En esta cultura globalizada, llegan a nuestras orillas restos de lo que alguien tituló “cultura del naufragio”, elementos de la modernidad que se despide y de su posteridad que va ganando terreno.

Tras ver la importancia de mirar con ojos de la fe los signos de los tiempos (ver articulo “leer los signos de los tiempos”) y analizar las principales tendencias que configuraban el mundo actual (ver artículo “Llamados a trasformar la realidad”) damos un paso más.

Con la ayuda del Papa Francisco (“Educar en la cultura del Encuentro”) vamos a resaltar brevemente algunos de los rasgos que configuran esta cultura globalizada:

El mesianismo profano

  • La promesa permanente de una nueva sociedad aparece reiterativamente bajo diversas formas de los enfoques sociales o políticos.
  • El nuevo nihilismo “universaliza” todo, anulando y desmereciendo particularidades, o afirmándolas con tal violencia que logran su destrucción generando luchas fratricidas.
  • Al mismo tiempo que se da una internacionalización total de capitales y de medios de comunicación, se produce una despreocupación por los compromisos sociopolíticos concretos, por una real participación en la cultura y los valores.

El relativismo, fruto de la incertidumbre, contagiada de mediocridad

  • El relativismo es la posibilidad de fantasear sobre la realidad, pensarla como si pudiera ser dominada por una orden o  instrumentalizada en un juego. Es la tendencia actual a desacreditar los valores proponiendo un moralismo inmanente que pospone lo trascendente reemplazándolo con falsas promesas o fines coyunturales.
  • La desconexión de las raíces cristianas convierte a los valores en mónadas, lugares comunes o simplemente nombres. Lleva a valorar y juzgar solamente por una impresión subjetiva: no cuenta con normas prácticas, concretas, objetivas.
  • Hay una reducción de la ética y de la política a la física. No existen el bien y el mal en sí, sino solamente un cálculo de ventajas y desventajas.
  • El desplazamiento de la razón moral trae como consecuencia que el derecho no puede referirse a una imagen fundamental de justicia, sino que se convierte en el espejo de las ideas dominantes.
  • Este repliegue subjetivista de los valores, nos induce a un “avance mediante el consensuar coyuntural”. Entramos aquí también en una degradación: ir “nivelando hacia abajo” por medio del consenso negociador. Se avanza pactando. Por ende, la lógica de la fuerza triunfa.
  • Por otra parte, instaura el reino de la opinión. No hay certezas ni convicciones. Todo vale; de allí al nada vale, sólo pocos pasos.

La unilateralidad del concepto moderno de la razón

  • Sólo la razón cuantitativa, la razón del cálculo y de la experimentación tiene derecho a llamarse “razón”. La mentalidad tecnicista juntamente con la búsqueda del mesianismo profano son dos rasgos expresivos del hombre de hoy, a quien bien podemos calificar de “hombre gnóstico”: poseedor del saber pero falto de unidad, y – por otro lado – necesitado de lo esotérico, en este caso secularizado, es decir, profano.
  • En este sentido se podría decir que la tentación de la educación es ser gnóstica y esotérica, al no poder manejar el poder de la técnica desde la unidad interior que brota de los fines reales y de los medios usados a escala humana.
  • Se da una falsa hermenéutica que instaura la sospecha. Se usa la falacia que es una mentira que fascina con su estructura aparentemente inobjetable. Sus efectos perniciosos se manifiestan lentamente. O se caricaturiza la verdad o lo noble, agigantando jocosa o cruelmente una perspectiva y dejando en la sombra muchas otras.

Engañosa y exaltada propuesta de libertad

  • Si bien el discurso “postmoderno” que reivindica los aspectos emocionales, relativos y hasta irracionales de la vida parece liberarnos de la tiranía de lo uniforme, lo burocrático o lo disciplinario, por otro lado se convierte en la justificación de otras tiranías: y por citar una no pequeña, la de la economía, con sus factores de poder y su tecnocracia.
  • Porque si lo que “manda” hoy es el sentimiento, la imagen y lo inmediato, eso es verdad sólo para los “consumidores” de bienes, servicios… y publicidad mediática.
  • La capacidad de elección, la libertad, la no necesidad de adscribirse a una normatividad uniforme, lo diverso y plural, todo ello tan caro a la mentalidad postmoderna, hoy por hoy se traducen lisa y llanamente en diversidad de consumos.

Deísmo diluido

  • Ya no aporta la posmodernidad, una aversión a lo religioso, y menos lo fuerza al ámbito de la privacidad. Se da un deísmo diluido que tiende a reducir la fe y la religión a la esfera “espiritualista” y a lo subjetivo (de donde resulta una fe sin piedad).
  • Por otros rincones surgen posturas fundamentalistas, con la que desnudan su impotencia y superficialidad.
  • Esa miserable trascendencia, que no alcanza ni a hacerse cargo de los límites de la inmanencia, sencillamente se da porque no se anima a tocar ningún límite humano ni a meter la mano en ninguna llaga.

Vaciamiento de las palabras

Muy unido a este paradigma del deísmo existe un proceso de vaciamiento de las palabras (palabras sin peso propio, palabras que no se hacen carne). Se las vacía de sus contenidos; entonces Cristo no entra como Persona, sino como idea. Hay una inflación de palabras. Es una cultura nominalista. La palabra ha perdido su peso, es hueca. Le falta respaldo, le falta la “chispa” que la hace viva y que precisamente consiste en el silencio.

 

Suscríbete al boletín semanal del Aula de Doctrina Social de la Iglesia