Al laico pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida.

Lumen Gentium. 31 (…) Los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.(…)

Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad.

A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor.

El Concilio Vaticano II pretende renovar la Iglesia volviendo a las fuentes, a la vida de los primeros siglos orientándose en el Nuevo Testamento y los santos padres. Un momento en que los laicos no son la masa de una sociedad de cristiandad, en la que algunos se hacen religiosos o sacerdotes para vivir la santidad, sino un pueblo de conversos bautizados, que en medio de una cultura pagana hacen presente la novedad de la vida de Dios manifestada en Cristo y el don del Espíritu Santo. (LG 32, 2; AA 1).

Por eso define a todo el Pueblo de Dios como llamado sin distinción a la santidad, según diversos estados de vida y ministerios, pero todo el consagrado para vivir en santidad y con una misión apostólica que es común a todos sus miembros: dar testimonio de Cristo, anunciando el Evangelio y llamando a la conversión, y transformando el mundo hacia su Reino de justicia. (LG cap V; AA 2). De esta única vocación y misión de toda la Iglesia participan los laicos desde su vida en medio de las instituciones del mundo.

LO QUE NO SON LOS LAICOS

a) El peso histórico del clericalismo:

La historia deja siempre su huella impresa en nuestra historia. La personal y la colectiva. La historia de la Iglesia también. A partir de la “conversión de Constantino”, pasa a vivirse para una gran parte del pueblo un cristianismo de conveniencia. Ser cristiano en la era de las persecuciones suponía plantearse necesariamente la Conversión en serio y un largo catecumenado. El testimonio, el “martirio”, la “santidad” entre los “laicos”, entre las madres y los padres de familia, los niños, estaba al orden del día. Ser cristiano tutelado por el poder del Cesar, pues no tanto. Surge entonces ya ese largo proceso en el que los que quieren plantearse en serio su bautismo decidirán que tienen que hacerlo alejándose de la masa, del pueblo,… mediante una especial consagración a Cristo. El Espíritu que no deja de soplar, nos presenta la imagen de la “santidad” de la Iglesia entre los apologistas, los Padres de la Iglesia, los monjes, los frailes, las grandes órdenes religiosas, … Han sido siglos de historia en los que el “verdadero cristiano” tenía como referencia al clero, ya fuera este secular o regular.

El laicado actual vive necesariamente la herencia de esta historia. El clero también. El propio Congar, predecesor imprescindible de la teología del laicado que impregnaría el Concilio Vaticano II, confesaba que hasta la categoría del laico se había definido desde la categoría de “clero”. 

Por eso esta reflexión comienza diciendo que el laico NO ES ya un cristiano de segunda categoría, un monaguillo adulto o un miembro de la tercera orden, la de los legos, de las grandes órdenes religiosas o de un cófrade. El que se casa ya no es el que simplemente no sirve para cumplir con el peso del celibato y los demás “votos”. Y sin embargo, yo no me atrevería a decir que ya estamos fuera de esta mentalidad, a juzgar por la realidad laical, incluso asociada, que llena nuestras Iglesias. No estoy diciendo que los laicos no lean las lecturas en la misa o no hagan las peticiones, o pasen el cestillo o hagan de catequistas o participen en hermosos coros o que gestionen las “obras” que los religiosos, por falta de vocaciones, ya no pueden gestionar. Pero de ahí a que eso se convierta en muchos casos en su principal quehacer… Que eso sea lo que le pide de específico la Iglesia a los laicos,  pues creo que no es acertado.

Hay también una concepción a mi juicio restrictiva de la misión del laico. En ella se distinguen sin confusión posible, dos mundos: el de la vida “religiosa”, privado, pietista, ligado a las “prácticas” piadosas y al altruismo generoso con las instituciones confesionales; y el de la vida secular, que tiene sus propias reglas de juego y en el que, como mucho y en el caso de los “laicos más conscientes”, debe vivirse la “honradez” personal: ser un buen trabajador, llevarse bien con todos, poner paz, tener relaciones y trato exquisito con los compañeros, sin meterse en demasiados líos desde luego.

La mayoría de los laicos vive con su conciencia cristiana tranquila formando parte por un lado de un “grupo de la Iglesia” y por otro de una situación, un cargo, un trabajo o una profesión que a la luz de una visión de fe de la realidad está colaborando, aún desde la buena voluntad, en una “estructura de pecado” (Juan Pablo II).

 

b) El peso actual del secularismo.

Del otro lado, hay un laicado comprometido conscientemente en las realidades temporales, en las mediaciones políticas, sindicales, económicas, culturales… como fruto de sus convicciones cristianas que no se siente corresponsable de la Iglesia en su conjunto y que habla de que ellos son “la otra Iglesia”, la de la base, la de la comunidad, la viva, la encarnada en la realidad.

