Algunos elementos del trabajo y descanso de Jesús pueden iluminar la realidad del trabajo actual de muchas personas, complicada por los ritmos frenéticos de la vida. Uno de ellos es el modo en que Jesús vivió el sábado, una de las principales instituciones religiosas judías. Otro es el del descanso, que no puede reducirse a no hacer nada o un mero recuperar fuerzas.
* Iranzu Galdeano. Universidad de la Santa Cruz (Roma)
Hasta hace décadas, en las sociedades occidentales era relativamente normal trabajar de lunes a sábado y descansar el domingo, salvo en sectores de primera necesidad. Este ritmo facilitaba compartir el tiempo con la familia y amistades, cultivar aficiones en común y vivir la propia fe.
Actualmente, numerosas personas tienen dificultad para conciliar el trabajo con la vida familiar y social, pues se han generalizado turnos de trabajo que incluyen días festivos y horarios prolongados. A esto se suma el desgaste provocado por las exigencias laborales. Tales condiciones de trabajo provocan que muchas personas descansen solas -porque sus parientes y amigos están trabajando en ese momento- o que, al estar tan cansadas, busquen únicamente en el tiempo de reposo «no hacer nada» o «darse un atracón de películas».
Consciente de que la situación anterior constituye una problemática compleja que requiere estudios en profundidad, la pregunta que ha inspirado el artículo es: ¿hay elementos en la vida de Jesús y en su enseñanza que iluminen el modo de vivir el trabajo y el descanso y la relación entre ambos? La presente contribución pretende ofrecer puntos para la reflexión a partir de una lectura de los textos evangélicos. Deja de lado, por motivos de extensión, el análisis del tema en las parábolas y la cuestión del domingo como Dies Domini cristiano.
El artículo tiene tres partes: Jesús y el trabajo; Jesús y el sábado, y, por último, las enseñanzas de Jesús sobre el sábado, en buena parte aplicables al domingo cristiano y al descanso en general.
JESÚS Y EL TRABAJO
¿Ha trabajado Jesús, en el sentido de tener una profesión u oficio? Los evangelios apenas ofrecen datos de su actividad anterior al ministerio público. Con todo, es posible deducir algunos aspectos a partir de lo que mencionan y de los estudios sobre la Galilea del siglo I d.C.
Jesús era bien conocido por su trabajo. Este hecho muestra que su oficio formaba parte de su identidad social: era uno de los aspectos que permitían reconocerlo en su comunidad
JESÚS TENÍA UN OFICIO
Cuando Jesús visita Nazaret y enseña en la sinagoga, sus compatriotas, asombrados por su sabiduría, se preguntan: «¿No es este el artesano, el hijo de María?» (Mc 6,3). El pueblo lo reconoce como el tekton, que corresponde al latino faber. Designa al artesano que trabaja la madera o el metal fabricando mobiliario, carretas y armazones de edificios. Suele traducirse por «carpintero». Se trata de un trabajador especializado, no de un simple obrero (como el ergates de Mt 10,10). El artículo determinado que precede a «artesano» indica que Jesús era bien conocido por su trabajo. Este hecho muestra que su oficio formaba parte de su identidad social: era uno de los aspectos que permitían reconocerlo en su comunidad.
De un trabajo, aunque sea amplio, como el de Jesús, se esperan ciertas competencias y no otras. De hecho, la gente se sorprende de la sabiduría que Jesús muestra en la sinagoga, dando a entender que no esperaban buen conocimiento de la Tora. Como señala González Echegaray, un carpintero de entonces necesitaba conocimientos teóricos y prácticos, como cálculo, mecánica, conocimiento de materiales, manejo de la plomada y de la broca.
De los datos que reportan Mt 13.55 y Lc 2,52 y de la experiencia humana puede suponerse que esas competencias profesionales son fruto de aprendizaje. La versión mateana de la visita de Jesús a Nazaret refiere la pregunta de las gentes con una pequeña variación respecto a Mc 6,3: «¿No es este el hijo del carpintero?» (Mt 13,55). Cruzando ambos datos, se puede pensar que Jesús aprendió el oficio de José. Esta idea la apoya un pasaje del Talmud que señala la obligación del padre de enseñar un oficio a su hijo; es natural pensar que un padre enseñase al hijo el propio oficio (cf. Talmud de Babilonia, tratado Kiddushin 29a,10).
