Teología, ética y geopolítica desde el Papa Francisco

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Por Dr. Agustín Ortega Cabrera

Este artículo nace de mi colaboración con la Diócesis de Latacunga para el conocimiento, difusión  y puesta en práctica de la Doctrina Social de la Iglesia. Y después de que el Papa Francisco se encontrara de nuevo entre nosotros, en América Latina visitando países como Chile y Perú, es un buen momento para seguir transmitiendo y profundizando su reciente enseñanza. Ahora justo que cumple 5 años de su llegada a Roma como sucesor de Pedro.

En un importante mensaje del Papa a la Asociación Teológica Italiana, nos plantea las cuestiones y claves para la teología. Otro muy significativo discurso ante el cuerpo diplomático en Roma, nos muestra los desafíos y realidades que afectan a la humanidad. Francisco plantea una fe y teología desde el Evangelio de Jesús, con su espiritualidad de encarnación, al servicio de la iglesia. “En la contemplación de nuestro Dios, que se ha implicado y comprometido con nuestra pobre humanidad hasta llegar a enviar a su Hijo y a tomar, en Él, nuestra frágil carne”.

Como se observa, es una teología de la misericordia y de la com-pasión que, en el camino del Dios encarnado, se dota de sensibilidad. Asumiendo solidariamente las alegrías y los sufrimientos, las esperanzas e injusticias que padece la humanidad. De esta forma, la teología muestra la verdadera imagen y “rostro salvífico de Dios, el Dios misericordioso”. El Dios del  amor, la paz y la justicia liberadora con los pobres. El Dios de la vida.  “En especial, ante algunos desafíos inéditos que involucran hoy a la humanidad: como el de la crisis ecológica, el desarrollo de las neurociencias o de las técnicas que pueden modificar al hombre; como el desafío de las cada vez más grandes desigualdades sociales o de las migraciones de pueblos enteros; como el del relativismo teórico, pero también el del relativismo práctico”.

Estas cuestiones que el Papa plantea a la teología, y que él mismo está abordando ya en su magisterio, suponen una espiritualidad profética y liberadora. Con un auténtico rostro de Dios, que nos libera de idolatrías e injusticias. La real identidad del Dios Amor y Justicia, que nos ha hecho a imagen y semejanza suya, hijos en su Hijo Jesucristo. Por ello, Dios ha dado a nuestra vida y dignidad un carácter sagrado e inviolable. Más, como ya nos transmite el Papa Francisco, “en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium me referí al relativismo práctico que caracteriza nuestra época, y que es «todavía más peligroso que el doctrinal»…Es la lógica interna de quien dice: « Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables». Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados…” (LS 122-123).

Esos valores, principios y sentimientos que constituyen al ser humano, como el amor solidario de la persona con su dignidad y la justicia, es lo que asimismo nos muestran las neurociencias. En su misma constitución cerebral y psico-neuronal, el ser humano es conformado y movido por toda esta razón e inteligencia afectiva, sentimental y cordial. Es la razón e inteligencia del amor, la compasión y la cooperación solidaria. La neuro-ética de la vida, la dignidad y la justicia.

Frente al individualismo insolidario con su dictadura del relativismo, la teología debe afirmar claramente los valores y principios firmes de una antropología integral con su moral. Por ello, nos muestra Francisco, “los derechos humanos tienen su fundamento en la naturaleza que aúna objetivamente al género humano. Ellos fueron enunciados para eliminar los muros de separación que dividen a la familia humana. Y para favorecer lo que la doctrina social de la Iglesia llama desarrollo humano integral, puesto que se refiere a «promover a todos los hombres y a todo el hombre […] hasta la humanidad entera». En cambio, una visión reduccionista de la persona humana abre el camino a la propagación de la injusticia, de la desigualdad social y de la corrupción”

