentamos que la guerra nos la hacen, con un tipo de propuestas de inversión normativa –que hemos de asumir desde la salida de la cristiandad–. Propuestas que surgen de una comprensión distinta de la persona, de la vida buena y del bien común. Los neocom piensan que esta guerra cultural la encabeza el marxismo cultural y yo creo que esto es un gran error. No es marxismo cultural, aunque haya herencias en el progresista post-sesentayochista. Porque fundamentalmente la guerra cultural la hace el capitalismo. Ayer mismo, una serie de movimientos feministas radicales pedían al dueño de metaverso que diera seis mil millones de dólares para poder impulsar la propuesta antropológica, la propuesta de modelos de familias, la propuesta cultural que el capitalismo tiene interés en promover.

Hay hospital de campaña porque hay campaña. ¿Quiénes vienen al hospital de campaña? Heridos, personas que tienen heridas en el corazón por adicciones, por soledad, por vivir la vida sin esperanza, por la quiebra de la vida familiar.

Una Iglesia en salida con la verdad, la justicia y el perdón

¿Cómo hacer un tipo de respuesta desde el hospital de campaña que no sea afirmar el poder, que no sea un tipo de guerra que responda a las categorías de no confiar en la Gracia, sino de confiar en el Poder? Hay un estilo nuevo. El domingo se canonizó a Carlos de Foucauld, que es un estilo nuevo. No es un estilo de lucha de poderes. El hospital de campaña es también hogar donde la comunidad se reúne. Entiendo mucho de lo que propone Dreyer en La opción benedictina: para poder ser hospital de campaña y poder salir del hospital de campaña a acoger heridos, a proclamar la verdad, a ejercer la misericordia, hace falta haber cultivado una vida cristiana en comunidad. La necesidad de una vida cristiana comunitaria, que sea hospitalaria y que al mismo tiempo salga, sea Iglesia en salida, y saliendo anuncie la misericordia. La misericordia no es lástima, ni es compasión.

En el Antiguo y en el Nuevo Testamento, la palabra misericordia –Juan Pablo II lo estudia muy bien enDives in Misericordia– se expresa con los términos hesed y rahamim. La palabra misericordia solo se emplea cuando dice que se le conmovieron las entrañas cuando vio que estaban despojados y abatidos como ovejas que no tienen pastor; se le conmovieron las entrañas cuando vio al hijo de la viuda; se le conmovieron las entrañas en la parábola del buen samaritano. Solo se aplican a Dios porque Dios es el único que tiene misericordia. Los humanos somos capaces de compasión y, la mayor parte de las veces, de lastima. Solo Dios es misericordioso, pero nos ofrece su Vida.

Y la misericordia reúne tres cosas que son verdad, justicia y perdón. Articular verdad, justicia y perdón solo es posible si Dios nos lo concede. La misericordia pide anuncio de la verdad y por tanto denuncia de las mentiras; la misericordia pide lucha por la justicia, y por tanto denuncia de las injusticias; y la novedad, para ir más allá del enemigo, para transformar al enemigo en amigo, es que todo eso está abrazado por el perdón, la ternura y la cultura del encuentro.

Cuando habla de la misericordia, de la ternura, de la cultura del encuentro, Francisco usa palabras duras frente al capitalismo que mata, la economía del descarte; palabras duras ante la mundanidad espiritual de los clérigos, ante el clericalismo, ante la realidad de los abusos; palabras duras que no están reñidas con la misericordia, sino al contrario, que hacen que brote la misericordia.

‹‹No cae en la cuenta de las otras consecuencias no queridas del capitalismo, que es la economía del descarte, que es la exclusión›.

 

 

Fuente Revista Id y Evangelizad Nº 131.   https://solidaridad.net/id-y-evangelizad-131-esperanza-en-medio-de-la-tribulacion/