Los estudios arqueológicos e históricos permiten reconstruir algunos aspectos más. Por ejemplo, las excavaciones arqueológicas apuntan a que Nazaret era una pequeña población con casas modestas, en buena parte excavadas en la roca. Es difícil pensar que un artesano especializado tuviera entonces suficiente trabajo en el pueblo. En cambio, es probable que Jesús haya trabajado en Séforis, una ciudad cercana, entonces en plena expansión edilicia.
JESÚS HA CAMBIADO DE TRABAJO Y SE HA ADAPTADO A LAS NUEVAS DINÁMICAS
Inmediatamente después de reportar el bautismo de Jesús, Lucas anota: «Tenía Jesús al comenzar unos treinta años» (Lc 3,23). Se refiere al inicio del llamado ministerio público, al que, según los evangelios, se dedicará plenamente durante el resto de su vida terrena. A la luz de Mc 10,45 y Mt 20,28, se deduce que Jesús entiende esta dedicación -y podemos suponer que también su vida anterior- como servicio («El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir…»).
Es una ocupación que comporta nuevas dinámicas respecto al ritmo de un artesano habitual: tanta es la gente que le busca que a veces no tiene tiempo para comer
(cf. Mc 3,20-21 y par.); otras veces lo buscan «fuera de horario» (como Nicodemo, que lo busca de noche, según Jn 3,1-2); otras, cambia su plan de descanso al ver la necesidad de la gente (cf. Mt 14,13-14 y par.). Este trabajo se parece más al de un médico de guardia que al de un artesano, que, aunque sea fatigoso, puede suponerse ordinariamente más regular. Podría decirse que Jesús sigue ahora una dinámica desestructurada, no por desorden o arrastrado por las circunstancias, sino como obediencia a la voluntad del Padre («Para esto he venido» [Me 1,38-39]; «Para esto he venido al mundo…» [Jn 18,37]). Esa voluntad le mueve a atender las necesidades de las personas (por ejemplo, Mc 1,32.34; 6,34 y par.).
JESÚS HA DESCANSADO Y HA ENSEÑADO A DESCANSAR
Junto a lo anterior encontramos pasajes que podríamos llamar «búsqueda de equilibrio» para descansar, para no dejarse llevar por las situaciones, para alimentarse de la voluntad del Padre: por ejemplo, toma aparte a sus discípulo para que reposen, descansa junto al pozo de Jacob, recupera sueño durante un viaje en barca, madruga para hablar con Dios, va a la sinagoga el sábado y participa de las fiestas del pueblo, como la boda de Cana (cf., respectivamente, Mc 6,31; Jn 4,6-7; Mt 8,24; Lc 4,16 y Jn 2,1-2). El empeño de Jesús por encontrar esos momentos sugiere la importancia de buscar tiempos de reposo para sí y para quienes dependen de él.
El Maestro de Galilea habla además de un reposo de otro nivel: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas…» (Mt 11,28-29). Estas palabras indican que hay un descanso que es don de Dios, que va más allá de nuestra capacidad de organizamos y de sacar tiempo para reposar. Jesús relaciona este descanso con un corazón humilde y manso: cultivar un corazón como el suyo capacita para experimentar ese descanso profundo.
JESÚS Y EL SÁBADO. EL PRECEPTO DEL SÁBADO
Jesús fue acusado de quebrantar el sábado. El tema de la relación de Jesús con el sábado requeriría un estudio profundo, porque implica tratar de la relación de Jesús con la antigua alianza y, en definitiva, de su relación con Dios. Por otra parte, habría que analizar a fondo las controversias de Jesús a propósito del sábado y compararlas con las interpretaciones que había en su tiempo, pues existían distintas corrientes (desde la rígida comunidad de Qumrán a las escuelas fariseas de Shammai y de Hillel). En el presente artículo señalaremos únicamente algunos aspectos.