Hay que defender pues esta vida digna de las personas y de los pobres, como son los hermanos migrantes, refugiados o pueblos indígenas. En contra de los ídolos del capital y mercado que, como nos enseñan cada vez más los estudios sociales, causan la creciente desigualdad e injusticia social-global. Asegurar la dignidad del trabajador, con sus derechos como es un salario justo, que está antes que el capital. “No hay paz ni desarrollo si el hombre se ve privado de la posibilidad de contribuir personalmente, a través de su trabajo, en la construcción del bien común… Hay una distribución desigual de las oportunidades de trabajo, existe una tendencia a exigir a los trabajadores ritmos cada vez más estresantes. Las exigencias del beneficio, dictadas por la globalización, han llevado a una reducción progresiva de los tiempos y días de descanso”. Estos valores y principios sólidos como el destino universal de los bienes, con la justa distribución de los recursos, han de ponerse por encima de las idolatrías de la propiedad, poseer y tener. La paz y la no violencia, con un desarme mundial, deben prevalecer sobre la sin-razón y falsos dioses de las guerras e industria militar que, con sus armas, dan muerte al ser humano.

Francisco nos enseña que “duele constatar cómo muchos derechos fundamentales están siendo todavía hoy pisoteados. El primero, entre todos, el derecho a la vida, a la libertad e inviolabilidad de toda persona humana. No son menoscabados sólo por la guerra o la violencia. En nuestro tiempo, hay formas más sutiles: pienso sobre todo en los niños inocentes, descartados antes de nacer; no deseados, a veces sólo porque están enfermos, con malformaciones o por el egoísmo de los adultos. Pienso en los ancianos, también ellos tantas veces descartados, sobre todo si están enfermos, porque se les considera un peso. Pienso en las mujeres, que a menudo sufren violencias y vejaciones también en el seno de las propias familias. Pienso también en los que son víctimas de la trata de personas, que viola la prohibición de cualquier forma de esclavitud. ¿Cuántas personas, que huyen especialmente de la pobreza y de la guerra, son objeto de este comercio?….Defender el derecho a la vida y a la integridad física significa, además, proteger el derecho a la salud de la persona y de sus familias”. Lo que, como nos comunica igualmente Francisco en LS, expresa la ecología integral en el cuidado de la vida en todas sus fases y dimensiones. En la justicia social con los pobres y la ambiental con la hermana tierra. Es la mística ecológica en comunión con Dios, con los otros y con la naturaleza-creación, una ecología espiritual, social y ambiental.

Otros derechos fundamentales son “el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión” Al igual que, como sigue reivindicando Francisco, “la roca, sobre la que se establecen cimientos sólidos: esa comunión de amor, fiel e indisoluble, que une al hombre y a la mujer. Una comunión que tiene una belleza austera y sencilla, un carácter sagrado e inviolable y una función natural en el orden social. Por eso, considero urgente que se lleven a cabo políticas concretas que ayuden a las familias. De las familias dependen el futuro y el desarrollo de los Estados. Sin ellas, de hecho, no se pueden construir sociedades que sean capaces de hacer frente a los desafíos del futuro. Además, el desinterés por las familias trae otra dramática consecuencia, como es la caída de la natalidad. Estamos ante un verdadero invierno demográfico. Esto es un signo de sociedades que tienen dificultad para afrontar los desafíos del presente. Y que, volviéndose cada vez más temerosas con respecto al futuro, terminan por encerrarse en sí mismas”.

Por todo lo visto, afirma el Papa, frente a la teología de escritorio “el teólogo estudia, piensa, reflexiona. Pero lo hace de rodillas”. Francisco recuerda así que es muy importante “hacer teología ‘en’ la Iglesia. Es decir, ‘en’ el santo pueblo fiel de Dios que, con una palabra que no es teológica, tiene el olfato de la fe”. Una fe y teología “en el espíritu de servicio y de comunión indicado por el Concilio Ecuménico Vaticano II; impulsando la ‘fidelidad creativa’ y el ‘hacer teología juntos’, poniendo en guardia contra el individualismo”.


Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos.

Fuente: http://entreparentesis.org/dsi-papa/