Para entender la postura de Guillermo Rovirosa ante el posibilismo y la teoría del mal menor (específicamente en el campo sociopolítico), es necesario comprender, primero, su forma de entender desde la fe el contexto que predominaba en España y en buena parte del resto del mundo en la segunda mitad del siglo XX y que sigue siendo –en lo esencial- el que impera hoy día. Esta cosmovisión y su rechazo del falso cristianismo es lo que le lleva a negar la moralidad a la opción por lo menos malo.

Autor:  P. Carlos Ruiz

El análisis de la realidad sociopolítica desde la fe que hace Rovirosa

Rovirosa define el mundo actual como materialista. Da igual que sean países capitalistas o que sean marxistas, ya que ambos sistemas coinciden en el materialismo; de hecho, Rovirosa considera que el marxismo es un capitalismo invertido. El rasgo predominante de ese materialismo es el rechazo de Dios y la consiguiente explotación de la mayoría de los hombres, principalmente a través de las relaciones laborales. Nuestro autor considera que vivimos en un absolutismo sacrílego, que atenta directamente contra la idea del Divino Legislador, que jamás dio al trabajo el carácter de que fuera explotado a favor de una minoría. Dicho absolutismo sacrílego va contra la legítima libertad de la persona, al obligarle a renunciar a un don de Dios, del que se apropia, indebidamente, la otra parte.

A los que decían que con este sistema los trabajadores tienen el camino abierto para hacerse propietarios y prosperar, les acusa de no querer reconocer que esto nunca ha pasado de mera hipótesis; también critica a los que solo desean superar los «abusos» con meras reformas que dejan a salvo el sistema: «Por todo ello soy muy pesimista respecto a los esfuerzos que se hagan para “corregir abusos” si el “sistema” sigue intacto», dice en su libro Fenerismo.

Y al afirmar que la primacía debe ser del trabajo y no de la renta, sabe que le pueden argüir con la doctrina pontificia que había sancionado la legitimidad del contrato de salario. A lo cual responde que, efectivamente,  si el salario representara en moneda el equivalente de lo que el trabajador aporta en trabajo, no sería injusto: «Pero, a ver, que me enseñen algún caso en que esto ocurra. En efecto, esto sería la negación del capitalismo, tanto del occidental como del capitalismo de Estado, que buscan antes que nada y sobre todo lo que ellos llaman elegantemente el beneficio marginal», escribe en el ya mencionado libro Fenerismo.

En conclusión: ni los valores burgueses ni el capitalismo se pueden bautizar porque ambos van de la mano y porque son esencialmente materialistas. Capitalismo y catolicismo son incasables, a pesar de los intentos de la burguesía.

El asistencialismo y la expulsión de los pobres

Lo que significa el posibilismo en la vida moral y política es lo que significa el asistencialismo en la caridad con el hermano porque, según nuestro autor, es una legitimación del desorden establecido.

Rovirosa rechaza el paternalismo y asistencialismo; por ejemplo, cuando se mofa, no sin ironía, de los que pretenden ser «papás» y «tutores» de los obreros (a los que suelen presentar como gandules y aprovechados), después de haberles privado de su justo salario. Su negativa a todo asistencialismo nace de un convencimiento evangélico, ya que en el pobre no debemos ver un objeto para practicar la caridad o limosna, sino un sujeto de redención activo, un protagonista privilegiado del Evangelio.

Por otra parte, lo que se pretende con esas actuaciones paliativas es relegarlos por su supuesta poca preparación, ante lo cual Rovirosa argumentará que en la clase obrera hay suficientes militantes válidos para la gestión empresarial, municipal o de la Nación.  Hace una crítica durísima contra los que pretenden «elevar obreros» a base de barnices, a base de buenas formas o costumbres burguesas, olvidando que las maneras y las formas de los obreros y de los pobres son las escogidas por Cristo en su encarnación y misión en la Tierra.

En el fondo, el asistencialismo es otro materialismo propio del espíritu burgués y hasta una profanación, ya que al que humillamos con nuestra limosna es el mismo Jesús en la Cruz. La solución es no compadecer al hermano, sino padecer con el hermano, afirma en un Boletín HOAC.

El maridaje entre cristianismo y capitalismo-burguesía, a pesar de ser nulo per se, provoca la expulsión de los pobres del seno de la Iglesia por el escándalo de los ricos, lo cual es pervertir la identidad y la misión de la Iglesia que debe seguir llevando la Buena Nueva a los últimos, como Jesús. Rovirosa matizará la idea de la «apostasía de las masas», aclarando que lo exacto es pensar que los obreros han sido expulsados de la Iglesia por «la aparente complicidad de la Iglesia en las injusticias del capitalismo liberal»; dicha complicidad  ha estado a punto de interrumpir «una tradición que arranca del colegio apostólico».

