Los principios de la Doctrina Social de la Iglesia se fundamentan y, al mismo tiempo, se concretan, en una serie de valores sociales que emanan directamente de la estructura individual y social de la persona humana.

Son valores cuya práctica a través de las correspondientes virtudes y actitudes sociales, garantizan a las personas la orientación de su vida hacia la consecución de la Revolución Social. Lo que viene a decir la Doctrina Social de la Iglesia es que la Revolución Social, conforme a la dignidad de la persona humana, es imposible que pueda realizarse sin el reconocimiento y la práctica generalizada de estos valores y sus correspondientes virtudes.

En número 197 del Compendio de la DSI nos lo ratifica de la siguiente manera:

” La doctrina social de la Iglesia, además de sus principios que deben presidir a la edificación de una sociedad digna del hombre, señala también valores fundamentales. La relación entre principios y valores es de reciprocidad, en cuanto que los valores sociales expresan el aprecio que hay que atribuirles a aquellos aspectos del bien moral que los principios tratan de conseguir, como puntos de referencia para la estructuración y conducción ordenada de la vida social. Los valores exigen, pues, tanto la práctica de los principios fundamentales de la vida social, como el ejercicio personal de las virtudes y las actitudes morales correspondientes a los mismos valores.

Todos los valores sociales son inherentes a la dignidad humana, y son: la verdad, la libertad, la justicia y el amor. Su práctica es el camino seguro y necesario para alcanzar el perfeccionamiento personal y una convivencia social más humana; constituyen la referencia imprescindible para los responsables de la vida pública, llamados a realizar «reformas sustanciales en las estructuras económicas, políticas, culturales y tecnológicas, así como los cambios institucionales necesarios». El respeto a la legítima autonomía de las realidades temporales lleva a la Iglesia a no asumir competencias de orden técnico o temporal, aunque ello no le impide intervenir para mostrar cómo, en las diferentes opciones del hombre, estos valores son afirmados o negados.”

Valor de la verdad

Uno de los contrafuertes que mantienen de manera artificial la pirámide social invertida es el de los medios de comunicación y del sistema educativo. La falta de verdad y su manipulación en los medios y el adoctrinamiento en el sistema educativo, son un grave inconveniente para que el tejido social se plantee la necesidad de la revolución estructural de la sociedad de manera que la pirámide se gire y no necesite manipulación alguna de la verdad.

La Doctrina Social de la Iglesia impulsa el valor y la virtud, individual y social, de la verdad como medio eficaz para construir una estructura social conforme a la dignidad humana.

El número 198 del Compendio de la DSI es así de contundente:

“Los hombres están obligados a tender hacia la verdad, a honrarla y atestiguarla de modo responsable. Vivir en la verdad tiene un significado especial en las relaciones sociales: la convivencia entre los seres humanos es ordenada y provechosa cuando se fundamenta en la verdad. Cuando las personas y los grupos sociales se esfuerzan por resolver los problemas sociales según la verdad, se alejan del arbitrio y se adecuan a las exigencias objetivas de la moralidad.

Nuestro tiempo requiere de una intensa actividad educativa y un compromiso comunitario para que la búsqueda de la verdad, que no se reduce al conjunto de opiniones o a algunas de ellas, sea promovida en todos los ámbitos de la vida humana. Es una cuestión que afecta de modo particular al mundo de la comunicación pública y al de la economía. En ambos, el uso indiscriminado del dinero plantea interrogantes cada vez más agudos, que exigen un comportamiento transparente y honesto en el obrar, personal y social.” 

Valor de la libertad

El grito de “libertad” se ha identificado tradicionalmente como el grito revolucionario por excelencia. Pero muchas veces la revolución posterior a ese grito ha venido a demostrar que el concepto de “libertad” estaba reducido y filtrado por ideologías materialistas ya de izquierdas, como la del movimiento ateo libertario o marxista, ya de derechas como la del liberalismo capitalista.

La Doctrina Social de la Iglesia siempre ha tenido claro que la verdadera libertad humana es un reflejo de la dignidad de la persona, criatura hecha a imagen y semejanza de Dios, y cuya práctica conlleva la ruptura de todo tipo de atadura, externa y también interna, que afea y nubla esa dignidad inalienable.

El número 199 del Compendio de la DSI lo proclama de esta manera:

”La libertad humana es signo de la imagen divina y, en consecuencia, signo de la altísima dignidad de cada persona humana. «La libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada cual el respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana». No se debe restringir el significado de la libertad, considerándola desde una perspectiva puramente individualista y reduciéndola a un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal: «Lejos de perfeccionarse en una total autarquía del yo y en la ausencia de relaciones, la libertad existe sólo cuando los lazos recíprocos, regulados por la verdad y la justicia, unen a las personas». La comprensión de la libertad se vuelve profunda y amplia cuando es tutelada, también en el ámbito social, en la totalidad de sus dimensiones.“

Y en relación a la necesidad de la revolución social que sitúe la dignidad humana en el vértice superior de la pirámide social en nº 200 concluye de esta manera:

“El valor de la libertad, expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetado cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia personal vocación: buscar la verdad y profesar sus convicciones religiosas, culturales y políticas; expresar sus juicios; decidir su estado de vida y, en la medida de lo posible, su propio trabajo; asumir iniciativas de carácter económico, social y político. Esto debe realizarse dentro de un sólido contexto jurídico», dentro de los límites del bien común y del orden público, y en todos casos, bajo el signo de la responsabilidad.

