Guillermo Rovirosa es uno de los principales maestros contemporáneos en la espiritualidad de encarnación. El rigor teológico y filosófico, la profundidad de sus escritos y -sobre todo- la vivencia radical del Evangelio son los hilos con los que tejió una obra vibrante y cautivadora, muchas veces ignorada por la radicalidad de sus planteamientos. El autor, sacerdote misionero y teólogo, nos presenta de forma muy sintética las principales aportaciones de Rovirosa a la espiritualidad de encarnación.
Autor: Carlos Ruiz
Encarnación es unir amor y verdad
El fin y la consumación de toda la realidad y, por tanto, de la persona humana, recuerda Rovirosa en consonancia con la teología patrística, es el Amor Trinitario; para acceder a dicho Amor sólo tenemos un camino: la verdad, entendida como la adecuación de nuestro conocimiento con la realidad. Según esto, lo volitivo es inseparable de lo cognitivo y de lo ontológico. La antigua discusión sobre si es más importante el conocer a Dios o el amarlo, le parece capciosa, ya que son dimensiones consustanciales la una a la otra: la una (amor), fin y la otra (el conocimiento), medio. Ambas crecen o disminuyen correlativamente.
Rovirosa está marcado por tres datos biográficos que van a determinar su epistemología y su método espiritual: la herencia paterna, que desde pequeño le hizo ‘fanático por la verdad’ y desarrolló en él un rechazo instintivo a la simulación y a la hipocresía; su formación y su mente científica, que le impedía aceptar algo que no fuese plausible y riguroso; su experiencia y opción por la clase obrera, que le impregnó de la cultura del trabajo manual asalariado.
Partiendo de la epistemología tomista, Rovirosa defenderá que las ideas que vayamos elaborando en cualquier orden, también en el espiritual, deben formar una sola entidad con los hechos. La síntesis entre el material que nos ofrecen los hechos y la reflexión sobre ellos es la experiencia, que es la vida reflexionada, personal y comunitariamente. Para evitar el subjetivismo, la propia experiencia tiene que contrastarse con la meta-experiencia que nos aporta la Iglesia, madre y maestra.
Para los cristianos, la verdad esencial es ‘Alguien’, con quien hay que compenetrarse, hasta no formar más que una sola entidad.La estatua perfecta que hay en el bloque de nuestro corazón de piedra es Cristo, por quien y para quién hemos sido creados; la vida espiritual consiste en ir desprendiendo y eliminando todo lo que la recubre para que aparezca en todo su esplendor, y reine con su Corazón de carne en nuestro propio corazón.
Estos principios tienen como consecuencia una epistemología y espiritualidad esperanzadas por naturaleza, ya que parten de que la verdad sobre el mundo, sobre el hombre y sobre Dios, va desplegándose incesante y progresivamente como verdadero germen vital que guía a la historia y a la humanidad. Dicha verdad, además, nos es accesible sin más condiciones que la propia buena voluntad y un esfuerzo proporcionado a nuestras posibilidades.
Este proceso no es homogéneo, sino que a veces la humanidad se estanca, satisfecha de la penumbra en que se encuentra, creyendo que está en plena luz. Entonces aparecen providencialmente los grandes errores, las grandes herejías (como ángeles de luz) que atraen a las multitudes y obligan a un posicionamiento en la parte contraria, coadyuvando así al triunfo de la verdad.
La autenticidad de la vida espiritual implica, como condición sine qua non, la búsqueda de la verdad y de la honradez en todas las realidades humanas y asuntos temporales. La espiritualidad que Guillermo Rovirosa cultivaba desde y entre los más pobres partía de conocer las cosas tal como son: sin deformaciones, ni tergiversaciones; ni hinchadas, ni empequeñecidas. Intentando verlas –ni más ni menos- tal como las ve Dios. Uno de los primeros pasos a dar en esta progresiva identificación con la Verdad de Cristo es empezar por llamar a las cosas por su nombre verdadero, rechazando la manipulación del lenguaje que hace la espiritualidad propia de la mentalidad burguesa, la cual tergiversa los principales términos del Evangelio con el fin de vaciarlos de contenido. Como fruto del predominio durante bastante tiempo de esa falsa espiritualidad, en la conciencia del pueblo cristiano se han ido acomodando expresiones que no tienen otro fin que esconder la verdad de nuestras inconfesables intenciones. Por ejemplo, nos hemos acostumbrado a decir: “he hecho lo que he podido”, que en realidad significa “hacer lo que me da la gana”.