Su identidad está más marcada por las instituciones “temporales” a las que están ligados y por las “capillas” que en nombre de la autenticidad, de la libertad del Espíritu, “que no sopla sólo en la Iglesia”, han abierto en la su Iglesia. La otra Iglesia, la jerárquica, está desde los tiempos de los primeros tiempos del concubinato trono- altar, viviendo fuera del mundo, no suficientemente abierta a los signos de los tiempos.

En el fondo son la otra cara de una misma moneda, porque se mantiene aún una dualidad que no acaban de resolver entre Institución- Comunión,  Estructura- vida, Poder- Carisma, Jerarquía- Pueblo; Sacerdote- laico,…

Es verdad que esta postura es mucho más minoritaria que la anterior. Pero también que tiene poderosos  altavoces mediáticos

 

c) No hay cristianismo sin CONVERSIÓN, sin COMUNIÓN y sin MISIÓN

Lo que realmente está en crisis es la CONVERSIÓN. La generación actual, ni la siguiente, ya no tiene en su equipaje, en su ropaje, en su ajuar, en su herencia, tan siquiera la fe de tradición. Y no hay cristiano, ni laico ni clérigo, sin proceso de Conversión. Europa es país de misión. España es país de misión.

Y hoy como ayer, la Conversión nace de un encuentro con la Iglesia militante, que es el encuentro con el mismísimo Cristo que vive, sufre, lucha, combate, se angustia, se alegra y goza con los gozos, los gritos, las angustias, los combates, el dolor, la vida de los hombres y, preferentemente, de los pobres del Señor. Es significativo en dónde crece la Iglesia actual, en dónde no hay crisis de vocaciones. ¡NO es nuevo! Allá dónde nos encontramos con la Gloria de Dios, con los que mantienen la fidelidad radical a su Amor, en medio de la persecución y la lucha por la dignidad del hombre, la lucha por la Justicia.

Y tampoco hay cristianismo sin Comunión. Desde nunca la fe ha sido una cuestión individual. Siempre ha sido apostólica, eclesial. Creemos en un Dios que, como gritaba Juan Pablo II, es Comunión Solidaridad, un Dios trinitario. Y hemos sido creados a imagen suya, es decir, para la Comunión Solidaridad. El que se embarca en la vida de entrega incondicional, de servicio, de amor en serio, se termina encontrando con el Dios fuente de Solidaridad- Comunión.

Y es en este ENCUENTRO en el que se nos lanza a una misión. Inseparable de la experiencia de encuentro con Cristo: llevad esta Buena Nueva. Anunciadla. Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen,… los pobres son evangelizados: Hágase tu voluntad. Venga tu Reino. El pan compartido. El perdón recibido y regalado. Ser fermento, ser sal, ser luz, ser levadura.

Ahora veremos la especificidad que el laico puede aportar a esta misión de toda la Iglesia.

 

UN LARGO RECORRIDO HASTA EL CONCILIO VATICANO II

a) Jalones del término “laico” en la historia de la Iglesia

Sin ánimo de ser muy exhaustivo, sólo a modo de explicación breve, el recorrido del término “laico” nos puede ayudar a perfilar su definición.

En el Nuevo Testamento no se encuentra la palabra laico. En el griego profano, laós (pueblo), con la terminación ikos, indicaba, dentro de un pueblo, a una clase social distinta de los jefes; los que eran gobernados.

En el inicio de la Iglesia la forma de designarse entre los cristianos era con la categoría de “nosotros”. No necesitaban otros términos para hablar de una forma de ser de ciertos bautizados que se diferenciaran del resto de los miembros de la comunidad:

El primer uso del término laico entre los cristianos parece deberse a Clemente Romano, quien lo utiliza en su carta a la comunidad de Corinto hacia el año 96. En ella hace referencia a aquellas personas pertenecientes a la comunidad que se encuentran en una condición cristiana común y que son distintos a los que tienen responsabilidades específicas.

Con el tiempo, el término pasó al latín (laicus) para señalar a los cristianos que no pertenecían al clero[i]. Es en el siglo III cuando comienza a hacerse habitual su uso entre los cristianos.

Bajo una concepción piramidal de Iglesia, en la Edad Media, el laico está situado en la base de la pirámide que tiene en la cúspide a los clérigos y a los monjes[ii]. Al final de este período también se usa el término laico para designar a las experiencias o a las personas que se distancian o se oponen a la Iglesia[iii].

A comienzos del siglo XX empieza una recolocación del laico en la Iglesia cuando nace y se desarrolla la teología del laicado, que intenta superar los estrechamientos generados a lo largo de la historia, ofreciendo una valoración positiva del laico y su pertenencia a la Iglesia, pero sin lograr la superación del binomio clérigo-laico[iv]. Esta teología y los movimientos laicales hicieron posible la aportación del Vaticano II[v].

 

b) El laico en el Concilio Vaticano II. Lumen Gentium.

Con la denominación de laicos el Concilio entiende lo siguiente:

Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”[vi].

 “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos (…) A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales.

Viven en el siglo, es decir, en todas y cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida.

Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y, de este modo, descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad. A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor” [vii].