La libertad debe ejercerse como capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo, cualquiera que sea la forma en que se presente, como capacidad de desapego efectivo de todo lo que puede obstaculizar el crecimiento personal, familiar y social. La plenitud de la libertad consiste en la capacidad de disponer de sí mismo con vistas al auténtico bien, en el horizonte del bien común universal.”

Valor de la justicia

Para la Doctrina Social de la Iglesia no puede haber justicia verdadera en nuestra sociedad sin que realicemos el cambio estructural que requiere la inversión de la pirámide, fruto de la revolución social que hemos planteado en los capítulos anteriores.

Los puntos 201 a 203 del Compendio de la DSI son así de claros:

“La justicia es un valor, que se acompaña al ejercicio de la correspondiente virtud moral cardinal. Según su más clásica formulación, «consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido». Desde el punto de vista subjetivo la justicia se traduce en la actitud determinada por la voluntad de reconocer a la otra persona, mientras que, desde el punto de vista objetivo, constituye el criterio determinante de la moralidad en el ámbito intersubjetivo y social.

El Magisterio social se refiere a las formas clásicas de la justicia: conmutativa, distributiva y legal. En el Magisterio social de la Iglesia ha ido adquiriendo cada vez mayor relieve la justicia social, desarrollo de la justicia general, reguladora de las relaciones sociales según el criterio de la observancia de la ley. La justicia social está vinculada a la cuestión social manifestada, a día de hoy, en la dimensión mundial de sus aspectos sociales, políticos y económicos, así como en su dimensión estructural.

La justicia es particularmente importante en el contexto actual, en el que el valor de la persona, su dignidad y sus derechos se ve amenazada por los criterios de la utilidad y del tener. La justicia adquiere un sentido más pleno y auténtico significado en la antropología cristiana. Y ello, porque la justicia no es una simple convención humana, porque lo que es «justo» no está determinado por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano.

La plena verdad sobre el hombre permite superar la visión contractual de la justicia, que es una visión limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del amor: «La justicia por sí sola no basta. Más aún puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor». En efecto, junto al valor de la justicia, la doctrina social coloca el de la solidaridad, en cuanto camino privilegiado para la paz. Si ésta es fruto de la justicia «hoy se podría decir, con la misma exactitud y con la misma fuerza de inspiración bíblica (cfr. Is 32, 17; St 3, 18); Opus iustitiae pax, la paz como fruto de la solidaridad». El objetivo de la paz «se alcanzará con la realización de la justicia social e internacional, y además con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir juntos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo mejor»”.

Valor de la caridad

Finalmente, el valor de la caridad cristiana, entendida correcta y evangélicamente, resulta imprescindible para que llegue la revolución social tal y como soñaron los pobres de los siglos XVIII y XIX y tal como invita a realizar la Doctrina Social de la Iglesia. Una caridad cristiana que ha sido malinterpretada muchas veces por los cristianos y la sociedad en general pero que ha sido practicada correcta y heroicamente por una gran cantidad de cristianos santos y personas de buena voluntad.

Los números del 205 al 208 del compendio de la DSI indican claramente cómo debe entenderse y, sobre todo, practicarse la caridad cristiana para que la revolución social pueda llegar a ser una realidad en nuestra sociedad humana mundial:

“Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad: la convivencia humana resulta ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la dignidad humana cuando se funda en la verdad; se realiza en la justicia, en el efectivo respeto a los derechos y en el leal cumplimiento de los respectivos deberes, así como en la libertad que es reflejo de la dignidad humana, y se vivifica por el amor que hace sentir como propias las necesidades y las exigencias de los demás, al tiempo que intensifica la comunión de los valores espirituales y la solicitud por las necesidades materiales.

Estos valores constituyen los pilares que dan solidez al orden de la vida humana: son valores que determinan la calidad de cada acción e institución social.