Encarnación es conocer a través de las manos
Rovirosa prodigaba la original teoría de que el principal órgano del entendimiento humano son las manos, ya que el hombre es imagen de Dios, que es –al mismo tiempo- Sabiduría y Creador, Verdad y Poder. Precisamente en esta identidad reflectora del poder creador de Dios, reside la dignidad del trabajo humano, en el cual las manos son siempre esenciales. Como cada hombre es una ‘encarnación’ de su profesión respectiva, será tanto más persona cuanto mejor se compenetren sus manos y su entendimiento, en el doble afán de proyectar la persona en la sociedad que le rodea para influir en ella y en el sentido de captar todo lo que existe fuera de sí mismo, enriqueciendo su personalidad con cuantas aportaciones se incorporen a su entendimiento.
El entendimiento, a través de los sentidos, percibe y ‘elabora’ el mundo que le rodea. Las manos (escribiendo, labrando, manejando una herramienta, bendiciendo, mendigando…) influyen y dan sentido a toda colectividad humana. Esta mediación de las manos, que es la prueba de oro para verificar nuestro deseo, es la única manera de pasar de la tiranía de las intenciones y del subjetivismo, al reinado de los hechos. El testimonio de Cristo es, también aquí, la referencia: “Por los frutos se conoce al árbol”. Y los frutos del hombre son siempre las obras de sus manos. El prototipo en esto -como en todo- hay que buscarlo en el taller de Nazaret. Allí está el Verbo -Entendimiento- de Dios labrando la madera”.
Rovirosa debe este planteamiento, en gran parte, a la cultura obrera propia de su tiempo en la que voluntariamente se encarnó, pues la mentalidad específica de esta cultura está determinada por el trabajo manual de sus componentes; y el trabajo manual no admite mentira: si se quiere trabajar el hierro como si fuera plomo, se fracasará. Esto crea en el trabajador auténtico una conciencia de verdad que se va haciendo consustancial con su vida. Nuestro autor eleva esta experiencia de la clase obrera a categoría universal.
Gran parte de estas reflexiones fueron compendiadas en su escrito Elogio de las manos, definido por Carlos Díaz como un “bellísimo ensayo filosófico a favor del hombre integral y corporal” por sus afirmaciones de profunda calidad epistemológica.De aquí extrae la necesidad de colaboración entre los intelectuales (incluyendo a los teólogos) y los obreros, ya que estos están colocados en una posición única para ‘ver’ (al contrario de los intelectuales, que todo les llega refrito) y pueden establecer ‘proposiciones menores’ en el terreno social con precisión, exactitud y veracidad. El problema es que los intelectuales suelen creer que esta colaboración es una humillación para ellos: “Están demasiado acostumbrados a subir a lo alto de su cátedra, y desde allí dispensarnos a nosotros (los de tercera) la limosna de su altísima sabiduría”.
Lo anterior no nos debe llevar al equívoco de pensar que Rovirosa propugnase la prioridad de la acción o de lo pastoral sobre los principios o la teología; al contrario, como se recoge en este párrafo de una de sus cartas, él siempre planteaba que lo más importante es tener claro los principios: “El hacer tiene que ir detrás del pensar, como en una buena encuesta. No pienses tanto en hacer y piensa más en pensar. El hacer te lo irá poniendo la providencia delante de la nariz y no tienes que preocuparte más que de ser fiel a tu Bautismo”.
Encarnación es hacer de la Cruz y los pobres la clave heurística y hermenéutica de la verdad
Otra seña de identidad de la espiritualidad de encarnación es el rechazo del dualismo, sea ontológico, epistemológico o moral. Rovirosa subraya que el cristiano debe tener una sola forma de afrontar todo: la teologal, es decir, la que ve, juzga y actúa sobre las cosas y los acontecimientos de acuerdo al Plan de Dios, a la ‘mente de Dios’. Este planteamiento no minimiza el alcance de la vía estrictamente racional o científica, sino que la desarrolla al máximo, según el propio deseo de Dios. El fundamento de lo que podría llamarse ‘clave hermenéutica teologal’ es que Dios es el Origen de todo y, como Verdad absoluta que es, ha dejado su huella de verdad en todas las cosas. Únicamente Dios encarnado, la Sabiduría hecha carne, podía darnos la Verdad total, la Verdad más grande, más alta, más ancha y más profunda, de la que derivan necesariamente todas las demás verdades que el hombre conoce, y las que todavía desconoce, al decirnos con su Vida y con sus palabras: Dios es Amor o, lo que es lo mismo, Dios es Trinidad.
