“La lógica del bien común no admite sustitución ni compensación: no se puede sacrificar el bien de alguien -cualquiera que sea su situación vital o configuración social- para mejorar el bienestar de otros, por la razón fundamental de que ese alguien es siempre una persona humana.”

 

Por una economía del bien común (extracto)

 Stefano Zamagni

 … Para evitar equívocos, conviene precisar la diferencia entre bien común y bien total. Mientras que éste último podemos concebido metafóricamente como una suma, cuyos sumandos representan los bienes individuales o de los grupos sociales que forman la sociedad, el bien común es más parecido a una multiplicación, cuyos factores representan los bienes de cada uno de los individuos (o grupos). El significado de la metáfora es inmediato. En una suma, aunque se anulen algunos de los sumandos, el resultado total será siempre positivo. Más aún, puede ocurrir que, si el objetivo es maximizar el bien total (por ejemplo, el PIE nacional), convenga anularel bien (o bienestar) de algunos con la condición de que la ganancia en bienestar de otros aumente lo suficiente como para compensado. Pero con la multiplicación no ocurre lo mismo, ya que la anulación, aunque sea de un único factor da resultado cero.

Dicho en otros términos, la lógica del bien común no admite sustitución ni compensación: no se puede sacrificar el bien de alguien -cualquiera que sea su situación vital o configuración social- para mejorar el bienestar de otros, por la razón fundamental de que ese alguien es siempre una persona humana. En cambio, para la lógica del bien total ese alguien es un individuo, es decir un sujeto identificado por una concreta función de utilidad, y las utilidades, como sabemos, se pueden sumar (o comparar) tranquilamente, porque no tienen cara ni historia, no expresan identidad. Como Aristóteles afirmó claramente, la vida en común entre los seres humanos es muy distinta al pasto en común de los, animales. En el pasto, cada animal come por su cuenta e intenta restar comida a los demás. En cambio, en la sociedad humana el bien de cada uno sólo puede alcanzarse con la obra de todos. Pero, sobre todo, el bien de cada uno no puede disfrutarse si no lo disfrutan también los demás.

¿Por qué se siguen confundiendo el bien común y el bien total, incluso en ámbito académico, dando lugar a no pocos equívocos y a disputas estériles que no conducen a nada?.

La respuesta más convincentes que la cultura dominante hoy está tan impregnada el utilitarismo filosófico, que incluso los lugares donde es rechazada a nivel de principios acaban padeciendo su condicióname práctico. No hay que olvidar que la ética utilitarista de J. Bentham en 1789 afirma y difunde la idea de que el objetivo de la política es el bien total del pueblo, con lo que la organización del mercado (es decir, la economía) y de las instituciones públicas debe funcionar de modo que no obstaculice el logro de dicho objetivo.

A mediados del siglo XIX, primero en Europa y después en Estados Unidos, comienza a tomar cuerpo la idea de la filantropía de empresa como intento de corregir las desviaciones más evidentes de la lógica del bien total. Recordemos, entre otras, las intervenciones y realizaciones de los Schneider en el Creusot, de los Michelin en Clermont-Ferrand, de Ernest Solvay en Bélgica y después en Toscana, de Alessandro Rossi en el norte de Italia y de Robert Owen en Inglaterra.

La vida de los trabajadores y sus familias recibía atención, paso a paso, desde el nacimiento hasta la muerte. Guarderías, colegios, ayudas de maternidad, sociedades musicales, pensiones, lugares de culto … todo regulado ordenadamente con el más riguroso respeto de los principios jerárquicos de la empresa. En Estados Unidos las figuras más insignes del modelo filantrópico de capitalismo son Andrew Carnegie y David Rockefeller. Del primero es útil recordar el libro publicado en 1889 con el significativo título de El evangelio de la riqueza[The Cospel of Wealth], que ilustra metódicamente los principios de la filantropía de empresa.