La caridad presupone y trasciende la justicia: ésta última «debe encontrar su complementariedad en la caridad». Si la justicia es «por sí apta para servir de “árbitro” entre los hombres en el reparto recíproco de los bienes objetivos según una medida adecuada, el amor, en cambio, y solamente el amor, (también ese amor benigno que llamamos “misericordia”) es capaz de restituir el hombre a sí mismo». No se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia: «La experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma… Ha sido ni más ni menos la experiencia histórica la que entre otras cosas ha llevado a formular esta aserción: summum ius, summa iniuria». La justicia, «en todas las esferas de las relaciones interhumanas, debe experimentar por decirlo así, una notable “corrección” por parte del amor que, como proclama san Pablo, es “paciente” y “benigno”, o dicho en otras palabras lleva en sí los caracteres del amor misericordioso tan esenciales al evangelio y al cristianismo».

Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de pactos logrará persuadir a los hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz; ningún argumento podrá superar la llamada a la caridad. Sólo la caridad, en su calidad de «forma virtutum» puede animar y plasmar la actuación social para edificar la paz, en el contexto de un mundo cada vez más complejo. Para que todo esto suceda, es preciso que la caridad no sea sólo inspiradora de la acción individual, sino también como fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos. En esta perspectiva la caridad se convierte en caridad social y política: la caridad social nos hace amar el bien común y nos hace buscar efectivamente el bien de todas las personas, en su dimensión individual y comunitaria.

La caridad social y política no se agota en las relaciones entre las personas, sino que se despliega en la comunidad social y política, y sobre ésta interviene, buscando el bien posible para la comunidad en su conjunto. En muchos aspectos, el prójimo se presenta «en sociedad», de modo que amarlo verdaderamente, socorrer sus necesidades o su indigencia puede ser algo diferente del bien que se le puede hacer a nivel puramente individual: amar al prójimo en el nivel social significa, según las situaciones, valerse de las mediaciones sociales para mejorar su vida o también remover los factores sociales que causan su indigencia. La obra de misericordia con la que se responde aquí y ahora a una necesidad real y urgente del prójimo es, indudablemente, un acto de caridad que también debe orientarse a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria, sobre todo cuando ésta adquiere, como sucede en nuestros días, las proporciones de una verdadera cuestión social mundial.“

Conclusión

Plantear el tema de la Revolución Social es, en realidad, plantear el tema del cambio del Mundo de la Sociedad Humana (revolucionar e invertir la pirámide social). El planteamiento en sí conlleva implícitamente la cuestión de si es posible ese cambio, si es necesario que se de ese cambio, si merece la pena luchar para conseguirlo, porqué vivimos el día a día ajenos a ese cambio. cómo actuar de cara a conseguirlo, quien debe ser el protagonista de ese cambio, …

El Movimiento Obrero Solidario se planteó todas esas cuestiones e inició un proceso de cara a hacer realidad el Ideal de la Revolución Social. Por encima de las ideologías que lo quisieron teorizar, lo intentó con el lenguaje de los hechos, lo hicieron enfrentándose al Sistema Social que lo aplastaba, plantándole cara gracias a la Solidaridad que vivieron con sus hermanos los demás obreros. La revolución social se hace construyendo un sistema social superior y distinto al sistema que los oprimía.

Tenían muy claro, desde la militancia revolucionaria, que ante el Sistema Capitalista no se puede vivir de forma neutral. O se vivía contra él o se vivía a favor de él, traicionando por tanto a sus compañeros. La Revolución Social sólo se podía hacer desde la militancia obrera solidaria.

La realidad histórica es que así vivieron la Revolución social miles y miles de militantes obreros que fueron muestras vivas de que el ideal revolucionario era posible porque ellos lo vivieron.

Muchos siglos antes, Jesus de Nazaret introdujo en la Historia Humana la semilla de una gran Revolución a ser realizada por los pobres de la tierra (bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos), pero a la que estamos invitados todas y cada una de las personas que formamos la gran familia humana.

Los primeros protagonistas de esta Revolución fueron las primeras comunidades cristianas. En los Hechos de los Apóstoles leemos: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad.” Un vivo retrato de la pirámide estable de la Revolución Social.

A lo largo de los siglos miles y miles de cristianos han demostrado con su vida que la Revolución que nos trajo el Señor de la Historia no es otra cosa que una gran familia humana estructurada socialmente conforme al sueño de los pobres de la Tierra. Millones y millones de santos cristianos han sido conscientes de que el que no vive conforme a la Buena Nueva del Evangelio está contra Jesus de Nazaret traicionando, por tanto, a sus hermanos todos y cada uno de los miembros de la sociedad humana.

La Iglesia, después de 2000 años de historia es la única institución a nivel mundial que mantiene intacto este patrimonio revolucionario de la buena nueva de Jesús, verdadera esperanza institucional de la humanidad en especial de los más pobres.

La Doctrina Social de la Iglesia es, efectivamente, el mayor tesoro con que cuenta la Humanidad de cara a la construcción de una Sociedad justa y fraterna en la que todo está ordenado a servir a la dignidad de todas y cada una de las personas, conforme a la dignidad inalienable que le corresponde por su propia esencia natural y también por ser una criatura hecha a imagen y semejanza del propio creador del Universo.