Afirmar que la esencia divina es el Amor no tiene sólo repercusiones religiosas, sino que plantea un cambio epistemológico radical que afecta a todos los aspectos de la vida. Desde esta nueva perspectiva se concluye que todo tiene un sustrato trinitario y que el mundo, la persona, la historia, el Cosmos… sólo se entienden en un plano tridimensional, el que forman el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Todo se deriva de aquí y sin esto nada es inteligible.
Con la luz que proviene del Dios Amor o del Amor de Dios, la razón pura puede superarse y entender el sentido profundo de las cosas; de lo contrario, permanecerá como mero indicador en el camino, pero sin llegar a ninguna meta. Por eso, decimos que la epistemología rovirosiana es trinitaria, precisamente por ser crística. La deducción lógica de esto es su afirmación categórica de que: “los errores políticos y sociales son errores teológicos” (Gremio de Teología Social).
Rovirosa era un entusiasta de las Bienaventuranzas porque en ellas, afirma, Dios manifestó su verdadera sabiduría; y la revelación más clara de su poder fue la Pasión y el Calvario, que se levantan victoriosos, invirtiendo el orden de los tiempos, sobre la Resurrección. Lo cual tiene derivaciones para todos los planos de la existencia; por ejemplo, la máxima de los judíos que dice “el temor de Dios es el principio de la sabiduría” hay que interpretarla –a la luz de Cristo- como: “El AMOR de Dios es TODA la Sabiduría”. Y ese Amor, del que nace todo conocimiento, es –en el orden actual- constitutivamente Amor crucificado; por tanto, la Cruz de Cristo se convierte en la cátedra universal del verdadero conocimiento. Universal porque abarca a todos (todo ser humano es sufriente, por naturaleza) y porque es clave interpretativa de todo lo real.
Esto nos hace dar otro paso de graves consecuencias para la espiritualidad: si el Amor está Crucificado, sólo entenderán sus lecciones quienes compartan su dolor, bien porque acepten por solidaridad el que les proporciona la vida, bien porque lo comparten con los crucificados de hoy día: “Se comprende que el diálogo ha de ser mucho más fácil y directo entre el Gran Crucificado y otro que también está clavado en una cruz, que entre Cristo en la Cruz y un interlocutor sentado cómodamente”, decía Guillermo.Desde la vida instalada, desde la búsqueda del poder o de las alabanzas humanas, es imposible descubrir la verdad, ya que la gran paradoja del cristianismo, que ha desconcertado, que desconcierta y que desconcertará siempre a la razón humana, es, precisamente, la de vencer a la fuerza con la debilidad, al poder con la mansedumbre y a las leyes con el amor. Para Rovirosa esto tiene la fuerza de la constatación de los hechos.
Por eso los pobres -en cuanto crucificados- son lugar heurístico y hermenéutico, es decir, sin ellos no hay acceso a la verdad y a su comprensión. A la verdad no se llega sino por la compasión y la colaboración, tanto con los sufrientes contemporáneos como con los antepasados y los que vendrán; por eso, la verdad no se puede imponer, ya que es consustancial con la libertad: “Van tan del brazo la verdad y la libertad, y se complementan tanto la una a la otra, que puede decirse que se es libre en la medida que se posee la verdad y viceversa.”
El espíritu de Encuesta como consecuencia de la espiritualidad de Encarnación
Todo lo anterior se encarna en el llamado “método de Encuesta”, que Rovirosa diseñó para cultivar la espiritualidad de encarnación de los militantes cristianos pobres. El objetivo del método es amar o ‘actuar’ correctamente (en lo físico y en lo metafísico) como resultado de ‘ver’ con claridad los problemas en todas sus facetas según la fe y de ‘juzgar’ lúcidamente sus causas y efectos de acuerdo a la memoria colectiva de la Iglesia y la historia.
Como la realidad que se observa y en la que hay que actuar es, objetivamente, dinámica, no valen las conclusiones de laboratorio o estandarizadas. Esto supone que la visión del militante cristiano es la de un despliegue. No se trata de extender la mirada sobre un mundo estático, sino sobre el mundo real, en renovación permanente, determinado en parte por el pasado, pero en marcha inexorable hacia el futuro. Quien no anda metido en la trama y en la urdimbre de la historia, queda rezagado. Para esto hace falta una mirada limpia, amplia y confiada en nuestra capacidad para hacer encuestas correctas, ya que Dios ha puesto en nuestras manos el mundo y los medios necesarios para transformarlo según su Plan salvador. No cabe, pues, una actitud pesimista o de duda sistemática ante las posibilidades humanas.
Fuente: Revista Id y Evangelizad nº 122
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