En el decreto sobre el apostolado de los seglares, número 5, además se dice:

“Por tanto, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico. Por consiguiente, los seglares, siguiendo esta misión, ejercitan su apostolado tanto en el mundo como en la Iglesia, lo mismo en el orden espiritual que en el orden temporal”

 

c) Juan Pablo II. “La era del laicado”

En una visión unitaria de la historia de la Iglesia en medio de la historia de la humanidad, Juan Pablo II llega a afirmar, cuando se plantea la nueva evangelización que esta la harán los laicos o no se hará. Y también que la familia será la pieza clave de esta nueva evangelización.

Decía que había ciertamente en esta afirmación una lectura de los “signos de los tiempos” porque tiene en cuenta dos tendencias claras que aparecen en ambas historias. La historia de la Iglesia puede leerse, partiendo de la separación entre “pueblo” y  “santidad” como un continuo proceso de gestación de mediaciones dónde poder vivir la identidad cristiana en su totalidad que partiendo de la “separación del mundo” van progresivamente injertándose en él, en un permanente intento de recuperar la vida de los primeros cristianos. Por otro lado, la historia de la humanidad en su conjunto, en su proceso de “autonomía” de Dios, de secularización científico- técnica, de globalización, también exige un protagonismo especial de los laicos.

Por eso irá un poco más allá del Concilio en Christifideles Laici. en los nº 15-17:

“Permitidme, queridos amigos, una última reflexión concerniente a la índole secular, que es característica de los fieles laicos. En el entramado de la vida familiar, laboral y social, el mundo es lugar teológico, ámbito y medio de realización de su vocación y misión (cf. Christifideles laici, 15-17). Todos los ambientes, las circunstancias y las actividades en los que se espera que resplandezca la unidad entre la fe y la vida están encomendados a la responsabilidad de los fieles laicos, movidos por el deseo de comunicar el don del encuentro con Cristo y la certeza de la dignidad de la persona humana” [viii].

III. CORRESPONSABLES EN LA IGLESIA- TESTIGOS EN EL MUNDO

a) Lo que es común del laico a todo BAUTIZADO: CONVERSIÓN y compromiso bautismal.

El laico tiene exactamente las mismas exigencias de fe que cualquier otro bautizado. Ni más ni menos. Todo su ser, su vivir y actuar nace de encarnar la gracia que aceptó de Cristo en el Bautismo. Su deber de buscar la santidad no es menos exigente que el de cualquier otro consagrado. Su fidelidad contiene todos los “votos” que tiene cualquier otro ministerio, aunque no sean públicos. Por el bautismo todos contraemos el compromiso de una vida de pobreza, obediencia (humildad) y castidad (sacrificio de fidelidad). El bautismo es el “si”, la decisión firme, libre y total de la voluntad humana para abandonar el hombre viejo y optar por el hombre cristificado. Este “si” a la muerte del “yo” para poner en el centro a Cristo, le vamos haciendo consciente y le vamos renovando en el día a día, en el minuto a minuto. Este es el punto central y decisivo de la vida del cristiano. Por el bautismo aceptamos la vida de Cristo en nosotros, la gracia. Todos los demás sacramentos están en función de hacer posible crecer esta Gracia bautismal y los compromisos y promesas que hacemos y renovamos en ella.

Por el bautismo nos incorporamos al Cuerpo Mística de la Iglesia y participamos de su misma misión como sacerdotes, profetas y reyes llamados a prolongar mediante sus vidas y su lucha las manos del Señor que es cabeza de la Iglesia en el testimonio del Evangelio, la consagración del mundo y la extensión del Reino aprovechando 24 horas al día todas situación personal, ambiental o institucional (Lumen Gentium 35, 4; AA 4; 6) 

Profetas que con su testimonio preparan la acogida a la Palabra de Dios en los lugares donde no llega de otro modo la Iglesia (el taller, la clase, el autobús, la cola del paro…). Son una provocación con su vida personal y con su quehacer institucional a que otros se planteen la pregunta sobre Dios, Y están dispuestos sin miedo a responder exponiendo las razones de su esperanza.

Cuando el concilio presenta esta tarea se refiere de modo explícito al papel de los laicos en las estructuras, es en ellas donde se expresa el dominio del mal –lo que desde Juan Pablo II se llama estructuras de pecado– y es en el testimonio institucional donde se les pide particularmente hacer presente el Evangelio, no tanto como discurso, cuanto vivencia comunitaria del Mandamiento Nuevo. Este trabajo prepara la acogida del evangelio y las conversiones, pues eleva permanente el tono moral de la sociedad, presentan como posibles y deseables los grandes principios morales y, con ello, prepara la tierra para que caiga en ella la semilla del Evangelio predicado por la Iglesia. Así al anuncio explicito de Cristo, dirá Pablo VI, precede toda esta tarea de desarrollo, liberación, testimonio… que se llama pre-evangelización.