Como es sabido, observar el sábado es una expresión esencial de la fe de Israel y signo de su alianza con Dios (cf. Ex 20,8-11; 31,12-17; Dt 5,12-15; Lv 23,3; 26,2; Is 58,13-14; Ez 20,19-20; Neh 10,31). Consiste en abstenerse del trabajo y otras actividades relacionadas desde el atardecer del viernes hasta después del atardecer del sábado. Este precepto tiene su base en el Decálogo, recogido en dos formulaciones que presentan ligeras variaciones:
Recuerda el día del sábado para santificarlo.
Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos,
pero el día séptimo es día de descanso
en honor del Señor, tu Dios.
No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija,
ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado,
ni el forastero que habita en tu ciudad.
Pues en seis días hizo el Señor el cielo
y la tierra, el mar y todo cuanto contienen,
y el séptimo descansó. Por eso bendijo el Señor
el día del sábado y lo santificó (Ex 20,8-11).
Guardarás el día del sábado
santificándolo, como te lo ha mandado
el Señor, tu Dios. Seis días trabajarás
y harás todas tus tareas, pero el día séptimo
es día de descanso, consagrado al Señor, tu Dios.
No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo,
ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey,
ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero
que vive en tus ciudades; de modo
que puedan descansar, como tú, tu siervo y tu sierva.
Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto
y que el Señor, tu Dios, te sacó de allí con mano
fuerte y tenso brazo; por eso el Señor,
tu Dios, te manda guardar el día del sábado (Dt 5,12-15).
Las dos formulaciones del precepto enseñan que el reposo sabático ha de servir para recordar la acción de Dios y honrarlo. Se trata, por tanto, de un descanso religioso y no un tiempo de vagancia ni de atiborrarse de cosas que impidan contemplar la acción de Dios. Según Éxodo, la obra divina que hay que recordar es la creación; esta llevará a reconocer a Dios como creador y honrar su obra. El Deuteronomio, por su parte, señala la liberación de Egipto como base del precepto. Creación y liberación son obras profundamente positivas de Dios, que llama a la existencia y salva de una opresión. Pero no se trata solo de recordar y alabar su acción, sino de imitar su modo de actuar (cf. Ex 20,10-11), incluido el responsabilizarse por los seres que dependen de uno mismo.
¿QUEBRANTA JESÚS O HACE QUEBRANTAR EL SÁBADO?
Numerosos pasajes de los evangelios muestran que Jesús vivía el sábado y, por cómo vivían sus discípulos, puede decirse que no enseñó lo contrario. Por ejemplo, se dice que va a la sinagoga como era su costumbre (cf. Lc 4,16), y, tras la muerte de Jesús, las mujeres esperan a que pase el sábado para ir al sepulcro (cf. Lc 23,55-24,1). Por otro lado, los evangelios no reportan nunca pescas, negocios o trabajos durante el sábado, a diferencia del lamento de Neh 13,15-22.
Sin embargo, otros episodios cuentan milagros obrados por Jesús ese día que suscitan fuertes críticas (entre ellos, la curación del hombre de la mano seca, la curación de la mujer encorvada y la curación del paralítico; cf. Mt 12,9-13 y par.; Lc 13,10-17; Jn 5,1-18). En otras ocasiones, Jesús defiende la conducta de sus discípulos y ordena acciones que otros consideran transgresión del sábado (como el episodio de las espigas en Mc 2,23-27 o mandar al paralítico que transporte su camilla en Jn 5,8).
¿Quebranta Jesús el sábado? En opinión de Ed Sanders, «no hubo quebranto porque no hubo trabajo». En efecto, según los evangelios, Jesús se sirve para curar solo de palabras, de la imposición de manos o, como mucho, de poner un poco de barro en los ojos. Lo mismo puede decirse de los discípulos, que recogen unas pocas espigas para comer (que es distinto de cosechar, tarea prohibida en sábado). Más complicado es el caso del paralítico que lleva su camilla. Lo veremos más adelante.
