Los pies de Noelia, Edwin, Carlos, John Jairo, Olivia, Miguel Ángel, José Manuel, Jackeline, Eva, así como los de muchísimos otros, están cansados de tanto andar y desandar los caminos de la migración en América Latina y El Caribe.
Son pies fuertes, ágiles, pero duelen, están heridos por kilómetros de carreteras, por los miedos, las frustraciones e incertidumbres que han marcado sus pasos desde que salieron del país que los vio nacer y crecer.
En América Latina presenciamos innumerables atentados contra la vida y la dignidad de las grandes mayorías de nuestro continente. La miseria, el hambre, la violencia, la exclusión, el desempleo, la falta de oportunidades, particularmente para los jóvenes, la persecución política, los grupos armados, junto con graves atentados contra la Casa Común, se convierten en fragantes negaciones al Plan de Dios.
Como consecuencia de esta realidad, según cifras de Naciones Unidas al cierre del año 2020, más de 70 millones de latinoamericanos se han visto obligados a migrar en búsqueda de una vida mejor.
No pocos mueren en las carreteras, los desiertos y en el mar, intentando llegar a un nuevo destino. Por otra parte, la gran mayoría sobrevive trabajando en la economía informal, la cual está también muy limitada por las medidas de aislamiento social.
Levantando muros
En el sistema actual donde predomina la cultura del descarte, los migrantes son considerados una amenaza. La mayoría de los Estados en la Región han asumido políticas de seguridad nacional, que buscan impedir la entrada a los migrantes o deportarlos a sus países de origen.
Unos construyen muros de concreto, separan las familias, encarcelan como si fueran delincuentes en cárceles disfrazadas de “estaciones migratorias“, e incluso encierran en jaulas inhumanas a niños y niñas.
Otras formas de erigir muros es exigir a los migrantes visas casi imposibles de obtener, documentos apostillados y contar con un capital que no poseen. Los rechazan porque son pobres. Esto los obliga a buscar pasos ilegales o trochas, donde son presas fáciles de extorsión y de las redes de tráfico de personas.
Una problemática muy grave es la xenofobia, de la cual son víctimas las personas en movilidad, llegando incluso a la agresión física.
Compañeros de camino
La Iglesia latinoamericana y caribeña reconoce que la atención a los migrantes es una dimensión constitutiva de la fe cristiana. Descubre en los migrantes, refugiados, desplazados internos y víctimas de trata el rostro sufriente de Cristo, que se identificó con ellos: “porque anduve forastero y me acogiste” (Mt 25, 35).
El migrante, más allá de una categoría socio económica, es lugar teológico de encuentro con el Señor. En el pasaje de los discípulos de Emaús, el Resucitado se hace compañero de camino: “Se acercó y caminó con ellos” (Lc. 24, 15).
Acercarse, hacerse prójimo y caminar con los caminantes es signo de una Iglesia en salida misionera, samaritana, hospital de campaña, que escucha el CLAMOR de los empobrecidos y excluidos y con ellos construye una nueva sociedad.
Esta opción pastoral de la Iglesia latinoamericana y caribeña hoy se enmarca en los Cuatro Verbos que el Papa Francisco ha propuesto: Acoger, Proteger, Promover e Integrar.
Cabe recordar que donde los dioses del poder y del dinero se empeñan en erigir muros, los cristianos estamos llamados a construir puentes de solidaridad, de justicia y de fraternidad.
Es una invitación que brota de la cultura del encuentro: construyamos puentes.
Autor: Elvy Monzant Árraga
Secretario de la Red de migración, trata y refugio Clamor
Fuente: www.vidanuevadigital.com/blog/caminar-con-los-caminantes-elvy-monzant-arraga/
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