– Los laicos son sacerdotes que participan del Sacerdocio de Cristo que los capacita para ello, su trabajo es entrega junto a Cristo que se ofrece al Padre en la cruz, y además es parte imprescindible de la consagración del mundo (LG 36). Esto se hace presente en cada Eucaristía donde el fruto de la tierra y del trabajo de los hombres se convierte en Cuerpo y Sangre de Cristo. Sin la vida profesional de los labradores, transportistas, molineros, panaderos, comerciantes… no hay Eucaristía, son  una parte imprescindible del Sacramento. Este trabajo no sólo transforma la materia sino también las instituciones.[ix] Consagrar el mundo es, literalmente, hacerlo santo, que las estructuras de pecado o se transformen en estructuras de gracia y solidaridad.[x]

– Los laicos son reyes como Cristo, que se hace rey al servir y ocupar el último lugar. Y así la política es el mayor servicio, la forma más importante de la caridad que se entrega por los hermanos, por dar vida al mundo. Y es cierto, hoy más que nuca, que sin dar la vida en una vivencia martirial de la política y el compromiso hoy no se vence a la Cultura de Muerte.[xi] Esto es una llamada a gestionar según Dios (LG 31) de modo que

–          en la economía se encarne la pobreza y comunión de vida de las bienaventuranzas

–          en la política el protagonismo de cada persona y de las familias haciendo verdadera comunidad  

–          la empresa sea comunidad de persona y no de capitales

–          los medios de comunicación sirvan a la verdad y encuentro entre los pueblos

–          exista desarrollo justo y de todos para que no se tenga que emigrar y las migraciones que se den libremente sean el anticipo de una comunión entre pueblos y culturas.

Que estos criterios se encarnen en instituciones eso significa que Cristo reina en ellas.

De este modo la vida y las responsabilidades que el laico tiene por lo que es, bautizado y ciudadano, trabajador, consumidor, vecino, padre, votante, etc. son la materia de su vocación. Su conversión personal y el ejercicio de sus responsabilidades en las instituciones van unidos, haciendo de su vida y su misión un entramado que está llamado a la unidad. Unidad en la que encontrarán respuesta tanto la llamada que Dios le hace a la santidad, como el anuncio del Evangelio y la transformación del  mundo, que son propios de su misión.

En el laico convergen la Iglesia y el mundo, lo que exige también distinguir lo que hace al interior de la Iglesia o representándola en ocasiones. A lo que hace bajo su responsabilidad en campos como la ciencia, la política, la economía… que tienen su autonomía y en los que debe tomar sus decisiones técnicas o políticas entre las muchas posibles INSPIRADO en los principios morales de la fe, pero sin atribuirse la representación de la Iglesia, pues otros cristianos, igualmente con una conciencia bien intencionada, se posicionaran en otras decisiones técnicas o política diferentes. Los confesionalismos quieren acaparar el prestigio de la Iglesia (la instrumentalizan) tanto para silenciar a otros creyentes que piensen distinto, como para usar a la Iglesia a su servicio. Por eso, en política, los rechaza el concilio (GS 43)

b) Lo que es específico del laico.

Una manera específica de vivir su vocación a la santidad: el matrimonio- la familia (vocación de estado)  y la profesión (vocación profesional)

Ahora bien, lo específico del laico no puede definirse desde lo que no es propio del ministerio sacerdotal o la vida religiosa consagrada. Lo específico del laico TAMBIÉN responde a una VOCACIÓN. No puede hablarse ya de vocación en el sentido restrictivo en el que a veces se hace. Se pide por que haya “vocaciones”. Y se pide bien. Pero no podemos referirnos con ello sólo a las “vocaciones al sacerdocio” o a las “vocaciones a la vida consagrada religiosa”. Ser laico es también una vocación.

La llamada a vivir LA SANTIDAD- vocación primera y determinante de todas las demás-  es una llamada a vivir el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros personalmente dentro del plan que Dios tiene para toda la Creación. El cristiano bautizado entonces va al mismo tiempo descubriendo que su aportación al PLAN DE DIOS, que su fidelidad al Amor de Dios, exige la consagración a un Estado de vida y a un servicio a la comunión, a la fraternidad humana ( a esto es a lo que llamo “profesión”)

Y el laico es entonces el que descubre en el matrimonio la manera de consagrar su estado de vida. Y la castidad consiste entonces en la fidelidad al sacramento, en la entrega incondicional de todas las fuerzas de la afectividad y la sexualidad a tu mujer (o a tu marido), para llegar a constituir con ella UNA SÓLA CARNE. El laico descubre en el matrimonio una manera de vivir su santidad.  Y también el laico es el que descubre en su profesión la manera de aportar sus cualidades y aptitudes a la construcción de la fraternidad. El laico es el que decide VIVIR SU COMPROMISO BAUTISMAL en medio del mundo, en el llamado “ámbito secular”. COMO VOCACIÓN. Por eso el matrimonio ha llegado a ser un sacramento (costó ocho siglos según el teólogo Borobio): un ámbito de encuentro con la Gracia, un signo del Amor trinitario de Dios al Mundo.