El falso cristianismo

Lo más grave del sistema materialista que se ha impuesto en el mundo desde tiempos de la Ilustración (antes había puesto las bases) es su planteamiento religioso y cultural, que consiste no en la oposición frontal al mensaje cristiano, sino en la manipulación del mismo, procurando una nueva teología (invertida) con su correspondiente antropología y espiritualidad. Esa teología satánica está basada en la triple negación de Dios, de la dignidad sagrada del hombre y de la moral. A esto le llamaban, en la HOAC primera o real, falso cristianismo, el cual está muy bien descrito en esta poesía de Rovirosa:

El mundo del silencio

¡Silencio! ¡Está prohibido hablar!

¡Hablen todos! ¡Está prohibido no hablar!

No se puede hablar del valle de lágrimas.

Hay que hablar incesantemente de Jauja.

El que suspira, o gime, o se queja es un criminal

culpable de violar la ley sagrada del silencio. ¡Duro con él!

Quien no se extasía ante el Campeonato de Liga es indigno

de andar sobre las patas traseras.

¡Silencio!, gritan los prudentes.

No se puede decir que hay otras virtudes, además de la Prudencia.

Hay que hablar a todo pastor de Prudencia químicamente pura.

Hay que pregonar la Ficción, porque fortalece a los fuertes.

Callar: reglamento. Hablar: reglamento. Sociedad perfecta.

Dentro de cincuenta años, el mundo será el Cielo:

todos entonando a coro las alabanzas reglamentarias.

No hablando de miserias, ¡se acabaron las miserias!

Hablando sólo de grandezas, ¡sólo hay grandezas!

¿Quién dijo que el hombre es un complejo de grandeza y de miserias?

¡Que se calle!

En el hombre que estamos elaborando a base de silencios dirigidos

y de hablar dirigido, no hay más que grandezas.

¡Pásmense todos a coro! Una, dos…, ¡tres!: ¡Aaaah! ¡Ooooh!

¿Quién es este que no ha clamado: ¡Aaaah! y ¡Ooooh!,

con suficiente entusiasmo dirigido?

¡A la pared con él! Es un enemigo del pueblo.

Los buenos son los que callan a coro y hablan a coro

cuando el que tiene la batuta marca los tiempos de hablar y de callar.

Los malos (pero ¿queda alguno?) son los refractarios

a esta sabiduría tan profunda.

Esta es la nueva y verdadera Moral que está salvando al mundo del caos.

A esta falsificación del cristianismo también ha contribuido el abandono –durante siglos– de la vivencia comunitaria de la fe, sustituida por una ascética individualista, en la que los «otros» se veían principalmente como instrumentos para que los «elegidos» pudieran practicar las obras de misericordia. A este estado de cosas lo llama «cristianismo minimizado» o egoísmo espiritual, interesado únicamente en el bien morir. El falso cristianismo caricaturiza todas las virtudes cristianas, empezando por las cardinales, transmutándolas en «buenas» costumbres burguesas: la justicia no sirve para que lo injusto acabe, ni la fortaleza para terminar con las cobardías, ni la templanza con la «buena vida» y el colmo es que la prudencia (reguladora de todas las virtudes) se ha convertido en encubridora de sofismas.

Rovirosa enfrenta también al conservadurismo, que pretende presentarse como religioso, pero es una manifestación del «Anti-Cristo»: «Si alguna cosa no puede ser el cristiano “de Cristo” es esto que se llama un conservador. Y esto por la sencilla razón de que nunca se llegará a las metas que nos señaló el mismo Cristo». 

El posibilismo

Ahora sí, ya estamos en capacidad para entender las razones por las que Rovirosa se enfrenta frontalmente contra las teorías morales posibilistas que abogan, entre otras cosas, por el mal menor en el campo socio-político. Elegir este camino nos conduce a la legitimación de un sistema que es –intrínsecamente– perverso y que no puede ser reformado. Las múltiples posibilidades que nos ofrece el actual totalitarismo sacrílego (en las que se apoya la teoría del posibilismo) no son más que caretas o señuelos que esconden una única salida: fortalecer el materialismo que se alimenta con la sangre de los inocentes.

Cuando se justifican el posibilismo o el mal menor con argumentos supuestamente cristianos, se está intentando que la Iglesia caiga en la trampa del poder que pretende hacer de ella una institución legitimadora del mal, a cambio de lo cual recibirá todo tipo de facilidades y prebendas para realizar una labor «estrictamente religiosa», lo cual –a su vez– provoca agradecimiento y una mayor vinculación mutua, iniciándose así un círculo cerrado con difícil salida.

Rovirosa se lamenta de que durante mucho tiempo la mayoría de los tratadistas se hayan preocupado por las relaciones entre la Iglesia y el Estado; sin quitar importancia a este estudio, él cree que todavía son más importantes las relaciones entre la Iglesia y el pueblo para restaurar la relación óptima (de madre con sus hijos) entre la Iglesia y la sociedad: «Cuando esto se consiga, lo demás (necesariamente) se dará como añadidura».

El servicio de la Iglesia al pueblo (que molestará profundamente a los poderosos) es hacer descubrir la dignidad sagrada de toda persona, su filiación divina, su pertenencia al común eclesial, su misión de servicio y su vocación a la eternidad. Esto es incompatible con el posibilismo.

Fuente: Revista Id y Evangelizad nº 134.