Por su parte, el mismo Jesús justifica sus acciones haciendo ver que puede quebrantarse materialmente un precepto divino sin caer en culpa e, incluso, que el espíritu de la Ley puede exigir actuar de ese modo en sábado. Jesús se sirve para ello de ejemplos de la Sagrada Escritura y de la praxis de su tiempo, ambas conocidas y aceptadas por sus interlocutores. De hecho, algunos textos rabínicos muestran que se discutía sobre la licitud de algunas acciones llevadas a cabo por Jesús en sábado. En esas discusiones, en general se aducen argumentos humanitarios (ayudar a una persona o animal en ciertas necesidades) o de prioridad de un precepto sobre otro (por ejemplo, circuncidar o no en sábado).
Apoyado en la Escritura o en la praxis, Jesús suele argumentar a fortiori, un tipo de razonamiento que apela al sentido común (como cuando dice que, si está justificado desatar a un buey en sábado, mucho más lo estará liberar a una persona, cf. Lc 13,15-16). Por otro lado, Jesús responde a las preguntas de sus adversarios muchas veces con otra pregunta, interpelando así su conciencia y su capacidad de interpretar. Otras veces -y es lo más característico de Jesús- lleva la controversia a un nivel más radical que ilumina los casos concretos sin caer en casuísticas (cf. por ejemplo: «¿Es lícito en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?» [Mc 3.4]).
Jesús justifica algunas de sus
acciones haciendo ver que puede
quebrantarse materialmente
un precepto divino sin caer en culpa e,
incluso, que el espíritu de la Ley puede
exigir actuar de ese modo en sábado
Jesús justifica algunas de sus
acciones haciendo ver que puede
quebrantarse materialmente
un precepto divino sin caer en culpa e,
incluso, que el espíritu de la Ley puede
exigir actuar de ese modo en sábado
ENSEÑANZAS DE JESÚS SOBRE EL SÁBADO
A continuación, veamos algunos ejemplos de acciones realizadas por Jesús en sábado que iluminan la comprensión que tenía del descanso sabático. Nos fijaremos sobre todo en cómo justifica su obrar.
LAS ESPIGAS
El primer episodio que abordamos es el de las espigas (Mt 12,1-8; Mc 2,23-28; Lc 6,1-5). Un sábado, Jesús iba con sus discípulos caminando por los sembrados y ellos iban arrancando espigas para comer. Los fariseos le cuestionan por qué cogen espigas ese día. Seguimos la argumentación que ofrece Mt 12,3-8:
Pero él les respondió: «¿No habéis leído
lo que hizo David cuando sintieron hambre él
y los que lo acompañaban, cómo entró
en la casa de Dios y comieron los panes de la
Presencia, que no le era lícito comer
a él ni a sus compañeros, sino solo a los sacerdotes?
¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día
de sábado los sacerdotes, en el Templo,
quebrantan el sábado sin incurrir en culpa?
Pues yo os digo que hay aquí algo mayor
que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que
significa ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’,
no condenaríais a los que no han incurrido en culpa.
Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».
Jesús aduce varios argumentos, dos concretos para defender la legitimidad de la conducta de sus discípulos y dos principios para iluminar la interpretación de la Ley. El primer argumento apela al ejemplo de David, recogido en la Escritura, y le sirve para ofrecer un precedente de norma quebrantada por quienes tienen necesidad. En segundo lugar, refiere un caso de precepto quebrantado para cumplir otro más importante: el cuidado del Templo. A continuación, Jesús recuerda que lo que Dios quiere del hombre es un obrar misericordioso. Apela de nuevo a la Escritura (cf. Os 6,6-7). Este principio hace ver que los mandatos -y concretamente la observancia del sábado- se orientan a lograr un obrar misericordioso, que es el propio de Dios.
Por último, Jesús concluye con el dicho: «El Hijo del hombre es señor del sábado». A la luz de todo el evangelio de Mateo se entiende que Jesús se refiere a sí mismo, el cual, siendo Dios, tiene poder para interpretar los preceptos que él mismo ha dado a Israel. Pero la expresión «hijo del hombre» puede entenderse, en la línea de Ezequiel, también referida a todo ser humano. En ese sentido, Jesús muestra de nuevo que el precepto ha de servir para ayudar al hombre a vivir en plenitud y no para agobiarlo. Es interesante notar la existencia de una expresión semejante en un comentario rabínico al Éxodo. Es fechable entre los siglos III-VIII d.C, pero se supone que recoge enseñanzas muy antiguas. El pasaje presenta una discusión entre rabinos sobre el fundamento del principio «salvar una vida prevalece sobre el sábado». Al final se refiere la enseñanza del rabino Simón ben Menasías: «El sábado se te ha dado a ti y no tú has sido dado al sábado» (cf. Mekilta a Ex 31,13).
