Es evidente que la espiritualidad cristiana obliga a todo aquel que la ha descubierto a actuar en servicio del hombre, no sólo como persona sino como sociedad.
Una espiritualidad cristiana consciente no nos permite colocarnos de espaldas a la sociedad.
Y en este sentido nos lanza a la política, que no es otra cosa que la preocupación teórica y práctica por la construcción de una sociedad en la que el hombre puede realizarse plenamente como persona y como colectividad.
Pero un cristiano actúa en política con un NUEVO ESPÍRITU, es decir, viviendo en su actividad el avance en su encuentro personal con Dios.
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