La afirmación de Carnegie: A man who dies ricb, dies disgraced(el hombre que muere rico, muere en desgracia) resume con bastante eficacia su filosofía.  Una peculiaridad que asume muy pronto la filantropía de empresa en el ámbito americano es el instrumento jurídico de la fundación y, más en general, la forma no lucrativa para dar realidad concreta a las obras sociales del empresario filántropo. Hay que recordar a este respecto que la mayor parte de las organizaciones no lucrativas de Estados Unidos fueron creadas por empresarios capitalistas. En 1864, J. H. Dunant fundó la Cruz Roja y a continuación la Young Men’s Christian Association. En 1892, J. Muir funda el famoso Sierra Club. Más recientemente, M. Brown y A. Khazei fundan el City Year para promover el servicio nacional entre los jóvenes; W. Kopp da vida al Teach for Ame-rica para dar estudios a jóvenes sin recursos, y así sucesivamente.

S. Mili, exponente del pensamiento liberal, fue uno de los primeros en criticar duramente la filantropía, hija legítima, según él, de la «teoría de la dependencia y de la protección», y llega a escribir: «Sobre las clases obreras de Europa Occidental puede afirmarse con certeza que el sistema patriarcal o paternalista de gobierno es uno de esos a los que [los trabajadores] ya no quieren estar sometidos”.

No es difícil darse cuenta de las reservas de Mill y de muchos otros pensadores europeos y americanos con respecto a la filantropía de empresa. Por una parte, ésta hace que el satisfacer las necesidades fundamentales o la ayuda a personas sin recursos dependa del sentimiento de compasión del filántropo y no de la realización de un derecho concreto de ciudadanía, como ocurrirá al crear el estado del bienestar a mediados del siglo XX. La falta de respeto a la persona del necesitado genera humillación en quien recibe la ayuda. Humillación es lo que experimentan quienes se dan cuenta de que nunca podrán responder recíprocamente y, a la larga, puede incluso generar sentimientos de odio, como nos recuerda un conocido párrafo de la IX Carta a Lucilio de Séneca.

Por otra parte, la institución de la filantropía cristaliza en hechos la dicotomía que existe entre leyes de producción y leyes de distribución de la riqueza. Cuando se trata de producir riqueza no hay que preocuparse demasiado por defender los derechos humanos ni por la integridad moral de las personas; cuando se llega a la distribución de la misma hay que acordarse del vínculo que mantiene unidos a todos los miembros de la sociedad y poner en práctica la compasión.

Los famosos casos históricos de Carnegie y Rockefeller son ejemplos elocuentes de lo que significa en concreto aceptar esta dicotomía. El trato infrahumano de los obreros contrasta con una donación sin par de beneficios para construir hospitales, universidades, museos, escuelas, etc. Pues bien, desde un principio las mentes más despiertas percibieron el grave peligro que supondría aceptar a amplia escala la dicotomía de las leyes económicas. Ese dualismo minaría desde su raíz la legitimación del capitalismo como modelo de orden social, cuyo fin último ha de ser de naturaleza económica y no social: justicia, equidad, reciprocidad y compasión no son palabras del léxico capitalista. Un buen ejemplo de esto es lo que le sucedió a Henry Ford en 1919.

Cuando en la junta de accionistas de aquel año propuso destinar una parte de los ingentes beneficios conseguidos durante los años anteriores a mejorar las condiciones de vida  de los obreros, recibió una dura reprimenda de los hermanos Dodge, socios minoritarios con un 10% del capital. El litigio terminó con una sentencia de la Corte Suprema de Michigan, en la que, dando la razón a los Dodge, se afirmaba que el único objetivo de la empresa es tutelar los intereses de sus propietarios y, en consecuencia, maximizar el valor del accionista, como se diría hoy…

 

Artículos relacionados:

El bien común y el bien total

¿Qué es el bien común?

BIEN COMUN Y CARIDAD POLITICA

Suscripción al boletín semanal