Estaba un sábado enseñando
en una sinagoga. Había allí
casualmente una mujer a la que
un espíritu tenía enferma hacía
dieciocho años; estaba encorvada
y no podía en modo alguno enderezarse.
Al verla, Jesús la llamó y le dijo:
«Mujer, quedas libre de tu enfermedad».
Y le impuso las manos.
Al instante se enderezó y empezó
a alabar a Dios. Pero el jefe de la sinagoga,
indignado de que Jesús hubiese hecho
una curación en sábado, decía a la gente:
«Hay seis días en que se puede trabajar.
Venid, pues, esos días a curaros y no en día de sábado».
Le replicó el Señor: «¡Hipócritas!
¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado
a vuestro buey o vuestro asno para
llevarlos a abrevar? Y a esta, que es hija
de Abrahán, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años,
¿no estaba bien desatarla de esta ligadura
en día de sábado?». Cuando decía estas cosas […] la gente
[…] se alegraba con las maravillas que hacía (Lc 13,10-17).
LA MUJER ENCORVADA
En segundo lugar, veamos la curación de la mujer encorvada:
El jefe de la sinagoga reprocha al pueblo -e indirectamente a Jesús- que vaya a ser curado en sábado. Aunque las acciones de hablar e imponer las manos no sean cuantitativamente un «gran» trabajo, podía aducirse que causaban un cambio de estado, algo prohibido en sábado. En este sentido, el jefe de la sinagoga tendría cierta razón: si la mujer ha estado enferma dieciocho años, ¿qué más daba esperar un día más para ser curada? Con su iniciativa de curarla, Jesús muestra que siempre es tiempo de hacer el bien. Además, apela a la praxis de sus interlocutores: si ellos liberan a un animal en sábado para que pueda beber, más lo merece una persona.
A continuación, Jesús lleva la cuestión a un nivel más profundo: contrapone la acción de Satanás a la suya y la compara con la liberación del Éxodo: del mismo modo que Dios había liberado a Israel de la opresión de Egipto, Jesús libera -desata- a una mujer de la esclavitud -atadura- de Satanás. Y esa mujer, al sentirse libre, glorifica a Dios y la gente se alegra.
Las palabras de Jesús en este episodio evocan el precepto sabático formulado en Dt 5,12-15. Por su parte, la reacción de la mujer y de la gente recuerdan la alabanza del pueblo a Dios después del paso del mar Rojo (cf. Ex 15,2.11). En cierto sentido, es esto lo que el mandamiento del sábado pretende: honrar a Dios recordando su acción liberadora. Desde este punto de vista, Jesús no actúa contra la Ley, sino en conformidad con ella: una hija de Israel ha sido liberada y el pueblo glorifica a Dios.
EL PARALÍTICO
Por último, veamos un ejemplo de curación en sábado en Jn 5.1-47-Se trata de la curación del paralítico en el estanque de Betzatá. Aquí la cuestión de si Jesús quebranta o no el sábado es un poco más complicada, porque, como señalamos más arriba, transportar objetos de un lugar a otro, especialmente en ámbito público, estaba prohibido ese día. Nos centramos en una de las afirmaciones con que Jesús justifica su acción («El Padre actúa siempre y yo también actúo») y en su relación con algunos pasajes del Antiguo Testamento que hablan del reposo de Dios en sábado.
Jesús subió a Jerusalén. Hay en
Jerusalén una piscina Probática llamada
en hebreo Betzatá […] [donde] yacía una
multitud de enfermos […] el primero
que se metía después de la agitación del agua
recobraba la salud. Había allí un hombre
que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, viéndole tendido y sabiendo que
llevaba ya mucho tiempo, le dijo:
«¿Quieres recobrar la salud?»
Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo
a nadie que me meta en la piscina cuando
se agita el agua; y, mientras yo voy, otro
se mete antes que yo». Jesús le dijo:
«Levántate, toma tu camilla y anda».
El hombre recobró al instante la salud,
tomó su camilla y se fue andando.
Pero como aquel día era sábado,
los judíos dijeron al que había sido curado:
«Es sábado y no te está permitido llevar la
camilla». Él les respondió:
«El que me ha devuelto la salud me ha dicho:
‘Toma tu camilla y anda'» […]
El hombre se fue
a decir a los judíos que era Jesús
el que le había devuelto la salud.
Por eso los judíos perseguían a Jesús,
porque hacía estas cosas en sábado.
Pero Jesús les replicó:
«Mi Padre sigue trabajando,
y yo también trabajo». Por eso los judíos
trataban con mayor empeño de matarle,
porque no solo quebrantaba el sábado,
sino que llamaba a Dios su propio Padre,
haciéndose a sí mismo igual a Dios.
Jesús, pues, tomando la palabra, les decía:
«En verdad, en verdad os digo que el Hijo
no puede hacer nada por su cuenta,
sino lo que ve hacer al Padre: lo que
hace él, eso hace igualmente el Hijo […]
Como el Padre resucita a ¡os muertos
y les da la vida, así también el
Hijo da la vida a los que quiere […]
para que todos honren al Hijo
como honran al Padre…» (Jn 5,1-23).
En su enseñanza, Jesús afirma que «mi Padre sigue trabajando». La expresión griega podría traducirse como «mi Padre trabaja también ahora», por tanto, también en sábado. El libro del Génesis dice que Dios reposó después de concluir la creación (cf. Gn 2,1-3). Cuando Jesús enseña que Dios trabaja siempre, se refiere a que la creación de Dios no es una acción puntual, sino que Dios da la vida y la conserva en el ser, se preocupa siempre por cada una de sus criaturas y lleva todo a perfección (cf., por ejemplo, Sal 104; 145; Mt 10,29-30).
Jesús enseña así que el reposo sabático no puede ser entendido como una pasividad indiferente a las necesidades de los otros. Al contrario, siguiendo el ejemplo de Dios, que vela continuamente por la creación, Jesús se ofrece al paralítico para curarlo. Y esto enseña que tomar la iniciativa para mejorar la vida de las personas de alrededor es lícito -más aún, es bueno- también en sábado, porque es obrar como hace Dios.
Un elemento ulterior sobre cómo y por qué reposar emerge al relacionar el pasaje joánico con Gn 2,27. Cesando su trabajo, Dios contempló lo creado y vio que era bueno. De ahí que vivir el descanso sabático a imitación de Dios no ha de servir solo para reparar fuerzas, sino para contemplar el trabajo hecho hasta el momento y reconocer y gozar de su bondad y belleza.
CONCLUSIONES
¿Cómo puede iluminar lo que hemos visto hasta ahora el trabajo y el descanso en nuestra sociedad? Jesús ha trabajado. Como todo hombre, ha aprendido de otros y ha adquirido experiencia. Como muchos, ha cambiado de trabajo y se ha adaptado a nuevas dinámicas. Y todo lo ha vivido como servicio a los demás y al plan de Dios.
Jesús ha descansado y se ha preocupado del descanso de los demás. Ha enseñado así que hemos de buscar tiempos de reposo, también para compartirlos con otros y cultivar la relación con Dios. Además, ha enseñado que hay un reposo que es don de Dios.
Jesús no predica contra el precepto de santificar el sábado, pero enseña con su vida y palabras que ha de ser un descanso a «imagen de Dios». Es decir, un reposo activo ante la posibilidad de hacer el bien y un reposo contemplativo que ayuda a reconocer el sentido, el bien y la belleza de lo que uno hace y aporta al mundo; un reposo que ayuda a reconocer y honrar a Dios como creador y liberador, dador de todo bien.
BIBLIOGRAFÍA
GONZÁLEZ ECHEGARAY, Jesús en Galilea. Aproximación desde la arqueología, Verbo Divino, Estella 2018.
J.V. IZQUIERDO, El sábado y Jesús según los evangelios sinópticos, Valencia 2017.