Podemos constatar que este proceso de discernimiento vocacional no se lleva a cabo con los jóvenes. Ni en las Escuelas Cristianas, ni en las catequesis, ni mucho menos en otros ámbitos formativos donde ha desaparecido hasta la palabra vocación. Y el que no descubre esto en su vida está condenado a fracasar como persona, a no encontrar nunca su lugar en el mundo.

Su “índole secular”: ser fermento EN MEDIO DEL MUNDO.

Otra de las especificidades del laicado es este EN MEDIO DEL MUNDO. Los laicos se realizan como cristianos en la medida en que se comprometen a vivir su fe “en el entramado de la vida familiar, laboral y social”[xii]. Según el Papa, los laicos son personas “comprometidas… para crecer como discípulos y testigos del Señor”[xiii]. Es decir, que crecerán como cristianos, como discípulos y testigos del Señor en la medida en que se comprometan a vivir su fe en “todos los ambientes, las circunstancias y las actividades” [xiv] de su vida. Su ser está inseparablemente unido a su actuar, a su misión.

Aquí tenemos planteado el problema de la dualidad de vida. ¿Cómo debemos entender la “presencia” de los cristianos en el mundo? ¿Cómo debemos entender este ser cristianos “EN MEDIO DEL MUNDO, en todos los ambientes, circunstancias y actividades”? ¿Cómo vivir la fe, la esperanza, la caridad en medio del mundo? Vivir en cristiano cuando me lavo, me peino, me visto,… cuando como, bebo,… cuando atiendo a mis hijos,…cuando decido dónde voy a vivir, en qué casa,… cuando me relaciono en el vecindario, en el barrio, en la calle por dónde paso o paseo, cuando empleo el transporte público, cuando voy a comprar, cuando pienso con mi mujer el presupuesto para la familia, cuando me compro un coche… cuando voy a trabajar, cuando deposito mi dinero en el banco… ¿Es esto lo que dice el texto? Si, esto es lo que dice el texto: ¡en todos los ambientes, circunstancias y actividades!

Por eso un laico debe ser en primer lugar muy consciente de en qué mundo vive. Y tiene que discernir y tener un juicio sobre hasta qué punto el mundo en el que vive, el “mundo” que necesariamente me está continuamente influyendo, está en armonía con ese plan de Dios, está ajustado a ese plan de Dios o desajustado, es justo o es injusto.

Muchos laicos ni siquiera se plantean este tema. ¿Por qué? Sería un buen motivo de reflexión. Lo cierto es que la Iglesia nos está ofreciendo siempre luz para que hagamos este esfuerzo. ¿Por qué la mayoría de los laicos desconocen este tesoro de la Iglesia que es su Doctrina social?

Juan Pablo II, en Evangelium Vitae, hizo una de las afirmaciones que más transcendencia y motivos de reflexión debieran tener para un laico: ESTAMOS ANTE UNA AUTÉNTICA GUERRA DE LOS PODEROSOS CONTRA LOS DÉBILES. En términos igualmente preocupantes se manifiestan muchos otros documentos dirigidos a los laicos también: tendencia al imperialismo, tendencia al totalitarismo, dictadura del relativismo,… En la visión de fe de la realidad en medio de la que vivimos los laicos la doctrina destaca tres notas:

1.- Un mundo construido SIN DIOS, como si Dios no existiera. La negación de Dios. Y entonces la doctirna social de la Iglesia (DSI) desarrolla el tema del laicismo o del secularismo

2.- La negación del Hombre. Y la DSI nos habla de la Negación de la Vida. Y también lo hace de la Explotación del Hombre sobre el Hombre y de la negación de la dignidad de todo ser humano desde que es concebido hasta su muerte natural.

3.- La negación de la Moral. La dictadura del relativismo como perversión de la Verdad, el Amor y la Libertad

Una misión específica: Consagración del mundo.

Frente a todo este panorama, una misión: Que el mundo CANTE LA GLORIA DE DIOS. Y como decía San Ireneo “la Gloria de Dios es que EL HOMBRE VIVA”. Traducido quiere decir algo elemental:  que se respete la DIGNIDAD INVIOLABLE, INALIENABLE, sagrada, de toda persona. Consagrar el mundo significa que la persona, la dignidad de la persona, su desarrollo integral, Y LA DE TODAS LAS PERSONAS, se coloquen en el centro de todas las decisiones, de toda organización, de toda institución.

No se trata de “salvar mi alma”, de hacerme individualmente santo. Se trata de entregar mi vida en esta misión, en esta tarea que me encomienda la Iglesia. Se trata de vivir mi IDENTIDAD en esta tarea, de configurar mi identidad cristiana en esta tarea, en esta misión. Benedicto XVI dedica unas palabras sobre qué significa “consagrar” en el libro Jesús de Nazaret. Y dice algo que nos deja abismados: “Consagración significa que Dios reivindica para sí al hombre en su totalidad, lo que comporta al mismo tiempo una misión para los pueblos”.

