Nunca más el robo, la coima y el “no te metás”
Les hago una propuesta: en una sociedad donde la mentira, el encubrimiento y la hipocresía han hecho perder la confianza básica que permite el vínculo social, ¿qué novedad más revolucionaria que la verdad? Hablar con verdad, decir la verdad, exponer nuestros criterios, nuestros valores, nuestros pareceres. Si ya mismo nos prohibimos seguir con cualquier clase de mentira o disimulo seremos también, como efecto sobreabundante, más responsables y hasta más caritativos. La mentira todo lo diluye, la verdad pone de manifiesto lo que hay en los corazones.
Y, como una forma de ir poniendo en práctica lo anterior, cuatro propuestas:
-Decir siempre la verdad.
-Jugarnos por la fraternidad solidaria.
-Desarrollar siempre más nuestras capacidades.
-Proponer testimonios y modelos concretos de vida.
La formación de los jóvenes
En primer lugar, creo que es imprescindible reforzar el sentido eclesial entre nosotros mismos. No hay otro lugar donde ponernos a la escucha de lo que Dios nos dice en la realidad actual que el seno de la comunidad creyente. La humilde comunidad eclesial real y concreta, no la deseada o soñada. Con sus falencias y pecados, en medio de un proceso nunca acabado de penitencia y conversión, buscando nuevas y mejores vías de comunicación mutua, de corrección fraterna, de solidaridad, de crecimiento en fidelidad y sabiduría… Es posible que muchos cristianos, ante las dolorosas divisiones y pecados por las que atraviesa el cuerpo eclesial, se desanimen y busquen fuera de la comunidad las vías de realización de su compromiso por el otro. Pero quizá de esa manera se priven de la riqueza que sólo en la comunidad creyente van a encontrar. No todos pensamos igual, y a veces las diferencias parecen inconciliables. No todos actuamos como deberíamos, ni todos llevamos a la práctica plenamente la Palabra que nos atraviesa. Pero eso no debería ser obstáculo para seguir orando, dialogando, trabajando para que esa Palabra se encarne y brille para todos. Quizás la primera apuesta, la primera búsqueda, sea la de hacer realidad una comunidad eclesial mucho más respetuosa del otro, menos prejuiciosa y más madura en la fe, en el amor y en el servicio.
En segundo lugar, crear un sentido de libertad responsable en el amor en la relación entre los distintos grupos que conforman nuestra sociedad. Ésta es una tarea particularmente importante para nosotros, en tanto que los cambios sociales y culturales nos plantean la necesidad de encontrar nuevas formas de diálogo y convivencia en una sociedad pluralista, mediante las cuales se lleguen a aceptar y respetar las diferencias y a potenciar los espacios de encuentro y coincidencia.
En tercer lugar, quisiera apuntar brevemente a la más alta dimensión de la madurez, que es la santidad. Si toda esta reflexión no nos mueve a los cristianos a retomar una y otra vez la motivación última de nuestra existencia, se habrá quedado a mitad camino. Para el cristiano, la actuación de la libertad en el tiempo se cumple según el modelo eucarístico: proclamación de la salvación efectuada “hoy” en Cristo y en cada uno por la fe (con palabras y hechos), que “da cumplimiento” al pasado de la historia de salvación y “anticipa” el futuro definitivo. La esperanza en su más pleno sentido teológico, así, se torna clave de la experiencia cristiana del tiempo, centrada en la adhesión a la persona del Resucitado.
Es pertinente tener muy presente en este punto lo que se nos señala en Mane nobiscum Domine: En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura. Para lograrlo, es necesario que cada fiel asimile, en la meditación personal y comunitaria , los valores que la Eucaristía expresa, las actitudes que inspira, los propósitos de vida que suscita. Y todo ello, en el seno de la comunidad que comparte la fe arraigada en el amor. Porque la superación de la contradicción entre el individuo y la sociedad no se agota, desde nuestro punto de vista, en una mera búsqueda de consensos, sino que tiene que remontarse hacia la fuente de toda verdad. Profundizar el diálogo para acceder más plenamente a la Verdad, profundizando nuestras verdades en un Diálogo que no iniciamos nosotros sino Dios, y que tiene su propio tiempo y su propia pedagogía.
Establecer metas concretas en la educación para la maduración de hombres y mujeres libres y responsables
1) Despertar la memoria para hacer “experiencia de la experiencia”. La ausencia de memoria histórica es un serio defecto de nuestra sociedad. Además, es una nota distintiva de la cultura por algunos llamada “posmoderna”, la cultura juvenil del “ya fue”. En este sentido es imprescindible el contacto con “los clásicos” de la literatura, encuentros de la dimensión metahistórica de la vida social de los pueblos.
2) Ayudar a vivir el presente como don. Si Dios nos sale al encuentro en la historia concreta, el presente es el punto desde el cual acogemos el don y damos nuestra respuesta.
3) Desarrollar el juicio crítico para salir de la “dictadura de la opinión”. No nos cansemos de preguntarnos una y otra vez si no estaremos simplemente transmitiendo informaciones en lugar de educar para la libertad, que exige la capacidad de comprender y criticar situaciones y discursos. Si vivimos cada vez más en una “sociedad de información” que nos satura de datos indiscriminadamente, todo en el mismo nivel, la escuela tendría que resguardad su rol de “enseñar a pensar”, y a pensar críticamente.
4) Aceptar e integrar la propia realidad corpórea. Particularmente urgente es una acompañamiento en la aceptación e integración de la corporeidad. Paradójicamente, la cultura actual pone el cuerpo en el centro de su discurso y al mismo tiempo lo somete a todo tipo de constricciones y exigencias.
5) Profundizar los valores sociales. Sin duda, esto exigirá una profundización y renovación de la Doctrina Social en nuestro contexto concreto.
6) Insistir con la predicación del kerygma.Todo lo anterior caerá en saco roto si no acompañamos a nuestros jóvenes en un camino de conversión personal a la persona y mensaje de Jesús, como motivación última que articule los otros aspectos. Esto nos exigirá, además de coherencia personal -no hay predicación posible sin testimonio-, una búsqueda abierta y sincera de las formas que la experiencia religiosa puede tomar en este nuevo siglo. La conversión, queridos hermanos, no es algo que se da de una vez para siempre. Es signo de una auténtica vida cristiana la disposición a adorar a Dios “en Espíritu y en verdad”, es decir, dondequiera sople ese Espíritu.
Por último, solemos interrogarnos con cierta preocupación: ¿qué mundo le dejamos a nuestros hijos?. Quizás sería mejor plantearnos: ¿qué hijos le damos a este mundo?
Fuente: Cardenal Bergoglio. Mensajes a las Comunidades Educativas. Buenos Aires (1999-2008). Página web de la Archidiócesis de Buenos Aires.