Consagrar el mundo a Dios es que la Economía se organice en función de la dignidad del hombre. Por eso la Iglesia nos propone que debemos luchar por la dignificación del Trabajo, por la primacía del Trabajo sobre el Capital. No por una banca ética o cristiana, que coloque el fruto de beneficios que salen de los pobres en “proyectos” que benefician a unos pocos pobres. Sino por una economía que no robe a los pobres.

Consagrar el mundo a Dios es que la Política se organice para servir al Bien Común, que es la Justicia. Por eso la Iglesia nos propone el principio de Subsidiariedad UNIDO, inseparablemente unido, al principio de Solidaridad. Con ello, dibuja un orden político institucional en el que las instituciones más lejanas a la persona, no pueden nunca suplantar la iniciativa y la responsabilidad de las más cercanas. Donde la sociedad, y en primer lugar la familia, tiene primacía sobre un Estado que no puede ser nunca subordinador sino coordinador. Y todo ello ordenado al Bien Común, es decir, sin perder nunca de vista el horizonte de toda la humanidad y, en ella, de los más empobrecidos, los más débiles, los más hambrientos. ¡Que distinto, yo diría que opuesto, es hablar de bien común en lugar de hablar de intereses generales! Una vez que se firmó el compromiso firme de descolonizar la India le preguntaron a Gandhi qué planes eran necesarios para gobernar esta nación. Gandhi respondió: “Siempre que hagas cualquier plan piensa en la persona más pobre que conozcas”.

Consagrar el mundo a Dios implica que la Ciencia y la Tecnología se pongan al servicio de las necesidades del hombre, de todos los hombres, en primerísimo primer lugar. Y por eso la Iglesia nos habla del “auténtico desarrollo” y nos previene sobre la voluntad de totalidad, de poder, que demuestra el actual cientificismo materialista. Y por lo tanto a los laicos nos lanza a invertir el motor de toda la gran investigación actual que es capaz de ir a Marte y dejar que se mueran de diarrea miles de niños al día por no poder pagar el tratamiento.

Consagrar el mundo a Dios implica que la Educación– de la que los padres son los primeros aunque no los únicos responsables-  permita el máximo desarrollo de todos los niños y niñas del mundo sin excepción y tengan las deficiencias que tengan. También que descubran en ese proceso su vocación, el lugar en el que mejor pueden servir a los demás. Qué distinto es esto de una educación organizada como un proceso de selección y segregación en función de las necesidades del “capital humano” que determinan las grandes empresas.

Y así podemos seguir con todos los ámbitos en los que transcurre la vida del hombre.

 El concilio deja claro que todo lo que se dice del Pueblo de Dios se dice de cada uno de sus miembros. Es decir, que si la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, la manifestación de la comunión de la Trinidad en medio de la historia, un Pueblo Santo en que todos somos sacerdotes, profetas y reyes,… esto define el ser y la misión de los laicos como miembros de ese pueblo (AA 2; LG 31).

Esta es su dignidad y su responsabilidad. No es una misión delegada por la Jerarquía (como se decía desde Pío XI), sino es recibida como un deber y un derecho en el Bautismo y la Confirmación. No son los ejecutores de una estrategia cultural, política., económica… emanada del Vaticano (expresión de los tiempos de san Pío X) sino cristianos adultos, responsables que hacen su discernimiento de la situación (ver, juzgar y actuar) para hacer presente el Reino de Dios en el mundo. (Pablo VI, Octogesima adveniens, 4)

El misterio de Dios se manifiesta en la Iglesia, consagra a cada uno de sus miembros, y por cada uno de ellos se hace presente Dios en el  mundo, allí donde se desarrolla su vida. Así, igual que en su conjunto la Iglesia representa a Cristo lumen gentium en la historia, cada bautizado es  la Iglesia en el mundo, esa levadura, luz, sal… escogida y enviada por Dios para hacerse presente en ese preciso tiempo y lugar. La misión del laico es la misma de toda la Iglesia, es parte la misión apostólica de todo el Cuerpo Místico que tiene como fin la extensión del Reino de Dios. No es un encargo de una tarea, sino que SER iglesia,  por su misma naturaleza, la vida del laico está llamada a ser apostolado. (AA 2)

La urgencia de una CARIDAD ADECUADA a nuestro tiempo: LA CARIDAD POLÍTICA. Testigos de la Caridad en la Verdad.

En esto voy a valerme de la autoridad del Papa Benedicto XVI. Creo que nadie ha formulado más claro esta exigencia actual de la Caridad. Nadie lo ha dicho con tanta contundencia. En el número 7 de Caritas in Veritate nos dice:

 “Desear el Bien Común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad” (7).

CARIDAD POLÍTICA: “Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales”. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Esta es la vía institucional- también política, podríamos decir- de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la polis. El COMPROMISO POR EL BIEN COMÚN, CUANDO ESTÁ INSPIRADO POR LA CARIDAD, TIENE UNA VALENCIA SUPERIOR AL COMPROMISO MERAMENTE SECULAR Y POLÍTICO”.

El laico no puede prescindir, ni por razón histórica ni por razón de su fe, de la dimensión institucional de su vida y del mundo. Esta dimensión no es externa a él sino que forma parte de si mismo. Y, por lo tanto, su Caridad debe abarcar necesariamente esta dimensión no como algo añadido, o superpuesto o alienante, sino como algo consustancial a la Caridad. En descubrir esta dimensión nos jugamos demasiado, es decir, se juegan demasiado los más pobres.

Resulta del todo acientífico y del todo irracional que ante la realidad de hambre, de dolor, de sinsentido, de explotación y esclavitud,… que ante esta Cultura de la Muerte,  no nos preguntemos el porqué, las causas de esta continua sucesión de hechos.  Está claro que Benedicto XVI y todos los Papas no nos están diciendo que nuestra razón quede anulada, que renunciemos a buscar la verdad con la razón. Está claro que detrás de los hechos se ponen de manifiesto la existencia no de “intenciones subjetivas” o “voluntades personales” sino de auténticos “mecanismos” y “estructuras de pecado”. En estos términos se expresaba Juan Pablo II en la Sollicitudo Res Socialis.

Escuchamos con frecuencia  a muchos laicos muy comprometidos con su fe maldecir el paro de sus hijos, familiares o vecinos y proponerles como remedio “orar con mucha confianza para que Dios haga el milagro de que encuentren un trabajo”. Pero esta actitud manifiesta una mentalidad individualista impropia de un proceso histórico en dónde viene madurando una conciencia social desde hace más de siglo y medio. Desde luego que el Señor ha puesto generosamente en la Tierra los bienes necesarios para que no le falte a nadie el pan. Desde luego que necesitamos los bienes sobrenaturales de la Oración y los Sacramentos. Pero los necesitamos para no desfallecer en nuestra misión de consagrar el mundo a Dios, para vivir, EN MEDIO DEL MUNDO, sin ser del mundo.

Las tres tentaciones o reducionismos ante los que estar alerta:

Conviene en este momento al menos advertir de tres tentaciones, o tres grandes debates con muchos nombres, que han estado presentes siempre entre el laicado en su recorrido sobre todo a lo largo del siglo XIX y XX, aunque evidentemente son de siempre en la historia de la Iglesia. Nos las ponía muy claramente de manifiesto Congar en su estudio “Jalones para una teología del laicado”:

El confesionalismo

Congar sitúa esta postura simbólicamente en la Edad Media. Plantear el confesionalismo del Estado o de ciertas instituciones que pretenden influir “desde arriba”, desde “el poder”, desde “el rey”, nos retrotrae, según Congar, a la cristiandad medieval. Es la tentativa de instaurar el Reino de Dios sobre la Tierra sin respetar la “autonomía” del mundo. La tentación por lo tanto sería la de no respetar la autonomía de lo “temporal”, la de crear un “orden temporal” gobernado por la Iglesia. Para Congar, confesionalismo y clericalismo van de la mano.

Aunque no parece probable que podamos volver atrás, no podemos desdeñar en muchas manifestaciones y, sobre todo, en alguna de las acciones de la Iglesia y los laicos la expresión nostálgica de un orden político y social que se plegara a la voluntad de la Iglesia.

El secularismo o laicismo.

Se trata de la postura de signo contrario. Congar sitúa su apogeo “simbólico” en el siglo XIX, en pleno fervor positivista cientificista.  Nosotros la encontramos muy actual. La Iglesia, a la sacristía. La religión al ámbito de lo privado. La autonomía del mundo es absoluta. Lo primero es el pan, la revolución y luego ya vendrá la evangelización. Dejemos de hablar de Caridad y hablemos de justicia. Cristo vendrá luego. Que la Iglesia se preocupe más de si misma. Que la Iglesia se “adapte” al mundo: más democracia, sacerdocio de las mujeres, más pobreza,…

La separación de los dos planos y la opción por el “compromiso temporal” llevó a dos realidades: la disolución de la identidad de los militantes cristianos, que terminaban defendiendo la identidad del partido, el sindicato o la asociación en la que volcaban su compromiso sobre su propia identidad eclesial; y, en segundo lugar, la dependencia ideológica de los laicos del clero sobre todo regular, que marcaba las pautas de análisis y acción de los grupos de militantes.

Por otro lado, lo cristiano quedaba relegado a “prácticas de oración comunitarias” fuera de toda la normativa litúrgica, limitadora por naturaleza de las realidades vitales y carismáticas. Es muy fácil encontrar, en esta tendencia a laicos más adictos al yoga, el Pilates, o el New Age que a la Eucaristía y la Confesión.

El espiritualismo desencarnado.

Se trata de una huída del mundo. Una huída que al final acaba siendo otro dualismo, porque hay que convivir en todo momento con el mundo y nadie se puede salir de él. Se buscan espacios incontaminados dónde vivir un cristianismo auténtico. Se refugian en la piedad, en los medios piadosos, en las obras piadosas. Se sitúan en el otro polo del laico secularista.

El laico está llamado, desde la Iglesia a superar todos estos reduccionismos, a vivir la unidad entre la fe y la vida. Pio XII ya nos decía que querer hacer esta separación entre la fe y la vida, entre lo sobrenatural y lo natural, entre la Iglesia y el mundo, es abiertamente anticristiano.

Hacia una espiritualidad “laical”

No podemos dejar de decir algunas palabras sobre la necesidad de ir alumbrando una espiritualidad que lógicamente no puede ser la del monje, la del consagrado célibe al ministerio del sacerdote, la del fraile o la del religioso. La misión que el laico tiene como Iglesia, que es la misión también de toda la Iglesia, la presencia consciente del militante cristiano en medio del mundo lanza un reto: la necesidad de unir, sin separar y sin confundir, la identidad creyente propia y la inserción secular.

El punto central lo constituye el cultivo de un deseo voluntario, libre y conciente de entrar en un proceso de Conversión permanente, lo que implica necesariamente el desarrollo de la conciencia de nuestro compromiso bautismal.

El punto de partida consiste en proceso de formación del  militante cristiano laico. En ella, formación y desarrollo de la espiritualidad vienen a ser lo mismo ya que este proceso formativo nos plantea la centralidad la Conversión a Cristo, a su Iglesia y la encarnación en la vida de los empobrecidos. Dicho proceso contiene tres elementos inseparables:

    1. La vida solidaria que nos permita el paso del “individuo” al equipo y del equipo a la familia apostólica y que se basa en el crecimiento en la comunión de bienes, vida y acción que tiene como referencia la encarnación en la vida de los empobrecidos y la colaboración en tarea de la misión laical de la Iglesia. En estos equipos se integran todas las realidades vitales: jóvenes, familias, solteros, viejos…       Y estos constituyen la base de la asociación, que viene a ser la familia de familias. Estos equipos deben ser auténticas células de la Iglesia en el mundo, y permiten a la “familia natural” de sangre superar sus múltiples limitaciones de cara a la acción apostólica
    2. La vida de Unión con Dios en la oración y los sacramentos. Evidentemente la Eucaristía y la Reconciliación se convierten es sacramentos imprescindibles para los militantes laicos. Todos los miembros trazan planes personales, familiares y de grupo para crecer en esta vida de unión con Dios y la asociación se encarga de tener ámbitos permanente donde vivir, alentar y revisar estos planes.
    3. La acción apostólica organizada en común desde plataformas y mediaciones propias creadas y revisadas por los propios militantes.
NOTAS: 

[i] Cf. M. Semeraro, Laico/Laicidad, en L., Pacomio y V., Mancuso (Edrs.), Diccionario Teológico Enciclopédico, Estella (Navarra) 19993, 555.

[ii] Cf. Ibid.

[iii] Cf. E. Bueno, Laico, 417.

[iv] Cf. Ibid., 419; R. Berzosa Martínez, Laico, en AAVV, Diccionario del Sacerdocio, Madrid 2005, 399; M. Semeraro, Ibid.

[v] Cf. E. Bueno, ¿Redescubrimiento de los laicos o de la Iglesia?, en Revista Española de Teología, 48 (1988), 224.

[vi] Conc. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 31, “AAS” 57 (1965) 37.

[vii] Conc. Vaticano II, Ibid., 31, “AAS” 57 (1965) 37-38.

[viii] Ibid., 672.

[ix] Así lo afirma Juan Pablo II tras hablar de cómo la solidaridad vence a las estructuras de pecado (SRS 48). Una idea muy querida por el concilio, que recuerda como la Eucaristía anticipa esa consumación definitiva del mundo entero por Cristo, que  sustenta nuestra esperanza (GS 38-39).

[x] Es tan poderosa que Benedicto XVI la compara a la fisión nuclear: La conversión sustancial del pan y del vino en su cuerpo y en su sangre introduce en la creación el principio de un cambio radical, como una forma de ‘fisión nuclear’, por usar una imagen bien conocida hoy por nosotros, que se produce en lo más íntimo del ser; un cambio destinado a suscitar un proceso de transformación de la realidad, cuyo término último será la transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será todo para todos (cf. 1 Co 15,28). (SC 11)

[xi] Con su vida y trabajo los laicos extienden el reinado de Cristo. La herramienta más eficaz para ello dice el concilio que es una vida de santidad que impregna el mundo del espíritu de Cristo y alcanza eficazmente la justicia en la caridad y en la paz. Se une aquí la eficacia de los medios propios de cada profesión con la búsqueda de una más justa distribución de que estos sirvan a todos los hombres.

[xii] Ibid.

[xiii] Ibid., 671.

[xiv] Ibid., 672.